Diez años después del 11-S, lo misterioso no es que tantos musulmanes hayan recurrido al terrorismo, sino que tan pocos se hayan incorporado a la yihad de Al Qaeda.

 

El coche de alquiler giró hacia la acera por detrás de la secretaría de admisiones y recorrió lentamente el camino de ladrillo entre el comedor y el departamento de Inglés, a unos pasos de mi despacho. En la radio del vehículo sonaba Más allá del tiempo, una optimista canción alemana de baile. El conductor, Mohammed Taheri Azar, acababa de graduarse en la Universidad de Carolina del Norte (EE UU) tres meses antes, así que conocía bien el campus. Al otro lado del comedor había una explanada conocida como “el pozo”, en la que los estudiantes estaban descansando durante la hora de la comida de un cálido día de invierno, a principios de 2006. Taheri Azar tenía planeado matar a todos los que pudiera.

No llevaba más armas que un cuchillo, un spray de pimienta y el todoterreno que había alquilado para atropellar a la gente sin quedarse con los cuerpos empotrados. Cuando llego al pozo, Taheri Azar aceleró y dio volantazos para alcanzar a los que intentaban apartarse de su camino. Golpeó con el parachoques a varios alumnos, y otros volaron contra el capó y el parabrisas. Al llegar al extremo de la explanada, giró a la izquierda, atropelló a otro par de estudiantes delante de la biblioteca y aceleró para marcharse a toda prisa justo debajo de mi ventana.

Taheri-Azar bajó por la colina que da su nombre a la ciudad de Chapel Hill, aparcó en un barrio tranquilo y residencial y marcó el 911 en el teléfono. "Señor, acabo de atropellar a varias personas con un vehículo", dijo al telefonista. "No llevo encima armas ni nada; pueden venir a detenerme".

¿Por qué lo ha hecho?, preguntó el policía que le descolgó el teléfono. "La verdad es que para castigar al gobierno de Estados Unidos por sus acciones en todo el mundo". ¿O sea que lo ha hecho para castigar al Gobierno? "Sí, señor". De acuerdo con las instrucciones del operador, colocó el teléfono sobre el capó del coche, se puso las manos en la cabeza y aguardó a que llegasen los agentes.

 

AFP/Gettyimages

 

Esa mañana, antes de salir de su apartamento, Taheri Azar había dejado en su cama una carta en la que explicaba sus acciones con más detalle:

“En vista de las muertes de hombres y mujeres creyentes causadas por órdenes del gobierno de EE UU, he decidido aprovechar mi presencia en territorio estadounidense el viernes, 3 de marzo de 2006, para matar a todos los americanos y simpatizantes de América que pueda con el fin de castigar a Estados Unidos por sus acciones inmorales en todo el mundo.

En el Corán, Alá afirma que los hombres y mujeres creyentes tienen permiso para asesinar a cualquiera que sea responsable de matar a otros creyentes. Sé que el Corán es una escritura sagrada legítima y autorizada, porque la ciencia moderna la ha validado y además tiene matemáticamente encriptado el número 19, más allá de la comprensión humana. Después de mucha contemplación y reflexión, he tomado la decisión de ejercer el derecho a las represalias violentas que Alá me concede en toda la medida que me sea posible en estos momentos.

He escogido el lugar concreto del campus universitario como objetivo porque sé que es muy probable que mate a varias personas antes de que me maten o me encarcelen si es la voluntad de Alá. Los mandamientos de Alá no deben ponerse jamás en duda y todos sus mandamientos deben obedecerse.”

Aquel día, nueve personas acabaron con huesos rotos o sufrieron otras heridas. Por suerte, no murió nadie, pero la cosa podía haber sido peor. En un principio, Taheri-Azar había planeado unirse a los insurgentes en Afganistán o Irak; le desanimaron las restricciones para obtener el visado y viajar a esos dos países. Luego estudió la posibilidad de entrar en el Ejército y arrojar una bomba nuclear sobre Washington, pero se dio cuenta de que tenía la vista demasiado mal para que le aceptaran como piloto militar. Calibró la opción de disparar al azar contra los estudiantes en la universidad. Sus cartas desde la prisión indican que pensó en atacar el comedor en el que suelo almorzar.

