Frauke Petry de AfD en Colonia, Alemania. (Sascha Schuermann/Getty Images)

El partido ultraderechista de Alemania lucha por convertirse en la tercera fuerza más votada del país en las próximas elecciones. Por ahora, parece que podría conseguirlo.

“¿Y si AfD tiene razón?”. Con esta pregunta nada ingenua y también algo provocativa titulaba recientemente el semanario Die Zeit un excelente artículo sobre el partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD, en sus siglas en alemán), una formación de poco más de cuatro años de edad que, si no hay sorpresas de última hora, entrará en el Bundestag tras las elecciones federales del próximo 24 de septiembre.

El artículo publicado por el semanario conservador y referencial busca las razones por las que un partido de posiciones hipernacionalistas, islamófobas y euroescépticas es apoyado actualmente, según la mayoría de encuestas de intención de voto, por alrededor de un 9% de la población alemana. Un enfoque que habría sido difícilmente imaginable hace un par de años en una publicación como Die Zeit; y es que hasta hace bien poco, AfD era más bien objeto de mofa o rechazo en el espacio público alemán más que de un análisis riguroso y sistemático.

A falta de cinco meses para las elecciones federales, y a la vista de que AfD sigue luchando por convertirse en la tercera fuerza más votada, la prensa alemana comienza a preguntarse seriamente hacia dónde va la nueva ultraderecha y, de paso, hacia dónde se podría dirigir el país más poderoso de la UE con un partido netamente ultraderechista con facción propia dentro del Bundestag, una situación prácticamente inédita desde la fundación de la República Federal de Alemania en 1949.

Incómodo espejo

AfD es el reflejo de una Alemania hipernacionalista, xenófoba y antieuro que sí que existe, un incómodo espejo al que el establishment del país más rico y poblado de la UE ha intentado evitar mirarse durante los últimos años (marcados por la crisis de deuda europea y por la llegada de cientos de miles de refugiados), pero que se hace cada vez más inevitable de afrontar a medida que se van acercando unas elecciones federales en las que Angela Merkel aspira a la cuarta reelección como canciller.

Tras el congreso celebrado en 2015, que supuso la derrota y el abandono del partido de Bernd Lucke, exlíder y cofundador de una formación nacida desde posiciones euroescépticas y neoliberales para avanzar hasta el ultraderechismo, la mayoría de politólogos, analistas y periodistas del país dieron por muerta y enterrada a AfD. La realidad se encargó de enmendar ese vaticinio: actualmente, el partido ya está presente en 12 de los 16 parlamentos regionales del país y apuntan irremediablemente al Bundestag.

Melanie Amann, reportera del semanario Der Spiegel especializada en AfD y autora del libro recientemente publicado Angst für Deutschland (Miedo por Alemania), reconoce que también erró en sus pronósticos sobre el joven partido ultraderechista. Amann siguió de cerca el último congreso de AfD, celebrado el pasado mes de abril en Colonia, y que tumbó el hasta hace bien poco indiscutible liderazgo de Frauke Petry. El congreso se desarrolló como era de esperar: el partido salió aún más radicalizado tras la derrota de la fracción más pragmática y relativamente moderada encabezada por Petry.

Pese a las constantes disputas internas que han acompañado a AfD prácticamente desde su fundación, Amann considera que la formación difícilmente se descompondrá hasta las elecciones de septiembre, como apuntan algunos medios alemanes que parecen más interesados en enterrar a la formación ultraderechista que en explicar honestamente las razones de su avance electoral. “El partido sigue siendo unitario y Petry sabe cuánto trabajo supone levantar una formación política. También sabe lo que ocurrió con Bernd Lucke. Si te quedas fuera de AfD, te quedas fuera del partido y te conviertes en una figura irrelevante”, analiza la periodista de Der Spiegel.

El análisis de Amann apunta a un aspecto fundamental para entender AfD y su futuro cercano: el partido ultraderechista no necesita un líder indiscutible e incuestionable para sobrevivir a corto plazo. AfD no tiene una clara cabeza visible, sino que es más bien un fenómeno político multidimensional que cataliza un malestar social un tanto amorfo y difícil de describir, pero fácilmente detectable en una parte nada despreciable de la sociedad alemana que está cansada de los partidos tradicionales y parece ávida de una enmienda a la totalidad del estado de las cosas desde posiciones “políticamente incorrectas”, ultraconservadoras e hipernacionalistas.

