Los países más débiles del mundo no son sólo un peligro para ellos mismos, ya que pueden amenazar el progreso y la estabilidad de otros. En el tercer Índice anual de Estados fallidos, FP y el Fondo para la Paz clasifican los naciones que padecen un elevado riesgo de hundimiento.

Uno de los axiomas de la era moderna que todo el mundo acepta es que la distancia
ha dejado de importar. Una matanza sectaria puede influir en los mercados de
valores del otro lado del planeta. Unas ciudades anárquicas y llenas de bazares
al aire libre pueden poner en peligro la seguridad de la única superpotencia
mundial. El comportamiento errático de un dirigente aislado no sólo hace que
sea aún más miserable la vida de los millones de pobres sobre los que gobierna,
sino que da un vuelco al régimen de no proliferación nuclear. En otras palabras,
las amenazas de los Estados débiles tienen una onda expansiva que va
mucho más allá de sus fronteras y pone en peligro el desarrollo y la seguridad
de países totalmente opuestos en lo económico y en lo político.

En 2006 hubo pocas señas
prometedoras que hagan pensar que el mundo avanza hacia una situación de más
paz y estabilidad. El año comenzó con violentas protestas desde Indonesia hasta
Nigeria por la publicación de las caricaturas que representaban al profeta Mahoma.
En febrero vimos la destrucción de la mezquita dorada de Samarra, uno de los
lugares más sagrados del islam chií, que desató una tormenta en todo Irak que
aún no se ha aplacado. Después de que Hezbolá secuestrara a dos soldados israelíes,
el pasado julio, el sur de Líbano sufrió un mes de bombardeos aéreos que obligó
a cientos de miles de refugiados a huir a los países vecinos. Y en octubre,
el régimen represivo de Corea del Norte irrumpió en el club nuclear mundial.

Lo que hace aún más inquietantes estas noticias, ya de por sí alarmantes,
es que tienen su origen en Estados vulnerables y en pleno deterioro. Los líderes
mundiales y las autoridades de las instituciones multilaterales hacen a menudo
declaraciones en las que reiteran su compromiso de sacar a estos países de la
situación desesperada en la que se encuentran, pero puede ser difícil pasar
del simple control de daños a dar con unas soluciones viables y que, a largo
plazo, corrijan los puntos débiles de esos Estados. La ayuda, muchas veces,
se gasta de mala manera. Se hacen demasiadas reformas o demasiado pocas. Las
fuerzas internacionales de paz se ven desbordadas por las necesidades de seguridad
y, en su ausencia, reina el caos.

 



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El complejo fenómeno del fracaso de una nación
es tema de muchas discusiones, pero sigue comprendiéndose muy poco. Los problemas
que acosan a los Estados en proceso de desintegración suelen ser muy similares:
corrupción generalizada, clases dirigentes depredadoras que monopolizan el poder
desde hace mucho tiempo, ausencia del imperio de la ley y graves divisiones
étnicas o religiosas. Pero eso no significa que las soluciones a estos problemas
deban estar cortadas por el mismo patrón. Los países en trance de fracasar difieren
mucho entre sí. Myanmar (antigua Birmania) y Haití son dos de los más corruptos
del mundo, según la organización Transparencia Internacional, pero la represora
junta militar de Myanmar persigue a las minorías étnicas y somete a su población
a desplazamientos forzosos, mientras que Haití sufre las ruinosas consecuencias
de la pobreza extrema, el desorden y la violencia urbana. Durante 10 años, Guinea
Ecuatorial ha experimentado uno de los mayores crecimientos económicos del África
subsahariana, pero su riqueza se ha utilizado para engordar las cuentas corrientes
de la élite acomodada. Y en la República Democrática del Congo, la incapacidad
del Gobierno para vigilar sus fronteras y administrar su vasta riqueza mineral
ha hecho que el país dependa de la ayuda extranjera.

Con el fin de ofrecer una
imagen más clara de los Estados más débiles del planeta, la organización independiente
de investigación Fondo por la Paz y Foreign Policy presentan el tercer Índice
anual de Estados fallidos. Se han utilizado 12 indicadores sociales, económicos,
políticos y militares para clasificar 177 países por orden de vulnerabilidad
a los conflictos internos violentos y el deterioro social. Las puntuaciones
se basan en datos procedentes de más de 12.000 fuentes abiertas al público,
recogidos entre mayo y diciembre de 2006.

