Cuando en un reproductor de DVD se aprieta stop o pausa, suele salir en pantalla
el mensaje: "El disco se reanudará en este punto". Pero
si uno tarda mucho en volver a ponerlo en marcha, descubrirá que se
ha parado y que hay que empezar desde el principio, aunque sea para pasarlo
deprisa. Esto le puede ocurrir a la Unión Europea tras la "pausa
para la reflexión" sobre el futuro de su Constitución decretada
hasta pasadas las elecciones francesas en 2007. Cuando quieran continuar, el
aparato se puede haber apagado, y muchos ciudadanos no se acordarán
del trozo de película que han visto. No bastará con poner al
Tratado Constitucional un frontispicio nuevo, político y atractivo,
que permita a los franceses, con un nuevo presidente, o a los holandeses, volver
a votar tras los noes que han desatado la crisis. Pero lo peor es que no se
sabe qué hacer en este tiempo. El parón puede ser un vacío
que se convierta también en pausa de la ampliación, pausa de
la profundización y pausa de una UE que ha quedado entre paréntesis.

Por detrás de todos estos debates, del enfrentamiento entre las élites
gobernantes y la ciudadanía en un país central como Francia,
pero también de las heridas personales que se abrieron en el desgarrador
Consejo Europeo de Bruselas en junio, han salido a la luz al menos tres tipos
de alineamientos en el continente, que no son la vieja y la nueva Europa de
las que hablara Rumsfeld. Las antiguas posiciones ante la guerra de Irak cuentan
ya menos que otros factores. Hay una oposición entre los egoístas
(no son todos los ricos ni todos ellos son ricos), por una parte, y los nuevos
miembros pobres y los que quieren beneficiarse de la política de la
cohesión, por otra. El llamado Grupo de la Cohesión, que se reúne
para concertar posiciones, cuenta con 17 miembros. Está también
el antagonismo entre los que quieren una Europa-mercado y los que desean una
mayor integración política. Lo que falla en el razonamiento de
los primeros es que, incluso para hacer sólo mercado, se necesitan estructuras
políticas. Los Estados han hecho mercado en sus ámbitos. La UE
necesita dotarse de un armazón político más profundo para
hacer realmente mercado e ir más allá. Esto no es el NAFTA entre
Canadá, EE UU y México.

Y finalmente, se encuentra la dicotomía, más teórica
que real, sobre el modelo social entre el llamado anglosajón y el renano
(no es neoliberalismo contra socialdemocracia). La renovación de los
Estados del bienestar atañe, de forma esencial, a cada uno de ellos.
Cuestión central es en qué medida la Unión es el marco
adecuado para este debate. Se puede hablar de una Europa más social -y
algunas medidas se han tomado-, pero la realidad es que, salvo en algunas
líneas de protección de derechos, la UE puede aportar poco, pues
no es el lugar en el que se discute sobre prioridades o cuantías en
el gasto social. Esto plantea algún problema, por ejemplo en España,
porque si el Estado central solamente controla el 19% del gasto público
(el 30% sería la Seguridad Social y el 50% lo que va a las comunidades
autónomas), la capacidad redistributiva estatal prácticamente
desaparece. No se transfiere a Europa, con un presupuesto que sólo a
duras penas y por poco superará el 1% del PIB, y será menos distributiva
de lo que es. ¿Quién redistribuirá? En el fondo, la discusión
sobre Europa lleva a otra sobre el futuro del llamado Estado-nación.

