Poner fin a la dominación masculina puede ser más difícil que acabar con un dictador.

En muchos aspectos, 2011 ha sido el Año de la Mujer Árabe. Desde los primeros días de la rebelión que empezó el pasado mes de diciembre en Túnez, las mujeres han estado en primera línea de las protestas, encabezando manifestaciones, escribiendo comentarios apasionados en blogs, informando de los disturbios como periodistas, poniendo en marcha campañas en los medios sociales, introduciendo municiones de contrabando y cuidando a los heridos. Cuando la yemení Tawakkul Karman recibió el Premio Nobel de la Paz –la primera mujer árabe en obtenerlo –, tuvo un recuerdo entusiasta para sus numerosas hermanas árabes, que han luchado “para conquistar sus derechos en una sociedad dominada por la supremacía de los hombres”.

Sin embargo, en la región, las mujeres se quejan de que derrocar a los dictadores está resultando más sencillo que dar un vuelco a la omnipresente supremacía masculina. Gamila Ismail, destacada activista y política egipcia, lo resumió al abandonar la carrera para las elecciones parlamentarias, indignada tras enterarse de que la iban a colocar en tercer lugar de la lista en su distrito, un puesto que no iba a salir elegido. “Las mujeres tuvimos un papel muy importante antes, durante y después de la revolución, y hoy no podemos aceptar esto”, lamentó en una entrevista en televisión. (Se presentó como candidata independiente y perdió por muy poco.) En Túnez, unas activistas descontentas han formado el Frente del 24 de octubre, para defender los derechos de las mujeres tras la victoria electoral de los islamistas. “Queremos una constitución que respete los derechos de la mujer y no deshaga los avances conseguidos”, dijo una manifestante tunecina.

Las mujeres árabes están en una situación difícil desde múltiples puntos de vista. En primer lugar, están las arraigadas costumbres patriarcales que las reprimen. El patriarcado no es exclusivo de los países árabes, desde luego, pero está muy asentado. Lo complica el hecho de que, durante decenios, la defensa de los derechos de la mujer estuvo asociada a los regímenes autoritarios ahora desacreditados: en Egipto, Suzanne Mubarak dirigía una ONG de mujeres vinculada al Estado; la odiada peluquera y primera dama de Túnez, Leila Ben Alí, era presidenta de la Organización de Mujeres Árabes, un órgano intergubernamental patrocinado por la Liga Árabe; y tanto Asma al Assad, esposa del presidente sirio, como la reina Rania de Jordania han trabajado en cuestiones relacionadas con la mujer. El ascenso y el aumento de poder político de los partidos islamistas que se oponen a las leyes existentes para las mujeres por motivos religiosos plantea serias dificultades para ellas. Aunque el activismo femenino ha sido muy importante en las revueltas árabes, no existen garantías de que las activistas vayan a poder transformar su compromiso en ganancias económicas, sociales y políticas a largo plazo. Es más, en algunos países, hay razones para temer que los derechos de las mujeres se erosionen.

Un caso simbólico es el de Libia. En la ceremonia que conmemoró la liberación oficial del país en octubre, uno de los primeros anuncios que hizo Mustafá Abdel Jalil, líder del Consejo Nacional Libio de transición, fue que se anularía cualquier ley que contradijera la sharia. En concreto, dijo que, a partir de ahora, la poligamia iba a ser legal, un anuncio que provocó los vítores y los disparos jubilosos de una muchedumbre compuesta en su mayor parte por hombres. Las mujeres libias expresaron su sorpresa y su decepción y se preguntaron por qué, con los acuciantes problemas que padece el país, el restablecimiento de la poligamia tenía que ser una prioridad (los responsables de la OTAN también se lo preguntaron). Aunque la poligamia era legal, en teoría, en tiempos de Gadafi, estaba desaconsejada, y hoy su práctica no está muy extendida, pero las cosas pueden cambiar. Las estudiantes universitarias, que en general se califican de devotas, han prometido combatir este retroceso.

En Egipto, varios sucesos ocurridos en el último año ponen de relieve que los derechos de la mujer constituyen una cuestión conflictiva en el país. Las estimulantes imágenes de solidaridad entre los sexos en la Plaza de Tahrir, en los primeros tiempos de la revolución, dejaron paso enseguida a desagradable episodios de acoso personal. Una manifestación planeada con precipitación el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, convocó a unos cuantos centenares de mujeres, pero también a una serie de hombres enfurecidos que se dedicaron a empujar a las manifestantes y a gritarles que se fueran a casa, porque sus demandas de derechos eran contrarias al islam. Más o menos por aquel entonces, el Ejército egipcio detuvo a decenas de mujeres y, en una actuación puramente intimidatoria, sometió a muchas de ellas a “pruebas de virginidad”. En el plano político, las egipcias han estado excluidas de los órganos de toma de decisiones desde la caída de Hosni Mubarak, y da la impresión de que son muy pocas, o ninguna, las que obtendrán escaños en las elecciones parlamentarias. A su escaso éxito ha contribuido la decisión del Ejército de eliminar la cuota existente en tiempos de Mubarak, que garantizaba 64 escaños a las mujeres. La medida representó un retroceso en la participación política de las egipcias, pese a que la política de cuotas tenía poca credibilidad porque se había utilizado para premiar a los leales a Mubarak.

