Personas bajan las escalera donde hay un graffiti que imita al cuadro de La libertad guiando al pueblo de Eugene Delacroix. Joel Saget/AFP/Getty Images

Hace diez años que el filósofo canadiense Charles Taylor escribió su obra maestra La era secular. Muchas cosas han cambiado desde entonces y parece que la religión no solo ha regresado como una fuerza espiritual y silenciosa sino también como un factor decisivo y vociferante de la política global. Las narrativas religiosas contribuyen tanto como las no religiosas a configurar la identidad de los pueblos. Nos sentamos con el profesor Taylor para hablar sobre el estado de la situación mundial.

¿Qué le motiva personalmente para ser filósofo? ¿Y cuál es la relevancia social de la filosofía hoy en día?

Charles Taylor. Me interesan temas que no se pueden resolver solo mediante la filosofía pero en los que la necesitas para llegar a una conclusión. Personalmente, me encanta la filosofía que requiere la participación de discursos provenientes de distintos campos: la ética, las historias, la sociología y otras formas de entender a los seres humanos. Lo que me lleva a su segunda pregunta: es precisamente este tipo de pensamiento el que tan desesperadamente necesitamos en estos días. Tras la Caída del Muro de Berlín creímos que el mundo estaba finalmente convencido de la necesidad de democracia y que nunca tendríamos que volver a preocuparnos por esto. Los retrocesos en Turquía, Estados Unidos y el Reino Unido amenazan lo que todos conocemos como democracia.

Cuando menciona a Estados Unidos y al Reino Unido, se trata de dos países que tienen una narrativa histórica casi religiosa. ¿Desempeña eso un papel aquí?

C. T. En realidad no. Porque también se podría tomar Francia como ejemplo, y su revolución y su principal vehículo, La France. Esa clase de idea, la agencia, se vuelve muy común. La gente piensa que ellos son los poseedores de la nación, reforzados por el conflicto. El resultado es algo parecido a compartir la misma carga moral, o el gancho del que cuelga la nación. Avance rápido en la película hasta llegar a nuestros días y nos encontramos con gente que quiere formar parte de nuestra cultura. No es que tú como nativo pienses que estas personas no tienen cabida aquí, que nos están contaminando. Pero hasta cierto punto es comprensible que los franceses no compartan valores comunes con los inmigrantes musulmanes que no han experimentado una democracia de verdad, que no han leído a Rousseau, por lo que puede resultar una amenaza para Francia.

Sin embargo ¿no deberíamos trazar una línea de separación entre el ejemplo francés y lo que Estados Unidos y el Reino Unido están experimentando ahora? ¿Y qué me dice de los turcos y los rusos, que están reintroduciendo deliberadamente una narrativa religiosa en la conciencia pública?

C. T. Bueno, Erdogan ha integrado todo el nacionalismo desde la Turquía de Atatürk y le ha dado un cierto giro añadido. El partido kemalista está siguiendo la corriente a todo esto, probablemente a causa de la abrumadora corriente de opinión, pero existe una cierta similitud entre los dos regímenes. Si miramos a Putin, en cierta medida lo que tenemos es una sustitución de la Unión Soviética. Ese sentimiento de que el avance milenario de la religión ortodoxa en Rusia se encuentra amenazado no es nada nuevo. En su nombre puedes justificar la discriminación contra la gente que no piensa como tú, creando ciudadanos de segunda.

El filósofo canadiense Charles Taylor.

Se ha referido a sus intereses personales como multidisciplinares, a las ciencias sociales…

C. T. Existen siempre diferentes puntos de vista en el mundo académico, y diversas escuelas de pensamiento. Este tipo de enfoque combinado toma distintas disciplinas y las combina entre sí, porque, sinceramente, los temas con frecuencia aparecen entremezclados.

Debido a la falta de -corríjame si me equivoco- investigación interdisciplinar realmente no sabemos -como hemos comentado antes- de dónde proceden las narrativas y cómo se instalan en una comunidad. ¿Cuál es su idea sobre el origen de las narrativas? ¿Y por qué siguen siendo tan potentes después de tantos siglos?