En las semanas anteriores a su asalto, Taheri Azar probó una pistola con visor láser en un campo de tiro cercano, pero le dijeron que no podía comprarla sin un permiso. Habría podido adquirir un fusil sobre la marcha solo con rellenar unos formularios del gobierno federal, pero estaba empeñado en comprar una pistola Glock. Al volver a su piso empezó a rellenar la solicitud de licencia, pero lo dejó cuando se enteró de que necesitaba que tres amigos dieran fe de su solvencia moral. "El proceso de recibir un permiso de armas en esta ciudad es muy restrictivo, y fuera de mi alcance por el momento", se quejaba Taheri Azar en la carta que dejó sobre la cama para la policía. Meses más tarde, en la cárcel, racionalizaba su decisión: "La pistola podía haber funcionado mal, y si la hubiera comprado habría llamado la atención del FBI, lo cual podría haber desbaratado los planes de atentado". Es posible que Taheri Azar haya sido el único terrorista del mundo para el que las leyes de control de armas fueron un disuasorio.

La incompetencia de Taheri Azar como terrorista resulta desconcertante. Es de suponer que una persona que estaba dispuesta a matar y morir por su causa y que llevaba meses planeando un atentado podría haber encontrado una manera más eficaz de hacerlo. ¿Por qué no fue capaz de obtener un arma de fuego ni de improvisar un explosivo o cualquiera de los cientos de métodos asesinos que todos conocemos por las películas, las series de televisión e Internet, para no hablar de los informativos? Y, una vez que decidió atropellar a gente con su coche, ¿por qué escogió un lugar con tan poco sitio para acelerar?

Aún más desconcertante es que no veamos más terrorismo de este tipo, tras 10 años de la guerra contra el terror emprendida por Estados Unidos en respuesta a los atentados del 11 de septiembre de 2001. Si todo coche es un arma en potencia, ¿por qué no hay más ataques con vehículos? Los coches-bomba existen desde los años veinte, cuando estalló el primero en Wall Street, en Nueva York, pero para ellos hace falta cierto grado de habilidad. Por el contrario, para cometer un asesinato pasando con un vehículo no hace falta ser muy hábil. Los asesinatos cometidos con coches existen desde que se inventó el automóvil, y su utilización política quedó inmortalizada en una famosa película de 1966 La batalla de Argel, en la que dos revolucionarios argelinos se estrellan contra una parada de autobús llena de colonos franceses. Sin embargo, son pocos los que recurren a esta forma tan accesible de terrorismo. Entre los varios millones de musulmanes que viven en EE UU da la impresión de que el primero en intentarlo fue Taheri Azar, y hasta ahora no ha tenido más que dos posibles imitadores,  con una sola muerte como resultado (el juicio de Omeed Popal, que mató a un peatón, lleva varios años de retrasos porque el tribunal está tratando de dilucidar si tiene la capacidad mental necesaria para ser juzgado). Y, además de los coches, existen muchas otras armas terroristas fáciles de conseguir. Un manual para terroristas islámicos publicado en la Red en 2006 enumeraba 14 “herramientas sencillas” que "son fáciles de utilizar y están al alcance de cualquiera que desee luchar contra el enemigo ocupante"; entre ellas están "atropellar a alguien con un coche" (número 14) e "incendiar casas o dormitorios mientras están durmiendo" (número 10).

Si los métodos terroristas son tan fáciles de obtener como los automóviles, ¿por qué hay tan pocos terroristas islámicos? Vistas las muertes y la destrucción causadas por los terroristas, la pregunta puede parecer absurda. Pero, si existen más de mil millones de musulmanes en el mundo, muchos de los cuales, supuestamente, odian a Occidente y desean ser mártires, ¿por qué no vemos atentados en todas partes, todos los días?

