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Manifestación en el distrito financiero de Frankfurt am Main, Alemania. (Sean Gallup/Getty Images)

He aquí tres libros que analizan la figura del capitalismo y uno que revisa la historia de la Rusia imperial.

Foretelling the End of Capitalism

Francesco Boldizzoni

Harvard University Press, 2020

The Economics of Belonging

Martin Sandbu

Princeton University Press, 2020

Trade Wars are Class Wars

Matthew Klein y Michael Pettis

Yale University Press, 2020

Bankers and Bolsheviks. International Finance and the Russian Revolution

Hassan Malik

Princeton University Press, 2020

La salida de Estados Unidos de la hegemonía coincide con muchas profecías sobre el fin del capitalismo que son tan antiguas como el propio capitalismo. Este entró triunfante en el siglo XXI, con su rival comunista sepultado en el basurero de la historia. Pero la gran recesión que siguió a la crisis financiera de 2008 y el agravamiento de la desigualdad han socavado la fe en él y revivido las preguntas sobre sus perspectivas a largo plazo. ¿Está el capitalismo en su recta final? Si es así, ¿qué podría reemplazarlo? Y si perdura, ¿cómo se enfrentará a la futura crisis social y medioambiental y los inevitables costes de la “destrucción creativa”?

Tres libros abordan estas preguntas complejas, desde ángulos diferentes pero complementarios, y un cuarto revisa la historia de las relaciones de la Rusia imperial y de la primera etapa de la bolchevique con sus acreedores occidentales, plus ça change…  

En Foretelling the End of Capitalism, Francesco Boldizzoni hace un recorrido por las predicciones fallidas de los agoreros del fin del capitalismo, centrándose en explicar por qué claramente subestimaron su durabilidad obstinada. Desde Karl Marx hasta la actualidad, muchos de sus críticos han demostrado estar equivocados, no por la eficiencia económica de este o cualquier valor intrínseco de los mercados, sino porque está arraigado en las individualistas estructuras jerárquicas de las sociedades occidentales modernas. Su viaje tiene dos objetivos, “explicar por qué fallan las previsiones y descubrir cuáles son sus problemas. El segundo objetivo es utilizar esta información para mejorar nuestra comprensión del funcionamiento del capitalismo y qué lo sustenta”.

Boldizzoni explica las trampas recurrentes en las que caen quienes intentan hacer pronósticos. El primer nivel, “incluye las limitaciones de la cognición humana […], el segundo es el de los defectos teóricos, entre los cuales el menosprecio de la cultura como fuerza social es sin duda el más importante […], el tercero es la mentalidad basada en la Ilustración de los pensadores modernos”. “Este último es de particular importancia ya que se remonta a la creencia en el poder de la razón y la tendencia hacia el progreso humano que se abrió paso en la cultura europea desde finales del siglo XVIII”. Los pensadores sociales se convencieron de que aplicando la razón al estudio de la historia sería posible comprender las líneas de su desarrollo futuro. La historia del siglo XX, especialmente en Europa, destruyó esas certezas que parecían fabricadas en hierro fundido. Boldizzoni revisa lo que el filósofo Antonio Gramsci llamaría la oposición entre las clases dominantes y las subalternas. Su argumento contra la extendida idea de la concepción materialista de la historia que postula que las actitudes culturales pueden ser revertidas por el progreso material es brillante. A aquellos que se convencieron de que la prosperidad en China traería la democracia se les ha quedado cara de tontos.

Es imposible hacerle justicia a este estupendo libro en unas pocas líneas. Su explicación de por qué, fuera de Occidente, hay una falta de elementos culturales que sustenten el capitalismo y de cómo los países obligados a abrazarlo lograron transformarlo son esenciales para comprender el potencial de divergencia inherente a la situación geopolítica actual. Este libro es una auténtica hazaña intelectual.

El subtítulo de The Economics of Belonging de Martin Sandbu es “un plan radical para recuperar a los rezagados y lograr la prosperidad para todos” y resume el desafío que se ha marcado el columnista del Financial Times. El autor comienza comparando a dos radicales de la década de 1930, el presidente Roosevelt y Adolf Hitler, quienes eligieron dos caminos diferentes para salir de la depresión que siguió al colapso de Wall Street de 1929. La crisis financiera de 2008 abrió la puerta al evidente radical de hoy, el presidente Trump, pero el autor se pregunta: ¿dónde está nuestro Roosevelt? Esto apunta a la falta de reformadores valientes en el lado europeo del Atlántico. En otras palabras, existen soluciones, pero si no hay políticos con audacia e imaginación, la crisis solo empeorará.

