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Una mujer iraní pasa al lado de un moral pintado en un muro, Teherán. ATTA KENARE/AFP/Getty Images

¿Cómo la población y la élite política iraní perciben el abandono del acuerdo nuclear por parte de Estados Unidos y las crecientes tensiones entre Washington y Teherán?

Tras el 40 aniversario del establecimiento de la República Islámica, y en medio de la conmemoración de los 30 años del fallecimiento de su fundador, el ayatolá Ruhollah Jomeini, Irán se encuentra nuevamente en el centro del huracán. Desde que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, decidiera el 8 de mayo de 2018 retirarse unilateralmente del Acuerdo Nuclear (JCPOA en sus siglas en inglés) firmado en 2015 por su antecesor, la presión sobre Teherán se ha incrementado exponencialmente. Así, a la reimposición de las sanciones secundarias en noviembre se sumaron otras, como limitaciones totales a las importaciones de Irán, restricciones a ciudadanos iraníes en territorio estadounidense y un boicot unilateral a las exportaciones petroleras que afecta incluso a terceros países importadores de su crudo como India, China, Corea y Turquía, entre otros.

La presión económica del embargo petrolero también estuvo acompañada de una fuerte ofensiva diplomática para aislar a Irán, con la creación de la Middle East Strategic Alliance, popularmente conocida como “la OTAN Árabe” (que le ha dado a Trump escaso resultados hasta el momento) y que pretendía incluir a las seis monarquías del Consejo de Cooperación del Golfo más Jordania y Egipto en un acuerdo militar con el objetivo de contener la expansión de la percibida amenaza iraní en la región. También con la designación de la Guardia Revolucionaria (Sepah-e Pasdarán) como organización terrorista por parte del Departamento de Estado de EE UU, primera vez que un ejército nacional de un país recibe tal designación. Washington ha puesto un cordón sanitario a casi toda institución oficial iraní. Finalmente, y alegando amenazas por parte de Irán, que ni Trump ni su Asesor de Seguridad Nacional, John Bolton, han sido capaces de detallar, Estados Unidos anunciaba el pasado mayo el envío del grupo del portaaviones USS Lincoln al Golfo Pérsico, al igual que una flotilla de bombarderos estratégicos B-52, como así también el aumento de las tropas terrestres en el Golfo Pérsico.

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Unos hombres iraníes con un muñeco que representa a Donald Trump en una protesta contra Estados Unidos, Teherán, abril 2019. AFP/Getty Images

Ante esta serie de iniciativas, el Gobierno de Teherán ha reaccionado con firmeza discursiva y pragmatismo ejecutivo, lo que demuestra la racionalidad existente en la élite política iraní al tomar decisiones que pudieran afectar el futuro del país en estos momentos críticos en los que Irán necesita, por un lado, evitar cualquier escalada en la confrontación directa con Estados Unidos o sus vecinos regionales y, por otro, garantizar la continuidad de un acuerdo nuclear, que a pesar de no demostrar resultados tangibles, mantiene a la República Islámica como un actor racional, cumplidor con sus compromisos internacionales y socio confiable dentro del convulso contexto regional.

En primer lugar, Irán respondió muy moderadamente al anunciado retiro estadounidense del JCPOA. El Presidente Hasán Rohaní, su ministro de Asuntos Exteriores Javad Zarif, e incluso el líder Alí Jameneí, reafirmaron el compromiso iraní con el acuerdo nuclear multilateral inmediatamente después del anuncio de Trump. Por otra parte, condicionaron la continuidad del mismo al cumplimiento por parte de los otros firmantes del acuerdo, principalmente la Unión Europea, de los compromisos adquiridos en relación a garantizar las exportaciones de petróleo iraní y el pago en divisas sin que fueran interrumpidas o sancionadas por EE UU. En segundo lugar, y siguiendo con la lógica de presionar a la UE tras la imposición de las nuevas sanciones en noviembre, y haciendo referencia a lo estipulado en el JCPOA, Teherán suspendió temporalmente la limitación de almacenar agua pesada en su territorio, y comunicó que comenzaría a almacenar también uranio enriquecido al 3,67% si a mediados de julio de 2019 no se implementaba con éxito el mecanismo de pago INSTEX, anunciado por la Alta Representante de la Unión para Asuntos Exteriores, Federica Mogherini. En tercer lugar, y ante a la designación de los Pasdarán como organización terrorista por parte de EE UU en abril pasado, el Parlamento iraní designaba también al Comando Central del Ejército estadounidense como grupo terrorista, escalando en la tensión discursiva que, si bien no hace prever acciones directas, sí abre la puerta a eventuales e inesperados choques fortuitos en el Golfo Pérsico o Irak que podrían derivar en una confrontación mayor entre ambos países.

Ante la confirmación por parte del Organismo Internacional de Energía Atómica, en su último informe de abril pasado, de que Irán continuaba cumpliendo con la hoja de ruta establecida en el 2015, ha quedado claro para la élite política y la población iraní que la nueva ofensiva estadounidense no tiene que ver con prevenir que Irán se convierta en una potencia nuclear, a pesar de las últimas declaraciones de Trump, sino contra su sistema político y su población en general. Esta situación ha hecho que la opinión pública, y los posicionamientos de los diversos grupos políticos, se alineen con visiones más críticas respecto al acuerdo nuclear y a negociaciones con EE UU y la Unión Europea. A través de una serie de encuestas realizadas por un proyecto conjunto de las universidades de Maryland y Teherán desde 2015 hasta mediados de 2018, se puede ver la caída del interés y el apoyo que el acuerdo nuclear tiene entre los iraníes, en correspondencia con la radicalización del discurso de la élite política, incluyendo a la actual administración Rohaní.

