La población kurda no se fía del Presidente turco en el diálogo entre el PKK y el Estado, un proceso de paz al que no le favorece en absoluto el tenso clima político que está precediendo a las elecciones parlamentarias del próximo 7 de junio.

Nejla es de esas personas que ríen por dentro, su expresión parece cincelada por los casi 40 años de conflicto que vive su pueblo con el Estado turco. Mientras corea consignas en apoyo al Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK) su rostro se transforma, adquiere la fuerza que brinda la seguridad, una sensación que los kurdos empiezan a comprender tras décadas de cruel represión. Es 21 de marzo y Nejla está en la Plaza del Newroz para celebrar el año nuevo de la mayor nación sin Estado del mundo. A su alrededor cientos de miles de kurdos esperan el mensaje del encarcelado líder del PKK, Abdullah Öcalan. La expectación por la misiva es máxima en la capital del Kurdistán Norte, Diyarbakir; también en el resto de Anatolia. Se espera que Öcalan pida el abandono de las armas, algo que no sucede: “Encuentro necesario convocar un congreso (kurdo) para finalizar la lucha armada del PKK contra la República de Turquía y para fijar las estrategias políticas y sociales de acuerdo al espíritu de la nueva era”.

Manifestación a favor del Partido Democrático de los Pueblos (HDP), en Estambul, una semana antes de las elecciones parlamentarias del 7 de junio. Burak Kara/Getty Images
Manifestación a favor del Partido Democrático de los Pueblos (HDP), en Estambul, una semana antes de las elecciones parlamentarias del 7 de junio. Burak Kara/Getty Images

Esta palabras, leídas por dos políticos kurdos, suponen el mayor logro en los nueve intentos para llegar a una solución dialogada al enfrentamiento entre el PKK y Turquía, una muestra más de la decidida predisposición kurda para archivar la lucha armada iniciada en 1984. A pesar de ello, el proceso necesitará recorrer un complejo camino para adaptar los cambios legales que reconozcan los derechos de los kurdos y las otras naciones que conviven en Anatolia. También deberá afrontar retos inmateriales como quebrar el escepticismo -en algunos casos odio- entre kurdos y turcos y comenzar a crear comisiones para la verdad que esclarezcan las 40.000 muertes del conflicto, en su mayoría kurdas. Para ello, la figura emergida del barrio estambulí de Kasimpasa, el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, tendrá que lidiar con el profundo nacionalismo turco y con su propia ambivalencia, que alimenta el recelo de los kurdos.

Los incrédulos consideran que Erdogan está usando la causa kurda para mantenerse como líder en Turquía. Sus apariciones públicas, en las que liga una solución al conflicto a su continuidad en el poder, siguen mereciendo la duda para el espectro kurdo. Razones hay varias. En los últimos tres meses ha negado que existiese una causa kurda, rechazado una mesa de control sobre el proceso y repetido que no daría nuevos pasos hasta que el PKK abandone las armas, un supuesto que se antoja imposible mientras continúe la guerra contra el Estado Islámico. Puede que por eso Öcalan obviase la frase abandonar las armas para discutir, en cambio, el final de la lucha armada.

“Hasta el día de hoy no hemos visto que Erdogan haya hecho nada, no hay ninguna hoja de ruta ni comisiones independientes que vigilen el proceso. Por lo tanto, los kurdos no deben confiar en Erdogan, sólo deben confiar en ellos mismos y en nadie más. Además, Öcalan ha visto como el Gobierno crea nuevos puestos militares (en el Kurdistán) y aprueba la represiva Ley de Seguridad. Estas medidas generan de forma natural una desconfianza. Pero, aunque no haya usado el término abandonar las armas, confía en una solución sin armas”, explica Nurcan Aktay, miembro de la cúpula directiva del Movimiento Azadi (Libertad, en kurdo), una de las principales iniciativas kurdas cuyo objetivo es un Kurdistán independiente y musulmán.

Serhan, un conductor de minibús que recorre el trayecto que une las ciudades de Kiziltepe y Diyarbakir, no deja de lado su buen humor cuando repite que “no se puede confiar en Erdogan, es peor que Atatürk. Él ha dividido a todos”. Nejla, una joven agnóstica de 23 años oriunda de la religiosa provincia de Batman, suma un poco más de pesimismo al recordar que “las acciones de Erdogan demuestran que no quiere la paz. El Partido Justicia y Desarrollo (AKP) camina sobre la sangre de los kurdos. Si hubiese querido no habría muerto nadie en los dos últimos años, desde que el PKK no lucha”.

