Eurodiputada, ministra de Asuntos Exteriores, Vicepresidenta del Banco mundial… ninguna mujer española, y muy pocos hombres, han pasado por puestos tan relevantes en la esfera internacional.

 

Cuando le preguntaban qué hacía falta para llegar a ser ministro de Asuntos Exteriores, Ana Palacio solía contestar con dos precondiciones: "Uno tiene que ser capaz de dormir en cualquier sitio, a cualquier hora, en cualquier posición y por el tiempo que te dejen. Y debe tener curiosidad gastronómica, ser capaz de comer las cosas más extrañas y además que te gusten, porque si no te sientan mal". Condiciones físicas aparte, el otro gran requisito para el que quiera seguir una carrera internacional es la curiosidad, "el afán de saber lo que ocurre en el mundo".

En su caso, la curiosidad venía favorecida por un entorno familiar habituado al contacto con el exterior -algo no tan normal en la España del momento-, una educación bilingüe, y azuzada por lo que ella denomina, parafraseando a Glucksman, "la rage d’enfant", "el deseo de luchar contra la idea establecida de que África empezaba en los Pirineos". Pero también por la voluntad de asumir riesgos y de aprovechar las oportunidades que se presentan. "Cada salto en mi carrera suponía dejar atrás mi casa, un nombre, una situación establecida… pero pertenezco a una generación que creció pensando que todo era posible y que, cuando te viene una baza, hay que jugarla".

Eso la llevó de su bufete de abogados a Bruselas, como eurodiputada, entre 1994 y 2002. "Fue mi primer gran salto y yo no era consciente de que estaba entrando en política. Para mí era una cosa muy técnica. Iba porque soy especialista en Derecho Europeo y se trataba de potenciar el mercado interior y defender los intereses de España". Durante ese tiempo, presidió diversas comisiones parlamentarias, así como la Conferencia de presidentes.

Su extensa experiencia europea la llevó al Ministerio de Exteriores en la segunda legislatura de Aznar, el cargo más alto alcanzado hasta entonces por una mujer en el Gobierno de España. Su conocimiento del derecho internacional la llevó después al Banco Mundial; primero, como consultora, y autora de un documento sobre el empoderamiento legal de los pobres (Legal Empowerment of the Poor); y más tarde como vicepresidenta y consejera jurídica de la institución.

"ECHO DE MENOS UNA POLÍTICA DE ESTADO".

Junto con Rodrigo Rato, Javier Solana o Federico Mayor Zaragoza, Ana Palacio se encuentra en el reducido grupo de españoles que han alcanzado los más altos puestos en la esfera internacional. ¿Por qué tan pocos? "Lo que yo echo de menos es una política de Estado. Hay países que se fijan objetivos, siguen las carreras de sus funcionarios, sean del partido que sean, y apuestan por ellos. Esto España no lo tiene", afirma Palacio. A ello se unen, como condiciones individuales, "que en España se vive muy bien y el escaso dominio del inglés como lengua de trabajo".

Pero todo esto está cambiando. "Pese a todos nuestros problemas, a las carencias en educación, si algo tenemos es capital humano y eso es fruto de un esfuerzo colectivo. Contamos con un fantástico plantel de funcionarios internacionales, sobre todo en la Unión Europea, y va creciendo cada día". En ese sentido, le parece muy interesante la evolución de la oferta académica en el campo de las relaciones internacionales. "Responde al hecho de que el mundo ha salido del concepto ‘westfaliano’ en el que sólo intervenían los actores estatales y las organizaciones internacionales. Ahora se ha ampliado con otras realidades, como la porosidad de las fronteras o la aparición de los Estados fallidos, pero también con la importancia de lo internacional en otros terrenos como la empresa".

Además de formar parte de numerosos consejos y patronatos de instituciones europeas y americanas, Ana Palacio es, desde febrero de 2010, miembro del Comité de jueces de la Unión Europea, un panel de siete expertos encargado de seleccionar a los jueces y abogados generales del Tribunal de Justicia y del Tribunal General de la Unión Europea.

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