Los buenos resultados de los partidos islamistas en la primera vuelta de las elecciones parlamentarias egipcias preocupan a las mujeres. Los ultraconservadores grupos salafistas, que obtuvieron un sorprendente 20% de los votos, no tienen reparos en oponerse a que las mujeres deban desempeñar un papel moderno en la sociedad. Un dirigente salafista se negó a aparecer en un programa televisivo de entrevistas políticas mientras la presentadora no se pusiera un pañuelo. Otro criticó la norma impuesta por el Gobierno de incluir a mujeres en las listas electorales y la calificó de “perversa”, a pesar de que Emad Abdel Ghafour, responsable de al Nour, el principal partido salafista, dijo que su grupo sí acepta tener candidatas. Pero las mujeres salafistas que se presentaron tuvieron cuidado de no mostrar el rostro en los carteles electorales y lo sustituyeron por imágenes de flores; además, el partido las agrupó de forma deliberada en la parte inferior de las listas, con pocas probabilidades de obtener escaño. Un jeque salafista declaró hace poco que las mujeres no debían llevar zapatos de tacón en público. Junto a las afirmaciones sobre la intención de prohibir el alcohol y limitar el turismo en las playas, son medidas contra las mujeres que inquietan a los liberales.

Los ultraconservadores grupos salafistas, con el 20% de los votos, no tienen reparos en oponerse a que las mujeres deban desempeñar un papel moderno en la sociedad

Pero los liberales tampoco han sido grandes defensores de los derechos de las mujeres en Egipto. La decisión, aprobada en 2000, de concederles el derecho al divorcio no culpable (antes, tenían que superar el complicado obstáculo legal de demostrar que había malos tratos o abandono), se encontró con las críticas de los grupos islamistas y también de varios laicos, que dijeron que debilitaba la familia. Otros cambios habidos en las leyes que afectan a la condición individual y que han beneficiado a las mujeres durante la última década, en particular una ampliación de los derechos de custodia, son cada vez más objeto de críticas. Los detractores de estas leyes las ridiculizan y las llaman las “leyes de Suzanne”, por Suzanne Mubarak. Dicen que están hechas para contentar a las amigas acomodadas de la ex primera dama, y les atribuyen el aumento de divorcios en el país. Dados los ataques que sufren estas leyes desde todos los rincones del espectro político, es probable que el nuevo parlamento las modifique, y no para bien de las mujeres.

La situación parece estar mejor en Túnez. Los liberales y los laicos están muy preocupados por el ascenso de al Nahda, el principal partido islamista del país, y advierten de que podría conducir a revocar los derechos de la mujer. Desde los 50, las tunecinas han disfrutado de los derechos legales más amplios de la región, incluyendo un matrimonio relativamente progresista, divorcio, acceso a métodos anticonceptivos y aborto. Desde que volvió a Túnez a principios de este año, Rached Ghannouchi, el líder de al Nahda, se ha esforzado en tratar de convencer a los tunecinos de que su partido no va a intentar cambiar las leyes que afectan a la condición individual. Sin embargo, algunos acusan al partido islamista de ocultar sus verdaderas intenciones tras una retórica de moderación, una acusación que no impidió que al Nahda obtuviera la victoria con el 41% de los votos en los comicios de octubre. Gracias a unas normas electorales que exigen que se las coloque en puestos favorables en las listas, las mujeres consiguieron el 23% de los escaños en el Parlamento, una proporción más alta que en el Congreso de Estados Unidos. Casi todas pertenecen a al Nahda y seguramente respetarán las opiniones tradicionales de su partido sobre las mujeres, pero, por lo menos, la presencia de un número tan elevado da normalidad al hecho de que las mujeres tengan un papel político activo. Además, hasta ahora, Ghannouchi y otros dirigentes de al Nahda se han centrado deliberadamente en los esfuerzos para reanimar la economía, producir empleo y tranquilizar a los inversores extranjeros. Al Nahda ha formado una coalición con los partidos liberales y, para conservarla, tendrá que seguir prestando atención a la economía y los derechos humanos, en vez de dejarse empantanar en controvertidas guerras culturales.

Ghannouchi parece entender que, aunque retirar los beneficios a las mujeres puede darle votos entre los conservadores islámicos, al final, la victoria o derrota de al Nahda dependerá de motivos económicos, y las mujeres son actores económicos importantes. En Túnez tienen un alto grado de alfabetización y una fertilidad relativamente baja, por lo que constituyen casi un tercio de la fuerza laboral del país. La realidad económica exige una estrategia pragmática a la hora de tratar con las tunecinas. Confiemos en que Ghannouchi pueda hacérselo comprender a sus hermanos islamistas de toda la región. De no ser así, las mujeres árabes podrían muy pronto decir lo mismo que sus hermanas iraníes, que se quejan de que la Revolución Islámica de su país no les ha aportado más que pobreza y poligamia.

 

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