Seis ideas para impulsar una agenda positiva y de verdadero calado entre ambas regiones con la mirada puesta en la cumbre entre la UE y la CELAC, auspiciada por la próxima Presidencia española del Consejo Europeo.

Todo parece indicar que, por fin, una nueva cumbre de jefes de Estado y de Gobierno de América Latina y de la UE tendrá lugar este año, a comienzos del semestre de Presidencia española del Consejo Europeo. Se celebrará en Bruselas, probablemente en julio, y con ella se pondrá fin al largo período de suspensiones de este evento, ante la grave fractura que se produjo entre los países latinoamericanos con la creación del grupo de Lima frente a Nicolás Maduro y Venezuela. 

Estos ocho años transcurridos desde la última cumbre (Bruselas, 2015) coinciden con una pérdida de peso e influencia por parte de Europa en la región y con un deterioro económico notable en la  mayoría de los Estados latinoamericanos. Nuestras ausencias han sido sustituidas por la creciente presencia económica china, en comercio e inversiones, y nuestra debilidad política está siendo aprovechada por otras potencias que operan en la región con intereses geopolíticos muy notorios. 

La presencia de Josep Borrell al frente de la política exterior europea y la próxima presidencia española del Consejo parecen haber confluido en esa toma de conciencia sobre las graves consecuencias del deterioro en nuestras relaciones con América Latina, y sobre las pérdidas de oportunidad para ambos actores en un mundo demasiado bipolar para nuestros mutuos intereses. 

Es cierto que no es fácil en un contexto en el que el Este y África atraen todas las miradas y preocupaciones europeas. La guerra en Ucrania, el refuerzo de nuestra defensa, los Balcanes Occidentales y la importancia geoeconómica de África, unida a la conflictividad de Oriente Medio, concentran las prioridades de la política exterior de la UE. Es natural, como lo es el enorme peso económico y político de Asia en el horizonte de la bipolaridad Estados Unidos-China. Por eso está siendo tan difícil tocar la campana latinoamericana en las cancillerías europeas y, en este sentido, es meritorio el trabajo del Servicio Europeo de Acción Exterior (SEAE) en esa dirección. Resulta justo, por ello, citar a Javier Niño, director para las Américas del SEAE, y al propio Josep Borrell por sus esfuerzos.

Sabemos bien lo que está en juego. Todos conocemos las razones que nos empujan para este nuevo impulso a nuestra alianza estratégica con América Latina.

Vivimos dos grandes disrupciones que atraviesan este siglo y respecto a las cuales América Latina es un territorio clave. En la lucha contra el cambio climático necesitamos de sus recursos naturales y de su rica biodiversidad, y en la transformación digital precisamos de su concurso en el modelo regulatorio hacia una digitalización ética y sostenible. 

Compartimos valores, aspiraciones, modelo social, historia común, lenguas y cultura. Nuestras poblaciones están cruzadas, los flujos migratorios son crecientes, nuestros respectivos universitarios se multiplican. La literatura, cine, arte, etcétera, nos aproxima cada vez más. Todo eso reclama políticas concretas para atender demandas sectoriales muy próximas y comunes. 

Nuestros intereses económicos en América Latina son enormes, porque miles de compañías europeas (más de 7.000 empresas españolas en México como buen ejemplo) están presentes allí. Europa es el tercer socio comercial de la región y, junto a China, el primer inversor. Nuestra convergencia en el modelo social y en la concepción empresarial nos hacen un socio ideal para el desarrollo económico y tecnológico de Latinoamérica. 

En el escenario político internacional, es difícil que Europa encuentre socios más compatibles y con intereses más comunes que América Latina. Es una alianza estratégica clave para influir en las grandes organizaciones internacionales y en las mesas de la gobernanza global.

Son, como resulta fácil deducir, argumentos conocidos que no por eso debemos olvidar. Pero en el eje de todos ellos destaca la necesidad de consolidar y mejorar la gobernanza democrática de muchos de los países latinoamericanos y nuestra solidaridad para combatir las graves deficiencias de sus políticas de bienestar, en especial, la lucha contra la pobreza y a la desigualdad. 

Las políticas de ingreso fiscal y de redistribución social de la UE son ideales para esos desafíos. Europa es además el modelo universal de construcción supranacional y su experiencia para construir unidad desde la diversidad es particularmente adecuada para la, hasta ahora fracasada, integración regional latinoamericana. 

Dicho todo lo cual, hay que pasar de las musas al teatro. Debemos concretar acuerdos y compromisos que conviertan a esa cumbre en un verdadero impulso a una alianza estratégica  actualmente devaluada, no solo por el éxito de su convocatoria o por la alta asistencia de Jefes  de Estado y de Gobierno. El verdadero éxito será que de ella surjan actos y ejecuciones que nos comprometan a todos en una dinámica positiva de muchos avances en todos los campos citados. Está podría ser una agenda positiva para ese nuevo impulso: 

Es vital aprobar los acuerdos comerciales y de inversión, además de la asociación política y de cooperación con México (renovación y actualización del existente) y Mercosur. Europa tiene que tomar conciencia de la dimensión cuantitativa de estos mercados y de la importancia política y económica de esta asociación. Su aprobación en el semestre de la Presidencia española sería un objetivo ambicioso, pero quizás sea también la última oportunidad de tener un acuerdo con Mercosur. 

