Un cartel del presidente Erdogan con la bandera de Turquía en Estambul. (Ozan Kose/AFP/Getty Images)
Un cartel del presidente Erdogan con la bandera de Turquía en Estambul. (Ozan Kose/AFP/Getty Images)

La ambición de poder del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, no conoce límite y se ha vuelto a poner en evidencia, al haber dimitido, debido a su presión política, el primer ministro, Ahmet Davutoglu. Otro terremoto político.



EdoganfrancesErdogan, Nouveau père de la Turquie?

Nicolas Cheviron y Jean François Pérouse

Editorial Francois Bourin

París, 2016

 

erdoganAkyol

Erdogan, die Biografie

Çiğdem Akyol

Editorial Herder

Friburgo,  2016

 


Todo indica que después de enfrentarse—y vencer y en este orden—a la clase laica y kemalista, al Ejército, a la cofradía suní-ortodoxa liderada por el clérigo Fethulah Gülen, al ex presidente Abdullah Gül y a los periodistas críticos, ahora la nueva ofensiva de Erdogan amenaza con devorar al partido que él mismo fundó en 2002 y que ha dominado la política de Turquía en los últimos catorce años: el de la Justicia y Desarrollo, (AKP), de raíces islamistas.

Volvamos la vista hacia atrás: Después de cinco meses de desestabilización interna y la imposibilidad de crear un Gobierno de coalición—con dos atentados en el que tres suicidas yihadistas se cobraron 137 víctimas mortales—más de 56 millones de turcos fueron de nuevo llamados a las urnas el 1 de noviembre de 2015. El presidente Erdogan volvió a la sazón a ganar las elecciones anticipadas—y eso que no se presentaba—con un mensaje claro: o se votaba a su partido o iba a llegar el caos. Muchos de los votantes, sobre todo jóvenes prokurdos y socialistas (la gran mayoría de los fallecidos en los atentados de 2015) pensaron entonces: “pero si son lo mismo”.

Bien, es cierto que el triunfo de las legislativas hace apenas seis meses del AKP (49,35% y 316 escaños de los 550 que tiene el Hemiciclo turco) fue declarado una “victoria del miedo” por los sectores más críticos con el Gobierno. Por la gran mayoría de la población fue empero bienvenido en aras de la estabilidad después de varios meses de atentados, devaluación de la divisa nacional y alta tensión en el sureste del país.

Pero esta renovada victoria en las urnas apunta, a largo plazo, a algo más crucial para la historia turca puesto que supuso la enésima confirmación de un fenómeno político: el partido de la Justicia y Desarrollo (AKP), liderado por Erdogan, ha ganado todas y cada una de las elecciones a las que se ha presentado. En el caso de que, como está previsto este año, los turcos deban decidir entre convertir o no la República en un sistema presidencialista, todo apunta a que ganará de nuevo el presidente y su cambio.

Hagamos cuentas: bajo la férrea tutela de Erdogan, el AKP ha ganado ya once elecciones (1 presidencial, 5 legislativas, 3 municipales y 2 referéndums). Para entender este fenómeno—sin parangón en la historia de Turquía—hay que ahondar en la figura de Erdogan, sin duda el estadista más destacado del país euroasiático desde su fundador, Mustafa Kemal Atatürk.

Dos recientes biografías procedentes de Alemania y Francia—el eje crucial en la Unión Europea hasta nuevo aviso—nos permiten entender mejor a este animal politicus que es Erdogan. El tándem Nicolas Cheviron y Jean-François Pérouse, (uno periodista, el otro académico) y la periodista Çiğdem Akyol han volcado sus conocimientos, entrevistas y experiencias para desentrañar el enigma Erdogan, sin duda la figura viva más importante de la Turquía moderna. Después de un análisis exhaustivo de su persona, que también sin duda explica su éxito en clave positiva, ambas biografías llegan casi en el mismo periodo de tiempo (primavera del 2016)—todavía habría que escribir una segunda parte debido a la longevidad excepcional del estadista en la historia política turca—a resultados similares.

¿No es islamista Erdogan?

Frente a la tan repetida acusación por parte de los sectores más laicistas en Turquía—Erdogan, a su juicio, sería un baluarte de la irtica (reaccionarismo religioso) o de la takiye (taqiya en árabe), el engaño religioso—ambas  biografías muestran a un Erdogan pragmático que de puro oportunismo busca siempre instrumentalizar la religión cuando más le conviene.

Así, para Cheviron y Pérouse, Erdogan se presenta “como un defensor de los oprimidos religiosos”, un terreno que facilita su éxito electoral convirtiéndose en la voz de los tanto tiempo silenciados. Después de que manifestaciones islamistas—del tipo ”Gracias a Alá soy partidario de la sharia” en 1994, por ejemplo—llega la métamorphose en la cárcel (26 de marzo a 24 julio 1999). Su condena, por cierto, no estuvo tanto motivada por la lectura de un célebre poema nacionalista, sino porque “sigue (a su recitación) un discurso que denuncia con palabras encubiertas al régimen kemalista, acusándolo de haber reducido el islam al silencio por seguir el camino pervertido de Occidente”.

Cuando sale de la penitenciaria después de casi cuatro meses y deseoso de dar luz a “una nueva fuerza política”, Erdogan “decide romper con su imagen de activista del islam político” y acude por ello a asesores de comunicación y al menos una agencia de relaciones públicas para que le asesoren. Es decir, el medio es “su imagen”, la meta el poder y cuánto más extenso, mejor. Por eso, durante años su mayor esfuerzo es “la neutralización de contrapoderes” que con los procesos de Balyoz (Martillo de Fragua) y Ergenekon, dirigidos contra opositores, le permiten satisfacer “un rasgo de carácter profundo en él: el gusto por la venganza”.

