
No deja de ser una anomalía histórica: por primera vez en más de dos siglos, España asiste a un cambio en la jefatura del Estado sin traumas, sin muertes prematuras, abdicaciones forzadas, conflictos armados o temores a levantamientos; porque, como es bien sabido, Juego de Tronos, comparado con la Historia de España es para aficionados.
De hecho, este tipo de cambio era el capítulo que faltaba para consolidar la normalidad democrática que ha conocido España en las últimas décadas y de la que el rey Juan Carlos ha sido uno de sus principales promotores y artífices. Por mucho que el anuncio de abdicación haya levantado toda un avalancha de voces a favor de la república, de llamadas a revisar el modelo de Estado, a la relegitimación, de cuestionamiento de todo el entramado institucional sobre el que se sostiene el país, comenzando por la Constitución, la realidad es que el 85% de los representantes políticos en el Congreso y el 90% en el Senado han respaldado con su voto la Ley de Abdicación que regula el traspaso de la corona. Ello no es óbice para que el debate forme parte de las preocupaciones políticas de los españoles, pero siempre dentro de los cauces establecidos y de los foros acordados por todos.
Aunque salvo en Europa, Oriente Medio y algunos -pocos- lugares de Asia puede parecer una institución anacrónica, lo bueno que tiene una Monarquía en estos tiempos es que los candidatos vienen entrenados de casa. Felipe VI ha tenido una formación tanto teórica como práctica como ninguno de sus antecesores. Está por ver si tiene, o si puede desarrollar, el instinto político que ayudó a su padre a navegar por las difíciles aguas de la Transición española; sin olvidar, en ningún caso, que la misión de un rey en el siglo XXI es reinar, representar, tratar de aglutinar a todos independientemente de orígenes o afiliaciones, pero nunca gobernar.
La que sí será una de las principales tareas del nuevo rey, lejos de algunos objetivos políticos que se le quieren atribuir antes de empezar, es la de ejercer de primer representante de España en el exterior.
Mucho se ha hablado del papel de don Juan Carlos como “mejor embajador” del país, muy especialmente ligado, en estos últimos años, a la labor de facilitación que el monarca ha podido tener a la hora de conseguir determinados contratos para empresas españolas. En esta era de diplomacia económica y de desgaste institucional, podría parecer que era necesario destacar los servicios prestados a los intereses españoles a lo largo de los años.
Sin embargo, mucho más importante que el apoyo a la consecución de una serie de objetivos económicos, el Rey ha contribuido en estas últimas cuatro décadas a colocar al país en una posición internacional difícilmente imaginable sin su presencia. De ser un desconocido príncipe de la aislada España franquista se transformó, a ojos del mundo, en un joven rey ...
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