La cumbre debería aprobar un plan de financiación a grandes proyectos de inversión en América Latina, incluyendo especialmente los de infraestructuras físicas y tecnológicas supranacionales. Ese plan se está trabajando ya desde la Comisión Europea con los diferentes  Estados latinoamericanos y con las grandes compañías europeas presentes en ellas. Deberá incluir una generosa contribución del programa Gateway (previsto para movilizar 300.000 millones de euros en todo el mundo) y con la activa participación del Banco Europeo de Inversiones (BEI) y con los organismos multilaterales de desarrollo de América Latina (BID y CAF). 

Participantes de Uruguay y Francia durante competencia de robótica en el Antel Arena de Montevideo. (Mauricio Zina/SOPA Images/LightRocket via Getty Images)

En el marco de ese gran plan de financiación de la inversión europea en América Latina debería establecerse un programa de desarrollo tecnológico para la digitalización que permita una defensa común por parte de la UE y América Latina de un modelo ético y sostenible de esta gran disrupción social. Un marco regulatorio basado en los derechos de los ciudadanos, en la titularidad de sus datos, en la superación de las brechas sociales y regionales y en la ciberseguridad. 

Una operación de tal categoría no puede hacerse sin contar con las grandes compañías tecnológicas europeas presentes tanto en el desarrollo de las infraestructuras tecnológicas de comunicación (desde el espacio satelital a las redes terrestres) como con las compañías de servicios y contenidos. Las alianzas público-privadas son especialmente adecuadas para acometer este ambicioso plan. 

En el ámbito de la transición ecológica, la cooperación entre América Latina y Europa es política y tecnológica. La cumbre debería comprometer a los Estados de América Latina y de la UE en una serie de objetivos a defender conjuntamente en la lucha contra el cambio climático. La nueva ministra de Medio Ambiente de Brasil, Marina Silva, puede facilitar  mucho ese acuerdo general. En ese mismo plano, puede haber grandes convergencias en los marcos regulatorios en la transición hacia la descarbonización. El pacto Verde Europeo y algunas estrategias nacionales latinoamericanas como la de Colombia, por ejemplo, pueden servir de modelo hacia compromisos medidos y razonables en esa dirección (ser neutros en emisiones en 2050).

En este mismo campo, existen grandes oportunidades en la colaboración tecnológica y empresarial para el desarrollo del hidrógeno verde con Brasil y Chile, principalmente, pero también con Argentina y Colombia. 

Europa debería diseñar y aprobar un plan de inmigración desde América Latina. Uno que ofrezca asilo y acogimiento a los ciudadanos que huyen de la dictadura de Nicaragua o de la ausencia de futuro en Cuba, Honduras, Haití o Venezuela, así como otro para atraer a jóvenes latinoamericanos con el fin de cubrir las necesidades laborales de la economía en Europa, un continente con sociedades envejecidas y con unas alarmantes cifras de baja natalidad. La búsqueda de mano de obra es ya una realidad en Europa, y América Latina es una región ideal para su procedencia. 

Si la UE no lo hace, algo previsible ante la gran ruptura este-oeste en este tema, España, junto a Portugal, Italia y Francia, podrían desplegar esfuerzos coordinados en esta dirección. En cualquier caso, Europa deberá asumir compromisos en materia de liberación de visados a los ciudadanos latinoamericanos, aumentar la cooperación en materia educativa (Erasmus plus, homologación de títulos universitarios, colaboración científica, etcétera) y crear planes de colaboración cultural mutua. 

Europa tiene experiencia de políticas públicas de éxito que deberíamos trasladar a América Latina en materia de gobernanza democrática. La fiscalidad, los sistemas de seguridad social, las políticas de cohesión regional, los planes para el desarrollo de las zonas transfronterizas y sus múltiples políticas de armonización hacia mercados integrado son algunas de ellas. Integrar estas experiencias en nuestras políticas de cooperación y coordinar los esfuerzos nacionales europeos en un plan de ayuda a la gobernanza democrática de algunos países de América Latina podría ser una opción a tener en cuenta.

Son sugerencias que necesitamos concretar en esa cumbre de julio de 2023. Nos  jugamos mucho. Pero debemos encontrar la manera de conjugar tanto los esfuerzos diplomáticos para que este encuentro se celebre con éxito como para que de él surjan compromisos concretos y nuevas dinámicas de trabajo en una alianza estratégica fundamental para ambas regiones.