De momento, la voz más crítica de un alto rango es la de Cemil Bayik, colíder de la Unión de Comunidades Kurdas (KCK), el entramado que dirige el PKK. Desde las montañas Qandil, el bastión de su grupo en una recóndita cordillera entre las fronteras de Turquía, Irán e Irak, ha reiterado su desconfianza en Erdogan. Para que las negociaciones avancen, exige al Estado turco una serie de reformas ligadas a los 10 puntos anunciados el 28 de febrero por la delegación kurda que visita a Öcalan en la cárcel de Imrali. El objetivo de esa hoja de ruta es la creación de un sistema descentralizado que además reconozca los derechos de las minorías, lo que conllevaría que un kurdo no sea considerado como turco de la montaña. “Nosotros hemos puesto 10 condiciones para abandonar las armas. Si el Gobierno está dispuesto a cumplir estas condiciones nosotros estamos preparados para finalizar las resistencia armada”, explicó Bayik a Denge TV. En el ámbito operativo, el PKK reclama conversaciones directas con Öcalan, así como un cambio en sus condiciones penitenciarias. También ha reiterado que el Estado turco deje de construir instalaciones militares en el Kurdistán Norte y desarrolle relaciones democráticas con Kobane, el cantón kurdo asediado por el Estado Islámico en el norte de Siria al que Erdogan se opone.

 

Una compleja realidad política y social

El clima político en Turquía tampoco favorece el proceso, con una sociedad dividida y unas elecciones parlamentarias, previstas para el 7 de junio, cruciales para definir el futuro del país: el objetivo del AKP es obtener una mayoría absoluta que permita cambiar del actual sistema parlamentario a uno presidencialista. En resumen, hacer un Putin-Medvedev a la turca para entregar la batuta estatal a Erdogan, quien a efectos prácticos ya ejerce las funciones que corresponden al primer ministro, Ahmet Davutoglu.

La opción para un cambio unilateral de la Constitución sólo podría darse si el Partido Democrático de los Pueblos (HDP) no llega al 10% de votos necesarios para entrar en el Parlamento, lo que supondría un trasvase de escaños al segundo grupo político más votado en sus demarcaciones, presumiblemente el AKP. Según las encuestas, el grupo kurdo HDP pasará el corte y el partido de Erdogan no obtendrá el respaldo requerido para cambiar el texto. Esto obligaría al AKP a pactar con otro partido. Las opciones serían los ultranacionalistas del MHP y los kurdos del HDP, dos coaliciones que tendrían un resultado opuesto para el proceso de diálogo. El MHP se opone a cualquier tipo de autonomía y al reconocimiento de los derechos de las minorías que cohabitan en Anatolia. Una pacto con el AKP podría enterrar el tambaleante proceso de paz. En cambio, una coalición con el HDP sería algo más lógico porque los kurdos ansían una Carta Magna que reconozca la variedad cultural de Anatolia, uno de los 10 puntos requeridos por Öcalan para avanzar hacia la paz.

Los diferentes actores político-sociales son conscientes de que ningún progreso emergerá inmediatamente después de los comicios. Ante este juego político, el próximo paso debería llegar tras el verano. En estos dos años, la medida más importante para el proceso de diálogo ha sido la creación de un marco legal para que el Estado turco negocie con el PKK, algo penado hace un año. El resto de concesiones, muchas de ellas destinadas a facilitar la actividad política del HDP, no han supuesto un gran cambio social. Los tibios paquetes democratizadores permiten ahora la educación en lengua kurda en instituciones privadas, una medida incompleta para los kurdos, que prefieren un sistema colectivo o público que garantice la educación en su lengua.

Esta falta de pasos concretos alimenta la sensación reinante de que el Presidente ve el proceso de paz como algo secundario. Desde hace un año se centra en erradicar el estado paralelo de Fetulá Gülen, el clérigo suní autoexiliado en Estados Unidos que supuestamente destapó el mayor escándalo de corrupción del AKP. Antiguo aliado del hoy del líder turco, Gülen fue la pieza clave en la caza de brujas contra los altos rangos militares y kurdos. Limpiar su extensa influencia, especialmente profunda en la justicia, ha servido como excusa para acometer reformas autoritarias. Entre las medidas más polémicas, aprobada en el Parlamento gracias a la mayoría del AKP, está la Ley de Seguridad, una amalgama de artículos que atribuye a gobernadores y ministros las labores que pertenecen a la justicia. Este texto jurídico, que ha llegado a poner de acuerdo a nacionalistas y kurdos, empezó a tomar forma el pasado octubre, cuando una violenta ola de protestas sacudió el sureste de Anatolia. Casi medio centenar de personas fallecieron y se decretó el Estado de Emergencia en varias provincias del sureste de Anatolia. Los kurdos, que ahora verán a la policía desenfundar la pistola con mayor facilidad, consideran esta ley un obstáculo para el actual proceso de diálogo.

