¿Puede salvar Barack Obama la alianza transatlántica?

 

El analista de política exterior Parag Khanna, en el número de agosto/septiembre de 2004 de FP Edición española , se refirió en una ocasión a Europa como la "potencia metrosexual". Su teoría era que la seductora mezcla europea de poder duro y un "lado sensible" había hecho que la diplomacia de la Unión Europea fuera más eficaz que la de Estados Unidos. "El contenido", apuntaba Khanna,  "no sirve de nada sin estilo.

Ahora, los votantes estadounidenses están pensando en la posibilidad de elegir a un hombre que es seguramente el candidato presidencial más moderno y elegante que han visto nunca. ¿Es el refinado y sofisticado Barack Obama -a menudo caricaturizado como un intelectual esbelto y cosmopolita que monta en bicicleta y al que le gusta la rúcula- el presidente estadounidense con el que sueñan los europeos?

BARBARA SAX/AFP/Getty Images

Celebridad global: La popularidad de Obama podría ayudar a su gobierno en las relaciones con Europa.

Los republicanos han ridiculizado de forma implacable el discurso que pronunció el senador demócrata por Illinois en el Tiergarten de Berlín en julio, en el que habló ante una entusiasmada muchedumbre de 200.000 personas delante de la Columna de la Victoria. Su equipo no suele mencionar el acto, preocupado por la etiqueta de "celebridad mundial" que le ha puesto la campaña de su rival, John McCain. Pero Obama podría tener posibilidad de restaurar los vínculos rotos entre Estados Unidos y el otro lado del Atlántico, no porque vaya a convertirse en el francés encubierto que temen muchos ciudadanos estadounidenses, sino porque, como sugiere Khanna, el estilo es fundamental para tener éxito en la diplomacia pública.

Las encuestas muestran sin cesar que Obama es muy popular en gran parte de los países, sobre todo en los más estrechos aliados de Estados Unidos en la OTAN. En Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia la mayoría cree que el candidato demócrata mejoraría las relaciones de Washington con el mundo, según un reciente sondeo de la BBC. Y cerca de la mitad de las casi 24.000 personas encuestadas en los 22 países -el 46%- dice que si Obama resultara elegido "cambiaría de forma fundamental" su opinión de EE UU, frente al 27% que opina lo contrario.

Los expertos en política exterior hacen la seria advertencia de que es inevitable que Obama nos decepcione. Y es muy posible: ningún político puede estar a la altura de las elevadas expectativas que el candidato demócrata creó en torno a sí mismo en Berlín. Derrotar el terrorismo, eliminar las armas nucleares, salvar al planeta del cambio climático: éstos no son más que algunos de los ambiciosos objetivos que Obama presentó en la capital alemana.

Como alegan con razón esos analistas, las discrepancias de la UE con Estados Unidos -sobre todo respecto al uso del poder duro– son estructurales. Seguirán existiendo con independencia de que el Despacho Oval lo ocupe George W. Bush, John McCain o Barack Obama. Los dirigentes europeos demuestran tener tanta firmeza como un cuenco de gelatina ante Rusia -como presentó The Economist el 6 de septiembre en una portada llena de colorido-, cuando dejan claro en las reuniones que no van a apoyar a Washington. Tampoco bastó el seductor estilo de la UE para impedir que la primera ministra de Ucrania, Yulia Timoshenko, llegara a la conclusión de que los burócratas de Bruselas pueden hacer poca cosa para proteger a su país de la ira de Vladímir Putin; como consecuencia, ha caído el Gobierno ucraniano.

Es dudoso que incluso Obama, cuyas recientes declaraciones sobre Rusia fueron similares a las de la actual Administración, pueda convencer a los europeos para que muestren cierta firmeza de carácter. Casi se podían oír los grillos cuando el senador dijo a los berlineses: "El pueblo afgano necesita nuestras tropas y las vuestras", un sentimiento muy similar al que Bush llevaba meses expresando. En cambio, cuando instantes después añadió: "Éste es el momento en el que debemos renovar el objetivo de un mundo sin armas nucleares", estalló un aplauso ensordecedor. La fantasía siempre es más poderosa que la realidad.

En lo que se equivocan los expertos, sin embargo, es en pensar que los europeos se desilusionarán cuando el presidente Obama no cumpla sus expectativas. Veamos el tema del cambio climático, por ejemplo, en el que, por lo que a Europa respecta, reside la gran diferencia estratégica fundamental entre Obama y Bush. El plan del líder demócrata exige una reducción del 80% de las emisiones de Estados Unidos de aquí a 2050, a partir de los niveles de 1990. Parece magnífico en teoría, y los científicos dicen que lo que hace falta son precisamente medidas drásticas.

Ahora bien, contemos los votos en el Senado estadounidense para sacar adelante una propuesta tan radical. La última versión de la ley Lieberman-Warner sobre el cambio climático murió entre estertores, y era mucho menos ambiciosa, con una propuesta de reducción del 65% a partir de los niveles actuales, que son muy superiores a los de 1990. Pero James Hansen, científico de la NASA especializado en el clima, ha sido increíblemente profético sobre el calentamiento global y afirma que la actual concentración de dióxido de carbono en la atmósfera terrestre, 385 partes por millón (ppm), es ya demasiado alta, y que no debe exceder las 350 ppm. Las medidas que se necesitan, según Hansen, son extraordinarias. No obstante, los europeos -que, en general, han disminuido sus emisiones de acuerdo con el Protocolo de Kioto pero no en la enorme proporción necesaria- parecen satisfechos con las buenas intenciones de Obama, como lo estuvieron con los tibios y fallidos intentos de Bill Clinton y Al Gore de que Estados Unidos se adhiriera a Kioto.

En otras palabras, todo parece indicar que la opinión pública europea se alegrará de volver a tener a un presidente estadounidense que dice lo que hay que decir. Al fin y al cabo, ¿qué saben realmente los franceses, alemanes, italianos y otros europeos sobre las propuestas de Obama o sobre cómo funciona la política en EE UU? Un examen más detallado de la encuesta de la BBC revela que la última pregunta era: "¿Hasta qué punto está o no de acuerdo en que la elección como presidente estadounidense de Barack Obama, un hombre afroamericano, cambiaría de modo fundamental su imagen de Estados Unidos"? (La cursiva es mía). El hecho de que EE UU supere su legado racial puede ser un cambio que guste a los europeos, pero no es la base para una unidad transatlántica sólida. Obama, seguramente, encontrará que su popularidad vale poco cuando trate de convencer a los europeos para que firmen otra ronda de sanciones contra Irán, envíen más tropas a Kabul o se pongan firmes con Dmitri Medvédev.

Aun así, a las clases dirigentes del viejo continente les agradará tener un socio que caiga lo suficientemente bien como para sentirse protegidos cuando se alineen con Washington en contra de la opinión pública de sus países, como pasó con el popular Clinton pese a las profundas discrepancias de los socios sobre comercio, el uso de la fuerza en los Balcanes y otros muchos asuntos.

¿El estilo vale más que el contenido? Es lo que quieren los europeos, y Obama se lo da. Entonces, parece que vale más con creces.

 

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