Los terroristas islamistas también se hacen estas preguntas. En su opinión, Occidente está llevando a cabo un ataque masivo contra las sociedades musulmanas desde hace generaciones, mucho antes del 11-S. Dicho ataque consiste en invasiones militares, dominación política, dependencia económica y decadencia cultural, y es más agresivo cada año que pasa, según ellos. Los islamistas ofrecen una solución: el establecimiento del gobierno islámico. Los islamistas revolucionarios proponen una estrategia para lograrlo: la insurrección armada. Y los revolucionarios terroristas presentan una táctica para desencadenar la insurrección: los atentados contra civiles. Son ataques que pretenden desmoralizar al enemigo, construir la seguridad de los musulmanes en sí mismos y provocar una escalada del conflicto, hasta que los musulmanes comprendan que la insurrección armada es la única vía para defender el islam.

Pero a los terroristas islamistas les preocupa ver que las cosas no han salido como preveían. Los atentados no han hecho que los musulmanes se rebelen. Los líderes se quejan sin cesar: "¿Por qué no hay más musulmanes en la resistencia contra el asalto de Occidente? ¿Qué más provocaciones necesitan para responder al llamamiento a las armas?

El difunto Osama bin Laden hablaba de ello con frecuencia. "Cada día, las ovejas del rebaño confían en que los lobos dejen de matarlas, pero sus plegarias no tienen respuesta", declaró en mayo de 2008. "¿Cómo no puede ver cualquier persona racional que hacen mal en confiar de esa forma? Pues esa es nuestra situación". Bin Laden y Ayman al Zawahiri, su sucesor en la dirección de Al Qaeda, han llenado sus declaraciones de un tono triunfalista e inspirador, pero dejan entrever su decepción. "No hay excusa para que nadie permanezca hoy al margen de la batalla", amonestó Al Zawahiri en un vídeo difundido por Internet en 2007. "Seguimos siendo prisioneros, reprimidos por las esposas de las organizaciones y fundaciones [del islam oficial], que nos impiden entrar en combate. Debemos destruir todas las esposas que se interpongan entre nosotros y nuestra obligación personal".

Un vídeo de reclutamiento realizado por Al Qaeda en 2008 lamenta: "Hermano mío en Alá, dime, ¿cuándo vas a indignarte? Si, a pesar de que violan nuestras cosas sagradas y destruyen nuestros lugares emblemáticos, no te has indignado; si, a pesar de que matan nuestra caballerosidad y pisotean nuestra dignidad, y se acaba nuestro mundo, no te has indignado, dime, ¿cuándo vas a indignarte?" Concluye con una pulla contra quienes no son lo bastante hombres como para unirse a la yihad: "Entonces, vive como un conejo y muere como un conejo".

Otros terroristas han lanzado insultos similares en su intento de incitar a los musulmanes a la actividad revolucionaria. "¿Qué le pasa a la umma [la comunidad de los creyentes] musulmana actual?", se quejaba el grupo paquistaní Harkat ul Mujahideen en su página web. "¡Cuando los kuffar [los no musulmanes] ponen la mano encima a sus hijas, los musulmanes no levantan ni un dedo para ayudarlas!" Abu Musab al Suri, un estratega muy leído de la revolución islámica, ha dicho que es "lamentable" que tan pocos musulmanes -solo uno de cada millón, según sus cálculos- se hayan comprometido con la lucha en Afganistán.

No siempre son quejas nuevas: los propulsores de la yihad violenta llevan decenios insultando y culpabilizando a sus hermanos musulmanes. Sayyid Qutb, el evangelista egipcio que inspiró toda una generación de movimientos islámicos, llegó a declarar en los 70 que "la comunidad musulmana se extinguió hace siglos". Hasta que no haya una revolución que establezca un gobierno islámico, los musulmanes no tendrán derecho a llamarse a sí mismos "creyentes".

Los llamamientos de Qutb concebían la yihad como un deber colectivo. Sin embargo, en los 80, los militantes islamistas empezaron a refinar sus opiniones religiosas. "Hoy, la yihad es un deber individual de todo musulmán", escribió Muhammad abd al Salam Faraj, el principal ideólogo del grupo que asesinó al presidente egipcio Anwar Sadat en 1981. Dicha obligación solo puede cumplirse mediante "el enfrentamiento y la sangre". Abdulá Azzam, uno de los organizadores de la yihad panislámica de aquella década contra los soviéticos en Afganistán, dijo que la participación en la batalla -ir físicamente a luchar, concretó, no limitarse a enviar dinero- era un deber individual que "corresponde a todos los musulmanes de la Tierra, hasta que la tarea esté completa y hayamos expulsado a los rusos y comunistas de Afganistán. Este pecado es un peso que afecta a todo el mundo". En 1998, Bin Laden y sus colegas emplearon un lenguaje parecido al declarar la guerra contra Estados Unidos: “La decisión de matar a los estadounidenses y sus aliados -civiles y militares- es una obligación individual de cada musulmán que pueda hacerlo, en cualquier país en el que sea posible".