Estamos obligados a dar a la UE instrumentos para resolver los problemas que
preocupan a los ciudadanos o reconocer los límites de la Unión

No hay que perder de vista lo que ha salido destruido. En primer lugar, el
eje francoalemán en sus extremos y en su vínculo. Ambos países,
convertidos, junto a los italianos, en los más conservadores -en
el sentido de resistirse al cambio-, necesitan recuperarse internamente
antes de poder funcionar realmente entre ellos. En una Unión de 25 ya
no son el único eje, ya no son suficientes, pero sí necesarios.
Además, que Francia y Alemania vayan bien interesa a todos, incluidos
España y el Reino Unido. Entre las ruinas ha quedado también,
debido a la separación holandesa, el Benelux (Bélgica, Países
Bajos y Luxemburgo), que, aunque relativamente pequeño, es un pilar
fundamental de esta construcción. Y, por supuesto, el fin (al menos
momentáneo) de la ampliación, salvo a Rumanía y Bulgaria.
Si se plantea la apertura de negociaciones con Turquía para octubre,
como está previsto, ¿quién lo vetará?

Estamos obligados a repensar Europa, y no sólo a hablar de acercar
Europa a los ciudadanos, sino a dar a la UE instrumentos para resolver los
problemas que preocupan a los ciudadanos, o decir con claridad que la Unión
tiene sus límites, no sólo geográficos, sino también
de posibilidades. ¿Se acerca ese punto? En la forma actual de la UE,
es posible. Y por eso hay que pensar en otras fórmulas que pueden pasar
por la de los círculos concéntricos o solapados: en el centro,
una cuasi-federación de unos pocos. Alrededor, la Unión. Y más
allá, la Confederación, que puede llegar hasta Rusia. No todo
con separaciones cartesianas, pues el Reino Unido seguirá sin estar
en el euro, pero sí en la Europa militar, si ésta no queda asfixiada
por una OTAN que ha ganado en gallardía y en voluntad de volver a convertirse
en centro de reflexión política tras la crisis de la UE. Hay
unos meses de pausa para la reflexión. Pero no hay método para
llevarla a cabo, para ver cómo avanzar a la espera de la Constitución,
o sin ella, cómo planear para 2008 una nueva Conferencia de Mesina y
asegurar que Europa no pasará de estar entre paréntesis a quedar
entre interrogantes. De (Europa) a ¿Europa?
Como siempre, estamos abiertos a sus comentarios.

Cuando en un reproductor de DVD se aprieta stop o pausa, suele salir en pantalla
el mensaje: "El disco se reanudará en este punto". Pero
si uno tarda mucho en volver a ponerlo en marcha, descubrirá que se
ha parado y que hay que empezar desde el principio, aunque sea para pasarlo
deprisa. Esto le puede ocurrir a la Unión Europea tras la "pausa
para la reflexión" sobre el futuro de su Constitución decretada
hasta pasadas las elecciones francesas en 2007. Cuando quieran continuar, el
aparato se puede haber apagado, y muchos ciudadanos no se acordarán
del trozo de película que han visto. No bastará con poner al
Tratado Constitucional un frontispicio nuevo, político y atractivo,
que permita a los franceses, con un nuevo presidente, o a los holandeses, volver
a votar tras los noes que han desatado la crisis. Pero lo peor es que no se
sabe qué hacer en este tiempo. El parón puede ser un vacío
que se convierta también en pausa de la ampliación, pausa de
la profundización y pausa de una UE que ha quedado entre paréntesis.

Por detrás de todos estos debates, del enfrentamiento entre las élites
gobernantes y la ciudadanía en un país central como Francia,
pero también de las heridas personales que se abrieron en el desgarrador
Consejo Europeo de Bruselas en junio, han salido a la luz al menos tres tipos
de alineamientos en el continente, que no son la vieja y la nueva Europa de
las que hablara Rumsfeld. Las antiguas posiciones ante la guerra de Irak cuentan
ya menos que otros factores. Hay una oposición entre los egoístas
(no son todos los ricos ni todos ellos son ricos), por una parte, y los nuevos
miembros pobres y los que quieren beneficiarse de la política de la
cohesión, por otra. El llamado Grupo de la Cohesión, que se reúne
para concertar posiciones, cuenta con 17 miembros. Está también
el antagonismo entre los que quieren una Europa-mercado y los que desean una
mayor integración política. Lo que falla en el razonamiento de
los primeros es que, incluso para hacer sólo mercado, se necesitan estructuras
políticas. Los Estados han hecho mercado en sus ámbitos. La UE
necesita dotarse de un armazón político más profundo para
hacer realmente mercado e ir más allá. Esto no es el NAFTA entre
Canadá, EE UU y México.

