¿Contribuyen los bloqueos de asientos parlamentarios a perfeccionar la democracia?   

En origen, el primer parlamentarismo era escasamente representativo y no reflejaba el libre concurso político de la sociedad en su conjunto. Las Cortes de León del siglo XII, primitivo antecedente legislativo, no eran sino una asamblea de notables en la que los nobles y el clero tenían su espacio reservado, dejando los restantes escaños a los burgueses. Varios siglos después, la Asamblea Nacional Constituyente nacida de la Revolución Francesa contaba con un número de representantes reservados al clero y a la nobleza casi igual a los del Tercer Estado. E incluso hoy en día la cámara alta del Parlamento británico está enteramente formada por obispos y nobles nombrados por la Reina –si bien esta sede parlamentaria tiene ya una función más consultiva que estrictamente legislativa–.

El parlamentarismo nació y se desarrolló reservando escaños para determinados estamentos y grupos de interés, en perjuicio de una representatividad plena de ciudadanos iguales entre sí. Sin embargo, la doctrina democrática contemporánea es considerablemente más idealista, y entiende que la cámara debe ser el reflejo espontáneo de una sociedad exenta de divisiones estamentales.

Más allá de los mencionados antecedentes históricos, las excepciones a la natural representatividad parlamentaria siguen existiendo en varias democracias contemporáneas. Cientos de escaños a lo largo y ancho del mundo están reservados a determinados segmentos de la sociedad para corregir, mediante este artificio impuesto, problemas que difícilmente se mitigarían en un sistema escrupulosamente consagrado a las mayorías electorales. De esta manera, se entiende que la noción de “una persona, un voto” no siempre es necesariamente el mejor mecanismo democrático, sino que a veces es necesario ponerla en suspenso.

 

Escaños para diputadas

Miembro del Parlamento ruandés en Kigali. Lionel Healing/AFP/Getty Images
Miembro del Parlamento ruandés en Kigali. Lionel Healing/AFP/Getty Images

El ejemplo actual más frecuente es la reserva de cuotas mínimas parlamentarias para mujeres. La eficacia o justificación de esta medida es objeto de discusión permanente, pero está claro que ha servido para aumentar la participación femenina en las asambleas nacionales: entre 1995 y 2015, la presencia de mujeres en el poder legislativo se duplicó, pasando del 11% al 22% del total mundial.

El caso más destacado es el de Ruanda, un país que, tras el genocidio de 1994, renació con una sociedad compuesta en un 70% por mujeres. Aquél fue el trágico acicate que llevó al establecimiento de cuotas y a que hoy Ruanda tenga el mayor porcentaje (64%) de parlamentarias del planeta, lo que ha contribuido decisivamente a sacar adelante una avanzada legislación en materias relacionadas con la violencia de género.

Pakistán, donde la mujer se enfrenta a incontables desafíos consuetudinarios, reserva 60 de los 342 escaños del Parlamento nacional a diputadas. Algunos expertos señalan además que éstas –que actualmente representan el 17% del total de asientos camerales–  tienen un mejor rendimiento parlamentario que los varones en lo que respecta a indicadores como la asistencia o el número de preguntas formuladas. Gracias a la iniciativa de algunas diputadas, Pakistán ha aprobado leyes contra los crímenes de honor ...