Según estas encuestas, mientras que en agosto de 2015 el porcentaje de aprobación del acuerdo era del 75,5% (la absoluta aprobación, 42,7%, más la aprobación moderada, 32,8%), la aprobación ha ido decayendo hasta llegar al 55,1% en enero de 2018 (26% más 29,1%, respectivamente) y al 52% en abril de 2018 (19% + 33%). También ha decaído notablemente la confianza en Estados Unidos, especialmente desde la llegada de Trump a la presidencia, y la percepción sobre lo que se esperaba que el Gobierno estadounidense hiciese en relación al compromiso firmado. Así, mientras que en septiembre de 2015 el 45% de los iraníes encuestados se mostraban confiados (5% muy confiado, 40% algo confiado) de que EE UU respetaría sus obligaciones respecto al acuerdo nuclear, contra un 42% que desconfiaba (23% muy desconfiado, 18% algo desconfiado); la situación cambió drásticamente a lo largo de los años siguientes, llegando a apenas un 11,6% de confianza (1,1% muy confiado, 10,5% algo confiado) frente a una abrumadora mayoría del 86,4% de desconfianza (63,9% muy desconfiado, 22,5% algo desconfiado) en enero de 2018, apenas unos meses antes de que Trump anunciara su abandono del acuerdo el 8 de mayo.

Las declaraciones de Trump y las diversas medidas adoptadas desde el comienzo de su mandato no pronosticaban nada bueno para Irán, como se ha visto en los años siguientes, pero cabe destacar también que a pesar del apoyo popular a las negociaciones iniciadas en 2013, tampoco existía ni entre la élite política, sobre todo en líder Alí Jameneí, ni entre la población iraní una esperanza ciega en que EE UU cambiara radicalmente su posición respecto a Irán tras la firma de los acuerdos. Las mismas encuestas mencionadas reflejaban ya una esperanza muy moderada a mediados del 2016, cuando el acuerdo comenzaba su andadura, al responder afirmativamente un 66,1% de los entrevistados que “Estados Unidos ha levantado las sanciones que acordó levantar, pero está encontrando otras maneras de mantener los efectos negativos de esas sanciones”. A la misma pregunta en enero de 2018, el 60,3% pasaba a responder que “EE UU no ha levantado las sanciones que acordó levantar”. Es decir, incluso antes de la retirada unilateral del acuerdo, la población iraní ya percibía mayoritariamente que jamás se había implementado por parte de Washington el acuerdo firmado. Más aún, en junio de 2016 ya un 74,7% de los iraníes pensaba que “Estados Unidos está tratando de prevenir” la normalización de las relaciones de Teherán con otros países, cifra que pasó al 92,6% en enero de 2018. Claramente, el 69,2% de los iraníes percibía en las mismas fechas que Trump tenía una política “completamente hostil” hacia Irán, frente al 49,6% que ostentaba al comienzo de su mandato, por lo que no cabía esperar nada positivo durante su presidencia.

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Un cliente paga con moneda local en un establecimiento en Teherán, abril 2019. ATTA KENARE/AFP/Getty Images

Ante esta situación, y teniendo en cuenta los problemas económicos que Irán viene sufriendo desde antes del cambio de posición de EE UU, y que se agravaron sobre todo a partir de mediados de 2017 y tras la imposición de sanciones en noviembre de 2018, los iraníes no dudan en opinar, con el 52,8%, que la mejor vía es abandonar el JCPOA, a pesar de que los otros signatarios del acuerdo permanezcan en el mismo. Incluso, como muchos políticos ultra conservadores y muy críticos desde el principio con el acuerdo nuclear, la mayoría de los encuestados (67,4%) opinaba en enero de 2018 que las concesiones hechas por Irán para conseguirlo no habían merecido la pena porque no se podía esperar que los otros firmantes cumplieran con sus obligaciones. Existe un convencimiento cada vez más visible de que ni siquiera la implementación de los mecanismos alternativos propuestos por la Unión Europea pueda rendir sus frutos, ya sea por la interferencia estadounidense directa, o por la percibida inacción y falta de interés de los propios gobiernos europeos de enfrentarse a su socio prioritario.

Por otra parte, sigue existiendo dentro de la población y la élite política iraní el convencimiento de que tener un programa nuclear civil es un derecho inalienable, y que Estados Unidos y otros actores regionales, principalmente Israel y Arabia Saudí, jamás permitirán que Irán entre en el club nuclear. No obstante, existe la determinación de seguir adelante pese a esa oposición, toda vez que ser potencia nuclear es un elemento disuasivo frente a amenazas externas, a la vez que es un factor determinante en la consecución del estatuto de potencia regional, aspiración de larga data de los gobiernos iraníes antes y después de la revolución islámica. Esta percepción de la élite política sería también compartida por la población iraní, como lo demuestra otra encuesta realizada por Zogby Research en 2013, apenas comenzada la andadura del Presidente Rohaní, cuando un abrumador 96% respondía estar de acuerdo con que “vale la pena pagar el precio en sanciones internacionales y aislamiento internacional para mantener el derecho de desarrollar un programa nuclear”.

Las amenazas militares, como las que Irán está recibiendo por parte de Trump, Bolton y Pompeo, nunca han rendido buenos resultados a la hora de sentar a Irán a una mesa de negociaciones. Al contrario, y a pesar de la escasa confianza que el JCPOA ha mantenido a lo largo de los últimos años entre los iraníes, las negociaciones multilaterales, con la participación directa de Estados Unidos, ha sido el único mecanismo que ha logrado que Teherán firme y cumpla con los requerimientos de la comunidad internacional respecto a la no proliferación nuclear. Pero como se ha avanzado anteriormente, muy pocos en Irán piensan que EE UU, bajo la administración Trump, esté interesado en su programa nuclear, sino en promover un cambio de régimen desde fuera.