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Una periodista retransmite el último lanzamiento desde Corea del Norte en una estación de trenes de Seul, Corea del Sur. (JUNG YEON-JE/AFP via Getty Images)

Aquellos días de 2017 en los que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, y el líder norcoreano, Kim Jong un, se lanzaban insultos el uno al otro e intercambiaban amenazas de aniquilación nuclear parecían distantes durante la mayor parte de 2019. Pero las tensiones están aumentando.

Los peligros de 2017 dieron lugar a un 2018 y principio de 2019 más tranquilo. Estados Unidos detuvo la mayoría de sus ejercicios militares conjuntos con Corea del Sur, y Pyongyang interrumpió sus pruebas nucleares y de misiles de largo alcance. Las relaciones entre EE UU y Corea del Norte se descongelaron un poco, con dos cumbres Trump-Kim. La primera, en Singapur en junio de 2018, produjo una pobre declaración de principios acordados y la posibilidad de negociaciones diplomáticas. La segunda, en Hanoi en febrero de 2019, fracasó cuando el abismo que separaba a los dos líderes en lo referente al alcance y la secuencia de la desnuclearización y el alivio de las sanciones se hizo evidente.

Desde entonces, el ambiente diplomático se ha enrarecido. En abril de 2019, Kim estableció unilateralmente el fin de año como fecha límite para que el gobierno de Estados Unidos presentara un acuerdo que pudiera romper el impasse. En junio, Trump y Kim acordaron, con un apretón de manos en la zona desmilitarizada que separa las dos Coreas, el inicio de conversaciones de trabajo. En octubre, sin embargo, una reunión de ocho horas en Suecia entre enviados de ambas partes no llegó a ninguna parte.

Los dos líderes han planteado en alguna ocasión la idea de una tercera cumbre, pero luego la han retirado, al menos por el momento. Y quizá haya sido para bien: otra reunión mal preparada podría dejar a ambas partes con una sensación de peligrosa frustración.

Mientras tanto, Pyongyang —que continúa intentando reforzar su posición de fuerza para lograr un alivio de las sanciones y el fin de los ejercicios militares conjuntos— intensificó las pruebas de misiles balísticos de corto alcance, que, de manera generalizada, se considera que no están cubiertos por el congelamiento no escrito. Corea del Norte parecía estar motivada tanto por razones prácticas (estos tests ayudan a perfeccionar la tecnología de los misiles) como por razones políticas (las pruebas parecen estar destinadas a presionar a Washington para que proponga un acuerdo más favorable). A principios de diciembre, Pyongyang fue más allá, testando lo que parecía ser el motor o bien de un vehículo de lanzamiento espacial o bien de un misil de largo alcance y tecnología relacionada, en una localización que, según Trump, Kim había prometido desmantelar.

Aunque la advertencia de Pyongyang de un “regalo de Navidad” para Washington si Estados Unidos no propone un camino a seguir que considere satisfactorio no se había materializado en el momento de escribir este artículo, las opciones diplomáticas parecen estar desvaneciéndose.

Sin embargo, ambas partes deberían pararse a pensar en lo que sucederá si la diplomacia fracasa. Si Corea del Norte intensifica sus provocaciones, la Administración Trump podría reaccionar como lo hizo en 2017, con insultos y esfuerzos para endurecer aún más las sanciones y explorando opciones militares con consecuencias inimaginables.

Esa dinámica sería mala para la región, para el mundo y para ambos líderes. La mejor opción para las dos partes sigue siendo un acuerdo proporcionado que fomente la confianza y ofrezca beneficios modestos a cada uno. Pyongyang y Washington necesitan dedicar tiempo a negociar y a evaluar las posibilidades de compromiso. En 2020, Trump y Kim deberían mantenerse alejados del boato de las grandes ceremonias y de las provocaciones dramáticas y dar poderes a sus negociadores para que se pongan a trabajar.

El artículo original ha sido publicado en International Crisis Group