
Si los gobiernos europeos no emprenden acciones serias para obtener un buen acuerdo con el presidente Trump, seguramente acabarán con un acuerdo malo.
Esperaba no tener que escribir nunca este comentario. No sólo porque parece poco probable que la presidencia de Donald Trump asuma las opciones políticas que prefiero, sino porque, para escribir sobre su política exterior, es necesario un grado de especulación y suposición verdaderamente heroico, incluso para la inmodestia habitual de los expertos.
Durante la interminable campaña electoral, Trump evitó a toda costa los detalles y se sumió en tales contradicciones que, en realidad, tenemos muy poca idea de cómo piensa abordar las cuestiones más concretas. Es decir, no debemos creer a nadie que diga que sabe lo que va a hacer, aunque el que lo diga sea el propio Donald Trump.
Por consiguiente, es necesario empezar por varios principios fundamentales.
El primero es que importa más Donald Trump que su política. El punto de partida de su política exterior no será ningún pronunciamiento concreto que haya hecho durante la campaña ni que haga cuando sea ya presidente, sino su personalidad, su temperamento y sus opiniones. Hay unos cuantos puntos de vista constantes que mantiene desde hace muchos años, como su oposición a los acuerdos comerciales multilaterales, su opinión de que los aliados se aprovechan de Estados Unidos y su admiración por los gobernantes autoritarios. Pero, más allá de estas actitudes, casi cada opinión (incluida su postura sobre la inmigración, que tuvo un papel tan importante en la campaña) parece sujeta a capricho.
En los círculos de política exterior, muchos piensan que Trump delegará sus poderes en otros más interesados en los detalles, o que el sistema estadounidense de controles y equilibrios le impedirá llevar a cabo sus promesas más extravagantes. Pero decir eso es no comprender cómo funciona la administración en Estados Unidos. La política exterior, en particular desde el 11S, está completamente centralizada en la oficina del presidente. El Congreso y los tribunales no tienen prácticamente nada que decir. Como consecuencia, refleja las posiciones del dirigente y, si él no le dedica su atención, sus subordinados entablarán una guerra burocrática entre ellos y la política caerá en una extraordinaria confusión.
El segundo principio deriva del primero: el elemento esencial de la política exterior de Donald Trump será su carácter impredecible. Incluso gobiernos como los de Rusia y Turquía, que preferían a Trump antes que a Clinton, están preocupados por este aspecto. La principal inquietud parece ser la necesidad de reconocimiento y respeto del presidente electo. Se ofende con facilidad —incluso sin querer—, y su rencor es obsesivo, como ha demostrado en numerosas ocasiones su cuenta de Twitter.
La disputa que se produjo en 2015 entre Rusia y Turquía sirve para imaginar qué podría suceder durante su mandato. Después de que Ankara derribara un avión ruso de combate, Putin ...
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