C. T. Todos necesitamos una narrativa, tanto personal como colectiva. Queremos saber quiénes somos. Esto resulta especialmente necesario en una empresa colectiva como es un Estado. Y por eso batallamos por las narrativas que determinan quiénes somos. Pongamos por ejemplo a EE UU, donde tenemos dos narrativas en conflicto. Por un lado la narrativa de Obama de “Existían unos principios que se aplicaron de manera deficiente, necesitamos reorientarnos y unirnos más”, y por otro la del Tea Party de “Conseguimos algo fantástico en 1773 pero ahora estamos bajo la amenaza de los socialistas y los ateos, etcétera”. Toda la política está empapada en narrativas. Lo que de verdad necesitamos, especialmente ahora, es aplicar la disciplina y la razón a estas narrativas, desenmascarar algunas de ellas, y hacer sobresalir otras.

¿Existe una narrativa que funcione sin el binomio excluyente de “ellos” y “nosotros”?

C. T. ¡En muchos pueblos de las democracias occidentales! Tienes que tener algún tipo de comparación respecto a lo que eres y lo que no para llegar a conocer tu verdadera esencia. ¡Pero la comparación también puede ser con lo que eras en el pasado! Este es el caso de la narrativa de Obama. La amenaza a la que se enfrenta esto es que una vez que hayas identificado tus malas influencias, lo que tienes que hacer no es buscar un chivo expiatorio y culpar a otro grupo, sino aceptarlo y asumirlo.

En la línea del esquema que traza Hannah Arendt en su obra Vita Activa, ¿estaría usted de acuerdo en la necesidad de reorganizar nuestra democracia estructurada en torno a lo político, lo social y lo privado? ¿Especialmente ahora que la democracia ha llegado a (o más bien, se ha visto forzada a entrar en) la era digital?

C. T. Sí, y eso crea una crisis para quienes vivimos en el mundo democrático. Si todavía viviéramos bajo un imperio, como el austro-húngaro, el otomano o el ruso, esperaríamos que fueran otros quienes gobernaran al pueblo por nosotros, ya que la gente corriente no estaba en absoluto implicada en las instituciones decisivas. Nosotros tenemos este mito o aspiración respecto a la democracia que yo llamo “eficacia ciudadana”. Tanto la democracia liberal como el populismo son fervientes partidarios de esto. Le Pen, Trump o Erdogan juegan todos a aprovecharse de esta falta de eficacia ciudadana, de la idea de que las élites han arrebatado a los ciudadanos la capacidad para determinar su propio gobierno.

¿Se puede todavía apelar a la eficacia y la participación de los ciudadanos en un Estado grande? ¿O es mejor dirigirse a comunidades y grupos? ¿No es acaso parte de la verdad que muchos sistemas democráticos encuentran problemas precisamente porque cuentan con demasiados individuos?

C. T. Se produce alguna semejanza gracias a los grandes movimientos organizados. Tras la Segunda Guerra Mundial, esta responsabilidad estaba en manos de los partidos políticos a izquierda y derecha. Hoy en día tenemos movimientos ciudadanos de base que se organizan en redes. Bernie Sanders en 2016, Barack Obama en 2012.

Esos imperios vecinos a los que se refería –el austro-húngaro, el otomano o el ruso- se las arreglaron para mantener una tregua de facto entre ellos y, posiblemente, durar mucho más. ¿Estamos todavía por descubrir y definir un pluralismo de esta clase en un mundo globalizado?

C. T. Dentro de una única entidad política, como eran el imperio Turco y el Austro-Húngaro, no. Quizá como un constructo global. Estos mismos imperios funcionaron porque no eran democráticos. ¡De hecho, fue precisamente la idea de que las naciones necesitaban un gobierno democrático la que los hizo estallar!

Parece existir un declive en los índices de aprobación de las libertades civiles en relación a la seguridad: si la gente tiene que renunciar a su libertad para lograr vivir más segura, parece ahora más dispuesta que nunca a permitirlo.

