• The Partisan: From the Valley of Death to Mt. Zion. Yitzhak Arad, Holocaust Library, San Diego (1979), 241 páginas.
  • Eine Partisanin aus Wilnius. Rachel Margolis, Fischer Taschenbuch Vlg., Frankfurt (2008), 238 páginas.  


Yitzhak Arad huyó al bosque cuando tenía 16 años, días antes de que los judíos de su aldea natal de Lituania murieran asesinados en una matanza. Está orgulloso de haberse unido a los partisanos soviéticos que luchaban contra los nazis y sus colaboradores. Para un judío, el mero hecho de sobrevivir al Holocausto fue una victoria, dice; contarlo era una obligación. Por eso Arad escribió sus memorias, The Partisan: Fromthe Valley of Death to Mt. Zion (El partisano: desde el valle de la Muerte al monte Sión), publicadas en 1979.

El libro es un crudo relato sobre un adolescente huérfano que lucha contra los nazis en condiciones desesperadas tras el asesinato de 40 miembros de su familia.

“Fue una guerra cruel”, recordaba hace poco Arad, de 82 años. “Hicimos lo que pudimos para sobrevivir”. Sus memorias están dedicadas a los que lucharon con él y murieron por el camino, sus “amigos heroicos”.

Pero cuando el fiscal jefe de Lituania para crímenes de guerra, Rimvydas Valentukevicius, leyó el libro de Arad, casi 30 años después de su publicación, no vio en él a un héroe. Vio a un posible criminal de guerra. Y en septiembre de 2007, cuando la fiscalía anunció públicamente que iba a investigarle, dejó claro que The Partisan iba a ser la primera prueba contra él. Después ha habido más investigaciones sobre supervivientes del holocausto lituano y, en cada caso, las memorias desempeñan un papel crucial.

Estos hechos escandalizan sobre todo a quienes recuerdan que el país fue, en otra época, una especie de tierra prometida judía. La capital de Lituania, Vilnius, recibía el sobrenombre de “la Jerusalén del Norte”. En los años 20 y 30, aproximadamente un tercio de su población estaba formada por judíos. Se oía hablar yiddish. Las sinagogas acogían a los fieles. Los cafés estaban abarrotados de jóvenes pintores, escritores y poetas judíos. Vilna, que es el nombre de la ciudad en yiddish, era el centro de la vida intelectual, espiritual y artística de los judíos del este de Europa.

Todo desapareció hace mucho, destruido por la máquina de guerra nazi con la ayuda activa de muchos colaboradores locales. Hoy, Vilnius no tiene más que una sinagoga. La que era floreciente comunidad judía lituana, de más de 200.000miembros –más del 90% de ellos fueron aniquilados durante la guerra– está formada ahora por unos 4.000. Lo único que queda son los relatos de los supervivientes y, ahora, en el caso de Arad y de otros varios, están usando esas historias en su contra.

Curiosamente, todo este asunto comenzó con un intento de buena fe de sanar esas profundas divisiones étnicas. En 1998, el presidente Valdas Adamkus creó una comisión de alto nivel para tratar de establecer la “verdad histórica” sobre las horribles ocupaciones de Lituania durante el siglo XX: primero por parte de los soviéticos, entre 1940 y 1941; luego por los nazis, de 1941 a 1944, y de nuevo por los soviéticos, entre 1944 y 1990. La comisión atrajo a una serie de prestigiosos estudiosos internacionales, entre ellos Yitzhak Arad, que había llegado a ser general de brigada en las Fuerzas de Defensa israelíes y director de Yad Vashem, el Centro de la Memoria del Holocausto en Israel. Sin embargo, cuando la comisión empezó a excavar en los sucesivos relatos de culpa y sufrimientos de ese periodo, las tensiones étnicas se desataron.

Muchos opinan hoy que los judíos lituanos, que se aliaron con los soviéticos para combatir a los nazis, merecen ser castigados por los crímenes soviéticos.

Desde luego es la opinión de muchos etnonacionalistas lituanos, según Antony Polonsky, profesor de Estudios sobre el Holocausto en Brandeis University (EE UU). En 2006, después de que la comisión presidencial publicara unas conclusiones preliminares para un informe que Polonsky llama “un relato desolador de la participación lituana en el asesinato en masa de los judíos”, esos agitadores se movilizaron. Ocuparon las páginas del diario de derechas Respublika, el segundo de Lituania, que ha sido sancionado por publicar material antisemita. Su objetivo era Yitzhak Arad. En un artículo publicado en abril de 2006, Respublika reprodujo fragmentos de sus memorias y lo denunció por asesino y criminal de guerra. Al mes siguiente, la fiscalía inició su investigación sobre él.

El caso Arad “hizo mucho daño” a Lituania, dice Jusys, refiriéndose a las importantes presiones diplomáticas de Estados Unidos, la Unión Europea, Israel y los grupos judíos internacionales. El ministro de Exteriores y el presidente pidieron personalmente al fiscal que abandonara la investigación sobre Arad, y en septiembre del año pasado se dio por cerrado el caso. Pero, mientras tanto, los fiscales habían emprendido investigaciones sobre otros supervivientes del Holocausto. “Hemos podido arreglar un lío”, dice el ministro de Exteriores, Oskaras Jusys, con frustración, “pero ahora están volviendo a ocurrir otras cosas”.

La investigación actual más conocida trata sobre Rachel Margolis, una antigua profesora de Biología de 87 años que vive en Israel y que se unió a los partisanos soviéticos tras huir del gueto de Vilnius. También en este caso todo empezó con un libro. En sus memorias, publicadas en 2005 en polaco (y posteriormente, en ruso y alemán), relata una incursión guerrillera en la aldea deKaniukai, el 29 de enero de 1944. Los datos sobre la incursión están muy discutidos, incluido si los habitantes del pueblo colaboraban con los nazis, pero el fiscal para crímenes de guerra alega que murieron asesinadas 46 personas, 22 de ellas niños.

El escrutinio creciente al que se ven sometidas estas investigaciones irrita claramente a Valentukevicius, el fiscal, igual que lo hace el hecho de tener que defenderse de las acusaciones de antisemitismo. Pero, dado que todavía hay docenas de posibles casos de colaboración de lituanos pendientes de investigarse, la decisión de centrarse en los partisanos judíos soviéticos ha levantado sospechas.

Muchos críticos están de acuerdo y dicen que no es coincidencia que los nacionalistas se fijaran en las memorias de Margolis, que no fueron un best seller. Antes de su publicación, Margolis había ayudado a contar aspectos de la historia de Lituania que muchos preferirían ignorar. Había ayudado a publicar libros sobre el Holocausto, entre ellos el diario de Kazimierz Sakowicz, un relato estremecedor de la gran participación de los lituanos en el asesinato de entre 50.000 y 60.000 judíos en el bosque de Ponary, a las afueras de Vilnius. La edición inglesa del libro, de 2005, para la que Margolis escribió el prefacio, fue publicada por Yitzhak Arad.

Por su parte, Arad defiende la exactitud de su relato con tanta vehemencia como niega haber cometido ningún crimen de guerra. “Estoy orgulloso de lo que hice durante la guerra”, dice. “Si tuviera la sensación de haber hecho algo que no había que hacer, no habría escrito unas memorias”.