Dos soldados de AMISOM patrullan en las calles de Mogadiscio, Somalia. Mohamed Abdiwahab/AFP/Getty Images

Las primeras tropas de la misión de la Unión Africana en Somalia (AMISOM, por sus siglas en inglés) comenzaron a retirarse el pasado mes de diciembre. El grueso del contingente, compuesto por más de 20.000 soldados, lo hará entre 2018 y 2019. Antes de finalizar 2020 la defensa de Somalia debería estar ya exclusivamente en manos de sus fuerzas armadas. ¿Está el país preparado para asumir el control de su territorio? Con Al Shabab rearmándose en el valle del Shabelle y Daesh formando su propia milicia en el norte somalí, son muchas las voces que alertan del desastre que podría suponer la retirada de AMISOM.

En la base principal de la AMISOM en Mogadiscio, una sucesión de bloques militarizados alrededor del aeropuerto, no hay duda ninguna. Al menos no en privado. Todos, desde soldados a altos mandos, son conscientes de que la batalla contra los yihadistas dista mucho de estar concluida. “Al Shabab es muy paciente. Está esperando a que bajemos la guardia para atacar”, afirma el capitán Dennis, encargado de la unidad de marines desplegada para vigilar la playa que rodea la base militar y las instalaciones aeroportuarias.

Una década después de que las tropas internacionales volviesen al país para apoyar al Gobierno Federal ha habido importantes progresos. “La situación es mejor que cuando llegamos”, resume uno de los hombres del capitán Dennis. Los radicales que llegaron a controlar Mogadiscio en junio de 2006 a través de los bautizados como Unión de Tribunales Islámicos (ICU), una alianza de grupos yihadistas que dará lugar años después a Al Shabab, han sido expulsados de la capital y la violencia, hasta el sangriento atentado del pasado mes de octubre, se había reducido notablemente en los últimos meses. De hecho, el centro logístico de abastecimiento se ha trasladado desde la costa de Kenia a la propia Mogadiscio.

Pese a estos avances, más allá de Medina Gate, uno de los checkpoints que separa la base militar del resto de la ciudad, Somalia sigue siendo un país ingobernable. Un Estado fallido. “Las causas que llevaron a la creación de Al Shabab todavía persisten. Es cierto que son difíciles de abordar, pero es importante darse cuenta de que este grupo yihadista es un manifestación de estos síntomas, más que la causa en sí misma. “En este sentido”, continúa el investigador del Institute for Security Studies Omar S. Mahmood, “el poder militar para hacerle frente es importante, pero es sólo un parte más del puzle. La falta de gobernabilidad, de seguridad y justicia, las divisiones entre clanes, la pobreza…, todos estos aspectos deben abordarse para debilitar al movimiento -radical-, y esto llevará tiempo”.

 

La ingobernabilidad de Somalia

Escenario tras el atentado terrorista en Mogadiscio, octubre de 2017. Mohamed Abdiwahab/AFP/Getty Images

La autoridad del presidente Mohamed Abdullahi “Farmajo”, elegido en febrero de 2017, no alcanza más allá de los dominios de la capital: afuera de las zonas controlados por las fuerzas de la AMISOM son los clanes y los señores de la guerra los que administran sus territorios. Al norte, en el antiguo protectorado británico, en la costa del golfo de Adén, Somaliland es de facto un Estado independiente. Aunque carece de reconocimiento internacional, ha desarrollado sus propias instituciones y fuerzas de seguridad. Es, según la prestigiosa revista británica The Economist, la “democracia más fuerte” de África del Este. A diferencia del resto del país, la inseguridad no es aquí la principal preocupación: la sequía y el reconocimiento internacional son sus prioridades.

Frente a la isla de Socotra y hasta los dominios de Mudug, el clan Daarood ha consolidado el estado autónomo de Puntland, fronterizo con Somaliland, con quien mantiene también una disputa territorial. Al contrario que sus vecinos de Hargeisa no ansían la independencia sino la conformación de una Somalia federal. Las intrincadas luchas de clanes, endémicas en el cuerno de África, hacen imposible controlar la vasta extensión de Puntland, lo que ha sido aprovechado por Daesh para impulsar su propia milicia en la zona.

Aunque no fue hasta finales de octubre de 2016 cuando se presentó ante el mundo con la toma de Qandala, convertida durante 40 días en la efímera capital del califato en Somalia, la célula yihadista creada por Abdulqadir Mumin nació en 2015 como una excisión de Al Shabab, la filial de al Qaeda en el país, incapaz de afianzarse en los dominios del norte y de canalizar el descontento social de clanes como el Majerteen. En apenas un año, las huestes de Abdulqadir Mumin, vigilado por el MI5 británico cuando dejó las islas en 2010, se han multiplicado, pasando de una decena de hombres a más de dos centenares. “Daesh busca la expansión, y a busca a expensas de Al Qaeda y, en Somalia y en todo el cuerno de África, de Al Shabab”, apunta el profesor de la Universidad Autónoma de Madrid Luis de la Corte. La Administración Trump es consciente de que el enemigo yihadista en Somalia se ha diversificado y desde el pasado mes de noviembre ha ampliado sus ataques con drones al valle del Buqo para tratar de eliminar a Mumin y sus hombres, después de que en marzo el Presidente estadounidense aprobase declarar a Somalia como un “área de actividad hostil”, autorizando así a los mandos militares a lanzar los ataques.