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Chalecos amarillos durante las manifestaciones en París, pasan ante una obra de Pascal Boyart. (Kiran Ridley/Getty Images)

El diagnóstico de Sandbu argumenta que la globalización ha sido injustamente usada como chivo expiatorio para el número gradual de personas que se han ido quedando rezagadas y las desigualdades crecientes que han fracturado a los países europeos y América. La educación deficiente es una explicación clave en las economías donde el cambio tecnológico se ha acelerado. La falta de una educación universitaria no es solo un pasaporte a trabajos mal pagados sino también a los problemas de salud. Vinculado al cambio tecnológico está el magnetismo progresivo de las grandes ciudades y el coste correspondiente de quedarse en pueblos y regiones rezagados. Allí están quienes votaron mayoritariamente a favor del Brexit en 2016, y por Trump en 2017. La rebelión de los “chalecos amarillos” franceses comenzó en esos lugares. El hecho de que la gente dejara de sentir que pertenecía a la misma comunidad “supuso una caída en desgracia colosal del modelo occidental que ha proporcionado energías nuevas a los movimientos antisistema iliberales en los extremos del espectro político en casi todos los países occidentales y más allá”. Estas fuerzas tienen una “postura sencilla sobre dos de los tres pilares de los modelos occidentales: rechazan el liberalismo político y social, así como la globalización, como fines a perseguir. La actitud hacia el pilar restante, la economía social de mercado de la posguerra, es más complicada. En última instancia, este es el más importante ya que los otros dos pilares del orden occidental se mantendrán o caerán dependiendo de si pueden cumplir su promesa económica”.

Detrás del iliberalismo y el nacionalismo existe una reivindicación económica previa: quienes se revuelven contra el orden occidental se sienten “abandonados por los suyos, traicionados por las élites que construyeron el sistema y a las que se les encomendó hacer que funcionara”. El hecho de que la unión de las décadas posteriores a 1945 se deshiciera por culpa de los cambios tecnológicos y las decisiones de política económica, en lugar de por la apertura económica, apunta a que los gobiernos en Occidente tienen los medios, si tuvieran además la voluntad, para construir lo que ha sido destruido. Roosevelt convirtió la crisis que había heredado en una oportunidad en cuestión de meses al romper el vínculo del dólar con el oro, cerrar el sistema bancario, endurecer la regulación de Wall Street e introducir un salario mínimo.

Sandbu argumenta a favor de gastar más en educación, combinándolo con políticas activas del mercado laboral, un salario mínimo alto y límites a los sueldos más elevados. Los países nórdicos europeos apuntan en la dirección correcta. Un área que pide a gritos una reforma es el sistema tributario. “Cuando un grupo aumenta la parte que se lleva del pastel económico, uno podría esperar que la tajada del Estado sobre sus recompensas aumente proporcionalmente, y más, si su objetivo es contrarrestar las fuerzas económicas subyacentes”. Pero los sistemas se han vuelto menos progresivos desde las reformas Thatcher-Reagan de la década de 1980 que se han seguido en gran parte de Europa. A esto se debe añadir la creciente facilidad con que las corporaciones internacionales han logrado evitar pagar impuestos en los países donde realizan sus actividades.

Se necesita ser valiente para argumentar hoy a favor de los beneficios de la globalización, pero Martin Sandbu escribe con la calidad forense de un periodista económico, uno que, sin embargo, conoce bien la historia. El precio político del fracaso de la reforma del sistema bancario después de la crisis de 2008 ha sido alto. Obama no era Roosevelt. Revertir la geografía de la desventaja que ha enviado a pueblos y regiones enteras de Estados Unidos y la UE a la pobreza es “el” desafío al que se enfrentan los líderes occidentales, uno que, en todo caso, la pandemia de la COVID19 no ha hecho más que incrementar. Este libro está escrito por un optimista, pero que es también un realista: la pregunta es, ¿le escuchará alguien en un momento en que el sistema internacional construido después de 1945 se desmorona lentamente?

El conflicto global debe más a las divisiones dentro de los países que a las que hay entre ellos: esta es una forma clara de resumir Trade Wars are Class Wars. Los autores (Matthew Klein y Michael Pettis) señalan que durante décadas “los costes reales de los préstamos han estado por debajo de las previsiones a largo plazo del crecimiento económico real y permanecen en torno a cero”. Al combinarlo con una demanda débil y una inflación baja, el mundo ha terminado con un “exceso de ahorro” y las rentas se han desplazado hacia personas adineradas que no gastan lo que ganan.

