Con los populares en Madrid y los islamistas en Rabat se intuyen futuras tensiones entre ambos países.

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“Nuestra voluntad es mantener buenas relaciones con España, pero con Rajoy puede que sea más complicado”. Lo ha dicho Abdelilá Benkirane, el flamante nuevo primer ministro del Gobierno de Marruecos y secretario general del islamista moderado Partido Justicia y Desarrollo. Tras la amplia victoria electoral del PJD en las elecciones legislativas adelantadas del pasado 25 de noviembre, es la primera vez que un islamista lidera uno de los gabinetes del reino alauita de Marruecos. Al otro lado del Estrecho, el Partido Popular, el otrora archienemigo de Rabat, acaba de lograr asimismo la mayoría absoluta en los comicios generales. Jorge Moragas, coordinador de Presidencia y Relaciones Internacionales del PP, el hombre encargado en los últimos meses de preparar el terreno a Mariano Rajoy en la siempre compleja relación con Marruecos, tendía la mano a los líderes del país vecino: “El próximo gobierno de España trabajará con el marroquí en un clima de cooperación y amistad”. “España y Marruecos son mucho más que vecinos”, remataba. ¿Pura retórica o prevención ante una etapa que augura nuevas tensiones?

Un año ha pasado desde la multitudinaria marcha organizada en Casablanca por el régimen para defender la marroquinidad del Sáhara Occidental a raíz de los episodios violentos registrados en un campamento de protesta levantado en los alrededores de El Aaiún. El desalojo forzoso de la reivindicación popular por parte de las autoridades marroquíes provocó la condena de numerosas autoridades europeas. En Casablanca, los participantes en la marcha patriótica, que estaba encabezada por el secretario general del nacionalista Partido Istiqlal y primer ministro a la sazón, Abbas El Fassi, entonaron en numerosas ocasiones la consigna “PP, enemigo de Marruecos”. El ex jefe del Ejecutivo magrebí acusaba al Partido Popular español y a Mariano Rajoy en particular –que había reprobado la actitud titubeante del presidente Rodríguez Zapatero durante la enésima crisis en la ex colonia española– de estar detrás de la resolución de condena por los hechos de El Aaiún emitida por la Eurocámara en Estrasburgo. “Rajoy atenta contra la integridad territorial de Marruecos (…) Así se descubre el espíritu colonial de sus partidarios”, escribía Abbas El Fassi.

Como entonces, con un gobierno nacionalista en Rabat, la cuestión saharaui es la más sensible de cuantas componen la agenda conjunta de Marruecos y España. Lo ha repetido el ya ex ministro de Exteriores marroquí, Taieb Fassi Fihri: “El 90% de nuestra relación con España depende de su actitud sobre el Sáhara”. Moragas, que ya fraguó en septiembre de 2010 en Marrakech una reunión reconciliatoria con representantes del PP y el propio El Fassi, anticipó en una entrevista al diario El País el pasado agosto que la posición del Gobierno de Rajoy sería sensiblemente distinta en relación con el Sáhara Occidental a la de los ejecutivos socialistas: “Fue absurdo abandonar el principio de la neutralidad activa, que hunde sus raíces en los albores de la transición (…) Nuestra idea es volver a esa posición centrada y ajustada a la legalidad internacional, [que] contempla evidentemente la celebración de un referéndum de autodeterminación”. El diplomático popular acusaba a Zapatero de haber adoptado una tesis “francesas, las más cercanas a los marroquíes”. A priori, pues, Madrid será menos aquiescente a partir de ahora con las tesis de Rabat. Marruecos pretende lograr el respaldo definitivo a sus planes de regionalización avanzada para la que fuera colonia española hasta 1975, que los socialistas saludaron en diversas ocasiones.

A pesar de las declaraciones de Moragas, lo cierto es que pocas certezas hay sobre la posición que mantendrá hacia el vecino del sur Mariano Rajoy, enfrascado en la acuciante crisis económica doméstica. Todo apunta a que América Latina y la Unión Europea serán los ejes prioritarios de su política exterior. Especialmente significativo es que quizás el hombre más capacitado en las filas populares para preservar las relaciones con Rabat, Gustavo de Arístegui, no haya sido siquiera candidato a las Cortes Generales en los últimos comicios. Algunos observadores apuntan, no obstante, a que Arístegui, diplomático y especialista en el fenómeno yihadista –está además casado con una ciudadana marroquí y bien relacionado en Rabat–, podría ser designado por Rajoy embajador en el país vecino.