Hace ya varias décadas que los terroristas islamistas dicen que los musulmanes tienen el deber de participar en la yihad armada: contra sus propios gobernantes, contra los soviéticos, contra los estadounidenses. La orden la han obedecido decenas de miles, puede que unos 100.000 durante el último cuarto de siglo, según el Departamento de Seguridad Interior de Estados Unidos. Es un número importante de militantes violentos, aunque la mayoría de ellos recibiera escasa formación real y acabara por abandonar el movimiento. Al mismo tiempo, más de mil millones de musulmanes -mucho más del 99%- han ignorado el llamamiento. Por supuesto, es un fenómeno típico de todos los movimientos revolucionarios: son pocos los que consiguen reclutar más que a una pequeña parte de sus respectivas poblaciones. Los terroristas de izquierdas como los Weathermen en Estados Unidos, la Facción del Ejército Rojo en Alemania Occidental y las Brigadas Rojas en Italia tuvieron todavía menos éxito, puesto que no pasaron de unos cuantos miles de militantes en su momento de apogeo, durante los 70 y 80. El mayor éxito a la hora de reclutar gente suelen tenerlo los movimientos de tipo territorial, como el Ejército Republicano irlandés (IRA), el grupo vasco Patria y Libertad (ETA) y el grupo palestino Hamás, cuyo brazo militar ha crecido desde que se apoderase de Gaza en 2007 hasta contar aproximadamente con 1 de cada 100 residentes. En cambio, según mis cálculos, los terroristas de la yihad islamista mundial han logrado reclutar a menos de 1 de 15.000 musulmanes durante el último cuarto de siglo y a menos de 1 de cada 100.000 musulmanes desde el 11-S.

Las dificultades para reunir gente han creado un obstáculo que dificulta la táctica preferida de los terroristas islamistas, los atentados suicidas. Estas organizaciones suelen proclamar que tienen listas de espera de voluntarios deseosos de ser mártires, pero, si eso es verdad, las listas no son muy largas. El organizador de Al Qaeda Khalid Sheikh Mohammed lo dejó claro, sin darse cuenta, durante una entrevista realizada en 2002, varios meses antes de su captura. Mohammed estaba presumiendo de la capacidad de Al Qaeda para reclutar a voluntarios destinados a las "misiones mártires", como llaman los terroristas islamistas a los atentados suicidas. "Nunca nos faltaron posibles mártires. Es más, tenemos un departamento llamado Departamento de Mártires".

"¿Existe aún?", preguntó Yosri Fouda, un periodista de Al Yazira al que habían llevado, con los ojos vendados, al apartamento de Mohammed en Karachi, Pakistán. "Sí, y seguirá existiendo mientras continuemos la yihad contra los infieles y los sionistas. Tenemos montones de voluntarios. Nuestro problema ha sido escoger a las personas apropiadas, que estuvieran familiarizadas con Occidente". Lo significativo es que hablaba de "montones", no de centenares, y que en su mayoría no estaban preparados para ejecutar misiones terroristas en Occidente. Tras la captura de Mohammed y después de que la CIA emplease con él técnicas de interrogatorio avanzadas, unos métodos que el gobierno de Estados Unidos había denunciado y calificado de tortura durante décadas, varios funcionarios federales testificaron que Mohammed había llegado a entrenar a 39 agentes para misiones suicidas y que en los atentados del 11-S habían participado 19 secuestradores "porque era el máximo número de operativos que el jeque Mohammed pudo encontrar y enviar a EE UU antes de esa fecha". Según un responsable antiterrorista de la Casa Blanca, los planes iniciales para el 11-S incluían un ataque simultáneo en la costa oeste del país, pero Al Qaeda no pudo encontrar suficientes personas capacitadas para cometerlo. Da la impresión de que la afirmación de Mohammed de que a la organización "nunca le faltaron posibles mártires" era una bravuconada.

