Una persona alza la bandera de Chipre en Nicosia. Hasan Mrque/AFP/Getty Images)

La defensa de una identidad puramente chipriota, ni griega ni turca, podría ser una forma de reacción ante un cambio demográfico con tintes políticos en la isla mediterránea.

Las banderas ondean en los edificios oficiales de Chipre: en el sur, la grecochipriota aparece junto a la griega; en el norte, la turcochipriota se eleva junto a la turca. Sea cual sea el camino, excepto en las iglesias ortodoxas, que sólo representan al patriarcado heleno, la imagen se repite: las mismas banderas ondean en público, juntas, reflejando las raíces que conforman la identidad chipriota. Pero en la isla, décadas después de la intervención turca que la dividió en dos, un movimiento indignado está surgiendo para reclamar la identidad cultural chipriota; una que no sea ni griega ni turca. Esto está sucediendo sobre todo en la República Turca de Chipre del Norte, y la principal razón son las decenas de miles de turcos que han ido llegando a la isla como parte de la política dirigida por Ankara para hacerse, a través de un cambio demográfico, con el control político y social de la franja norte.

“Aquí siempre se han definido a sí mismos como turcochipriotas o grecochipriotas. El nacionalismo chipriota nunca ha sido fuerte y no puedo decir que exista. Aunque ahora la situación está cambiando, sobre todo entre los turcochipriotas”, advierte Yiannos Katsourides, politólogo de la Universidad de Chipre.

Hasán Ozal, un turcochipriota que nació en 1938 en Akaça, en la parte sur de la isla, se desplazó en 1963 a Nicosia por la lucha de tono étnico que envolvió su región en los 60. Como la mayoría de los turcochipriotas, hace 40 años abrazó la intervención turca para evitar la enosis -unión de Chipre a Grecia- al igual que aceptó -como aún acepta- a esos miles de turcos que ayudaron a su pueblo en el periodo más crítico de su historia. Pero con el paso de los años el flujo de turcos no se ha detenido en los 60 kilómetros que separan Turquía de Chipre. “La gente que vino al principio, cuando la situación era muy mala, son bien recibidos aquí. Pero ahora hay muchos más. Y hay más turcos en camino. ¿Qué nacionalidad van a dar? ¿Dónde van a ser colocados?”, se pregunta Hasán.

Un hombre pasea en bicicleta junto a una iglesia en el pueblo de Morphou, el la autoproclamada República Turca del Norte de Chipre.

Desde que estalló el conflicto, los diferentes gobiernos de Chipre del Norte han ido repartiendo las propiedades de los grecochipriotas entre los nuevos pobladores turcos. El Gobierno grecochipriota, en un movimiento similar, ha entregado a sus ciudadanos las viviendas del sur que pertenecieron a los turcochipriotas. Entre las causas más polémicas para el proceso de reunificación de la isla, la de la propiedad -restitución o compensación de las tierras- está íntimamente relacionada con las decenas de miles de turcos que han llegado a Chipre desde 1974. Los primeros, que ya caminan por la segunda o tercera generación, tienen una mayor aceptación incluso por parte de los grecochipriotas. Pero aquellos que se han establecido en la última década son considerados como un arma turca para alterar la demografía de la isla. Los turcochipriotas los conocen como fellah, una palabra despectiva para referirse a los agricultores que en Chipre se usa también de forma despectiva para nombrar a los turcos llegados en los últimos años.

Hasán, quien trabaja en un club social en el barrio de Örtakoy, es de esos que usa la palabra fellah. En su club hay bastantes turcos, pero son de los antiguos, los salvadores que empezaron cayendo del cielo, y no fellah, que se benefician de los incentivos gubernamentales para elevar la injusticia de la que se queja Hasán. Para él, que no contó con tantas facilidades siendo oriundo de la isla, esos incentivos son la punta de lanza del problema que ha elevado su identidad chipriota. “Tuve que ganarme lo mío y los turcos que ahora vienen tienen todas las ayudas. Es injusto (…). Los turcos que han venido son unos ladrones y han estropeado mi país. Ahora sólo hay mafia. Como no se vayan, nunca se arreglará. Si se van, puede. Nosotros no somos como ellos, somos chipriotas”.