Como bien expresa a su vez la periodista  Çiğdem Akyol, “en la Turquía de Erdogan, la solución no se llama islam, sino Erdogan”. Y por si no quedaba suficientemente claro: “(Erdogan) no es un islamista (…), sino un tacticista de primer orden—o de la peor calaña, según diferentes puntos de vista”. Y  “para Erdogan es la avidez de poder lo que ya no controla” puesto que su objetivo final es el “poder ilimitado”. Y todo ello unido a un carácter difícil.

De hecho, “su incapacidad, cada día más manifiesta, de admitir la crítica” conduce a las protestas antigubernamentales de Gezi, en el verano de 2013, la mayor crisis que ha tenido que sufrir el Ejecutivo que lidera—no oficialmente, puesto que (todavía) carece de los poderes necesarios.

El control del AKP en todo caso es total: “Actualmente, no hay nadie en el partido que pueda oponérsele. Él lo decide todo y lo controla todo, es el juez más importante del país”, ha dicho el que fuera vice primer ministro bajo el mandato de Erdogan entre 2002 y 2007, Abdüllatif Şener, a  Çiğdem Akyol.

El narcisismo de Erdogan sería tan acusado que el libro de Cheviron y Pérouse tiene incluso un apartado dedicado a “una salud física y mental cuestionada”. Mientras que para Akyol se trata de “un obseso, obseso de su propia persona” así como “un narciso y un seductor, sin duda seguro de sí mismo, pero con miedo”. Precisamente, con el movimiento Gezi, a juicio de Akyol, es cuando Erdogan “no conoce ningún perdón y deja caer todas las máscaras. Su reacción muestra también, hasta qué punto tiene miedo a su caída”.

Pero si tan diáfano es el perfil psicológico después de 14 años ininterrumpidos en los centros de poder (ahora ya casi todos ocupados por sus acólitos), ¿cómo es posible que un “encantador de serpientes” tal haya tenido un éxito tan grande en Turquía durante tanto tiempo? ¿Qué todavía hoy el “populista” para Cheviron y Pérouse y “autócrata” “acostumbrado a recriminar, castigar y humillar a otros” siga siendo “celebrado como un mesías”, según Akyol?

He ahí la gran dificultad que entraña una biografía crítica—también con los propios prejuicios del autor—y profunda del estadista.

El secreto de su éxito

Pero ambos volúmenes son nítidos en este apartado: “Esos años Erdogan (2002-2011) han estado marcados por una mejora innegable de las condiciones de vida materiales para la mayor parte de los turcos” señalan Cheviron y Pérouse. Y, asimismo, Akyol: “Ciertamente, Erdogan trajo al país arruinado a lo largo de los años una inhabitual estabilidad política y económica”.

Ahora bien, la novedad metodológica del animal politicus ya se manifiesta en hora temprana, en las elecciones municipales de marzo de 1989, cuando todavía formaba parte de un partido estrictamente islamista, el Refah (Bienestar): “La primera “revolución” puesta en marcha por Erdogan atañe a la participación de las mujeres en campaña”, algo que es “una herejía para los caciques del islam político”, señalan Cheviron y Pérouse.

Luego, en el periodo de consolidación (2003-2007) procede a llevar a cabo “aperturas innegables en los contenciosos kurdos y armenios”. Como consecuencia: “La minoría más grande del país (la kurda) cuenta hoy en día no solo con más derechos, sino también con más prosperidad”, dicen Cheviron y Pérouse.

Una prosperidad que se extiende al resto de la población: “Erdogan, a pesar de toda la crítica dirigida contra su persona como político, está considerado como el político que ha proporcionado a millones de turcos el acceso a bienes de consumo y educación y que ha ampliado el sistema de salud y seguridad social así como las infraestructuras. No ha habido una crisis económica de importancia desde que el AKP está en el poder, dice Akyol”.

Quizás precisamente porque con él nunca se ha tratado de “un proyecto totalitario de la islamización de Turquía. En efecto, con Erdogan el pragmatismo siempre ha prevalecido”. Eso sí, “relativamente claro en cambio es que Erdogan desea una sociedad islámica-conservadora, en la que el islam suní domine.” Y que “siempre muestra una necesidad de educar al país con nociones religiosas—y de este modo de tutelarlo.”

Aparte, el turco medio tiene ahora dificultades para divisar el árbol entre tanto bosque: Erdogan “controla en 2015 de forma directa o indirecta el 75% de los medios impresos y el 80% de las televisiones.” Algo que contribuye decididamente a “una omnipresencia de su figura”.

Curiosamente, ambas biografías cuentan con un apartado con comparaciones con el presidente ruso Vladímir Putin. Al igual que el líder moscovita, Erdogan está obligado a mantenerse en el poder hasta el final, puesto que de pasar a la oposición podría ser inmediata- y fácilmente carne de los tribunales (por corrupción y envío de armas a Siria, principalmente).

Por ello se ha bunkerizado en su palacio de Ankara, que “con una superficie de 300.000 m2 está formado por 1.150 habitaciones. Además, dotado, entre otras cosas, con una sala de control conectada con todas las cámaras de vigilancia del país y todos los drones de observación del Ejército turco”.