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Trabajadores de una fábrica en Nantong, China, ensamblan piezas de escritorio para exportar a Estados Unidos, Francia y Alemania. (STR/AFP via Getty Images)

Igualmente importante en el análisis de los autores es la balanza general de bienes y servicios, que se explica por los flujos de ahorro y capital, y no por las balanzas comerciales bilaterales, como Donald Trump nos quiere hacer creer. El libro también aborda el papel del comercio liberalizado en la creación de flujos insostenibles y, sobre todo, cómo interactúan los ahorros, la inversión y los desequilibrios externos. Los tres actores clave son China, Alemania y Estados Unidos.

El éxito de China parte del modelo de desarrollo y explotación de oportunidades comerciales basado en el ahorro elevado del que Japón fue pionero. La proporción del consumo doméstico en el PIB del país disminuyó después de 1990, y hoy es solo del 18%, una de las tasas más bajas del mundo. El alto ahorro familiar, las bajas tasas de interés, la falta de derechos de los migrantes rurales, los impuestos regresivos y el hecho de que las empresas públicas no paguen dividendos están diseñados para transferir la renta de los trabajadores y jubilados a las empresas y al Estado.

El exceso de ahorro en los Países Bajos y Alemania fue compensado durante años por el boom insostenible del gasto en Grecia, Irlanda y, sobre todo, España. La crisis financiera terminó con eso, pero ¿qué beneficio obtuvieron los alemanes de su enorme exceso de ahorro? De hecho, su sector privado ha invertido muy poco en el exterior, excepto en las hipotecas subprime de Estados Unidos y en la deuda soberana griega, un ejercicio bastante inútil.

Este superávit de ahorro condujo a una gran entrada neta de capital en Estados Unidos que dio como resultado un enorme déficit comercial y, en última instancia, la pérdida de empleos en el sector industrial en la región central del país. La cuenta de capital fue el factor importante, la balanza comercial solo una consecuencia.

La alquimia para transferir hipotecas basura convertidas en activos con calificación Triple A es bien conocida.

Este libro es muy convincente y revisita la teoría del “bajo consumo” presentada por primera vez por el economista británico John Hobson en 1902 y recuperada por John Maynard Keynes una generación después.

Bankers and Bolsheviks de Hassan Malik es una proeza, el relato de uno de los mayores momentos de expansión y contracción del crédito de la historia moderna que merece ser leída, aunque solo sea porque revisitar la historia siempre ayuda a comprender el presente y el futuro. El capital extranjero desempeñó un papel clave en la economía zarista prerrevolucionaria. La reticencia de los banqueros occidentales a enfrentarse a la seriedad de la amenaza que les planteaban Lenin y compañía y la argumentación detrás del incumplimiento masivo de pago de la deuda bolchevique nunca antes se habían contado. Malik está excepcionalmente bien preparado para narrar esta historia. No solo es un banquero de inversiones que ha pasado tiempo en Moscú y habla ruso, sino que ha tenido acceso a los archivos y la correspondencia de los bancos y banqueros clave que, desde Nueva York, Londres y París, animaron a hacer los préstamos al Imperio ruso.

Habiendo trabajado en Euromoney y como corresponsal del Financial Times en los mercados financieros internacionales entre 1975 y 1981, no he podido evitar sorprenderme por lo moderno que resulta el complejo juego de los altos funcionarios rusos que intentaban convencer a los banqueros occidentales de que prestaran aún más dinero; por cómo enfrentar a los banqueros franceses contra los británicos funcionó en la práctica; por la destreza de ciertos ministros rusos como Pyotr Stolypin para convencer a los altos miembros del establishment de la City o de Wall Street de que Rusia era una apuesta segura; y de la enorme oposición a la deuda externa en el país y no simplemente por parte de las fuerzas políticas de izquierda.

Esta no es la primera vez que los banqueros leen mal la historia, y tampoco es la primera vez que se la juegan apostando por el potencial de un país sin ser capaces de reconocer los malos augurios.

El riesgo político ha corrido hoy a ocupar un lugar de primera fila en la mente de los inversores y el relato fascinante que tan elegantemente escribe Malik sobre el mayor default de la historia es imprescindible. La gran cantidad de material que ha utilizado se ha transformado en un muy entretenido —y relevante— thriller.

Traducción de Natalia Rodríguez