Por segundo año consecutivo, Sudán
encabeza la lista como Estado con mayor peligro de fracaso. Su principal fuente
de inestabilidad, la violencia en la región occidental de Darfur, es tan conocida
como trágica. Al menos 200.000 personas –quizá hasta 400.000– han muerto en
los últimos cuatro años asesinadas por miembros de la milicia yanyauid, apoyada
por el Gobierno, y entre dos y tres millones de personas han tenido que refugiarse
en campamentos miserables huyendo de sus aldeas incendiadas, a medida que la
violencia se ha ido extendiendo a la República Centroafricana y Chad. Ya antes
de la llegada de refugiados y rebeldes del otro lado de la frontera, estos países
no eran precisamente modelos de estabilidad; la República Centroafricana es
un centro de tráfico de esclavos y la capital de Chad sufrió un ataque de los
rebeldes en abril de 2006, en un intento fallido de golpe de Estado. Pero ahora,
además, la extensión del conflicto de Sudán ha influido mucho en la caída de
ambos países en la clasificación, lo cual demuestra que los riesgos de los Estados
fallidos
, con frecuencia, repercuten en los países vecinos. Es un fenómeno muy
inquietante en unas cuantas regiones concretas. Este año, 8 de los 10 Estados
más vulnerables del mundo se encuentran en el África subsahariana, frente a
los 6 de 2006 y los 7 de 2005.

Eso no quiere decir que todos las naciones en
proceso de descomposición sean víctimas del olvido mundial. Irak y Afganistán,
los dos frentes principales en la guerra contra el terrorismo, empeoraron a
lo largo del año pasado. Sus experiencias prueban que no sirve de nada que se
destinene miles de millones de dólares de ayuda a la seguridad y el desarrollo
si no van acompañados de un gobierno con capacidad de actuar, dirigentes dignos
de confianza y planes realistas para mantener la paz y desarrollar la economía.
Igual que existen muchas formas de alcanzar el éxito, también hay muchas maneras
de caer en el fracaso.

No todo fue malo en este año. Dos gigantes vulnerables,
China y Rusia, mejoran sus puntuaciones lo suficiente como para salir del grupo
de los 60 Estados en peor situación. En parte se debe a que, en esta edición
del Índice, hemos incluido otros 31 países más. Pero también hay que atribuirles
a ellos mismos parte del mérito. El motor económico de China sigue impulsando
el país a enorme velocidad, aunque la división entre las zonas urbanas y las
rurales, cada vez mayor, y las protestas que continúan produciéndose en el campo,
dejan al descubierto bolsas de fragilidad que Pekín no ha empezado a abordar
hasta hace muy poco. La economía en expansión de Rusia y la interrupción temporal
de la violencia en Chechenia han tenido efectos estabilizadores, a pesar de
las nuevas preocupaciones por el futuro democrático del país.

La gran mayoría
de los Estados que figuran en el Índice no han fracasado todavía; sufren graves
debilidades que les dejan en una situación muy vulnerable, sobre todo ante conmociones
como las catástrofes naturales, la guerra y las privaciones económicas. No hay
que menospreciar los efectos de ese tipo de sucesos. El conflicto del verano
pasado en Líbano contribuyó a anular casi dos décadas de avances económicos
y políticos. Pero Líbano tenía ya una posición frágil, porque sus estructuras
políticas y de seguridad carecían de integridad y sufrían las tensiones y las
fragmentaciones de una clase dirigente dividida en facciones. Esas deficiencias
no sólo contribuyeron a que hubiera un retroceso en su desarrollo, sino que
tuvieron consecuencias en toda la región: Israel, Jordania y Siria. Es una prueba
más de que los problemas de un país no son sólo cosa suya.

Esta conclusión preocupa
en especial cuando los Estados débiles poseen armas atómicas. Hoy en día, 2
de los 15 países más vulnerables del mundo, Corea del Norte y Pakistán, son
miembros del club nuclear. No pueden ser más distintos entre sí: el primero
se enfrenta a la perspectiva muy real de la bancarrota económica, y el segundo
cuenta con una región fronteriza sumida en el caos y una oposición islamista
desencantada cuyas filas se incrementan día a día.

Ahora bien, aunque los problemas de estos países son objeto frecuente de titulares
en todo el mundo, es evidente que no hay muchas soluciones fáciles. Al destacar
qué Estados corren mayor riesgo de fracaso, sólo podemos confiar en que, con
el tiempo, surjan soluciones más eficaces y duraderas a través de las comparaciones
entre los índices de cada año. De ese modo, es posible que la suerte de las
naciones más vulnerables del mundo cambie en sentido positivo y, con ello, mejoren
la seguridad y la prosperidad de todos.

