Etiopia
Una desplazada tigray en Sudán después de huir de los enfrentamientos entre el Gobierno etíope y la región de Tigray. (Byron Smith/Getty Images)

El 4 de noviembre, las fuerzas federales etíopes iniciaron una ofensiva en la región de Tigray después de un mortífero ataque de las tropas regionales contra unidades del Ejército federal. Al acabar el mes, las Fuerzas Armadas del país había entrado en la capital de Tigray, Mekelle. Los jefes del Frente Popular de Liberación de Tigray (TPLF en sus siglas en inglés) abandonaron la ciudad con la excusa de no poner en peligro a la población civil. Hay mucha confusión por la censura ejercida en los medios, pero probablemente han muerto miles de personas, incluidos muchos civiles, hay más de un millón de desplazados internos y alrededor de 50.000 personas han huido a Sudán.

El origen de la crisis de Tigray se remonta a muchos años atrás. El primer ministro de Etiopía, Abiy Ahmed, llegó al poder en 2018 después de unas protestas motivadas en gran parte por la rabia acumulada contra la coalición que gobernaba desde 1991, dominada por el TPLF. El mandato de Abiy, que comenzó con grandes esfuerzos para reformar un sistema represivo, ha supuesto la pérdida de influencia de los líderes regionales, que se quejan de ser el chivo expiatorio de los abusos anteriores y ven con desconfianza el acercamiento del primer ministro al presidente de Eritrea, Isaias Afwerki, viejo enemigo del TPLF. Los aliados de Abiy acusan a los dirigentes de Tigray de querer conservar un poder desproporcionado, obstruir las reformas y ejercer una violencia que alimenta los problemas. La disputa de Tigray es la más enconada de Etiopía, pero existen líneas divisorias más amplias. Las regiones se disputan el poder y los partidarios del sistema federalista étnico de Etiopía (que distribuye los poderes entre unas regiones definidas en función de las etnias y que el TPLF contribuyó a diseñar) se enfrentan a los que se oponen al sistema, que creen que refuerzan las identidades étnicas y las divisiones. Aunque muchos etíopes responsabilizan al TPLF por los años de opresión, los habitantes de Tigray no son los únicos que temen que Abiy quiera eliminar el sistema y centralizar el poder. En particular, están de acuerdo con ellos los detractores del primer ministro en la agitada región de Oromia —la más poblada de Etiopía—, a pesar de que Abiy es de ascendencia oromo.

La pregunta ahora es qué va a suceder. Las fuerzas federales tomaron Mekelle y otras ciudades con relativa rapidez. Addis Abeba confía en que lo que denomina su “operación de aplicación de la ley” derrote a los rebeldes que quedan. El Gobierno se niega a negociar con los líderes del TPLF; los aliados de Abiy dicen que permitir la impunidad para unos delincuentes que atacan al Ejército e infringen la Constitución sería premiar la traición. Las autoridades centrales van a nombrar un gobierno regional provisional, han emitido órdenes de detención contra 167 funcionarios y oficiales de Tigray y parecen confiar en poder convencer a los habitantes de la región de que abandonen a sus antiguos jefes. Sin embargo, el TPLF cuenta con una sólida base popular.

Hay síntomas inquietantes. Algunas informaciones hablan de purgas de habitantes de Tigray a manos del Ejército y de que están recibiendo malos tratos en otras zonas del país. Las milicias de la región de Amhara, limítrofe con Tigray, han capturado un territorio en disputa que esta última controlaba desde hacía 30 años. El TPLF ha disparado misiles contra Eritrea y las fuerzas de este país han participado casi con toda certeza en la ofensiva contra el movimiento. Todo esto alimenta cada vez más el sentimiento separatista y de agravio en Tigray.

Si el gobierno federal invierte dinero en esta áreas, colabora con los funcionarios locales tal como son en lugar de expulsar de sus filas a los miembros del TPLF, deja de acosar a los nativos de la región en el resto del país y asume la administración de las zonas en disputa en vez de dejárselas a las autoridades de Amhara, quizá haya alguna esperanza de paz. Entonces sería fundamental iniciar un diálogo nacional para sanar las profundas heridas que dividen Tigray y otras regiones. De no ser así, existen malas perspectivas para una transición que tantas esperanzas suscitó hace solo un año.