El presidente ruso, Vladímir Putin, observa unas maniobras del Ejército de Rusia cerca de la frontera con China. Alexei Nikolsky/AFP/Getty Images
El presidente ruso, Vladímir Putin, observa unas maniobras del Ejército de Rusia cerca de la frontera con China. Alexei Nikolsky/AFP/Getty Images

Con más de 13,1 millones de kilómetros cuadrados Siberia tiene una población de sólo 40 millones. China con tres cuartos de la superficie de la Rusia asiática cuenta con unos 1.350 millones de habitantes. La preocupación de que Pekín planea ocupar parte de ese espacio se da sobre todo respecto a la región del río Amur.

Rusia está dividida en doce regiones económicas. Tres de ellas conforman Siberia: Oeste, Este y Lejano Oriente. Apenas 40 millones de habitantes en más de 13 millones de kilómetros cuadrados. El presidente ruso, Vladímir Putin, no se cansa de repetir las oportunidades que brinda la “alianza estratégica” con China que además, asegura, le permite contrarrestar el efecto de las sanciones occidentales. La tan mencionada frase de una “Europa de Lisboa a Vladivostok” ha dejado paso definitivamente a la de una “Asia desde Shanghái a San Petersburgo”. Esto es tan cierto como el indudable nerviosismo y ansiedad en Moscú por el brutal desequilibrio demográfico con el aliado. Un vecino meridional que por lo demás experimenta un desmedido crecimiento.

Desde la desaparición de la URSS la disminución de la población ha sido del 25%. Motivos: baja natalidad y esperanza de vida, así como  emigración a otras zonas con mejores condiciones. Pero es preciso puntualizar. Tras reducirse de forma alarmante el número de habitantes, ha vuelto a crecer continuadamente desde 2009. Desde 2014 ha aumentado el índice de natalidad superando a muchos países europeos. Incluso ha descendido –aunque esto es referido a Rusia en general– el número de rusos dispuestos a emigrar al extranjero. Según una reciente encuesta del Centro Levada solo un 12% de los cuestionados lo haría. A pesar de algunos cambios positivos, la población de Siberia sigue emigrando.

En Rusia existe un desequilibrio poblacional a favor de las mujeres. Contribuye entre otras razones: alto índice de accidentes de tráfico (afecta ante todo a hombres jóvenes) y el relativamente alto número de muertes en las Fuerzas Armadas (nótese que es en tiempos de paz). Otros factores negativos son el índice de suicidios y el consumo de alcohol, que si bien se han reducido, están todavía por encima de la media europea. Según el Centro de Investigación Pew, en Rusia las mujeres nacidas en 2010-2015 tendrán una esperanza de vida de hasta 75,6 años, mientras que la de los hombres será de 64,2; una brecha de 11,4.

Aunque China relajó en 2013 su Política de hijo único,  una de las principales causas del aborto selectivo por razones de sexo, continua siendo un país con predominio de varones. A lo largo de la enorme región fronteriza hay un incremento de matrimonios mixtos. También florece el número de empresarios chinos. No obstante, chinos y rusos siguen considerándose como extraños.

Ambos países tienen dos fronteras. Una de sólo 40 kilómetros en Asia Central (entre Kazajistán y Mongolia). La otra, la problemática, de 3.605 kilómetros. Es en el Lejano Oriente donde se da el contraste más claro. Un área inmensa que no ha llegado a beneficiarse del desarrollo del país al igual que el resto. Concretamente en la región histórica de Manchuria que se extiende a ambos lados de la frontera en el río Amur. La parte china que comprende las provincias de noreste (Liaoning, Heilongjiang, Jilin y el oriente de la región autónoma de Mongolia Interior) –con unos 120 millones de habitantes– sí ha aprovechado el colosal desarrollo económico del conjunto de China.

En cuanto a la economía rusa hay que admitir que es a veces infravalorada y más resistente de lo imaginado. Esto es aplicable entre otros a su mercado de valores. Analistas occidentales han reconocido, asimismo, que las medidas financieras del Gobierno han sido en su conjunto “razonables”. Y junto a los recursos naturales se tiende a restar importancia a la industria manufacturera y el sector servicios. Pese a todo ello, su economía es disfuncional. Y es esta disfuncionalidad la que le impide una relación bilateral de igualdad con Pekín. Moscú corre el serio riesgo de convertirse en mero apéndice energético de su poderoso vecino.

Frenar la irrupción de China en Siberia es imposible. Una de las vías para intentar al menos controlar ese proceso quizá sea la de emprender y conducir grandes proyectos de infraestructura. Ahí está el proyecto de construcción de un tren de alta velocidad entre ambas capitales. La línea medirá unos 7.000 kilómetros. Y sobre todo la puesta en marcha del gasoducto Fuerza de Siberia prevista para 2018, producto de la cooperación en el sector energético. El megaproyecto tendrá una longitud de unos 4.800 kilómetros y tendrá una capacidad de 64.000 millones de metros cúbicos. La inversión aproximada: 70.000 millones de dólares.