C. T. Eso viene provocado por dos factores. Con el yihadismo y el aumento del extremismo, simplemente vivimos en un mundo con mayores amenazas. En segundo lugar, nuestra eficacia ciudadana está menguando, lo que creo que paradójicamente hace a la gente más propensa a ceder sus libertades civiles por sí misma. Sin embargo, también se puede suscitar la sospecha de que las élites gobernantes no son siempre completamente benignas. Este parece ser un principio de movilización obvio para los agitadores.

Ahora que hemos hablado de los peligros del modelo turco o ruso de consolidación nacional, dirijamos nuestra atención a China. ¿Tienen un modelo alternativo? El confucianismo con su meritocracia desde luego tiene sus desventajas, pero no existe en modo alguno el grado de corrupción de, pongamos, Rusia o Turquía.

C. T. En primer lugar, China no tiene ningún tipo de tradiciones democráticas profundas. Xi está intentando vender su país como una nación competente y honesta. Pero tienen dos dificultades: la corrupción es un problema mucho más grande en China de lo que están dispuestos a admitir; y si esto se produce a nivel regional, el peligro de rebelión y la amenaza al poder central puede ser muy grande. Creo que si China introdujera una reforma seria de su sistema judicial, esto podría cambiar las cosas, la posibilidad de recurrir a algo distinto.

Y de vuelta a Estados Unidos, ¿cuál es su predicción para el país? El mercado bursátil y las relaciones internacionales están dominadas por la incertidumbre, ¿cuál es la consecuencia de esto para el hemisferio occidental?

C. T. Aquí veo dos escenarios: puede suceder que Trump logre crear suficientes puestos de trabajo para satisfacer a su electorado y sea reelegido. Esto sería una desgracia para el resto del mundo porque nos dejaría impotentes para volver a desertar del anterior rumbo de la política estadounidense. Y por otro lado, si no lo logra, espero que el electorado aprenda las consecuencias del populismo.

El debate sobre las “noticias falsas” y los “hechos alternativos” demuestra que este país está increíblemente dividido, y esto no solo sucede en EE UU, sino también en Europa. Parece que el problema fundamental es que hay sectores del electorado que se sienten aislados y no conectan con la realidad en la que vivimos. ¿Cuál es su opinión?

C. T. Estoy por completo de acuerdo. Naturalmente, yo no poseo la solución para este problema, pero parece estar encerrada en los medios de comunicación. En Estados Unidos, las redes sociales han roto recientemente el sistema binario de CNN y Fox News. Hillary Clinton fue la mayor perjudicada de todo esto porque, con esta nueva forma de tuitear y compartir información, la gente se olvidó de pararse a pensar si las noticias que leen en las redes sociales son de verdad ciertas. Necesitamos reorganizar los medios de comunicación de acuerdo a una sociedad digital libre.

Durante los últimos diez años hemos presenciado el resurgir de las narrativas religiosas. No se han desvanecido, aunque hoy la religión parece una motivación más política que espiritual. Volviendo al “ellos” y “nosotros”, ¿cómo evolucionará esto en el futuro? ¿Qué papel desempeña la religión?

C. T. Dentro de las grandes religiones hay una variedad enorme. En el islam tenemos el yihadismo y, al mismo tiempo, el sufismo de Senegal, que es la forma más pura de espiritualidad interior que existe. En el budismo, también tienes estas formas puras, así como las versiones politizadas del budismo que puedes ver en Sri Lanka o Myanmar, por ejemplo. El centro de gravedad está cambiando para pasar de ser una herramienta interior de conocimiento a una herramienta exterior de movilización.

Lo que nos trae de vuelta al modo en que Erdogan y Putin están usando la religión para tomar impulso…

C. T. Exactamente. La religión también puede ser todavía una motivación para la guerra global. En Indonesia, la lucha por el islam se da entre un movimiento político orientado por la sharia y otros movimientos espirituales más dirigidos hacia la vida interior. El futuro del discurso religioso global, y quizá de los conflictos, dependerá enormemente del rumbo que tomen estas tendencias durante las próximas décadas.

La versión original en inglés ha sido publicada en Save Liberal Democracy.