Las mujeres que residen en el campamento de personas desplazadas internamente de Silsa hacen fila para recibir ayuda humanitaria, Etiopía, marzo de 2022. J. Countess/Getty Images

Una de las guerras más mortíferas de 2022, en la región etíope de Tigray y sus alrededores, se ha interrumpido por el momento. Dos de los principales bandos beligerantes —el gobierno del primer ministro etíope, Abiy Ahmed, y el Frente de Liberación del Pueblo Tigray (TPLF), que dominó la política del país durante décadas hasta que Abiy asumió el poder en 2018 y luego se enemistó con él— firmaron un acuerdo el 2 de noviembre en Pretoria (Suráfrica) y, 10 días después, un acuerdo de seguimiento en Nairobi. Pero es una calma frágil. Siguen sin resolverse problemas cruciales clave, sobre todo si las fuerzas de Tigray van a dejar las armas y si el presidente eritreo, Isaias Afwerki, cuyo ejército ha luchado junto a las tropas etíopes, retirará sus tropas hasta la frontera reconocida por la comunidad internacional.

Las hostilidades estallaron a finales de 2020, cuando las fuerzas de Tigray capturaron varias bases militares nacionales en la región y alegaron que lo hacían para adelantarse a una intervención federal. Durante dos años de combates, la suerte osciló entre los dos bandos. Una tregua acordada en marzo de 2022 ofreció cierto respiro. Pero se rompió a finales de agosto y se reanudó la guerra abierta. Las fuerzas federales, amharas y eritreas volvieron a desbordar las defensas de Tigray.

El número de víctimas es abrumador. Unos investigadores de la universidad belga de Gante calculan que hasta agosto de 2022 habían muerto entre 385.000 y 600.000 civiles por causas relacionadas con la guerra. Fuentes de ambos bandos afirman que, desde entonces, han muerto cientos de miles de combatientes. Hay acusaciones de cometer atrocidades contra todas las partes y las fuerzas eritreas han dejado un rastro de devastación especialmente cruel. La violencia sexual ha sido generalizada y parece que se ha utilizado de forma estratégica para humillar y aterrorizar a la población civil. Durante la mayor parte de la guerra, Addis Abeba bloqueó Tigray, cortó la electricidad, las telecomunicaciones y los servicios bancarios y restringió el abastecimiento de alimentos, medicinas y otros productos.

El acuerdo de Pretoria fue una victoria para Abiy. Los líderes de Tigray se comprometieron a restablecer el poder federal y a dejar las armas en el plazo de un mes. Addis Abeba dijo que iba a levantar el bloqueo y a revocar la designación del TPLF como grupo terrorista. En Nairobi los jefes militares de Abiy dieron la impresión de ofrecer un calendario más flexible para el desarme y acordaron que las fuerzas de Tigray entregarían las armas pesadas a medida que se retiraran los combatientes eritreos y de la región amhara. Desde entonces, la tregua se ha mantenido. La ayuda ha aumentado y las autoridades federales han vuelto a conectar Mekelle, la capital de Tigray, a la red eléctrica.

Pero hay muchas cosas que podrían salir mal. La disputa por las fértiles tierras fronterizas de Tigray occidental, que los amhara llaman Welkait y reclaman como suyas, es especialmente compleja. Los eritreos, por su parte, no se han retirado todavía, aunque todo indica que algunas de sus tropas sí han empezado a hacerlo. Los soldados de Tigray tampoco han entregado las armas. Las partes tienen que coordinar una cadena de acontecimientos delicada para que cada parte no acabe culpando a la otra de los retrasos.

El aliado de Abiy en el campo de batalla, el eritreo Isaias, es quien podría acabar siendo su mayor quebradero de cabeza. En 2018, el acuerdo de paz entre los dos puso fin a décadas de hostilidad entre ambos países, aunque en cierta medida también facilitó la ofensiva conjunta de Etiopía y Eritrea contra Tigray. Abiy ha salido victorioso de su lucha con el TPLF. Pero, a pesar de los resentimientos, es probable que necesite llegar a algún tipo de acuerdo con los líderes de esta región para evitar sembrar las semillas de otra rebelión. Su Ejecutivo tiene que determinar el papel del TPLF en cualquier gobierno regional provisional y decidir si va a permitir que algunos soldados de Tigray se conviertan en tropas regionales o se reincorporen al Ejército federal. No está claro que el Primer Ministro etíope sea consciente de que es necesaria la magnanimidad. Y también es crucial saber si, en caso afirmativo, será capaz de convencer a Isaias, que se unió a la guerra con la esperanza de acabar con su archienemigo, el TPLF.