El problema para Rusia consiste en que la falta de mano de obra cualificada obliga a buscar en el sur a los trabajadores para los grandes planes de desarrollo de la región. A su vez, esto hace temer un incontrolado desplazamiento –que ya ha comenzado– de población china al norte de la frontera en el Amur. La posición de Moscú es complicada. Necesita la ilimitada capacidad financiera de China para el desarrollo de la Rusia asiática, pero recela de que esas inversiones sean parte de un plan expansivo en lo que los chinos ya denominan la “Manchuria Exterior”.

Las autoridades firmaron en junio en la región de Transbaikal un protocolo de entendimiento para arrendar a una empresa china 1.150 kilómetros cuadrados de terreno agrícola durante 49 años. Como tantas otras regiones siberianas, Transbaikal necesita recursos. Medios para solventar los problemas económicos del menguante número de habitantes.

El contrato debería formalizarse a principios de 2016. Y se prevé que acabará siendo una fórmula ruso-china, con capital mixto. Moscú se propone impulsar la agricultura y la ganadería como parte de su seguridad nacional y para sustituir a las importaciones occidentales. Mas ese mismo concepto de seguridad e integridad territorial es el origen de numerosas críticas y reticencias ante el contrato con los chinos. Se les acusa de intentar apoderarse de territorio ruso a través del arriendo. Los granjeros de Transbaikal se quejan porque no han sido consultados por las autoridades. Aunque la realidad es que la región no tiene recursos propios ni federales para ocuparse de los territorios yermos, argumentan que los empresarios locales están dispuestos a tomar las tierras baldías y a cultivarlas.

Los rusos –que no se distinguen precisamente por el cuidado medioambiental– hasta han mostrado temor ante el aun menor respeto chino por el entorno. Según datos del equipo de investigadores de la Escuela de Yale de Estudios Forestales y Ambientales (EEUU), el planeta está cubierto por casi 3.000 millones de árboles. Un 20% se encuentra en territorio ruso. Su masa arbórea es casi dos veces mayor que la de Canadá, que ocupa el segundo lugar del mundo. Solo en Rusia crecen alrededor de 640.000 millones, la mayoría de los cuales se encuentran en los bosques de Siberia y el Lejano Oriente. Esos bosques y su hábitat se han visto devastados por la tala ilegal a gran escala dirigida en gran parte para abastecer a los fabricantes en China.

Para acabar de entender la cuestión conviene recordar el Tratado de Aigún firmado en 1858 entre los representantes del Imperio ruso y la dinastía Qing de China. Para Moscú era solo un tratado fronterizo que regulaba además la libre navegación en el Amur. No así para Pekín. Lo consideró uno más de los denominados “Tratados Desiguales” que desde la derrota en la Guerra del Opio debilitaron el Imperio y mediante los que las potencias occidentales se aseguraron sus privilegios. Concesiones extraterritoriales, aperturas de puertos, ventajas aduaneras y distritos en las mayores ciudades, jurisdicción especial para los extranjeros…

También Rusia se benefició de esa inferioridad. China cedió sus territorios situados al norte del Amur y en los montes Sijoté-Alín. Aunque no se mencionaba, tuvo que renunciar igualmente a sus reclamaciones sobre la isla de Sajalín (llamada Tarrakái por los chinos), finalmente anexionada por Rusia como la zona costera al sur del cauce inferior del Amur (y al este del Ussuri, afluente de aquel). El gobierno soviético en 1919 se apresuró a proclamar que “todas las adquisiciones de territorios robadas por el régimen zarista a China (en Manchuria y otros) serían invalidadas”. Posteriormente, sin embargo, la URSS no hizo nada en ese sentido. Como parte de la ruptura sino-soviética los enfrentamientos de 1969 en el Ussuri mostraron a Occidente que las llamadas “fronteras de paz” entre los Estados comunistas eran todo menos pacíficas.

La actual Rusia por supuesto ni menciona el tema. No sea que Putin, tan activo erigiéndose en paladín en la enmienda de pasadas injusticias y protagonista de reclamaciones históricas, vaya a tener que probar su propia medicina.

Pekín no se muestra interesada en una expansión política sino económica. Su máxima prioridad actual es la seguridad alimentaria. Sin embargo, poco a poco la región fronteriza está convirtiéndose en una especie de tierra de nadie que al final por la misma dinámica de las tendencias mencionadas favorece a una China que no olvida. Y es paciente.