Hillary Clinton en un meeting en Broward College, A. Hugh Adams Central Campus, Florida. (Joe Raedle/Getty Images)
Hillary Clinton en un mitin en Broward College, A. Hugh Adams Central Campus, Florida. (Joe Raedle/Getty Images)

Clinton se enfrenta a serios obstáculos y más tras el servidor de correo privado, los malos resultados en las encuestas y la posible incorporación a la carrera de Joe Biden. Parece que los buenos resultados que estaba teniendo están en peligro.

En 2007, en vísperas de las primarias demócratas para las elecciones presidenciales, se decía que Hillary Clinton era la "candidata inevitable". Entonces parecía tan invencible como lo ha parecido este último año, durante su segundo intento de alcanzar la máxima jerarquía de Estados Unidos. Pero en política no hay nunca nada seguro, y los sondeos, las predicciones y las opiniones de expertos en las primeras etapas son poco de fiar: yo misma conté a los medios de comunicación españoles hace ocho años que la nominación de Hillary era prácticamente un hecho. Y entonces nos sorprendió a todos al perder las primarias y demostrar que no era invencible.

Durante los últimos meses, la prensa se ha dedicado a publicar tres historias que arrojan una luz negativa sobre ella, en lo que el periodista y estadístico Nate Silver ha denominado acertadamente un "ciclo de deflación de las encuestas". Nos han informado, una y otra vez, sobre el servidor de correo privado, los malos resultados en los sondeos y las especulaciones sobre la incorporación del vicepresidente Joe Biden a la carrera electoral. Estas tres cuestiones, unidas a la falta de entusiasmo que la rodea, son unos puntos seriamente débiles que hacen que sea bastante exagerado hablar de una "coronación" demócrata.

Creamos o no que su utilización de un servidor y una cuenta de correo personales cuando era secretaria de Estado fue un acto deshonesto, cuestión de comodidad o una mera torpeza de una política con escasas dotes técnicas, el e-mailgate ha hecho daño a la campaña de Clinton. A los que trabajamos suelen advertirnos de que no enviemos correos personales desde la oficina, donde los servidores guardan todo, así que, para muchos, el hecho de que utilizara su cuenta privada para cuestiones de trabajo resulta, en el mejor de los casos, extraño. Ahora bien, aunque no fue una actuación ilegal, lo peor es cómo han reaccionado ella y su equipo.

The New York Times ha contado que Clinton no quería pedir disculpas, a pesar de los ruegos de su equipo y sus amigos. Los políticos, muchas veces aconsejados por sus asesores de comunicación, detestan pedir perdón, que es reconocer que han cometido un error. Pero a los estadounidenses les encantan las peticiones públicas de perdón porque demuestran humildad, algo que Clinton debería saber bien dado que su marido protagonizó una de las peticiones de perdón más famosas de la historia.

Clinton acabó por disculparse en una entrevista con los informativos de la cadena ABC, además de una carta dirigida a sus simpatizantes el 8 de septiembre. Pero no fue suficiente para zanjar la cuestión, ni mucho menos: el Departamento de Estado está publicando los correos que no son personales ni clasificados de pocos en pocos, por lo que los medios de comunicación tienen más material cada vez que se publica una nueva tanda. Una encuesta de Gallup realizada el 9 de septiembre confirma que los correos son lo que los ciudadanos más recuerdan cuando se habla de Hillary Clinton, que, en una entrevista en el programa Meet the Press el 27 de septiembre, pasó 12 de los 16 minutos respondiendo a preguntas sobre la debacle.

Clinton puede confiar en que el tema empiece a aburrir (quizá ante la obsesión con Trump) o tomar medidas para cambiar el relato en los medios de comunicación. Suceda lo que suceda, su índice de aprobación ya ha empeorado. Según Gallup, que examina su popularidad desde hace 22 años, está casi en el nivel más bajo de todo ese periodo, el 41% . Solo estuvo por debajo cuando llegó a la Casa Blanca como primera dama, en 1992, pero entonces la gente no la conocía todavía bien. Sus mejores resultados los obtuvo después del impeachment de Bill Clinton (67%) y durante su trabajo como secretaria de Estado (nunca por debajo del 60%). En ambos casos se puso de relieve su faceta no política: con la impugnación de su marido, porque ella era la esposa engañada, y como secretaria de Estado, porque, como muchos otros en su lugar, se volvió apolítica en los temas internos y electorales. Era de esperar que las cifras empeorasen cuando mostrara sus aspiraciones a la presidencia, pero lo que ocurre es que ese hueco lo han llenado otros candidatos demócratas.

