La Presidenta de la República de Liberia, Ellen Johnson Sirleaf,  en la Cámara de Representantes  el 15 de marzo de 2006 en Washington, DC (Mark Wilson/Getty Images)

Ellen Johnson Sirleaf,  la primera mujer presidenta de un país africano, deja un legado de paz y unión, aunque no exento de polémica. 

Artículo: Liberia ante unas elecciones cruciales. 

Su padre fue el primer liberiano de un grupo étnico indígena en ser diputado en una república dominada por los américo-liberianos, los descendientes de los negros americanos liberados que habían consolidado su poder a costa de la población indígena.  

Ella sufrió cárcel y exilio y a punto estuvo de ser asesinada. Economista, con experiencia internacional, era ministra de Hacienda en el gobierno derrocado en el golpe de Estado de Samuel Doe en 1980. Muchos de sus colegas de gabinete fueron asesinados. Ella se libró de milagro y partió hacia el exilio.

Fue una mujer maltratada. Con poco más de 20 años y cuatro hijos, a los que dejó con su familia, se fue a estudiar a Estados Unidos. Se labró una vida como tecnócrata en instituciones internacionales y, en 2006, Ellen Johnson Sirleaf se convertía en la primera mujer presidenta de un país africano. Y en la pionera para millones de mujeres africanas que ven su éxito o fracaso como propio.

En 2011, recibía el Premio Nobel de la Paz junto a la también activista liberiana Leymah Gbowee y la periodista yemení Tawakkol Karman por su lucha pacífica por los derechos y la seguridad de las mujeres.

Ellen Johnson dejará su cargo a los 79 años. Ganó las elecciones presidenciales en 2005 frente a la exestrella de fútbol George Weah. Llegó al poder aupada por las mujeres liberianas que un par de años antes se habían plantado ante los señores de la guerra y habían entonado su basta ya. Les obligaron a sentarse a la mesa a negociar y poner fin a 14 años de guerra civil que causaron un cuarto de millón de muertos y más de un millón de desplazados o refugiados. Según estimaciones extraídas de estudios realizados por el Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA) y la Organización Mundial de la Salud, el 75% de las mujeres liberianas fueron víctimas de algún tipo de violencia sexual. La violación fue un arma de guerra. Las mujeres estaban hartas de hombres en el poder y de guerras y violencia.

Cuando llegó a la presidencia se encontró un país devastado y traumatizado y una gigantesca y abrumadora tarea por delante. Se fijó como principal objetivo asegurar la paz y la estabilidad. El representante especial para Liberia del secretario general de Naciones Unidas, Farid Zarif, ha afirmado que “su presencia en estos años ha sido un factor en común muy fuerte, un carácter unificador. Es una líder muy razonable, pragmática y efectiva”.

Pero eso no la libra de críticas tanto en la esfera interna como internacional. Deja un país más desarrollado que el que se encontró, “bastante mejor de lo que estaba cuando empecé”, en sus propias palabras. Aun así, Liberia atraviesa una terrible situación económica y social que se vio agravada por la epidemia de ébola. Sus detractores, que no son pocos, la acusan de no haber hecho lo suficiente, de haberse rodeado en estos años de una élite de privilegiados y de no haber luchado con firmeza contra la corrupción. A ella misma la acusan de nepotismo.

Tampoco ha impulsado la implementación de las recomendaciones de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación que han quedado aparcadas entre otras razones porque hubiesen supuesto el final político para varios diputados y senadores e incluso para ella misma. La Comisión la incluye en una lista de personas a las que se les debe prohibir el ejercicio de cargo público, en su caso por el apoyo que prestó a Charles Taylor, ahora en la cárcel por crímenes de guerra cometidos en la vecina Sierra Leona.    

Como ella misma comentaba en esta entrevista el pasado año ha podido “servir de inspiración a un gran número de mujeres, especialmente a las jóvenes, que ahora saben que pueden ser lo que quieran si trabajan para ello. Continuamos intentando cumplir con las expectativas y las aspiraciones de las mujeres en el país, de las jóvenes y de las mujeres en África y más allá”. Y le gusta pensar que ha abierto la puerta para que las mujeres sean capaces de alcanzar el nivel más alto en cualquier país.

Pero en Liberia todavía hay muchas niñas sin escolarizar y demasiadas mujeres analfabetas, el número de embarazos de menores también es demasiado alto. Se ha anclado la igualdad de derechos entre hombres y mujeres en la Constitución pero se ha avanzado poco para acabar con las estructuras patriarcales y el machismo. Y aunque se ha sacado adelante una ley contra la violación y medidas contra la violencia doméstica, muchas veces no se aplican. Y la mutilación genital femenina sigue sin estar prohibida.

En estas elecciones, parte sin duda de su legado, hay un número sin precedentes de candidatas: una a presidente, seis a vicepresidentes y 160 lucharán por un escaño en el legislativo. Eso sí, habrá que ver cuántas realmente consiguen sentarse en el nuevo Parlamento.  

Quizás demasiados pusieron muchas esperanzas en ella, en que iba a ser la salvadora de Liberia y la comunidad internacional ha sido muchas veces poco crítica con su gestión en aras a mantener el país en paz y estabilidad porque eso sí lo ha logrado en estos años.  Ella está convencida de que ha ayudado sin duda el hecho de ser mujer, porque, como dijo: “Las mujeres no hacen la guerra, promueven la paz como se ha demostrado por nuestra experiencia. Una mujer se preocupa más por la gente. Como madre, te preocupas más por la humanidad, cuidas el valor de la vida porque has creado vida. Por eso, proteges la vida, la aseguras. Pienso que las mujeres son grandes líderes, son mejores líderes”.

Ellen Johnson Sirleaf ha dicho que dejará la política local, que podría dar algunas conferencias o clases en el extranjero. Quiere pasar más tiempo en su granja y dormir. Y leer todos los libros que no ha tenido tiempo para leer. Un deseo, este último, que probablemente tenemos muchos de nosotros para cuando llegue la jubilación.