Soldados estadounidenses de la misión KFOR patrullan la frontera serbokosovar en in Mitrovica, Kosovo. (Erkin Keci/Getty Images)

En un mundo cambiante con alianzas que no son perpetuas, Kosovo siente los límites del abismo diplomático.

Los desafíos a las potencias en geopolítica tienen costes, porque si no se tienen alianzas políticas, músculo militar o potencia económica, la variable posible en el horizonte es el aislamiento. Lo saben bien en Albania, que durante los años 70 vivió consumida, bajo el principio de autosuficiencia, en su propia pobreza y en la paranoia de su líder supremo, Enver Hoxha. 

Tales criterios son desesperantes para los que proyectan sus ilusiones en una justicia o en una moral que suele decepcionar por el cinismo que marca los códigos de las relaciones internacionales. Para muchos albano-kosovares, el 17 de febrero de 2008, fecha de la declaración de independencia de Kosovo, fue un día de celebración, pero también de alivio, porque EE UU estaba de su parte en el contencioso con su enemigo serbio y, además, de todos los aliados posibles, Washington era el mejor, la máxima potencia internacional. La capital Pristina estaba plagada de banderas albanesas, pero también estadounidenses, ondeando en proporciones equiparables, bajo temperaturas de bajo cero.

La trayectoria del primer ministro kosovar ya adelantaba las claves del conflicto actual. Albin Kurti desde su madurez política se ha debido al nacionalismo albanés, pero también a un intenso sentimiento antimperialista, que por otro lado es tradicional en la región desde la decadencia austro-húngara y otomana, y que en Kosovo regurgita como una larga sobremesa de carne a la brasa y judías a través de las referencias yugoslavas, la burocracia de Naciones Unidas y recalcitrante presencia de la KFOR. Desde su etapa de represaliado político, activista y líder de un movimiento, convertido ahora en el partido más importante en Kosovo, el Vetëvendosje (Autodeterminación), ha evolucionado hacia posiciones más moderadas, pero la pulsión emancipadora en la gerencia del poder se vuelve un acto reflejo e incontenible para Kurti, por mucho que haya tres objeciones que impugnan la homologación de Kosovo como Estado: la primera es que la independencia kosovar se fraguó sobre el apoyo estadounidense, que orientó la OTAN contra Slobodan Milošević, la segunda es que Embajada de EE UU tiene más peso en la política interna que el Parlamento kosovar y la tercera que Pristina no controla todo su territorio, esto son las cuatro municipalidades serbias del norte, con lo que no puede ejercer su autoridad sobre los serbo-kosovares.

Cuando se celebraron las elecciones locales el 23 de abril, pospuestas durante cuatro meses, Pristina sabía que los serbo-kosovares boicotearían los comicios, por orden de Belgrado, y que la consecuencia probable es que salieran nombrados en esos municipios alcaldes no serbios cuya legitimidad, como reconoce el propio Kurti, sería discutible. En esta fase, el fallo estratégico de Albin Kurti se ha venido gestando desde hace años. No romper el vínculo de los partidos serbo-kosovares con Belgrado, por muchas razones: entre ellas nunca haber tendido la mano a Serbia, perpetuando la relación de reproches y resentimientos que produjeron los abusos, discriminaciones y masacres cometidas por el régimen de Milošević, con lo que el bucle de la guerra no ha parado, y porque, esto hay que recordarlo, la identidad étnica, como ha ocurrido en Bosnia y Herzegovina, Montenegro, Macedonia del Norte o incluso en Croacia, prevalece sobre la firmeza de unos Estados que sus ciudadanos presumen débiles y hasta provisionales, según se mire, cuando arrecian las tormentas internacionales.

El criterio aparentemente insobornable de Albin Kurti, basado en una fuerte convicción política, se ha convertido en un desafío para la Administración de Biden. Los demócratas estadounidenses han sido aliados comprometidos con Kosovo. Por ejemplo, a Bill Clinton le adoran en Pristina y una carretera kosovar lleva el nombre de Beau Biden, hijo fallecido del actual presidente de EE UU que trabajó en Kosovo después de la guerra de 1998-1999. Kurti actuó en un tema sensible sin coordinarse con la Embajada estadounidense y estimulando la presencia de los alcaldes albaneses, quienes solo representaban a un 3% de los censados, en las municipalidades serbias, lo que se sabía que desembocaría en tres reacciones por parte Belgrado y que se han venido repitiendo regularmente desde que Kurti llegó al poder: Serbia desplazaría a las fuerzas de seguridad a la frontera kosovar, movilizaría a los partidarios serbo-kosovares, entre los cuales, como así ocurrió, habría hooligans, criminales o ciudadanos serbios infiltrados con porras y, paradójicamente, obligaría a la OTAN a intervenir tras la solicitud de Belgrado para que se protegiera a los serbo-kosovares. La ironía de todo esto es que la determinación de Kurti por cumplir con el proceso electoral, indirectamente, sirvió a Aleksandar Vučić para desviar el foco de las importantes manifestaciones que se están desarrollando cada viernes contra el gobierno del SNS, después de las dos masacres ocurridas en Belgrado y Mladenovac, y que han instigado la indignación de un numerosísimo sector de la oposición, cansada de la violencia televisiva y el bloqueo mediático en el país. 

