Hubo un tiempo en que se veía a Mahmud Abbas como un estadista que cambiaría la dinámica de las cosas. Ahora el presidente de la Autoridad Palestina no sólo se enfrenta a la situación política en Cisjordania y en el mundo árabe en general, sino también al desafío de explicar a la población de Gaza qué hizo para evitar el devastador ataque.

 

Mientras el Ejército israelí, dos días después de Navidad, sometía a la Franja de Gaza a un bombardeo aéreo sin precedentes, al más puro estilo “conmoción y miedo”, el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, volaba hacia Arabia Saudí para reunirse en privado con el rey Abdulá.

Desde entonces lo han dejado, por lo general, al margen. Israel y Hamás están embarcados en un enfrentamiento bélico decisivo, y han apartado a Abbas a un lado mientras la batalla en Gaza se recrudecía. Pero no parece probable que esta guerra cambie la dinámica básica que ha frustrado los últimos esfuerzos para lograr un prometedor acuerdo de paz entre palestinos e israelíes: el destino político de Abbas está indisolublemente ligado a este grupo islamista.

AFP/Getty Images

El presidente de la AP está en un atolladero. En la práctica no puede negociar un acuerdo definitivo con Israel si no recupera el control de la Franja de Gaza. Pero no puede lograrlo salvo que Hamás se rinda a la presión israelí.

Sin embargo, aunque el grupo islamista cediese el control de este territorio, no es probable que abandone su viejo compromiso de destruir Israel. Y si no lo hace, es seguro que Israel y Estados Unidos rechazarán cualquier Gobierno palestino de unidad que incluya a una organización que consideran terrorista.

Y ello deja a Abbas, de 73 años, en una vía muerta diplomática surrealista. Cuando hace cuatro años sucedió a Yasir Arafat como presidente de la AP, en Occidente se le veía como un posible reformador. Había criticado la violencia sin sentido de la Segunda Intifada por contraproducente. Como primer ministro, Abbas tuvo repetidos encontronazos con Arafat acerca del estilo dictatorial de éste, y finalmente dimitió en 2003 tras apenas siete meses en el cargo.

Así que cuando murió el líder palestino en 2005, Israel y Estados Unidos esperaban que Abbas transformase la AP en un nuevo aliado libre de corrupción y comprometido con el proceso de paz. Pero, como es comprensible, éste era reticente a suceder a Arafat. Abu Mazen (como se le conoce en el mundo árabe) siempre ha tenido más de diplomático que de hombre fuerte, algo que le ha granjeado simpatías de Occidente, pero le ha hecho perder credibilidad frente a las facciones palestinas rivales.

Abbas nunca logró mediar con éxito entre los desacreditados seguidores de Arafat (como Yibril Rayub, el veterano asesor de seguridad de éste) que habían traído del exilio a los líderes seculares de Al Fatah, y los jóvenes reformistas, que consideraban a la generación anterior corrupta y sedienta de poder. Esas divisiones internas arruinaron las posibilidades esta formación de conservar el control de la Autoridad Palestina cuando Hamás dio el salto a la política y desafió a Abu Mazen en las elecciones de 2006.

Desde entonces Abbas viene presidiendo un cuasigobierno que no deja de menguar. Un boicot internacional generalizado contra el nuevo Ejecutivo de Hamás dio lugar a una inestable coalición entre este grupo y Al Fatah en marzo de 2007. El Gobierno de unidad no convenció a Israel ni a Estados Unidos, que se negaron a aceptar un gabinete lleno de miembros del movimiento islamista comprometidos a destruir Israel.

Los esfuerzos –apoyados por EE UU– para armar y entrenar unas fuerzas palestinas leales a Abbas fracasaron en junio de 2007, cuando los militantes de Hamás se hicieron con el control de la Franja de Gaza, en lo que constituyó un nuevo revés humillante para el presidente palestino. Con dos tercios del país en sus manos, Abbas creó un cuestionable Gobierno provisional dominado por políticos prooccidentales que han estado dirigiendo la AP a golpe de decreto.

Paradójicamente, la ruptura resultó ser casi una bendición para Abu Mazen. La escisión hizo que Israel y Estados Unidos –que le seguían viendo como un líder débil– aparcasen sus reticencias a proporcionarle un apoyo significativo. Tel Aviv se embarcó en nuevas negociaciones de paz con Abbas y EE UU retomó con espíritu renovado los esfuerzos para reconstruir los desmembrados servicios de seguridad palestinos.

Aunque las negociaciones de paz han embarrancado en los mismos escollos que llevan años impidiendo alcanzar una solución duradera, la estrategia de “primero Cisjordania” ha empezado a dar algunos frutos. La policía palestina proporcionó una sorprendente estabilidad a algunas de sus principales ciudades, y la precaria economía comenzó a mostrar nuevos signos de vida. Abbas dirigió una dura campaña contra el sistema de asistencia benéfica de Hamás en esta Franja, mientras Israel siguió arrestando y encarcelando montones de líderes de este movimiento islamista que podrían haber intentado desafiar al presidente palestino en su propio feudo. La calma que, por comparación, reina en Cisjordania, podría ayudar a explicar por qué los palestinos de esta zona han tardado en alzarse masivamente para protestar contra la devastadora campaña israelí en Gaza.