Por el momento, las primeras declaraciones del nuevo primer ministro marroquí sobre sus relaciones con España invitan a un optimismo moderado. “Con Rajoy comparto la barba y su posición respecto al matrimonio homosexual”, espetaba con ironía Benkirane al diario español El Mundo recién confirmado en su nuevo cargo. “De alguna forma somos el PP de Marruecos”, afirmaba en otra entrevista el presidente del Consejo Nacional del PJD, Saaddine el Otmani. Los líderes de Justicia y Desarrollo tratan en las últimas semanas de presentarse ante la opinión pública como una fuerza moderada y respetuosa con las libertades individuales y la democracia, lejana de planteamientos radicales, cuyo único interés inmediato es combatir la pobreza, la corrupción y el analfabetismo. Una formación que quiere mostrarse cercana incluso, como ha salido de boca del propio Benkirane –a pesar de que el propio líder militó en el islamismo radical en su juventud-, a la democracia cristiana europea y, desde luego, al Partido Justicia y Desarrollo de Turquía (AKP), que dirige el primer ministro Recep Tayyip Erdogan.

En cualquier caso, a pesar del cambio de signo político el Gobierno marroquí, la política exterior seguirá estando en manos del monarca, como vuelve a consagrar la nueva Constitución aprobada en referéndum el pasado uno de julio. Tras el éxito de las primeras manifestaciones inspiradas en la Primavera Árabe en todo el país –aunque nunca fueran masivas– demandando el fin del absolutismo monárquico y de la corrupción en el seno del establishment –el mazjén–, Mohamed VI impulsaba en una jugada precipitada pero hábil la aprobación de una nueva Carta Magna llamada a democratizar las estructuras del Estado. La celebración de los comicios legislativos anticipados del 25 de noviembre y la victoria islamista moderada –de los que el rey siempre ha desconfiado– culminaban de alguna manera un proceso con el que la monarquía pretende ganar crédito y tiempo.

Pero no es improbable que el nuevo gobierno del islamista Benkirane trate de hacer méritos ante la monarquía de Mohamed VI con futuras fricciones con España

Mohamed VI sabe, pues, que necesita de adhesiones internas y apoyos exteriores. Como ocurrió con la crisis de Melilla en el verano de 2010 –cuando diversos colectivos del norte de Marruecos llamaron a boicotear el suministro terrestre a la ciudad española– o las manifestaciones a favor del régimen convocadas a raíz de los episodios de El Aaiún, encender los ánimos patrióticos constituye aún un recurso efectivo. A pesar de que las negativa realidad socioeconómica de Marruecos (posición 130 en el Índice de Desarrollo Humano de las Naciones Unidas, el último del norte de África), la popularidad de la monarquía y la estabilidad del régimen no sufren serias amenazas. Es previsible que Marruecos seguirá avivando la tensión, como viene ocurriendo en los últimos años, con España en las áreas más sensibles: la soberanía de Ceuta y Melilla, la irrenunciable posición de Rabat respecto al Sáhara Occidental, los acuerdos de pesca, la inmigración ilegal, la estabilidad jurídica de las empresas españolas en el país o la lucha contra el yihadismo violento: una manera que se ha mostrado eficaz para lograr que la voz y los intereses de Rabat sean oídos y respetados en Madrid y en Bruselas. También en París y Washington. Un arma útil para la negociación.

Son muchos, empero, los intereses comunes compartidos por Madrid y Rabat. Ambos países están condenados a entenderse. Francia y España son los principales socios comerciales de Marruecos y han sido, además, los grandes impulsores del Estatuto Avanzado que Rabat firmaba con Bruselas en 2008 para la integración paulatina del país vecino en la órbita económica comunitaria. La delicada coyuntura que atraviesa la economía española hace previsible que Marruecos ocupe un discreto segundo plano en la agenda gubernamental en los próximos meses. Pero no es improbable que el nuevo gobierno del islamista Benkirane trate de hacer méritos ante la monarquía de Mohamed VI con futuras fricciones con España. Cómo será la respuesta del nuevo Gobierno popular representa aún una incógnita. Lo único claro es que el tobogán podría ser una metáfora válida de las relaciones hispano-marroquíes. Y que, como siempre, tras la tempestad volverá la calma.

 

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