Ese malestar social se expresa políticamente a través del voto de AfD, un partido que ya ha tumbado a dos líderes que parecían intocables (Lucke y Petry) y que se autoalimenta electoralmente sin la necesidad de figuras mesiánicas y pese a las constantes disputas internas. De su congreso de Colonia, AfD salió con una candidatura encabezada por el nacionalconservador Alxander Gauland y por Alice Weidel, una ultraliberal abiertamente lesbiana. “Se trata de una elección estratégica. Alice Weidel es una economista homosexual que puede tener un gran impacto en las clases medias, pero con una retórica muy agresiva que también puede alcanzar posiciones muy derechistas; Alexander Gauland es un antiguo miembro de la CDU y, por tanto, una figura con la que los conservadores alemanes fácilmente se pueden identificar”, asegura Timo Lochocki, politólogo e investigador de la German Marshall Fund.

Con el freno en seco de las aspiraciones de Petry, que había acumulado demasiado poder e incomodaba a las bases, y el establecimiento de una candidatura coral para las próximas elecciones federales, AfD demuestra que las posiciones ultraderechistas no están reñidas con la sagacidad política en Alemania, cuyo tablero político hace tiempo dejó de ser inmune al avance de la extrema derecha que está sufriendo buena parte de Europa.

Posibles consecuencias

Llegados a este punto, vale la pena hacerse las siguientes preguntas: ¿qué consecuencias tendrá para Alemania la más que probable entrada de AfD en el Bundestag el próximo septiembre? ¿Cómo podría afectar el llamado ‘factor AfD’ al país más poblado, rico y poderoso de la UE?

En primer lugar, la llegada de los ultraderechistas al Parlamento federal alemán tendrá un impacto numérico: el próximo Bundestag será, con casi seguro seis fracciones, muy probablemente el más fragmentado de la historia reciente de Alemania. Ello dificultará aún más la formación de gobiernos de coalición. A día de hoy, y con las actuales encuestas de intención de voto sobre la mesa, la única coalición verosímil es la reedición de la Gran Coalición de conservadores y socialdemócratas. Una que alimenta el discurso de que los dos grandes partidos son iguales, que banaliza el siempre necesario debate político y que refuerza las tesis de la antipolítica defendidas por AfD.

En segundo lugar, con los dos pies dentro del Parlamento federal, AfD podrá marcar aún más claramente la agenda que ya hace meses que viene haciendo con una comunicación política agresiva y con radicales campañas canalizadas fundamentalmente a través de Internet. No en vano, AfD es el partido alemán con más seguidores en Facebook, por delante incluso de las dos principales formaciones del país, la CDU de Angela Merkel y el SPD de Martin Schulz, los dos únicos candidatos con posibilidades reales de alcanzar la cancillería tras las próximas federales. Sin estar presente en el Parlamento federal, AfD hace tiempo que tematiza asuntos incómodos para el resto de partidos. Desde dentro del Bundestag, esa posición muy probablemente se acentuará, aún más si los ultras son al final el tercer partido más votado y lideran la oposición parlamentaria.

Y en tercer lugar, la entrada de AfD en Bundestag sentará un simbólico y nada halagüeño precedente: la ultraderecha volverá a la política federal alemana por primera vez en las últimas siete décadas tras superar la barrera electoral del 5%. La mítica frase del padre de los socialcristianos bávaros, Franz Josef Strauss (“A la derecha de la CSU no puede haber ningún partido democráticamente legitimado en Alemania”), pasará así a la historia gracias a una transversalidad política que la ultraderecha alemana hasta ahora había sido incapaz de alcanzar en la historia de la República Federal: AfD recibe el apoyo de antiguos votantes de prácticamente todos los partidos políticos establecidos, del abstencionismo y también de nuevos electores.

¿Supondrá la llegada de AfD al Bundestag un cambio de paradigma en el tablero político alemán? La entrada de un partido ultra en Parlamento federal de Alemania, opina el politólogo Timo Lochocki, generará un debate dentro de los dos grandes partidos del país (CDU y SPD) sobre su futura orientación ideológica y su comunicación política para recuperar los votos perdidos que han recalado en AfD. Lochocki opina que un crecimiento mantenido de AfD podría incluso desembocar en posibles futuras coaliciones entre la CDU y AfD, lo que supondría un claro giro a la derecha de Alemania.

En todo caso, y a corto plazo, la entrada de los ultraderechistas en el Bundestag impedirá una coalición alternativa de centroizquierda conformada por los socialdemócratas del SPD, los poscomunistas de La Izquierda y los ecoliberales de Los Verdes. La Gran Coalición parece estar así ya más que sellada para la próxima legislatura. Una reedición de un Gobierno entre los dos grandes partidos alemanes que muy probablemente reforzará la estrategia dialéctica de AfD: los ultras seguirán presentándose (con probable éxito electoral) como la única oposición real dentro del país más poderoso y rico de la UE.

 

 

Este artículo se enmarca en la preparación de El retorno de la ultraderecha a Alemania, el primer libro en castellano sobre el partido ultra AfD, que el periodista Andreu Jerez está coescribiendo con el politólogo Franco Delle Done: https://libros.com/crowdfunding/el-retorno-de-la-ultraderecha-a-alemania/