Como resultado de las constantes contradicciones que envuelven las negociaciones, el líder del HDP, Selahattin Demirtas, ha trufado su discurso con frases tanto esperanzadoras, “el éxito del HDP en las elecciones facilitará el camino para abandonar las armas”, como intimidatorias, “Erdogan nunca será presidente con la ayuda del HDP”. Una amenaza que de cumplirse podría colapsar las conversaciones, sobre todo si Erdogan fuese la pieza clave del proceso, algo negado por kurdos como Nurcan Aktay, quien considera las negociaciones iniciadas hace dos años como el resultado de una evolución circunstancial y no un expreso deseo del Presidente. “En el periodo en el que comenzó el proceso de diálogo quien hubiese estado en el Gobierno lo habría hecho también. Hay que dejar claro que el arquitecto de estas negociaciones no es Erdogan porque representa al Estado y actúa por esos intereses”.

De momento, el PKK está cumpliendo parte de las precondiciones requeridas para empezar los asuntos más espinosos. Tras el alto el fuego retiró a sus militantes al Kurdistán iraquí hasta que la inacción del Ejecutivo turco obligó a recuperar sus posiciones en Anatolia. Tras la última declaración de Öcalan, el pasado 21 de marzo, se han producido varias decenas de altercados entre el Ejército turco y militantes del PKK. El más importante, acontecido en la región de Agri el pasado abril, dejó entre uno y cinco kurdos muertos y el regusto de que algo no marcha bien en el proceso. Un mes más tarde, el PKK anunció que suspendía el congreso kurdo que Öcalan reclamó por la actitud del Gobierno turco. Todo esto, enmarcado dentro de una provocación electoral dirigida por el AKP, podría pasar factura a ambas partes: el AKP puede perder votos en las zonas kurdas y el HDP puede perder el apoyo de algunos turcos liberales indecisos.

Todos estos problemas no parecen afectar a la única cosa segura entre los kurdos-marxistas: el liderazgo ideológico de Öcalan. A pesar de estar encarcelado desde 1999, el propio Bayik declaró al diario turco Cumhuriyet que “la única persona que puede persuadir (a los militantes) para abandonar las armas es el líder Apo”. La implementación de su hoja de ruta, más compleja de aceptar para algunos de sus grupos más radicales, sí que podría generar controversia. “Los kurdos confían en Öcalan y sus organizaciones -como las milicias urbanas YDG-H- no deben tomar decisiones propias. Si no tienen cuidado, y no hacen lo que diga Öcalan, pueden hacerle perder poder, algo que puede ser muy peligroso para el proceso”, subraya Aktay.

Mientras los políticos y militantes discuten la mejor vía para solucionar el conflicto, la sociedad aún sigue guardando las distancias, tal vez el gran reto para conformar el marco idóneo para la paz. Hoy, alejados los oscuros años 90, aún es común sentir el miedo que produce a los turcos el sureste de Anatolia. Muchos sólo conocen lo que es por las informaciones -en bastantes casos propagandísticas- de los grandes medios. Tampoco en las universidades la situación es halagüeña: los grupos están divididos por etnias, los kurdos con kurdos y los turcos con todos menos con los kurdos.

La desconfianza latente entre ambas comunidades insinúa un error de los principales actores político-sociales de Anatolia: kurdos y turcos. Mientras Erdogan y el PKK se acusan mutuamente de arruinar el proceso, muchos turcos aún no se creen la versión autonómica kurda. Desconfían de ellos como estos lo hacen del Presidente: piensan que la educación en lengua kurda conllevará que no aprendan turco y la autonomía terminará con la independencia. Desde 1993, cuando el PKK rechazó la creación de un Estado, la mayoría de los kurdos reclaman un cambio en la estructura del país, un gobierno dentro de otro gobierno o una gran autonomía. Esa es la meta declarada, obtener la mayor independencia posible reconociendo una amarga realidad: Turquía es esencial para Occidente y las fronteras difícilmente cambiarán. Así, en una reciente entrevista en el canal AlJazeera, Cemil Bayik tenía claro que la nueva era favorece a sus objetivos, y, sin pedir un país, aseveró que “los turcos no van a controlar a los kurdos nunca más”.