El presidente francés está viviendo su peor mes desde hace mucho tiempo; y lo más que puede hacer es subir los impuestos de los refrescos.

 

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ERIC FEFERBERG/AFP/Getty Images

 

 

Es un presidente en activo y un líder telegénico, pero se ha vuelto asombrosamente vulnerable ante las elecciones presidenciales de 2012. Sus logros podían impresionar en otra época, pero se han quedado en nada por las terribles dificultades actuales: la economía renqueante, el pertinaz desempleo, la feroz oposición política, el pánico por la deuda, la desilusión de la base electoral. No cabe duda: Nicolas Sarkozy está en un buen lío.

Los tremendos obstáculos que tiene que superar Barack Obama para ser reelegido no son nada al lado de los de Sarko. Además de una avalancha de crisis políticas como las del presidente estadounidense, su homólogo francés se enfrenta a una ola creciente de acusaciones de corrupción que afectan a personas de su entorno y que, por muchos posados fotográficos de “Libia libre” que haga, no van a detenerse. Casi dos tercios de los franceses tienen mala opinión de él, más que los que critican al ex director del Fondo Monetario Internacional y famoso mujeriego Dominique Strauss-Kahn. Ahora que la oposición socialista se dispone a escoger a su candidato presidencial, a mediados de octubre, si se celebraran ahora las elecciones, sus dos personajes más populares, François Hollande y Martine Aubry, tendrían una ventaja de dos cifras sobre Sarkozy.

Los asesores de imagen del presidente trabajan sin descanso para lograr que la gente le respete, ya que no han conseguido hacerle simpático. Destacan su previsión, que le ha hecho forzar la contención presupuestaria, y el hecho de que ha aumentado la edad de jubilación en Francia de 60 a 62 años, al tiempo que ha eliminado funcionarios y profesores. Pero ese es precisamente su problema: emprender medidas de austeridad (cosa que tenía que hacer, para evitar que Francia perdiera la calificación AAA de su crédito) no es la mejor manera de garantizarse la reelección. Si a eso se añaden los escándalos, es muy posible que Sarkozy pase a formar parte de las filas de desempleados.

Igual que Obama, Sarkozy llegó al cargo con grandes apoyos; pero empezó a caer pocos meses después de tomar posesión. A los franceses, incluidos muchos partidarios suyos en la derecha, les empezó pronto a preocupar el estilo de nuevo rico del presidente. Tampoco parecía capaz de mantener su vida privada al margen de los focos -ni su sufrimiento visible durante el divorcio, un hecho poco habitual entre mandatarios, ni su noviazgo y matrimonio con una antigua supermodelo, Carla Bruni-, en un país en el que la gente espera que sus dirigentes sean más discretos. La verdad es que, cuatro años después, Sarkozy ha conseguido controlar en gran parte esas tendencias. Pero la imagen se quedó grabada, y, en cualquier caso, ahora, los votantes están más preocupados por sus políticas impopulares, la espantosa situación económica y las sospechas éticas que, aunque no suelen demostrarse, tampoco se disipan del todo.

El escándalo Bettencourt, que culminó en 2010, es el que más ha oscurecido la promesa de Sarko de ser un dirigente más ético. Una de sus primeras medidas como presidente fue impulsar un recorte fiscal del 10% para los franceses más ricos. A la multimillonaria y octogenaria Liliane Bettencourt, la mayor accionista del imperio cosmético de L’Oréal y la mujer más rica del país, eso le habría ahorrado decenas de millones de euros anuales, si hubiera estado pagando todos los impuestos debidos. Pero una batalla legal entre ésta y su hija, que alegaba que la anciana no tenía la capacidad mental necesaria para controlar su dinero (después de que diera a un amigo artista regalos por valor de más de mil millones de dólares) sacó a la luz revelaciones sin fin.