Al sur de Puntland, en el estado Galmudug donde la influencia etíope es todavía explícita, son los piratas el principal factor de desequilibrio. Localidades como Eyl, Harardhere y, sobre todo, Hoybo se han convertido en el nuevo bastión bucanero. Al igual que ocurriera durante la hambruna de principios de la década, los clanes locales han vuelto la mirada al suculento negocio de la piratería -7.000 millones de dólares sólo en 2011- y retomado las ataques en el golfo de Adén, sólo que en esta ocasión han ampliado además sus actividades al tráfico de armas y de personas.

Este escenario de hiperfragmentación se ha enquistado todavía más con la crisis regional en Oriente Medio. El Gobierno de “Farmajo" se mantiene públicamente equidistante en la disputa que Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos mantienen con Qatar, lo que ha llevado a los primeros a intensificar las relaciones bilaterales con los líderes regionales y reducir sus aportaciones al Ejecutivo central. “Mientras Mogadiscio permanezca neutral”, apuntan los investigadores del think tank Crisis Group, “es poco probable que Riad vuelva a ofrecer la ayuda que solía. Pero Qatar y su aliado Turquía también son grandes donantes, así que es comprensible que el Gobierno somalí se resista a pronunciarse por un bando u otro en la disputa entre sus socios”.

Esta encrucijada diplomática se ha traducido en retrasos e impagos a los soldados, policías y funcionarios de los servicios de inteligencia. Una realidad que allana el camino a Al Shabab para infiltrarse y llevar a cabo atentados como el del pasado 14 de octubre, el más sangriento desde que retornasen las tropas de la AMISOM al país en 2007 con más de quinientos fallecidos y trescientos heridos: el camión utilizado para perpetrar la matanza atravesó varios controles vigilados por soldados somalíes en la carretera que une Lafoole y Mogadiscio sin que ninguno pudiese (o quizás quisiese) detenerlo.

 

El día que se retire la AMISOM

Un grupo de niños saludan a los soldados de AMISOM. Stuart Price/AFP/Getty Images

“En el momento en el que la AMISOM se retire, Al Shabab volverá a intentar tomar el control de Mogadiscio”. En una entrevista con este periodista, el coronel Chris Ogwal, al frente de las tropas de la Unión Africana en la base avanzada de Arbiska, lo dejó claro: las fuerzas de seguridad somalíes no están listas para hacerse cargo de la seguridad en Somalia. “Sí, las fuerzas somalíes no están listas”, concuerda el profesor de historia africana de la universidad de Warwick, David M. Anderson. “Están mal organizadas, mal entrenadas y son potencialmente desleales al gobierno de Mogadiscio”, por una razón económica, pero sobre todo porque el intrincado sistema tribal que rige el país prima los intereses del clan por encima de cualquier compromiso con el Gobierno. Las fuerzas de seguridad, resume Anderson, “están compuestas por grupos de milicias, son localistas y fácilmente infiltrables. Los esfuerzos por transferirles más responsabilidades le han dado a Al Shabab un respiro necesario para reorganizarse y reorientarse”.

Pese a sus victorias militares, las tropas internacionales no pueden mantener sus posiciones. No hay presupuesto ni tropas suficientes. Así que semanas después de liberar un territorio, éste vuelve a estar en manos de Al Shabab. Esto es lo que viene ocurriendo en los últimos meses en el valle del Shabelle, incluida la ciudad de Bariire, uno de los enclaves yihadistas más importantes para Al Shabab: de allí, a cuarenta y cinco kilómetros de Mogadiscio, procedía el terrorista del atentado de octubre.

Lo cierto es que la estrategia militar se ha revelado insuficiente para acabar con la amenaza yihadista en Somalia. Su capacidad para atentar sigue siendo muy importante y, lo más significativo, continúa teniendo un gran respaldo social. “Cuando nos vayamos, Al Shabab va a seguir aquí. Entonces, ¿por qué la población iba a acudir a nosotros si saben que nos vamos a ir y tendrán que rendir cuentas a Al Shabab?”, reflexionaba el coronel Chris Ogwal. Esto, unido a la afinidad ideológica de algunos sectores, provoca que buena parte de la sociedad siga colaborando con los yihadistas.

Para frenarlos, subraya de la Corte, “es necesario avanzar hacia un enfoque de respuesta de carácter integral: donde la intervención contra Al Shabab y por la estabilidad en Somalia no se reduzca a la acción militar, sino que se amplíe al terreno de las reformas políticas, los programas de desarrollo económico y social…”. Hasta ahora, los programas de ayuda se han centrado en cubrir la emergencia humanitaria provocada por la guerra y agravada por la sequía que ha provocado sólo el pasado año más de un millón de desplazados internos. Sin embargo, buena parte del país continúa aislada: las organizaciones humanitarias occidentales tienen vetado el acceso a las regiones controladas por los radicales y son los propios miembros de Al Shabab los que han puesto en marcha un sistema de ayudas que proporciona ganado, alimento, agua y hasta dinero a los vecinos afectados por la sequía.

En este contexto, Somalia se enfrenta a una decisión crucial para su futuro y para el de toda región: ¿es el momento adecuado para la retirada de la AMISOM? Aunque los expertos y los propios mandos militares son conscientes del riesgo que entraña, la comunidad internacional es consciente de que la misión no se puede prolongar indefinidamente. La Unión Europea ya redujo un 20% sus aportaciones en 2016 y los movimientos para que sean los gobiernos africanos los que se hagan cargo de su coste se han encontrado con una negativa tajante. El desgaste interno que supone tener a las tropas desplegadas en este mandato es lo máximo a lo que los mandatarios de Kenia, Uganda, Etiopía, Djibuti y Burundi están dispuestos.

Mientras, Al Shabab mantiene su repliegue táctico, esperando a que más pronto que tarde la AMISOM se retire para volver a conquistar el territorio que un día perdieron.

 

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