Desde el 11-S, el poder de convocatoria de los terroristas se ha reducido todavía más. De acuerdo con las autoridades estadounidenses, durante los cinco años anteriores de gobierno talibán habían pasado decenas de miles de reclutas por los campos de entrenamiento terroristas en Afganistán. Sin embargo, después del 11-S, las cifras disminuyeron de forma considerable. Según declaraciones recientes, los responsables de los servicios de inteligencia estadounidenses calculan que, en las regiones fronterizas del noroeste de Pakistán, la mayor concentración mundial de campamentos terroristas, se ha preparado a menos de 2.000 combatientes. Los militantes entrevistados por periodistas paquistaníes dicen que la mayoría de los campamentos de la región no tienen más que entre una y tres docenas de hombres (si los campos fueran más grandes, constituirían blancos fáciles para los satélites de vigilancia y los misiles de EE UU). En Irak se entrenó a cientos de luchadores extranjeros, pero esa ruta se cerró cuando las tribus de la provincia de Anbar abandonaron la rebelión en 2006. Algunos responsables de espionaje han dicho públicamente que hay otros cientos de combatientes entrenándose en campos en Yemen y Somalia. En total, da la impresión de que existen unos cuantos miles de terroristas musulmanes en el mundo; no es una cifra insignificante, pero mucho menor que la de hace una década.

El terrorismo no constituye más que una mínima proporción de la violencia mundial. Cada día, según la Organización Mundial de la Salud, mueren alrededor de 150.000 personas en el mundo. El Centro Nacional de Antiterrorismo de Estados Unidos calcula que el terrorismo islamista se cobra menos de 50 vidas al día, y menos de 10 fuera de Irak, Pakistán y Afganistán. En comparación, cada día mueren aproximadamente 1.500 personas por violencia cometida por civiles, además de otras 500 por la guerra, 2.000 por suicidios y 3.000 en accidentes de tráfico. Otras 1.300 personas mueren a diario por desnutrición. Incluso cuando Irak contaba con el mayor índice de atentados terroristas del mundo, estos causaban menos de un tercio de las muertes violentas en total. En otras palabras, el terrorismo no es una de las principales causas de muerte en el planeta. Si queremos salvar vidas, sería mejor dedicar una pequeña parte de los presupuestos de antiterrorismo a comprar mosquiteras.

Taheri Azar se había incorporado como voluntario a la causa de la yihad. Nadie le reclutó. Ninguna organización se dio la bienvenida. Ningún camarada le hizo jurar solidaridad. Él solo conocía el terrorismo islamista a través del prisma de los medios de comunicación mundiales, pero eso bastó para convencerle de que debía sacrificar su vida.

No importó que su conocimiento del islam fuera limitado y enormemente confuso. Al parecer, no conocía la diferencia entre los suníes y los chiíes, y no sabía que Al Qaeda y otros combatientes suníes le considerarían no musulmán porque es chií. Taheri Azar no hablaba árabe, y en sus cartas manuscritas desde la cárcel escribía "al Quaeda" en vez de Al Qaeda (la "e" es una transcripción legítima de la letra árabe correspondiente, pero la "u" no; seguramente el error se debió al autocorrector de Microsoft Word, en el que, por lo visto, confiaba más que en cualquier fuente islámica). Taheri Azar sacó sus justificaciones coránicas de una edición en inglés traducida por Rashad Khalifa, que murió asesinado en Arizona en 1990, un crimen que los seguidores de Khalifa atribuyen a militantes vinculados a Al Qaeda. En sus cartas desde la cárcel, Taheri Azar enumeraba sus canciones y discos favoritos; los militantes islamistas consideran que la música occidental es frívola y pecaminosa. Es decir, Taheri Azar no sabía prácticamente nada de la ideología islamista por la que estaba dispuesto a matar y morir.

Si es posible reclutar a terroristas como él solo a través de libros e Internet, ¿por qué no se producen más atentados? ¿Qué retiene a la gente? En mi opinión, existen cinco respuestas.