 

 


CONCULCAR LOS DERECHOS DE LOS CREYENTES

Los Estados más débiles del mundo son también los más intolerantes desde el punto de vista religioso. Aquellos con mala puntuación en libertad de culto suelen tener más probabilidades de que les llegue su hora.



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La libertad religiosa es un puntal de la democracia, pero además puede
ser un indicador fundamental de estabilidad. Los Estados vulnerables tienen
mayor grado de intolerancia religiosa, según unas puntuaciones calculadas
por el Centro de Libertades Religiosas del Hudson Institute (EE UU). La
persecución de las minorías religiosas en Bangladesh, Myanmar (antigua
Birmania), Irán y Uzbekistán ha arrebatado a millones de fieles la libertad
de vivir con arreglo a su fe. Pero este tipo de represión, muchas veces,
no es más que un intento mal disfrazado de amordazar a la sociedad civil
del país. En Zimbabue, los líderes religiosos se han convertido en objetivos
porque son casi las últimas voces de oposición que quedan. Y en Bielorrusia,
el presidente Alexander Lukashenko ha reprimido la libertad de culto para
aplastar movimientos a los que considera transmisores de influencias políticas
extranjeras. Da la impresión de que los gobernantes de muchos países en
vías de fracasar desconfían de cualquier poder superior que pudiera ser
mayor que el suyo.

 

 


LO MEJOR Y LO PEOR

Este año, varios Estados vulnerables lograron dar un paso atrás y alejarse del abismo.


“No hay duda de que 2006 ha sido un año desastroso para Irak”. Era una declaración curiosa para venir de alguien normalmente optimista, como es el presidente estadounidense George W. Bush, pero pocos discreparían de ella. La espiral de violencia en Irak, cada vez peor, y los sangrientos conflictos de Afganistán, Timor Oriental y Somalia hacen que 2006 pueda figurar en los libros de historia como un año espantoso para muchos países, no sólo Irak.

No obstante, entre estos casos negativos, aparecen varios positivos. Hay algunos países en proceso de deterioro que consiguieron alejarse del abismo, a menudo gracias a resultados históricos en las urnas. En diciembre, se celebraron las primeras elecciones directas en la provincia de Aceh, Indonesia, después de tres decenios de guerra separatista que acabaró con una tregua en 2005. El antiguo dirigente rebelde Irwandi Yusuf, que escapó de la cárcel cuando ésta fue destruida por el tsunami de diciembre de 2004, resultó elegido gobernador, por delante de las antiguas élites que monopolizaban el poder. Y en la República Democrática del Congo, las primeras elecciones multipartidistas en más de 40 años contribuyeron a dar más legitimidad al Estado a ojos de una población muy pobre, si bien sigue siendo vulnerable a la violencia de las milicias.

Pero Liberia destaca como el país que más ha mejorado, seis puntos por encima de su puntuación en el Índice del año anterior. También en este caso, hay que decir que las elecciones celebradas en noviembre de 2005, tras más de 10 años de guerra civil, llevaron la necesaria estabilidad al país y prepararon el terreno para el notable avance de 2006. Aunque sigue contando con la presencia de 14.000 soldados de las fuerzas de paz de la ONU, su economía muestra un crecimiento del 7%, las milicias están desmovilizadas y la presidenta, Ellen Johnson-Sirleaf , ha emprendido la lucha contra la corrupción endémica, que incluye la detención de altos funcionarios por sobornos.

Por el contrario, Líbano ha sufrido la caída más acentuada y pierde casi
12 puntos en el Índice, hasta quedarse en un puesto sólo ligeramente superior
al de Liberia. La guerra que estalló el año pasado ha supuesto un retroceso
en gran parte de los avances logrados desde que acabó la guerra civil,
en 1990. Las incursiones aéreas israelíes obligaron a más de 700.000 libaneses
a abandonar sus hogares y causó daños en las infraestructuras del país
por un valor aproximado de 2.800 millones de dólares (unos 2.100 millones
de euros). La crisis política tiene al Ejecutivo actual en punto muerto
y la economía sigue siendo débil. Aquí se ve cómo dos Estados con puntuaciones
parecidas pueden, en realidad, estar siguiendo trayectorias completamente
distintas, uno hacia la estabilidad y otro involucionando hacia el fracaso.

 

 


LOS LÍDERES DEL FRACASO

Muchos Estados tienen que soportar pobreza, corrupción y desastres naturales. Ahora bien, para los débiles, no existe nada más costoso que un hombre fuerte en el Gobierno y a cargo de todas las decisiones.