Los parámetros de la seguridad en los Balcanes han variado, porque la guerra de Ucrania ha cambiado la relación de fuerzas en la zona. La capacidad de movilización del nacionalismo serbio y la importancia de disolver el vínculo serbio con el paneslavismo de Putin se torna más relevante ahora, que la consolidación de Kosovo como Estado independiente. Un juego parecido ha ocurrido en Bosnia y Herzegovina, donde la UE, los Estados miembros, el alto representante o la misma vecina Croacia, intervienen en una suerte de planteamiento que afianza los liderazgos sólidos bosnios, más que alentar una catarsis democrática imprescindible, porque asumen que la democratización en la región tiene su reverso maldito: el populismo y el conflicto étnico. 

No solo la fuerza desestabilizadora de Moscú en la zona se irradia a partir de proxis como Milorad Dodik en la Repúblika Srpska o la Iglesia ortodoxa serbia, en el mundo serbofilo, sino también porque hay una línea roja que no debe superarse: Belgrado no reconocerá Kosovo, hasta el punto de estrujar la carta de la amistad con Rusia hasta donde sea menester; de hecho esta es la razón principal por la que Moscú controla una importante parte del mercado energético serbio, por su asistencia a su hermano pequeño eslavo en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. No se trata del mantra de Kosovo, como cuna de la civilización serbia, ni de que Kosovo sea el corazón de Serbia, como dice Novak Đoković, ni tampoco se trata, fundamentalmente, de la perdida de territorio o de los recintos sagrados ortodoxos, sino que el no reconocimiento de la antigua provincia yugoslava ha recorrido la fundación de Serbia como estado y es el eje de vertebración de la sociedad serbia. Solo el reconocimiento obligaría a un referéndum, a disolver las Cortes, a aprobar una nueva constitución con mayoría de dos tercios… Un intimismo introspectivo solo entendible por los serbios, pero con carta de naturaleza cuando nos referimos al ABC y D de la política local.

Manifestantes con el símbolo "Z" durante una marcha en apoyo a la invasión rusa de Ucrania en Belgrado, Serbia. (Miskov/Getty Images)

Si se impone una solución que Belgrado no pueda digerir, Serbia oscilaría a posiciones antioccidentales. Se produciría un vórtice imprevisible donde la movilización de los partidos serbios nacionalistas, la mayoría, acercaría a la sociedad serbia hacia posturas directamente entregadas a los intereses de Vladímir Putin, en una zona de seguridad vital para la UE y para los intereses de los EE UU. En un contexto serbio donde solo un 35% de la población simpatiza con el ingreso en la UE y el líder más valorado es Putin, este tapón lo configura ahora Aleksandar Vučić, que está más cerca de la OTAN de lo que pudiera parecer y de lo que los ministros serbios se atreven a reconocer en público. La diplomacia de la Alianza está presente en el Ministerio de Defensa, se han anunciado maniobras conjuntas con Serbia para el mes de junio, en la denominada Platinium Wolf, a nadie le extrañaría ver a soldados ucranianos con armamento marca Zastava fabricado en Serbia en Bajmut y las relaciones entre Belgrado y Washington pasan por una fase de mutuo entendimiento

La situación vista estos días en el municipio kosovar de Zvečan no debería ir a más y ambas partes se intuye que retrocederán, se baraja la posibilidad de organizar unas nuevas elecciones, pero de momento se ha retirado la invitación a Kosovo a formar parte de las maniobras estadounidenses-europeas, las llamadas Defender 23, así como se han filtrado otras posibles sanciones contra Kosovo que estarían encima de la mesa: como que EE UU deje de apoyar a Pristina en los organismos internacionales, la retirada de ayudas financieras o retrasar la liberalización de visados a los ciudadanos kosovares para la zona Schengen. El propio presidente francés, Emmanuel Macron, acusó al Gobierno kosovar de las nuevas tensiones.

Kurti no calibró bien el estado de ánimo de sus aliados, que llevan invirtiendo recursos diplomáticos, económicos y militares en Kosovo desde hace más de dos décadas, y cuyo orden de prioridades se encuentra en Ucrania, en Taiwán, también en el ascenso de la extrema derecha, en abordar el nuevo multilateralismo conflictivo y desordenado, en la batalla por la hegemonía digital, tecnológica o financiera, en muchos otros frentes alejados de los enredos balcánicos que producen tanto hartazgo a la diplomacia europea. Ahora tienen que enviar más soldados a Kosovo: contingentes caros y raramente populares en los países de origen. En los incidentes de Kosovo varias decenas de militares italianos y húngaros fueron heridos con la consiguiente rueda de prensa. Al margen de las afinidades proserbias o proalbanesas de cada cual, de las cruzadas por democratizar el sudeste europeo, el escenario internacional se vuelve a revelar inhóspito y crudo para las aventuras de los políticos solitarios. Así como Serbia se sintió aislada durante los años 90, Kosovo acaba de sentir los límites del abismo diplomático, donde Serbia no es un paria internacional, sino un país con casi tres veces más población, una economía y un ejército superior, fronterizo con nueve Estados y que se ha manifestado como un actor más interesante para las potencias internacionales, por su capacidad para (des)estabilizar porque ya no estamos en 2008, porque estamos en 2023, y porque el mundo ha cambiado, y porque las alianzas en relaciones internacionales no son perpetuas.