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El capitalismo, con sus virtudes y vicios, bajo la lupa de un veterano periodista que conoce la fiera por dentro y disecciona sus entrañas con un estilo sencillo y elegante.

Capitalism: Money, Morals and Markets    

John Plender

Biteback Publishing, 2015

La idea de ganar dinero suscita una ambivalencia que se remonta a las épocas más antiguas y, desde luego, al menos a Aristóteles, citado con frecuencia en este libro de una sencillez engañosa. Engañosa porque la obra de John Plender Capitalism: Money, Morals and Markets está escrita en un lenguaje lleno de elegancia y absoluta claridad. Prescinde por completo de la jerga que hace que muchos libros académicos escritos por economistas y muchos artículos de prensa sean tan irritantes o aburridos. El autor es un veterano periodista de The Financial Times cuya erudición no se hace pesada. Cuando cita a Montesquieu, Voltaire, Aristóteles, el doctor Johnson o a algún poeta, palabras que parece conocer de memoria, nunca suena pomposo; no vive aferrado al Diccionario de Citas, sino que los autores clásicos le acompañan de forma natural. Su libro podría haberse titulado “Capitalismo para principiantes” o “Guía para tontos del segundo oficio más viejo del mundo”: ganar dinero, el sucio lucro.

Mientras leía el libro, me acordé de uno de los temas que a los sindicatos de estudiantes británicos les encantaba debatir cuando estaba escribiendo mi tesis doctoral, hace casi medio siglo: ¿Es mejor Marks and Spencer que Karl Marx? Las discusiones eran muy entretenidas y ofrecían excelentes oportunidades para adjudicarse puntos frente a otros equipos, pero no solían ser concluyentes. Hoy en día, el capitalismo no tiene quien lo defienda, y sus detractores lo consideran “el estiércol del diablo”. Pero todavía no han propuesto una alternativa.

La historia está siempre al acecho, en forma de Sócrates arremetiendo contra el comercio, el banquete de Trimalción en el Satiricón de Petronio, los personajes de Molière o los terribles jefes que describe Émile Zola en el siglo XIX. Otros escritores fueron más comprensivos con el capitalismo: entre otros, Herman Melville, Alexis de Tocqueville y el director de The Spectator en el siglo XVIII, Richard Steele. Voltaire aparece en la corte de Federico el Grande como un gran ornamento intelectual y organiza una estafa en el mercado de bonos que podría haber llevado a la ruina al Tesoro prusiano: su falta de honradez y su amor al dinero eran legendarios. John Plender tiene un fino ojo para los detalles, como corresponde a alguien que lleva más de treinta años escribiendo sobre los dilemas y los caprichos del capitalismo, ha trabajado en la City, ha sido directivo y presidente de una empresa cotizada en bolsa y ha colaborado de forma gratuita con el Banco Mundial y la OCDE en cuestiones de gobierno corporativo. Conoce la fiera por dentro y puede diseccionar sus entrañas.

El centro de Capitalism es su descripción de la City moderna: Plender afirma que no se han tomado suficientes medidas para evitar una repetición de la crisis de 2008, el mayor fracaso del capitalismo desde el crash de 1929, y que es inevitable otra crisis, porque los bancos se han hecho mucho mayores y mucho más interconectados. Es sobrecogedor ver hasta qué punto los grandes bancos han manipulado los tipos de interés, han estafado a clientes y han inventado complejos productos financieros que sólo parecen beneficiar a ellos mismos, en especial a unos directivos cuyas bonificaciones están muy por encima de su verdadero valor. A medida que el capitalismo se ha ido vinculando cada vez más a las altas finanzas y alejándose del espíritu emprendedor de personajes como Thomas Edison, los daños que ha causado en el tejido social, sobre todo en las economías maduras, se han incrementado.