Aunque la atención la han acaparado Clinton, el senador Bernie Sanders y la posible participación del vicepresidente Joe Biden, hay otros cuatro candidatos que se han postulado de forma oficial: el ex gobernador de Maryland, Martin O’Malley, el gobernador de Rhode Island, Lincoln Chafee, el ex senador, Jim Webb, y el profesor de Harvard, Lawrence Lessig. Ahora bien, los que cuentan con apoyo en las encuestas (y por tanto despiertan interés) son en realidad Clinton (40,8%), Sanders (27,6%) y Biden (20%), según el promedio de encuestas que ofrece Real Clear Politics. En general, una ventaja del 13,2% es sólida, pero en comparación con la que tenía Clinton en febrero, del 57,6%, la caída parece brutal. El declive comenzó en julio, al mismo tiempo que la espiral mediática de los correos, los sondeos y las aspiraciones de Biden.

La posible candidatura del vicepresidente ha debilitado a Hillary; según fivethirtyeight.com, la mayoría de los votantes que apoyan a Biden volverían a inclinarse por ella si él se retirara. Si se examinan solo las encuestas sin Biden, Clinton tuvo una ventaja media de 30 puntos en agosto y de 28 en septiembre. Por consiguiente, mencionar la posible candidatura del vicepresidente no solo muestra una falta de confianza en la campaña de Clinton sino que hace que sus cifras parezcan peores de lo que son.

Y, si bien está empezando a ser demasiado tarde para que Biden tenga posibilidades, Bernie Sanders sí está progresando. Aunque le está costando consolidar el voto de los no blancos, está acercándose a Clinton e incluso va por delante en algunas encuestas de Iowa y New Hampshire, el primer caucus y la primera elección primaria respectivamente. Son estados de población mayoritariamente blanca y Sanders tendrá que ampliar su coalición para llegar a la nominación, pero, si lograse esas dos victorias, la campaña de Clinton quedaría muy tocada.

Lo que tiene Sanders de sobra, que le falta a Clinton, es el entusiasmo. Pese a haber sido senador independiente, sus ideas políticas y su historia encuentran un gran eco en los activistas del ala progresista del partido. El hecho de que se considere a sí mismo socialdemócrata o socialista hace muy improbable que sea candidato, sobre todo para las elecciones generales, pero la izquierda lleva soñando con un verdadero progresista desde la presidencia de corte moderado del conservador Bill Clinton.

Los demócratas progresistas suelen quedar decepcionados con los presidentes que eligen, y Bill Clinton es un típico ejemplo. A muchos siguen horrorizándoles unas políticas que fueron claramente de centro derecha (como la desregulación de los bancos) y piensan que su mujer va a ser igual. Ese es un gran obstáculo para Hillary en las primarias; lo que debe hacer es seguir planteando su programa, que, en comparación, está más a la izquierda que el de su marido.

Otro motivo de la diferencia entre el entusiasmo que despierta Sanders y no Clinton es la autenticidad. Bernie siempre ha sido un verdadero progresista sin reparos, incluso socialista, mientras que Hillary ha sorteado una fina línea en los 22 años que lleva de vida pública. Por supuesto, nunca ha sido una oradora electrizante como su esposo o como Obama. Pero es lo que suele ocurrir con las mujeres en puestos destacados, a las que rara vez se considera cálidas y competentes al mismo tiempo, según la catedrática de Princeton, Susan Fiske.

Sin duda, la capacidad de recaudar fondos y obtener apoyos es un importante indicador de la salud de una campaña, y, en estos dos sentidos, Clinton está quizá en la mejor situación que ha tenido jamás ningún candidato a esta distancia de las elecciones. Según el seguimiento de fivethirtyeight.com, Hillary ha obtenido nada menos que 341 avales de representantes, senadores y gobernadores. Biden es el segundo pero con gran diferencia, 16 avales, y O’Malley tiene uno. Sanders no tiene ninguno. El número de avales muestra el apoyo dentro de la clase política, que significa vastos recursos de campaña.

En cuanto al dinero, las sumas totales del segundo trimestre hasta el 30 de junio y los informes sobre super-pac (“super comités de acción política”) a 31 de julio muestran que Clinton ha recaudado un total de 67,8 millones de dólares (60 millones de euros aproximadamente) hasta la fecha, incluido el dinero de super-pac, solo por detrás de los 120 millones de dólares de Jeb Bush y muy por delante de los 15,2 millones de Sanders. Sin embargo, en el momento de publicar este artículo, tenemos cifras preliminares para el tercer trimestre, según las cuales Sanders ha recogido 26 millones de dólares y Clinton 28 millones de dólares. Aunque Sanders ha renunciado al dinero de los super-pac, tiene gran talento para obtener pequeñas donaciones a través de Internet, que son casi infinitas, porque las personas que las hacen están muy lejos de alcanzar el máximo individual permitido de 2.700 dólares. Ese dinero le va a permitir construir la infraestructura necesaria para presentar una candidatura sólida en Iowa y New Hampshire. Las campañas presidenciales son maratones y, a pesar de los apoyos y el dinero, Clinton tiene varios obstáculos serios por delante; claro que ella nunca ha sido una persona de las que retroceden ante una buena pelea.

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia