Mohamed VI cumple una década en el trono en medio de la decepción.  

 

En Marruecos, no hay nada más sagrado que Alá, Al Watan y Al Malek; es decir, Dios, la Patria y el Rey. Con mayúsculas, para que a nadie se le olvide, para que nadie ponga en tela de juicio la grandeza de esos tres elementos sagrados de la identidad marroquí. En cada ciudad del país árabe se pueden admirar en algún monte −siempre en un espacio público bien visible− esas tres palabras. Ali Amar se atreve: en Mohammed VI. Le grand malentendu (Mohamed VI. El gran malentendido). El periodista no ataca a Dios −sería un pecado mortal para un musulmán−, sino al significado de su patria, a la autoridad de un rey joven, quien, tras la muerte de Hassan II en 1999, encarnaba la vía del cambio, de la democracia en una región dominada por los tiranos. Pero 10 años han pasado, 10 años durante los cuales, según Amar, Mohamed VI ha engañado a todo el mundo, y no sólo siguió los pasos de su férreo padre sino que se hizo con el control de todo el país. Porque Marruecos no es una naciente democracia, sino una reforzada dictadura.

¿Adónde quiere llegar Amar? Su libro fue comentado en toda la prensa internacional al provocar la supuesta ira del palacio real por tachar a Mohamed VI de dictador. “Es la primera vez que un súbdito de su Majestad se atreve a abordar en un ensayo la década de Mohamed VI y lo hace sin guantes”, escribió la revista marroquí Tel Quel. “El libro que más fustiga a Mohamed VI”, tituló El País. “Un libro con sabor a vitriolo”, añadió Le Monde. Nada más cierto. Amar aborda todos los temas que suelen hacer temblar el reino alauí: la censura, las desigualdades sociales y el analfabetismo, el fanatismo religioso y el terrorismo, los derechos de la mujer, el poder de los militares, el Sáhara Occidental, las relaciones con España… Era de esperar: Mohammed VI. Le grand malentendu no será distribuido en Marruecos. Pero, ¿cuál es la crítica fundamental? Denuncia un sistema controlado por el Rey, pero ¿y la Monarquía como sistema de Gobierno? ¿Es Mohamed VI el único problema? Ahí está la debilidad de este ensayo: el autor peca por falta de perspectiva y de análisis.

Para el décimo aniversario de su entronización, el monarca marroquí deberá tragarse una larga lista de reproches. Cuando falleció su padre, el 23 de julio de 1999, tanto los medios de comunicación internacionales como las redes diplomáticas estaban convencidos de que Mohamed VI podía acabar con el régimen autoritario de Hassan II, que su juventud era sinónimo de apertura económica y democrática. Hubo algunas señales: el regreso del histórico opositor comunista Abraham Serfaty; el despido del ministro del Interior y brazo derecho de Hassan II, Driss Basri; un nuevo código de la familia, que mejora la situación de la mujer… “Si esos 10 años fueron marcados por la esperanza de un cambio de régimen, también lo fueron por la decepción”, sanciona Amar. “Marruecos pasó de una monarquía absoluta, represiva y brutal, a una monarquía institucional que dirige el país a partir de un palacio con un poder político y económico hipertrofiado, un poder fundado sobre sistemas feudales locales y clientelismos”, añade. Amar denuncia “el tren de vida de un sultán de los tiempos modernos”; la fortuna personal del rey marroquí se estima en 1.500 millones de dólares, según la revista Forbes, mientras el PIB por habitante no supera los 1.500 dólares. Fundador de la revista Le Journal, Amar nunca eligió el exilio –reside en Casablanca− como forma de protesta y siempre criticó los abusos del poder, y su publicación fue secuestrada en varias ocasiones.

Cada capítulo es un artículo de prensa detallado y que explica los entresijos del poder. Los lectores bien informados sobre la actualidad marroquí no aprenderán gran cosa, aunque quizá conozcan mejor el entorno más cercano del rey, la llamada “generación MVI”. Cada capítulo es un argumento más para denunciar el espejismo que representa Mohamed VI. Amar recuerda los problemas de censura de Le Journal, y su tono reivindicativo revela que el periodista tiene algunas cuentas pendientes con el poder. Insiste sobre los problemas de libertad de prensa en Marruecos por el silencio informativo del palacio real. No es ningún secreto, sin embargo, que las plumas periodísticas más duras contra el régimen no suelen comprobar sus fuentes. El trabajo de Amar es serio, aunque recuerda a libros publicados en los 90 sobre una muy cerrada Arabia Saudí o el Irak de Sadam Husein, escritos por antiguos diplomáticos o periodistas enojados, y que, en vez de informar del sistema de poder del país, de las preocupaciones de la sociedad, se centran en abusos y otros excesos propios de una dictadura.

La publicación de Mohammed VI. Le grand malentendu debe entenderse en un contexto editorial más amplio. En España, Ferran Sales acaba de publicar Mohamed VI. El príncipe que no quiso ser rey (Catarata), aunque, como a Amar, le faltan perspectiva y análisis para entender cuáles son los desafíos presentes y futuros de Marruecos. Todo indica que no serán los únicos libros del año. El ensayo de Amar despertó polémica en Marruecos por el supuesto respaldo que recibió de Mulay Hicham, primo del rey y segundo en la línea de sucesión al trono. El periodista agradece en la última página del libro al llamado “príncipe rojo” por “compartir sus conocimientos del tema y sus recuerdos con pasión”. Conocido por sus ideas reformistas, Mulay Hicham no cesa desde la publicación del libro de negar las declaraciones que recogió Amar. Y el debate sobre el libro se quedó aquí: sobre la figura de un supuesto príncipe moderno molesto con su familia.

En el mundo árabe, las monarquías −ocho de los 21 miembros de la Liga Árabe lo son− aparecen como garantías de estabilidad frente a repúblicas convertidas en dictaduras (Egipto, Siria, Libia, el Irak de Sadam Husein), pero tampoco son sinónimos de democracia (Arabia Saudí). Es difícil elaborar una teoría sobre el concepto de monarquía árabe por las grandes diferencias entre los sistemas de gobierno, aunque surge la pregunta: ¿es capaz la monarquía de dar un marco de gestión aceptable y práctico para la sociedad y, al mismo tiempo, conservar el poder? ¿Es capaz de convertirse en un sistema no autoritario? “Mohammed VI no es Juan Carlos de España”, apunta un Amar que no profundiza en la reflexión. Porque una labor de transición en Marruecos, como en cualquier monarquía de Oriente Medio, sería cuestionar precisamente la definición –a menudo impuesta− de la identidad de la sociedad; es decir, Alá, Al Watan y Al Malek.