Resulta que Bettencourt contaba con varios refugios fiscales dudosos, aparte de la isla multimillonaria de vacaciones, no declarada, que poseía en las Seychelles (al parecer, comprada a la familia del Sha de Irán). También se conocieron detalles de las cuestionables relaciones de la empresaria con figuras fundamentales en el Gobierno de Sarkozy. La mujer de Éric Woerth, que fue secretario de Estado de presupuestos antes de ser ministro de Trabajo, trabajó para una empresa que ayudó a supervisar las finanzas de la multimillonaria durante el periodo en el que ella evadía impuestos. (Estas revelaciones se hicieron públicas mientras Woerth estaba intentado sacar adelante una reforma que exigía a los franceses trabajar dos años más.)

Casi dos tercios de los franceses tienen mala opinión de Sarkozy, más que los que critican a Dominique Strauss-Kahn

Pero la cosa empeora. Algunos empleados de Bettencourt alegaron también que varios políticos conservadores que la habían visitado en vísperas de diversas elecciones se iban con sobres llenos de grandes donaciones ilegales en efectivo, a veces entre 100.000 y 200.000 euros. En un testimonio extraoficial que se cita en un par de libros recién publicados, la antigua contable de Bettencourt llega a afirmar que la multimillonaria pensó en hacer una donación ilegal de 150.000 euros en efectivo a la campaña presidencial de Sarkozy en 2007. Según una versión de los hechos, el encargado de llevar parte de ese dinero era Woerth, que era al mismo tiempo el tesorero del partido del presidente y el secretario de Estado responsable de recaudar impuestos. Woerth negó clamorosamente tales acusaciones, igual que Sarkozy. Pero, para muchos franceses, el incidente confirmó las primeras impresiones de que el dirigente francés tenía una relación problemática con el dinero y los ricos.

Además del escándalo Bettencourt, que sigue levantando ampollas cuando hace más de un año que se convirtió en un affaire d’État, los sondeos indican que Sarkozy no ha sabido hacer bien su rentrée politique posvacacional, el momento natural para lanzar su recuperación siete meses antes de que los franceses elijan a su próximo presidente. No es que no haya logrado algunas victorias, es que todas las importantes se han producido más allá de las fronteras de Francia (y Europa). Seguro que, durante su breve visita triunfal a Trípoli, el 15 de septiembre, se empapó, feliz, de los gritos y pintadas que decían “Merci, Sarkozy!”

Y cuando habló ante el Consejo de Seguridad de la ONU en Turtle Bay, el 21 de septiembre, exhibió sin reparos su alma de abogado negociador. Como la solicitud palestina de lograr el pleno reconocimiento de Naciones Unidas iba a obtener el veto casi seguro de Estados Unidos, el presidente francés propuso públicamente un paso intermedio: que la organización concediera el estatus de observadoras a las autoridades palestinas.

En tiempos mejores, esas acciones podrían granjear al presidente el aprecio de los votantes franceses; estos tienden a simpatizar con las soluciones audaces e ingeniosas que hacen progresar los nobles ideales de su universalismo y permiten que el país siga teniendo más peso del que le corresponde en el extranjero. Sin embargo, Sarkozy no logra conectar con ellos.

El último indicio de su fragilidad electoral se vio en las elecciones del 25 de septiembre al Senado, en las que la oposición socialista se hizo con el control de la cámara por primera vez en más de medio siglo. Los defensores de Sarkozy subrayan que no era un sufragio directo, ya que al Senado francés lo escoge una especie de colegio electoral. Por consiguiente, dicen, el resultado no quiere decir que la derecha vaya a sufrir una catástrofe electoral el próximo año. Sin embargo, los comicios quizá ponen de relieve otra cosa inquietante: una tendencia hacia la izquierda en las elecciones locales desde hace varios años, que delata una debilidad de base todavía más preocupante para Monsieur le Président.