Y finalmente, se encuentra la dicotomía, más teórica
que real, sobre el modelo social entre el llamado anglosajón y el renano
(no es neoliberalismo contra socialdemocracia). La renovación de los
Estados del bienestar atañe, de forma esencial, a cada uno de ellos.
Cuestión central es en qué medida la Unión es el marco
adecuado para este debate. Se puede hablar de una Europa más social -y
algunas medidas se han tomado-, pero la realidad es que, salvo en algunas
líneas de protección de derechos, la UE puede aportar poco, pues
no es el lugar en el que se discute sobre prioridades o cuantías en
el gasto social. Esto plantea algún problema, por ejemplo en España,
porque si el Estado central solamente controla el 19% del gasto público
(el 30% sería la Seguridad Social y el 50% lo que va a las comunidades
autónomas), la capacidad redistributiva estatal prácticamente
desaparece. No se transfiere a Europa, con un presupuesto que sólo a
duras penas y por poco superará el 1% del PIB, y será menos distributiva
de lo que es. ¿Quién redistribuirá? En el fondo, la discusión
sobre Europa lleva a otra sobre el futuro del llamado Estado-nación.

Estamos obligados a dar a la UE instrumentos para resolver los problemas que
preocupan a los ciudadanos o reconocer los límites de la Unión

No hay que perder de vista lo que ha salido destruido. En primer lugar, el
eje francoalemán en sus extremos y en su vínculo. Ambos países,
convertidos, junto a los italianos, en los más conservadores -en
el sentido de resistirse al cambio-, necesitan recuperarse internamente
antes de poder funcionar realmente entre ellos. En una Unión de 25 ya
no son el único eje, ya no son suficientes, pero sí necesarios.
Además, que Francia y Alemania vayan bien interesa a todos, incluidos
España y el Reino Unido. Entre las ruinas ha quedado también,
debido a la separación holandesa, el Benelux (Bélgica, Países
Bajos y Luxemburgo), que, aunque relativamente pequeño, es un pilar
fundamental de esta construcción. Y, por supuesto, el fin (al menos
momentáneo) de la ampliación, salvo a Rumanía y Bulgaria.
Si se plantea la apertura de negociaciones con Turquía para octubre,
como está previsto, ¿quién lo vetará?

Estamos obligados a repensar Europa, y no sólo a hablar de acercar
Europa a los ciudadanos, sino a dar a la UE instrumentos para resolver los
problemas que preocupan a los ciudadanos, o decir con claridad que la Unión
tiene sus límites, no sólo geográficos, sino también
de posibilidades. ¿Se acerca ese punto? En la forma actual de la UE,
es posible. Y por eso hay que pensar en otras fórmulas que pueden pasar
por la de los círculos concéntricos o solapados: en el centro,
una cuasi-federación de unos pocos. Alrededor, la Unión. Y más
allá, la Confederación, que puede llegar hasta Rusia. No todo
con separaciones cartesianas, pues el Reino Unido seguirá sin estar
en el euro, pero sí en la Europa militar, si ésta no queda asfixiada
por una OTAN que ha ganado en gallardía y en voluntad de volver a convertirse
en centro de reflexión política tras la crisis de la UE. Hay
unos meses de pausa para la reflexión. Pero no hay método para
llevarla a cabo, para ver cómo avanzar a la espera de la Constitución,
o sin ella, cómo planear para 2008 una nueva Conferencia de Mesina y
asegurar que Europa no pasará de estar entre paréntesis a quedar
entre interrogantes. De (Europa) a ¿Europa?
Como siempre, estamos abiertos a sus comentarios.
Andrés Ortega