Hasán planea sus próximas vacaciones en Turquía. Habla con gusto de las botellas de raki -licor anisado- que beberá junto a su familia, de las bellas mujeres de esa turística región turca. Como la mayor parte de los turcochipriotas, no es un ortodoxo religioso. Pero la realidad de Chipre del Norte, la mafia a la que hace referencia, le sobrepasa. Al igual que la mayor parte de los países que carecen de un amplio reconocimiento internacional -sólo Turquía acepta la independencia-, los negocios oscuros se han elevado en Chipre del Norte, cuyo principal atractivo turístico es el ocio en casinos, playas y la prostitución. En la carretera que une Nicosia con Güzelyurt, una hilera de prostíbulos con luces atractivas avisan de la prominente industria del sexo. Las organizaciones de derechos humanos han reiterado que la región se ha convertido en un mercado propicio para la trata de mujeres. Poco más pueden hacer más allá de elevar la voz. Y en las principales ciudades del norte, los casinos, a los que los turcochipriotas tienen por ley denegado el acceso, no dejan de aparecer ante la creciente demanda de turistas europeos y turcos, estos últimos con el incentivo extra de tener prohibido el juego en Turquía. Esta imagen de la isla, alejada de la de los años 60 y 70, eleva aún más el rechazo a la influencia turca de chipriotas como Hasán.

 

¿Propaganda o realidad?

En 1960, durante el génesis del conflicto chipriota, el 77% de la población era grecochipriota y el 18%, turcochipriota. Hoy conocer el dato es complicado, aunque es obvio que Turquía no ha dejado de mandar nuevos pobladores. Según los medios locales, unos 25.000 turcos podrían obtener la nacionalidad en los próximos meses. El presidente turcochipriota, Mustafa Akinci, lo ha desmentido a sabiendas de que erosionaría las complejas conversaciones para la reunificación.

Tahsin Ertugruloglu, ministro de Exteriores turcochipriota, apunta que este problema ha sido fabricado por la maquinaria propagandística grecochipriota. “Ellos hacen lo que quieren, pero cuando se refiere a nosotros, en una causa natural como es otorgar la ciudadanía, dicen que no porque erosionamos las negociaciones. Les preguntamos por qué han dado la ciudadanía a los extranjeros”. Dicen que Erdogan está enviando turcos y acelerando su nacionalización para condicionar el futuro político de la isla, le pregunto. “No es cierto. Hay gente que debido a los errores de los anteriores gobiernos no ha obtenido la ciudadanía cuando se suponía. En mi opinión, si has estado aquí durante más de 10 años tienes el derecho”. Pero lejos de estas palabras, un turcochipriota que trabaja en un hospital donde se llevan a cabo las pruebas médicas que preceden a los trámites administrativos asegura que turcos que no llevan ni una década en la isla van a conseguir la nacionalidad. Esta fuente que prefiere mantener el anonimato cree que “es parte de la oculta política de asimilación del Ejecutivo turco”.

La bandera de Chipre y de Grecia durante la ceremonia por el 40 aniversario de la invasión turca en 1974. Yiannis Kourtoglou/AFP/Getty Images

Esos miles de nuevos ciudadanos podrían complicar aún más la escasa independencia política turcochipriota, dependiente de la ayuda económica turca y sus actividades derivadas que conforman cerca del 90% del flujo económico en el norte. Esta dependencia se reflejó este año, cuando un problema de liquidez despedazó el Gobierno en coalición de izquierda, pasando a uno más cercano a línea dura proturca que desea Erdogan, contrario al rumbo del presidente Akinci, quien representa, en la medida de sus posibilidades, la política del distanciamiento progresivo de Ankara, la izquierda turcochipriota, las voces críticas con la influencia turca.

