Los gobiernos autoritarios han perfeccionado, en los últimos años, no sólo su capacidad de espiar a los usuarios de la Red, sino de censurar sus contenidos. Este fenómeno, que algunos llaman el “virus de la represión en Internet”, está impulsado esencialmente por Estados o gobiernos, pero ha sido posible también gracias a la activa y vergonzosa colaboración de empresas como Google, Yahoo, Microsoft, Cisco y Sun. Para entrar en el gigantesco y lucrativo mercado chino, entre otros, éstas aceptaron eliminar de sus motores de búsqueda las páginas que las autoridades quieren mantener alejadas de los ciudadanos (como, por ejemplo, aquellas que contengan la palabra “Tiananmen”, en el caso chino). Por el contrario, Time Warner rehusó en 2002 firmar un acuerdo que la hubiera obligado a desvelar algunos correos electrónicos de los usuarios de sus servicios en China. Sin embargo, Yahoo accedió a facilitar la información que poseía del periodista Shi Tao y dio a Pekín los datos que llevaron a la cárcel al disidente Li Zhi en 2003. El comportamiento de estas compañías ha recibido críticas del Congreso americano, mientras el Parlamento británico, a través de la Comisión de Asuntos Exteriores, consideró recientemente que la “colaboración por parte de empresas occidentales de Internet en la censura y la vigilancia” de la Red “con objetivos políticos es moralmente inaceptable”.

Internet se ha visto como un instrumento de liberación. También puede convertirse en una herramienta para la represión, ya sea a través del control de los correos electrónicos o de los blogs. Ése fue el caso del egipcio Abd al Kareem, de 22 años de edad, detenido y condenado el pasado febrero en su país por insultos al islam y difamación del jefe del Estado. En Vietnam abundan los ciberdisidentes. El proyecto contra el control de Internet ONI (OpenNet Initiative) ha realizado un estudio (titulado Acceso denegado, y que se publicará también como libro) en 41 de los países más propensos a esta censura, cuyas páginas desvelan que en 21 de ellos hay algún tipo de filtrado oficial de Internet. En esta lista, están los sospechosos habituales: Arabia Saudí, Myanmar –antigua Birmania–, China, Emiratos Árabes Unidos, Irán, Pakistán, Siria, Túnez y Yemen.

De ahí que Amnistía Internacional (AI), que se ha lanzado a este terreno con estudios muy documentados –por ejemplo sobre el papel de Yahoo, Microsoft y Google en China–, considere Internet como “la nueva línea del frente en la lucha por los derechos humanos”. La ONG ha lanzado una campaña en la Red para combatir estas tentaciones (irrepressible.info), disponible en inglés, español, francés y árabe (no en chino).

En enero de este año, el máximo dirigente de Pekín, Hu Jintao, llamó a “purificar Internet”. El temor a este virus –a su propagación y sus consecuencias– es, en efecto, grande. Las técnicas de filtrado de la Red han mejorado en los puntos de acceso o en el propio PC: bloqueando las páginas con cortafuegos, especialmente cuando los puntos de entrada  son en un país muy limitado; manipulando los buscadores, como han hecho las empresas mencionadas, o incluso induciendo –por medio de la vigilancia – una autocensura en los usuarios, según el proyecto ONI.

Hay diversas formas de sortear estos controles. Una vía relativamente sencilla fue la que usó un periódico chino, el vespertino de Chengdu (capital de Sichuan), que el pasado  4 de junio publicó un anuncio por palabras muy sencillo, de una línea, en el que se “saludaba a las madres fuertes de las víctimas del 6/4”. Todo el mundo lo entendió. “6/4”  (escrito tal cual, y no en caracteres chinos como es habitual) se refería al 4 de junio, fecha de la brutal represión en 1989 en la plaza de Tiananmen. El texto se recortó, se escaneó y se difundió rápidamente a través del correo electrónico. Pero un gesto tan liviano le costó el puesto a tres periodistas del diario. La web 3.0 aumenta la participación del ciudadano o del usuario, pero también la capacidad de los represores.

La censura en la Red es demasiado sutil para algunos: Al Qaeda dinamitó un cibercafé de Gaza para que no distrajera a los jóvenes de la ‘yihad’ y la oración.

Si la tecnología de filtrado avanza, aumentan los puntos por donde escapar al control, aunque a menudo resulte más caro, sobre todo en el caso del acceso por satélite o móvil, entre otros avances tecnológicos. La censura de Internet a través de un solo punto no basta. A la larga, la batalla parece perdida para el controlador de estos oleoductos de las ideas y de la libertad. Pero, ¿quién sabe?

Ojo. No todo el mundo piensa que las restricciones en la Red sean negativas. Así, ¿qué no harían los hombres –comentaba recientemente un yemení en una web– en un país en el que las mujeres van tapadas, al ver desnudos on line? Claro que la pornografía y el sexo en general pueden servir de excusa para impedir el acceso a Internet, como ha ocurrido en tantas dictaduras. Y hay otros más fanáticos –aunque ya no se trate de gobiernos, sino de grupos y movimientos– que prefieren la dinamita a la censura. Aunque los yihadistas –y los islamistas– hacen un uso extensivo e intensivo de Internet para difundir sus mensajes de lucha, saben que la utilización principal de la Red es ver pornografía. Y de ahí los atentados en algunos cibercafés. El pasado abril, uno de estos locutorios de Gaza, llamado Allah al Shaua, fue dinamitado por un grupo lejanamente vinculado a Al Qaeda (Las Espadas Islámicas de la Justicia), que envió un e-mail para aclarar que había destruido ese local porque en él “se desviaba la atención de toda una generación a asuntos que no son la yihad y la oración”.

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