La primera y más evidente es que la mayoría de los musulmanes se opone a la violencia terrorista. Según sondeos publicados por Gallup y el Pew Global Attitudes Project, el apoyo a los ataques contra civiles es una postura minoritaria en casi todas las comunidades musulmanas (en cambio, una encuesta de 2006 concluyó que el 24% de los estadounidenses consideran justificados los ataques contra civiles). Pero, con que solo el 10% de los mil millones de musulmanes apoyara el terrorismo, lo normal sería ver mucha más actividad terrorista de la que hay.

La segunda respuesta es que gran parte del apoyo al radicalismo islamista es suave. Al Qaeda y Bin Laden pueden ser radical sheik en el mismo sentido que Che Guevara y Malcolm X son radical chic: unos objetos de cultura pop con aspiraciones más que inspiración para la militancia revolucionaria. La experta en terrorismo Jessica Stern lo compara con la moda del gangsta rap: "Casi ninguno de los jóvenes atraídos por la idea de la yihad está dispuesto a convertirse en terrorista, del mismo modo que los jóvenes que escuchan gangsta rap no cometen los crímenes escabrosos que las letras parecen fomentar". Quedó patente, por ejemplo, en los tablones de anuncios que narraban la historia de una visión que se decía que había tenido Bin Laden a los nueve años. En ese sueño, al parecer, un ángel le dijo que iba a desempeñar un papel crucial en una lucha de titanes contra Occidente. Los revolucionarios islamistas no fueron los únicos que dieron una gran acogida a la historia. En un entusiasta comentario publicado en Internet, aparecían imágenes de una mujer de larga cabellera negra y un modelo masculino con mechas rubias. "Aleluya", escribía alguien cuyo icono era una mujer rubia con el vientre al descubierto. Era un ejemplo de radical sheik: personas impresionadas por Bin Laden, pero que no compartían sus costumbres islámicas conservadoras y que no estarían dispuestas a plasmar su apoyo simbólico en una actuación estratégica.

Incluso entre los militantes que comparten con los terroristas el objetivo de establecer un Estado islámico estricto, Al Qaeda tiene competencia. Los revolucionarios islamistas están divididos, y esa es una tercera razón para que su número sea relativamente pequeño. Sus peores rivales son los revolucionarios islamistas locales, como los talibanes afganos y el grupo palestino Hamás, que rehúyen el programa mundial de Al Qaeda y le arrebatan parte de sus apoyos y sus bases. Los talibanes y Hamás tienen objetivos específicos de sus respectivos territorios y no desean ampliar el conflicto a objetivos occidentales fuera de sus fronteras.

los terroristas islamistas no son muy numerosos, y en su mayoría son incompetentes

Además de los rivales revolucionarios, Al Qaeda tiene que hacer frente a la competencia de otros movimientos islámicos más liberales. El cuarto motivo por el que hay pocos yihadistas es que la mezcla de política democrática y conservadurismo cultural es mucho más popular entre los musulmanes que la violencia antidemocrática de los revolucionarios. Algunos observadores opinan que las organizaciones islámicas democráticas son tapaderas de la violencia revolucionaria y, en algunos casos, lo son, pero es mucho más frecuente que sean blancos de la violencia revolucionaria. En junio de 2009, por ejemplo, un joven armado con explosivos entró en el seminario de Jamia Naeemia en Lahore, Pakistán, justo después de la oración de mediodía. Llegó hasta el despacho del director, un estudioso islámico llamado Sarfraz Naeemi, y allí hizo explotar la bomba, que mató a Naeemi y unas cuantas personas más, incluido el propio terrorista. Habían designado a Naeemi como objetivo por su oposición activa a los revolucionarios islamistas. Varias semanas antes, había participado en dos grandes convenciones de estudiosos paquistaníes del islam que habían condenado "el asesinato de quienes tienen opiniones discrepantes" por ser "manifiestamente contrario al islam" y habían protestado por la muerte de varios estudiosos islámicos. Sin embargo, Naeemi militaba en un partido político islámico que pretendía instaurar la sharia como ley civil, pero mediante elecciones, no con métodos revolucionarios. Eso había hecho que los terroristas le considerasen una amenaza.

