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Portadas de periódicos en Etiopía, muestran al primer ministro del país, Abiy Ahmed, tras recibir el premio nobel de la paz 2019. (MICHAEL TEWELDE/AFP via Getty Images)

Quizá no hay ningún lugar en el que las posibilidades y los peligros del año que comienza sean tan visibles como en Etiopía, el Estado más poblado e influyente del este de África.

Desde que asumió el poder en abril de 2018, el primer ministro Abiy Ahmed ha dado grandes pasos hacia la apertura política del país. Ha puesto fin a un pulso de décadas con la vecina Eritrea, liberado a presos políticos, permitido a los rebeldes que volvieran del exilio y nombrado a reformistas para dirigir instituciones cruciales. Y ha recibido el aplauso de su país y de otros, incluido el Premio Nobel de la Paz 2019.

No obstante, persisten retos inmensos. Las protestas masivas que se produjeron entre 2015 y 2018 y llevaron a Abiy al poder nacieron, sobre todo, de motivos políticos y socioeconómicos. Pero también tenían un trasfondo étnico, especialmente en las regiones más pobladas, Amhara y Oromia, cuyos dirigentes confiaban en reducir el histórico poder de la minoría tigray. La liberalización llevada a cabo por Abiy y sus esfuerzos para desmantelar el orden actual han revitalizado el etnonacionalismo y han debilitado el Estado central.

Las luchas étnicas han aumentado en todo el país, con el resultado de centenares de muertos, millones de desplazados y una hostilidad creciente entre los líderes de las regiones más poderosas. Las elecciones programadas para mayo de 2020 pueden ser violentas y divisivas, en la medida en que los candidatos se superen unos a otros en sus llamamientos étnicos en busca de votos.

A estas tensiones hay que añadir un tenso debate sobre el sistema federalista y étnico del país, que traspasa competencias a las regiones en función de las diferencias etnolingüísticas. Los partidarios del sistema opinan que protege los derechos de los grupos en un país variado y constituido mediante la conquista y la asimilación. Los detractores alegan que un sistema basado en las diferencias étnicas perjudica la unidad nacional. Ya es hora. Dicen de superar la política étnica que durante tanto tiempo ha definido y dividido al país.

En general, Abiy busca un terreno intermedio. Pero algunas reformas recientes, como su fusión y expansión de la coalición de gobierno, el Frente Democrático Revolucionario del Pueblo Etíope (FDRPE), lo colocan más claramente en el bando de los reformistas. En el próximo año tendrá que construir vínculos entre las distintas regiones al tiempo que compite con los etnonacionalistas en las urnas. Tendrá que gestionar las demandas de cambios al tiempo que tranquiliza a la vieja guardia, que tiene mucho que perder.

La transición en Etiopía es una fuente de esperanza y merece todos los apoyos que se le puedan dar, pero también corre peligro de venirse violentamente abajo. Algunos advierten que, en el peor de los casos, el país podría fracturarse como le pasó a Yugoslavia en los 90, con consecuencias desastrosas para una región ya turbulenta. Los socios internacionales de Etiopía deben hacer todo lo que puedan —presionar a todos los líderes del país para que se dejen de retórica incendiaria, aconsejar al primer ministro que proceda con cautela con sus reformas y ofrecer ayuda financiera durante varios años— para ayudar a Abiy a evitar ese final.

 

El artículo original ha sido publicado en International Crisis Group