El feminismo islámico está cambiando el Gran Oriente Medio.

La educación es como el sol y el agua: sin ellos nada crece. Pero si las mujeres reciben educación pueden cambiar nuestra sociedad”. Con esta frase del mulá de Hazarajat, Afganistán, empieza Isabel Coleman su libro Paradise Beneath Her Feet: How Women are Transforming the Middle East (Random House, abril de 2010): un estudio sobre cómo las mujeres están cambiando las sociedades árabes. Para Coleman, investigadora del Council on Foreign Relations, la lucha de las mujeres en la mayoría de países árabes es una cuestión de derechos humanos fundamentales y un asunto central de las prioridades de la política exterior: reducir la pobreza, promover el desarrollo económico, mejorar las condiciones sanitarias, construir una sociedad civil, fortalecer los Estados fallidos o débiles, instaurar la democracia y reducir el extremismo.

Ese es el objetivo del libro: demostrar cómo los esfuerzos de algunos grupos están dando lugar a un creciente feminismo islámico y cómo está transformando Oriente Medio. El feminismo islámico pretende promover los derechos de la mujer a través del discurso islámico: argumenta que el islam, en su base, es progresista, que sus enseñanzas apoyan la igualdad de oportunidades y que la evolución desfavorable de las leyes islámicas en relación a la mujer se debe a una interpretación selectiva de los líderes patriarcales.

La obra se estructura en dos partes. La primera hace un repaso histórico de la situación de la mujer en Oriente Medio y del auge del feminismo islámico. A partir de las tres claves del empoderamiento femenino –acceso a ingresos, educación y voz política–, Coleman intenta explicar por qué debemos preocuparnos por la situación de la mujer en la región. Los expertos reconocen la importancia de la mujer, en especial en los países en desarrollo, para lograr mejores condiciones sanitarias, buena gobernanza, estabilizar unas sociedades frágiles y, sobre todo, para el desarrollo económico. Las sociedades que invierten en las mujeres acaban siendo más ricas, más estables, mejor gobernadas y menos propicias al fanatismo. El segundo capítulo analiza la evolución del feminismo islámico desde sus orígenes y muestra el éxito de las activistas en formar redes transnacionales y en usar las nuevas tecnologías de la información para expandir las ideas del feminismo islámico. La segunda parte se centra en el papel de las mujeres en cinco países –Irán, Pakistán, Afganistán, Arabia Saudí e Irak–, todos ellos conservadores. La estabilidad del mundo depende en gran parte de la estabilidad de esta región. El futuro de los derechos de las mujeres en cada uno de estos países es vital para determinar el futuro de sus sociedades. Aunque diferentes entre ellos, los cinco ilustran las principales tendencias: reivindicaciones de las mujeres por una educación mejor, por mayores oportunidades económicas, por gozar de derechos legales, en especial en relación con la familia; cómo la influencia ya no viene de unas élites seculares sino de unos movimientos de masa islámicos y la lucha de clases que esto acarrea; y la influencia de los nuevos medios de comunicación a la hora de cambiar las percepciones públicas. Coleman es optimista frente a aquellos que creen que, por cuestiones culturales, nunca habrá igualdad entre hombres y mujeres en las sociedades musulmanas. Para la autora, las culturas no son inmutables, y de hecho se está produciendo un cambio en estas sociedades. Como todos los cambios, es lento, y con grandes diferencias entre países, pero no cabe duda de que el feminismo islámico es un movimiento en auge.