La historia está llena de líderes brutales que han sumido a sus países en la pobreza y la guerra por culpa de la codicia, la corrupción y la violencia. Y, aunque son muchos los factores que pueden hacer que se desmorone una nación –desastres naturales, crisis económicas, la llegada de refugiados de un país vecino–, pocos son tan decisivos y tan letales como un mal dirigente.

El Índice de este año revela que hay Estados fallidos como Irak y Somalia que sufren las consecuencias del mal gobierno, pero a los que acompaña una serie de países dirigidos desde hace mucho por hombres fuertes que han presidido la caída de sus respectivas naciones. Tres de los cinco Estados en peor situación –Chad, Sudán y Zimbabue– tienen líderes que llevan más de 15 años en el poder.

Y el problema no se limita al África subsahariana. El presidente de Uzbekistán,
Islam Karímov, que continúa con su represión brutal de la disidencia
desde la matanza de cientos de manifestantes desarmados en mayo de 2005,
ocupa el poder desde 1991. El presidente egipcio, Hosni Mubarak, que lleva
un cuarto de siglo aferrado a su cargo, está organizando su propia sucesión
y ha designado como heredero a su hijo. Y el presidente de Yemen, Ali
Abdullá Salé, que gobierna desde 1978, fue reelegido por mayoría aplastante
para otro mandato de siete años el pasado mes de septiembre, en unas elecciones
calificadas por la oposición de fraudulentas.

Por otro lado, un buen gobierno puede sacar a un Estado del borde del
abismo. El primer presidente elegido por sufragio directo en Indonesia,
Susilo Bambang Yudhoyono, que llegó al poder hace tres años, ha ayudado
a enderezar un país que tenía una corrupción endémica y que quedó destrozado
por el tsunami de 2004, y lo ha encaminado hacia una mayor estabilidad.
Ha emprendido la reforma del sector de la seguridad, muy corrupto, ha
negociado un acuerdo de paz con los rebeldes de la provincia de Aceh y
ha logrado mejoras discretas en los servicios públicos. Sus esfuerzos
no siempre le han aportado popularidad. Pero ése es el tipo de dirección
que necesitan los países que se encaminan al fracaso: un jefe de Estado
que decida emprender reformas constantes aunque le suponga perder poder
y reconocimiento.

 

 

NATURALEZA
FRENTE A CUIDADOS


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A medida que el planeta se calienta, los Estados en peligro de fracaso
se encuentran con graves amenazas para sus aguas subterráneas, su agricultura
y sus ecosistemas, y esos factores pueden anular cualquier avance político
y económico. El Índice de este año muestra una fuerte correlación entre
estabilidad y sostenibilidad medioambiental, la capacidad de un país de
evitar la catástrofe y el deterioro ecológico. Es decir, en Estados que
se encuentran al borde del fracaso, como Bangladesh, Egipto e Indonesia,
es poco probable que se aborden como es debido los peligros de inundaciones,
sequías y deforestación. Y eso indica que se ciernen nubes de tormenta
en el horizonte de los países más vulnerables del mundo.

 

 


EL VECINDARIO SALTA POR LOS AIRES

En algunas de las regiones más peligrosas del mundo, el fracaso no se detiene en la frontera. Es contagioso.

No es casual que muchos Estados al borde del derrumbe estén apiñados en las mismas zonas. Las fronteras porosas, la afinidad cultural y el subdesarrollo generalizado unen a menudo a las poblaciones. Y, cuando unos viven en un Estado fallido, su tragedia puede extenderse con mucha rapidez al patio del vecino.

Ningún sitio donde ir
La violencia en Darfur ha creado el efecto dominó más visible. Se ha acusado al Gobierno sudanés de apoyar a grupos rebeldes en Chad y la República Centroafricana y, por tanto, haber contribuido a empujar a cientos de miles de refugiados. Los grandes campamentos de toda la región son vulnerables a las milicias violentas que merodean por la zona y que aterrorizan Darfur desde hace cuatro años.


 

Estados de desorden
Somalia, en manos de luchas sectarias entre caudillos desde hace más de 15 años, sufrió aún más convulsiones violentas en 2006, cuando la breve estabilidad lograda por la Unión de Tribunales Islámicos se vio trastocada por la invasión de las tropas de Etiopía para favorecer la formación de un gobierno provisional. A lo largo de los años, los combates han provocado la huida de refugiados a Etiopía, Eritrea y Kenia, con la subsiguiente desestabilización de una buena parte del Cuerno de África.


