¿Cómo se podría maximizar el potencial tecnológico para conseguir un desarrollo de los servicios financieros en beneficio de los ciudadanos y de la sociedad latinoamericana?

A lo largo de la última década y media la industria financiera ha experimentado un profundo proceso de transformación que, entre otras cosas, ha venido marcado por el espectacular desarrollo de la utilización de la tecnología y el surgimiento de empresas de nueva creación (startups) nativamente creadas con un fuerte componente tecnológico, conocidas comúnmente como Fintechs. 

Dentro de los modelos de negocio de las Fintechs, el espectro que han ido ocupando se ha ido ampliando, desde los pagos y los créditos, que centraron una buena parte de su atención en los orígenes, a otras áreas como los productos de inversión, las transferencias internacionales, el crowdfunding, la infraestructura financiera, los neobancos, los servicios ligados a las finanzas abiertas, las monedas digitales, etc. En definitiva, las Fintechs han ido abarcando la práctica totalidad de los servicios proporcionados por los proveedores tradicionales, a los que se han unido nuevos modelos de negocio surgidos gracias a las posibilidades ofrecidas por tecnologías emergentes como el desarrollo móvil, blockchain, la inteligencia artificial, big data o la computación en la nube. Todo ello ha generado, además, un enorme potencial a la hora de aumentar la inclusión financiera y el desarrollo económico.

Centrándonos en el concepto de inclusión financiera, entendida según la definición de Naciones Unidas como “un marco que permite el acceso a un amplio conjunto de productos y servicios financieros para atender las necesidades de personas y empresas y aumentar su capacidad financiera, incluyendo transacciones, pagos, ahorro, crédito y seguros”, hay que señalar que este concepto es relativamente reciente. El término se popularizó a finales de los 90 y principios de los 2000, cuando se empezaron a analizar en profundidad los problemas de algunos países en relación con el acceso de sus ciudadanos a los servicios financieros. En concreto, el gobernador del Banco de la Reserva de la India, Yaga Venugopal Reddy, fue uno de los primeros en utilizar este término en 2005.

Desde entonces, han sido numerosos los impulsos y las iniciativas globales que han tratado de centrar sus esfuerzos en mejorar la inclusión financiera. Desde la declaración de G20 en la Cumbre de Pittsburgh en 2009, en la que los países signatarios se comprometieron a mejorar el acceso de los pobres a los servicios financieros y a crear un Grupo de Expertos de Inclusión Financiera, hasta las múltiples iniciativas nacionales y multilaterales que han colocado a la inclusión financiera como el eje central de sus programas financieros contra la pobreza y la reducción de la desigualdad. 

El mejor esfuerzo de medición y seguimiento de la inclusión financiera es la base de datos que elabora el Banco Mundial bajo la denominación Global Findex, que recoge la evolución país a país, de indicadores que son la clave de acceso a servicios financieros. Según esta base de datos, el porcentaje de población adulta que dispone de una cuenta bancaria ha pasado en tan sólo una década del 50,6% en 2011 al 76,2% en 2021 (último dato publicado).

Esta evolución positiva de la inclusión financiera sólo puede entenderse gracias a las oportunidades de escalabilidad que ofrece la tecnología. Así lo muestra, por ejemplo, el surgimiento de las cuentas de dinero móvil, que han pasado a estar disponibles para el 12,1%, de la población de más de 15 años, frente a un nivel del 2,5% en 2014. En total, en 2021, 1.300 millones de cuentas de dinero móvil registradas globalmente movieron un volumen de transacciones de alrededor de mil millones de dólares, según datos de la asociación GSMA. En muchos países en desarrollo, se convirtió en la única opción para realizar pagos tanto para ciudadanos como para pequeños negocios.    

Finalmente, un elemento que ha actuado como acelerador de la digitalización en el sector financiero a nivel global ha sido la pandemia de la Covid-19 en 2020. Su irrupción y las restricciones de distanciamiento social que fueron tomadas aceleraron las transacciones sin contacto, y el desarrollo de procesos digitales que, en muchos casos, facilitaron a colectivos no bancarizados el acceso a ciertos servicios financieros, como el cobro de las ayudas destinadas a mitigar los efectos de la pandemia.

El sector Fintech en Latinoamérica

Mujer esperando fuera de un establecimiento bancario en Bogotá, Colombia. (Jeffrey Greenberg/Universal Images Group via Getty Images)

América Latina no sólo ha participado de los progresos globales en inclusión financiera, sino que incluso ha progresado por encima de la media mundial. En concreto, según los datos del Banco Mundial, la población adulta que disponía de una cuenta bancaria en 2021 ha alcanzado el 73% frente al 39,4% en 2011. Es decir, se ha avanzado 33 puntos porcentuales en una década frente a los 25 puntos de la media global. Según un informe de The Economist Unit en colaboración con el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), Colombia y Perú son los países mejor posicionados en inclusión financiera dentro de la región, y Argentina el que mayor progreso ha registrado desde 2014. 

Esta positiva evolución se explica en parte por el fuerte crecimiento de las cuentas de dinero móvil, especialmente en el contexto de la pandemia. Así, más del 23% de la población de la región ha pasado a tener una cuenta de dinero móvil en 2021, cuando tan sólo cuatro años antes este porcentaje era del 5%. Otro de los aspectos que han contribuido significativamente a mejorar la inclusión financiera ha sido la utilización creciente de tecnologías como big data o la inteligencia artificial para generar procesos de concesión de créditos en base a scoring (sistema de evaluación bancaria que permite predecir la posibilidad de impago de un préstamo) utilizando datos distintos a los tradicionalmente usados por los proveedores de servicios financieros, y los modelos de gestión de riesgos con puntos de datos también alternativos.