Este debate sobre la identidad chipriota que vive el norte está elevándose poco a poco en el sur de la isla. La crisis económica y la ausencia de alternativas políticas podrían allanar el camino que ha pavimentado Turquía de forma consciente o inconsciente aunque inevitable. “Ahora estamos discutiendo aquí -Chipre- elevar este componente, no como nacionalismo sino como identidad civil. Pero no es fácil de entender aquí. El único partido que lo hace es -el comunista- AKEL, pero sin negar el hecho de que ambas comunidades tienen su identidad. Glafkos Klerides, que estuvo en el poder hasta 2003, dijo que la bandera de mi país es la mejor del mundo porque nadie moriría por ella. Lo harían por la turca o la griega, pero no por la chipriota”.

Para Christos Christou, líder de ELAM (Ethniko Laiko Mepoto), el partido de la ultraderecha chipriota hermanado con el griego Amanecer Dorado y que aún reclama la enosis, “no existe la identidad chipriota”: “En Chipre hay turcos y griegos, y la mayoría son de origen griego. Es una isla griega incluso si en la otra parte hay gente que promueve la identidad chipriota. Incluso si existiera ese nacionalismo, especialmente allí, creemos que es parte de la manipulación turca. Desde hace 3.000 años somos una isla griega y eso no puede ser cambiado”.

Savas Yiannakis, un grecochipriota de 77 años que mata el tiempo junto a su amigo Giorgos, propietario de una tienda de antigüedades en Nicosia, es de esas personas que apoya la reunificación de la isla y acepta a los turcos que se asentaron durante la primera oleada. Habla de los turcochipriotas sin rencor y culpa de la actual situación a los extremismos de ambos lados. “La gente que ha venido hace 40 años no se puede mover a otro lado. Ya se han establecido. Su vida está allí y es su país. Pero los turcos que han llegado en los últimos años no deben quedarse. Turquía ha mandado a esa gente con el propósito de alterar la demografía”.

A lo largo de su vida, este jubilado se ha cansado de ver los símbolos divisorios que decoran la isla. Hoy, en el ocaso de su vida, representa el cambio de concepción para un conflicto enquistado por la lucha identitaria. Su solución para la unión se sustenta en eliminar las influencias de los países que han marcado la historia chipriota. “En Chipre tenemos que tener un Ejército común, que no sea ni turcochipriota ni grecochipriota. También un himno nacional chipriota, ni griego ni inglés. Por esa influencia, por la división étnica, comenzó nuestro problema. En nuestro carné de identidad tiene que reflejarse que todos somos chipriotas y no maronitachirpiotas, turcochipriotas, grecochipriotas, armeniochipriota… Todo el que haya nacido aquí es chipriota”.

Estas palabras de Savas indignan a Christou, el líder de ELAM, que ve en ese auge identitario un peligro para el futuro de la isla. “Quienes dicen eso son los que dicen ser ciudadanos del mundo. Ellos dicen que tienen la identidad chipriota pero son los primeros que quieren destruir la República de Chipre. Si se sienten nacionalistas chipriotas tienen que proteger la existencia de nuestro Estado”.

El pueblo, influido por la colonización griega y turca y su posterior uso político-social, nunca se ha llegado plantear con seriedad la identidad puramente chipriota como tampoco, debido a la alargada sombra del conflicto, ha podido abrazar la difusa y hoy cuestionada identidad europea. Este incipiente movimiento, que unos llaman propaganda y otros realidad, podría ser la mayor reacción contra la crisis étnica que vive esta isla arrinconada en el ocaso del mar Mediterráneo, una posición geoestratégico vital que hace que cada avance sea mirado con lupa por todos los actores relacionados con este conflicto y Oriente Medio: Turquía, Grecia, Gran Bretaña -que mantiene un 3% del suelo chipriota con bases militares-, la Unión Europea y el pueblo chipriota.