Peor aún, los resultados en el Senado coinciden por completo con los sentimientos populares respecto a Sarkozy. Sus exiguos índices de aprobación –en general, le apoya uno de cada tres votantes— no se han movido apenas en 18 meses, una solidez que contrasta con los turbulentos altibajos de los gráficos en las bolsas europeas.

El electorado francés es famoso por sus cambios de humor y su pesimismo, pero este momento es especialmente malo. El predecesor de Sarkozy, Jacques Chirac, soportó largos periodos de desaprobación, pero los franceses están mucho más preocupados ahora que durante sus 12 años de presidencia. Casi 9 de cada 10 votantes están preocupados por la situación del país y más de 3 de cada 4 están inquietos por su propia situación económica. 2 de cada 3 temen perder su puesto de trabajo o que lo pierda alguien cercano. Esos sentimientos son mucho más negativos que en el apogeo de la crisis financiera de 2008 y que antes del referéndum que dio un sonoro portazo a la Constitución europea en 2005.

Además de los malos resultados electorales, hace unos días, dos íntimos amigos de Sarkozy –entre ellos, el que fue su padrino de boda en 2008— fueron acusados de desvío de fondos públicos en lo que los medios de comunicación franceses han denominado el "caso Karachi". Un tribunal francés está investigando si los sobornos procedentes de una venta de submarinos militares a Pakistán en los 90 financiaron en 1995 la fallida campaña presidencial de Édouard Balladur, primer ministro en aquel entonces. Sarkozy fue ministro de Presupuestos entre 1993 y 1995, a las órdenes de Balladur, y fue también su jefe de campaña, pero el palacio del Elíseo niega que tuviera ninguna autoridad sobre los fondos para financiarla.

El caso Karachi no consiste solo en unas maletas llenas de dinero. En 2002, un atentado terrorista en la mayor ciudad de Pakistán mató al menos a 14 empleados de una empresa de defensa naval, en su mayoría franceses, cuando se dirigían a un astillero para trabajar en uno de los submarinos militares en cuestión. Algunos han sugerido la posibilidad de que las autoridades paquistaníes hubieran organizado el atentado como represalia a larga distancia contra los franceses por haber interrumpido los sobornos a sus funcionarios.

En medio de todo este torbellino de acusaciones, investigaciones y procesamientos, el Gobierno dio a conocer su propuesta de presupuesto para 2012 el 28 de septiembre. Incluye 3.000 millones de euros en incrementos fiscales sobre todo tipo de cosas, desde refrescos hasta las personas que ganan más de medio millón de euros al año (con lo que anula parte del recorte fiscal tan querido del presidente). Asimismo comprende una gran variedad de recortes presupuestarios que, tres años largos después de que comenzara la crisis económica mundial, van a contribuir a hacer la vida aún más difícil para el ciudadano medio.

El objetivo es ajustar el déficit presupuestario francés a los límites de la UE antes de 2013. Si Sarkozy logra cumplir sus promesas a Bruselas –y, dadas las malas previsiones económicas, esa es una hipótesis muy improbable-, podría aumentar su prestigio ante la Comisión Europea y los mercados. Pero no son ellos los que van a votar en las elecciones de la próxima primavera.

En estas circunstancias, ¿qué argumentos puede utilizar la derecha francesa para arrancar una victoria? Por ahora, la estrategia del miedo y, por lo visto, incluso agitar el fantasma rojo. Nadine Morano, una alta funcionaria del Ministerio de Trabajo, Empleo y Sanidad, dijo en una entrevista televisada el 29 de septiembre que la calificación del crédito francés se rebajaría en el plazo de una semana si los socialistas obtienen la presidencia. "Los candidatos socialistas, afirmó, tienen un programa político digno de la Unión Soviética”, lleno de propuestas económicas de corte estatal que son “un decidido regreso al pasado”. Por desgracia,  no parece darse cuenta de que, para la mayor parte de los franceses, lo que hay hoy no les resulta más atractivo.

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