Este avance positivo en términos de inclusión financiera en la región ha tenido lugar en paralelo con un acelerado desarrollo del ecosistema Fintech. De acuerdo con un informe publicado recientemente por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), en 2021 se contabilizaron un total de 2.482 Fintechs en Latinoamérica, más del doble que en 2018. Los dos países que cuentan con un mayor número de empresas de estas características son Brasil y México (con un 31% y un 19% respectivamente del total de las Fintech de la región). Por verticales de negocio, los servicios de pagos y remesas son los más atendidos, con un 25% de éstas, teniendo por objeto este tipo de actividad en la región, según el referido informe. La segunda área de negocio en importancia son los préstamos (representando un 18% del total de las Fintechs), y siendo este vertical el que mayor crecimiento ha experimentado en los últimos años. Los siguientes segmentos en importancia en relación con el número de Fintechs que los realizan son las tecnologías empresariales para instituciones financieras (con un 15% del total), la gestión de finanzas y patrimonios personales, los seguros, el crowdfunding y los bancos digitales.  

De manera consistente con las tendencias observadas globalmente, la popularización de los teléfonos móviles, la adopción de tecnologías emergentes, la aceleración de los procesos de digitalización, la pandemia del coronavirus y la adaptación de los marcos regulatorios para fomentar la innovación tecnológica han sido algunos de los factores más importantes que explican el fuerte crecimiento de la industria Fintech. 

A pesar del importante progreso logrado en Latinoamérica en los últimos años en el recorrido hacia la mejora de la inclusión financiera y la contribución de las Fintech a ello, todavía queda un largo camino por hacer. Aún hay cerca de 130 millones de personas (más de una cuarta parte de la población adulta) que no tienen acceso a una cuenta bancaria, lo cual representa el 25% de la población de la región y, además, muchos proyectos personales y empresariales no llegan a hacerse realidad por falta de los recursos financieros necesarios. Por ello, se hace preciso también ahondar en los retos que dificultan el desarrollo de las Fintechs en la región. Dentro de éstos, tal y como ha señalado el BID, destacan la falta de financiación suficiente para las Fintechs, el insuficiente desarrollo de las infraestructuras de telecomunicaciones o la necesidad de mejorar los marcos legales y regulatorios existentes.

En relación con la financiación de las startups, a pesar de la brecha existente con otras regiones, las Fintechs en Latinoamérica han logrado un importante progreso. Los recursos destinados a la región se han incrementado significativamente, hasta llegar a alcanzar los 6.093 millones de dólares en 2021, un 40% del total de inversión en Fintech a nivel global, según datos de la Asociación para la Inversión de Capital Privado en Latinoamérica (LAVCA). No obstante, esta cifra hay que tomarla con cautela, puesto que en 2021 una operación singular, la realizada por el neobanco Nubank en Brasil, logró captar un total de 1.150 millones de dólares. México, Argentina, Colombia y Chile también consiguieron registrar en 2021 avances importantes en la atracción de inversión destinada a sus Fintechs.

Por otro lado, respecto al desarrollo adecuado de la infraestructura digital, necesaria para la escalabilidad de los proyectos Fintech también se han observado avances significativos. A modo de ejemplo, las redes de telecomunicaciones en la región, pese a sus limitaciones, permitieron que casi 11 millones de ciudadanos realizaran por primera vez compras a través de Internet durante los confinamientos en 2020. No obstante, todavía hay casi una tercera parte de la población en Latinoamérica (240 millones de habitantes) que carece de acceso a servicios online y, en el caso de algunos los países, esa carencia afecta a cerca de la mitad de su población, siendo especialmente grave la situación en ciertos entornos rurales, según el informe Conectividad rural en América Latina y el Caribe.   

En cuanto a la regulación, son múltiples las reformas acometidas y ha sido frecuente la incorporación de nuevas normativas que han tenido como objetivo responder a las cambiantes realidades en relación con el crecimiento de la tecnología financiera y el mayor uso de los productos y servicios financieros digitales entre la población, si bien existen grandes divergencias entre países. Además de normativas Fintech generales, como las introducidas en México o Chile, algunas de las novedades más recientes afectan a aspectos concretos dentro de los servicios financieros digitales, como las finanzas abiertas, el crowdfunding, o criptoactivos y la introducción de mecanismos que fomenten la innovación, como los hub de innovación y los sandbox regulatorios.

En definitiva, hemos asistido a un crecimiento espectacular de la industria Fintech en América Latina que ha contribuido significativamente a generar cotas de inclusión financiera inalcanzables hace una década. Ahora, más que nunca, es importante apoyar las reformas necesarias para que las Fintech de la región cuenten con infraestructuras que faciliten su escalabilidad, unos marcos regulatorios que fomenten la innovación y que se incremente su capacidad de acceso a financiación por parte de inversores regionales y globales. Con ello, se lograría maximizar el potencial que la tecnología ofrece para el desarrollo de los servicios financieros en beneficio de los ciudadanos y de la sociedad latinoamericana.