La inquietud por su impopularidad divide a los revolucionarios. Algunos han reaccionado convirtiéndose al liberalismo, mientras que otros han intensificado sus intentos, cada vez más repugnantes, de purificar la sociedad mediante la violencia. Han atacado cafés que consideran decadentes, bodas que no observan los rituales que consideran ortodoxos y mezquitas que no siguen su credo. Esta escalada es un intento deliberado de "arrastrar a las masas a la batalla", según el estratega de Al Qaeda, Abu Bakr Naji. "Debemos hacer que esta batalla sea muy violenta, que la muerte esté a la vuelta de la esquina, para que los dos grupos se den cuenta de que luchar en este combate desembocará muchas veces en la muerte. Ese será un poderoso motivo para que cada individuo prefiera luchar con el bando que está en posesión de la verdad con el fin de tener una buena muerte, que es mejor que morir en nombre de falsedades y salir derrotado en este mundo y el próximo".

Pero esta estrategia les ha salido mal. Cuanto más atacan los terroristas a musulmanes, más impopulares se vuelven; y ese es el quinto motivo por el que son tan pocos. Cuando los terroristas pusieron una bomba en una boda en Ammán, la actitud favorable de los jordanos respecto a Al Qaeda disminuyó dos tercios. Cuando los terroristas atentaron contra un café en Casablanca, la confianza de los marroquíes en Bin Laden se redujo a la mitad. A medida que las campañas terroristas en Pakistán se han intensificado, la oposición pública a la violencia contra la población civil se ha multiplicado por más de dos. No es extraño que los movimientos revolucionarios más populares hoy en Oriente Medio no sean los de los terroristas islamistas sino las revueltas democráticas de la Primavera Árabe, que ofrecen la emocionante imagen de la derrota de unos gobernantes corruptos y opresores mediante protestas pacíficas. ¿Para qué ponerse un chaleco cargado de explosivos si se está demostrando que las manifestaciones y las sentadas son más eficaces?

Lo malo es que los terroristas son verdaderamente tenaces. No les disuaden ni condenas de cárcel, ni técnicas avanzadas de interrogatorio, ni la perspectiva de morir. Consideran que Estados Unidos es su enemigo mortal y les gustaría matar a todos los estadounidenses posibles de la forma más espectacular posible. Cuanto más sigo sus páginas web, veo sus vídeos y leo sus manifiestos y foros de debate, más comprendo lo brutales e inhumanos que son estos individuos. Conviene tomarlos muy en serio.

No obstante, también hay buenas noticias, que muchas veces pasan inadvertidas: los terroristas islamistas no son muy numerosos, y en su mayoría son incompetentes. Luchan entre sí tanto como contra los demás y, sobre todo, luchan contra los Estados que podrían patrocinarlos. Están proscritos y huidos en casi todos los países del mundo, y sus bases son ya meros fragmentos remotos de territorio, donde tienen que limitar sus entrenamientos para eludir la vigilancia por satélite. Cada uno o dos años consiguen cometer un atentado bien preparado en algún lugar, además de sus actos cotidianos de violencia, pero las posibilidades de que vuelvan a tener la suerte de llevar a cabo una operación como la del 11-S son muy escasas, dado que ningún otro atentado en la historia del terrorismo islamista ha matado a más de 400 personas y solo una docena de ellos han matado a más de 200. Un atentado con armas de destrucción masiva sería devastador, pero increíblemente difícil de realizar, lo cual explica con toda probabilidad por qué no se ha producido.

Habrá más atentados, y algunos quizá logren matar a cientos de personas, incluso miles. El año pasado, Faisal Shahzad estuvo a punto de conseguirlo, cuando llenó un vehículo de explosivos y lo estacionó junto a Times Square en Nueva York. Como en el caso del terrorista que atravesó el campus en Chapel Hill, la incompetencia impidió que le saliera bien: Shahzad utilizó como detonadores unos petardos defectuosos. Puede que en el futuro no tengamos tanta suerte. Pero, aunque consigan matar a miles de personas, estos atentados no ponen en peligro nuestra forma de vida, mientras nosotros no se lo permitamos.

Charles Kurzman, catedrático de sociología en la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill, es autor de The Missing Martyrs, de donde está adaptado este ensayo.

 

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