La popularidad de Abu Mazen se recuperó, pero Gaza seguía pendiendo como una amenaza latente. La negativa de Hamás a abandonar su objetivo declarado de destruir Israel impidió que el líder de la AP pudiese formar un nuevo Gobierno de unidad, ya que esto habría provocado una nueva ruptura de las conversaciones de paz con el Ejecutivo del primer ministro Ehud Olmert.

Los intentos de aislar la Franja de Gaza para forzar a Hamás a moderar su postura no consiguieron desalojar del poder a los islamistas. Este movimiento estableció una elaborada red de túneles secretos entre Gaza y Egipto que permitió al grupo sortear el bloqueo económico impuesto por Israel.

Entonces llegó la Operación Plomo Fundido, la campaña militar israelí para desestabilizar, si no derrocar, a Hamás en Gaza. La aversión de Abbas hacia el grupo islamista se hizo evidente cuando en sus primeras declaraciones les culpó de provocar el ataque israelí al negarse a ampliar un precario alto el fuego de seis meses que expiró a mediados de diciembre.

Se suponía que la semana pasada finalizaban los cuatro años de mandato de Mahmud  Abbas. Quizá en algún universo paralelo habría cumplido su compromiso, olvidado hace tiempo, de no presentarse a la reelección. En vez de eso, Abbas y sus asesores legales han salido con una interpretación creativa y cuestionable de unas leyes palestinas mal diseñadas, según la cual el mandato del presidente de la AP no acaba hasta el próximo año.

Hamás desafió esa decisión y advirtió que a partir del 10 de enero, fecha en que debía haber finalizado sus cuatro años de mandato, ya no podría considerarse a Abbas como el presidente legítimo de Palestina. Pero en estos momentos, el grupo islamista anda algo ocupado intentando no perder el control de Gaza, así que la disputa política va a dejarse a un lado en el futuro próximo.

Abbas se enfrenta a un desafío colosal a la hora de explicar al millón y medio de habitantes de Gaza qué hizo para evitar el devastador ataque

Esta situación deja a Abu Mazen al frente de un Gobierno cisjordano provisional sin Parlamento y con un proceso de paz estancado. Tiene a su favor el hecho de que no hay ningún claro sucesor que parezca estar dispuesto y sea capaz de tomar el relevo. Esa es la razón por la que en las últimas encuestas la mitad de los palestinos estaban descontentos con su mandato, pero un número casi igual afirmaba que volvería a votarle antes que al líder de Hámas, Ismail Haniya.

Los más jóvenes consideran a Marwan Barguti, el líder de la Intifada condenado a cadena perpetua en una prisión israelí, como el candidato más prometedor para suceder a Abbas. Pero Israel se ha negado a excarcelarle, cuya liberación podría debilitar el ya pobre apoyo popular con que cuenta el presidente palestino.

Salam Fayad, el economista independiente a quien Abbas ha nombrado primer ministro del Gobierno provisional postHamás, tiene muchos admiradores en Occidente. Pero carece de apoyo significativo entre la población. Su partido independiente, Tercera Vía, sólo consiguió el 2% de los votos en las elecciones legislativas de 2006. Sin un sucesor a la vista y sin nuevas elecciones en perspectiva, Abbas sigue siendo la mejor opción que tienen los palestinos para rescatar sus sueños nacionales de entre las ruinas de Gaza.

Tras lograr progresos en el reforzamiento de Abbas en Cisjordania, Israel está probando a debilitar a Hamás en Gaza. Si consigue intimidar al grupo islamista para que acepte el regreso de las fuerzas del presidente palestino a la Franja, podría sentar las bases para reunificarla con Cisjordania.

También en esta cuestión Abbas está atrapado en un dilema: necesita reunificar Gaza y Cisjordania, pero su credibilidad ante los palestinos se vería seriamente perjudicada si da la impresión de que, en esencia, regresa a este territorio tras una falange de soldados israelíes.

Pero a pesar de ser golpeada sin descanso por Israel, Hamás no ha mostrado signos de estar dispuesta a ceder a la presión internacional y cambiar su posición sobre Israel.

Ello podría dejar a Abu Mazen exactamente en la misma situación en que está ahora: dependiente de que Israel y el Gobierno entrante de Barack Obama lo sostengan en Cisjordania con la esperanza de que los palestinos lo apoyen a él y a sus aliados en las próximas elecciones.

Abbas se enfrenta a un desafío colosal a la hora de explicar al millón y medio de habitantes de Gaza qué hizo para evitar el devastador ataque, reparar severas divisiones ideológicas entre los palestinos, salvar las negociaciones de paz con Israel, reconstruir la Franja y tranquilizar a los líderes mundiales asegurándoles que tiene una habilidad hasta ahora desconocida para salir de la ciénaga en que se ha convertido Oriente Medio.

Incluso con ayuda internacional lo tiene complicado.

 

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