Pese a ello, Plender tiene poco interés en los fundamentalistas que se quejan de que hoy haya más puestos de trabajo en los servicios que en la industria, y los compara con quienes se lamentaban, en la Gran Bretaña de finales del XIX, porque cada vez había menos gente trabajando en el campo. Con todos sus defectos, el capitalismo ha sacado a miles de millones de personas de la pobreza desde el siglo XVIII, en particular en China e India. El capitalismo adopta tantas formas distintas que cada vez resulta más desconcertante para sus inventores occidentales. La forma china es especialmente sorprendente, porque ha revivido el interés por la idea del comercio como factor de contención en los conflictos internacionales. Como dice Plender, “China ocupa un amplio entorno en el que sus tendencias conflictivas tienen espacio para explayarse de una manera que (según las teorías del economista de Yale Robert Shiller) debería mitigar la agresividad”. Pero concluye que “no está claro, ni mucho menos, que esto haya producido una sociedad más amable y tranquila en China”. Su modelo de capitalismo es mercantilista, y el objetivo supremo de su política económica no es “aumentar el consumo sino reafirmar el poder y la influencia de China en el mundo, además de lograr que el Partido Comunista siga gobernando sin oposición”.

Plender propone varias hipótesis interesantes sobre el equilibrio de terror entre Estados Unidos y China, lo que el ex presidente de la Reserva Federal Paul Volcker llamó “el abrazo fatal”. Dice que “lo más impresionante de esta relación es cuántas consecuencias inesperadas ha tenido el hecho de que los dos países lleven a cabo políticas impulsadas por sus respectivas preocupaciones internas”. El diálogo entre los dos está lleno de posibilidades de fricción. Sobre todo, porque los países democráticos y avanzados podrían muy bien emprender guerras de botín; recordemos la importancia del petróleo en la decisión de Estados Unidos de invadir Irak, y también −añadiría yo−, a la hora de derrocar a Gadafi. Las guerras han sido muchas veces beneficiosas para los vencedores: a Alemania le resultó rentable en 1870-1871, y pensó que podía repetir la hazaña en 1914. Por eso Plender escribe que “una crítica más fundamental de la concepción internacionalista liberal es que, aunque resulte incongruente, comparte la convicción marxista de que el mundo se rige por intereses materiales, y no por ideas ni por valores inmateriales.

Plender dice además que “otro problema es hasta qué punto la economía se ha vuelto ahistórica”. De no ser así, no habría habido tanta gente entusiasmada con las consecuencias probables, creían que económicas, de la Primavera Árabe: en Oriente Medio y el norte de África no ha arraigado el capitalismo, sino el amiguismo. Es la consecuencia de la creencia generalizada de que la respuesta está en el islam. A los árabes les resulta muy difícil perdonar el poder y la influencia de Occidente, pero han caído en una trampa terrible. No se puede administrar una sociedad como una teocracia. Ese es el problema en Irán y, sobre todo, en Arabia Saudí.

Uno de los placeres que proporciona este libro es que presenta argumentos sensatos sobre diversos temas: la relación entre el arte y el dinero, el oro, etcétera. Y es además una mina de anécdotas inesperadas. Mi favorita es la descripción de las visitas que hacían los gestores de fondos japoneses al santuario de Madame Nui, una mujer que tenía un restaurante y una figura de porcelana en forma de sapo que daba pistas para invertir en bolsa. Durante un tiempo, las predicciones del sapo se cumplieron, y acumuló una cartera con un valor de 10.000 millones de dólares. Pero luego todo se vino abajo. El espíritu animal del capitalismo es indudable, pero su carácter racional es más dudoso.

El gran teórico político Edmund Burke hizo una interesante reflexión sobre el problema moral fundamental del capitalismo. “El amor al lucro, aunque a veces caiga en el exceso, es la principal causa de prosperidad de todos los Estados. En este principio natural, razonable, poderoso y prolífico, el escritor satírico debe poner de relieve lo ridículo, y el juez debe condenar el fraude, pero el hombre de Estado debe usarlo tal como lo encuentra”.

El mundo moderno debate con frecuencia el papel de los medios de comunicación contra la corrupción de los gobiernos, pero se presta poca atención a su influencia en el tipo de capitalismo predominante en un país. Los medios pueden quitar poder a los grupos de interés, pero la caída de los ingresos por publicidad, la desaparición de los pequeños anuncios y la reducción de las suscripciones han vaciado las redacciones y los equipos de periodismo de investigación. El valor de la publicidad que se retira de los medios que dan a conocer escándalos suele ser superior al de los ingresos obtenidos con las nuevas suscripciones. Por eso debemos dar gracias por la existencia de Mediapart y sus 110.000 suscriptores de pago en Francia, The Guardian y The Financial Times en Londres, que tienen la fuerza suficiente para seguir haciendo investigaciones serias sobre los excesos del capitalismo.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.