 

La siembra de la inestabilidad

El resurgimiento de los ataques talibanes en Afganistán y en la provincia fronteriza del noroeste de Pakistán puede propagar la inestabilidad por toda Asia Central. Pakistán y Uzbekistán mejoraron muy poco sus puntuaciones durante el año pasado, y corren peligro de sufrir no sólo los efectos de lo que ocurre al otro lado de la frontera sino una oposición interna cada vez mayor. Pero lo que tiene más preocupados a los países de la zona es la producción de amapolas del año pasado en Afganistán, batió récords. Las rutas del narcotráfico, alimentadas por las fábricas clandestinas de heroína, pasan por las antiguas repúblicas soviéticas que están al norte, y atrás dejan una estela de crimen, adicción y VIH/sida.


 

 

 


LA LARGA DIVISIÓN

Lo que impide progresar a muchos de los regímenes más frágiles del mundo es que nunca han controlado verdaderamente su destino, desde el principio.

Al valorar el fracaso de los Estados, algunos países parecen poseer doble personalidad. Es decir, pueden ser la imagen de la estabilidad, la paz y el crecimiento económico en ciertas áreas, y tener también zonas prohibidas dentro de su propio territorio. Una docena de países, de los 60 más vulnerables, contienen Estados virtuales, áreas que, en la práctica, se gobiernan a sí mismas, aunque en teoría dependan del Ejecutivo central.

En la exrepública soviética de Georgia, las dos regiones disidentes de Abjasia y Osetia del Sur han construido estructuras de gobierno paralelas. Las dos regiones, con la ayuda económica y el apoyo de las fuerzas de seguridad de Rusia, rechazan la autoridad de Tbilisi. En Colombia, el movimiento rebelde narcoterrorista de las FARC controla una gran porción de territorio, y proporciona servicios sociales básicos y seguridad a la gente que vive fuera del alcance de Bogotá. Y el antiguo protectorado británico de Somaliland declaró la independencia de Mogadiscio en 1991, a pesar de que figura dentro de las fronteras del Estado somalí que reconoce la comunidad internacional.

Los gobiernos suelen hacer todo lo posible para recuperar esas regiones
separatistas, y esos esfuerzos pueden tener un coste muy elevado. Una
brutal guerra civil que estalló en 2002 para arrebatar a los rebeldes
la mitad norte de Costa de Marfil, dividió al país en dos, interrumpió
un crecimiento económico que era impresionante y obligó a llevar a miles
de soldados de la ONU para garantizar el mantenimiento de la paz. En Pakistán,
los esfuerzos del Ejecutivo para actuar contra supuestos agentes de Al
Qaeda en las turbulentas regiones fronterizas han provocado violentas
manifestaciones. Y los intentos que hizo en 2006 el Ejecutivo de Sri Lanka
de recuperar el territorio que controlan los Tigres Tamiles desató la
peor violencia en años. Algunos países, como Eslovaquia y la República
Checa, han encontrado más estabilidad y prosperidad como entidades distintas.
Serbia y Montenegro se separaron de forma pacífica en junio de 2006, algo
poco frecuente en una región donde este tipo de acciones suelen costar
grandes derramamientos de sangre. Sin embargo, para los Estados de personalidad
escindida que figuran en el Índice de este año, la decisión de separarse
del todo parece aún lejana. Y quizá eso hace que también tengan pocas
probabilidades de cumplirse sus aspiraciones de estabilidad.

 

 

¿Algo más?
Se pueden ver más detalles sobre la metodología
del Índice de Estados Fallidos de Foreign Policy/Fondo
para la Paz, así como los resultados de otros Índices anteriores,
en www.ForeignPolicy.com y en la web del Fondo para la Paz, www.fundforpeace.org.
Además, para profundizar sobre los Estados frágiles consulte
esta útil selección de artículos publicados por FRIDE en http://www.fride.org/ClientsFride/showpage.aspx?OriginId=1408.Paul Collier afirma que los Estados más vulnerables del mundo padecen
problemas específicos para los que no sirven las soluciones normales
en The Bottom Billion: Why the Poorest Countries Are
Failing and What Can Be Done About It
(Oxford University
Press, Nueva York, 2007). En ‘El lado oscuro de la globalización’
(FP EDICIÓN ESPAÑOLA, febrero/marzo 2007), Steven Weber, Naazneen
Barma, Matthew Kroenig y Ely Ratner alegan que un mundo unipolar
aumenta la inestabilidad y las contiendas. Para ver un inquietante
informe de cómo el cambio climático podría multiplicar los riesgos
que se ciernen sobre los Estados fallidos, ver el informe
‘National Security and the Threat of Climate Change’ (CNA Corporation,
Alexandria, 2007), elaborado por una comisión que presiden 11 oficiales
retirados del Ejército de Estados Unidos.

 

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