Un grupo de personas pasea delante de un cartel con Marine Le Pen. (Philippe Huguen/AFP/Getty Images)

Con la primera vuelta de las elecciones presidenciales próximas, Francia vive una historia que podría hacerse realidad.

Bleu, Blanc, Noir

Karim Amellal

Les éditions de l’aube, 2016

“¿Le tienes miedo a Marine Le Pen?”, le pregunta el periodista Mouloud Achour del programa Le Gros Journal a la escritora franco senegalesa Fatou Diome en una entrevista realizada en la parisina Plaza de la República. “Yo no le tengo miedo. Es ella quien me teme a mí”, responde provocando la risa del presentador. A pocos días para que se celebre la primera vuelta en las elecciones presidenciales francesas, hay una pregunta que sobresale por encima de todas las demás: ¿qué pasaría si ganara en Francia la extrema derecha?

Con este interrogante en mente, Karim Amellal escribe Bleu, blanc, noir, (Azul, blanco, negro) un relato de ficción que recrea una victoria hipotética – y democrática- del Frente Nacional liderado por Marine Le Pen. Cuenta la vida de un hombre que tiene todo lo que mucha gente desearía para ser feliz: una pareja, un trabajo y una casa. Es ciudadano francés, pero al proceder de una familia de inmigrantes argelinos de creencia musulmana, siente que pertenece a dos mundos. Ha conseguido algo que otros jóvenes de su generación aún sueñan: formar parte de ese grupo de población para quien el “ascensor social” no es sólo una quimera. Ya no vive con sus padres en uno de esos barrios de la banlieue norte parisina que los medios y la clase política califican de “sensible” por la alta tasa de desempleo, el elevado porcentaje de familias numerosas de origen extranjero y el fracaso escolar, entre otros factores. En su entorno de amigos y familiares, “la inexorable y fulgurante ascensión de la formación política liderada por Mireille Le Faecq (Marine Le Pen)” es inquietante, pero ante tal espectáculo, no saben qué hacer o qué decir. Asisten perplejos al imparable ascenso de una clase política que el protagonista define como “fruto de una categoría social modesta, a menudo de clase obrera, joven, dinámica y sin discursos evasivos, que dice representar a la Francia que sufre o incluso a esa mayoría silenciosa que está harta de pagar el precio de una forma elitista de hacer política que ha llevado al país a la deriva”. Amellal reflexiona sobre el contexto político y social actual de un París muy alejado de la imagen de amor y luz que reclaman los turistas. Una ciudad que no siempre es representativa de un país compuesto por 66 millones de habitantes que cada año recibe alrededor de 83 millones de extranjeros. A día de hoy, Francia continúa cuestionándose si los procesos de integración y asimilación de la población inmigrante –y de sus hijos- iniciados en los 60 han funcionado o no. El existencialismo de Sartre renace en pleno 2017 para preguntarles quiénes son y qué imagen desean dar, ahora que el resto del mundo sigue con interés lo que pase en las urnas.

Según la RAE, la “identidad” es el conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás. ¿En qué consiste ser francés? Hace unas semanas, el programa Salvados entrevistaba a Marion Maréchal Le Pen, la diputada más joven del Frente Nacional, sobrina de Marine Le Pen y nieta de Jean Marie Le Pen, quien fuera presidente del FN durante casi 40 años. Decía que “si en Roma se hace como los romanos, en Francia se hace como los franceses (…) Evidentemente, puedes ser francés de origen extranjero, pero debes adaptarte a la lengua y a las costumbres de una civilización impregnada de la filosofía griega, del derecho romano y de siete siglos de cristianismo”, explicaba. “No tienes derecho a imponer tu cultura extranjera, a menudo con reivindicaciones políticas detrás”. A pesar de no mencionarlo explícitamente, la diputada hacía referencia al islam, una religión que genera constantes polémicas por chocar contra los ideales republicanos de una sociedad, que aunque sí respeta la libertad de culto, también defiende la laicidad como pilar imprescindible. El verano pasado el uso del burkini ocupaba portadas nacionales e internacionales al prohibirse en algunos municipios de la costa francesa. La comida halal en los colegios sigue siendo motivo de debate así como el uso del velo en las universidades o el que una falda larga –según quien la lleve- pueda considerarse como “signo religioso ostentatorio”. En una entrevista ofrecida al periódico francés Libération, Amellal explica que los musulmanes “se han convertido, si no lo han sido siempre, en un objeto de debate, de polémica, de odio cada vez más”, a pesar de que muchos de ellos, como el propio protagonista del libro, ni siquiera se plantean ya esa dicotomía entre el “nosotros” y el “ellos”. Es el propio sistema el que les dice lo que tienen que pensar.

El relato se estructura en dos partes: el antes y el después de la victoria del FN. Amellal denuncia la “banalización” de las ideas defendidas por Marine Le Pen y se pregunta por qué Francia, cuyo emblema de “libertad, igualdad y fraternidad” ha inspirado a revoluciones alrededor del mundo, puede votar a un partido de extrema derecha, contrario a la inmigración, a la acogida de refugiados, al matrimonio homosexual o la pertenencia en la Unión Europea. “Sería terrible vivir un fenómeno Trump. Estoy seguro de que habrá tensión en los barrios periféricos”, escribía Abdou Semmar, redactor jefe del diario Algérie-Focus en una entrevista realizada por el Courrier International.

“El pueblo no existe. ¡La democracia es una estafa! Sólo hay un sistema formado por quienes están dentro y quienes están fuera”, cuenta un personaje enfadado. El relato nos plantea una distopía en la que miles de personas pasan a convertirse de manera oficial en ciudadanos de segunda clase con menos derechos y prestaciones sociales que los franceses de souche (literalmente, de cepa. Expresión utilizada en Francia para designar a personas sin ascendencia extranjera reciente). La historia describe cómo, mientras los medios hablan de la salida de Francia del euro o de las repercusiones económicas, las zonas más desfavorecidas sufren el efecto de una “reorganización nacional” mediante la que son apartados del resto y en ocasiones privados de su pasaporte galo. Como respuesta, se crean diferentes grupos de resistencia con los que frenar el sistema político establecido por una amplia mayoría que ve en la inmigración el problema de todos sus males. La sociedad empieza a dividirse en dos. “Nada de fascistas en nuestros barrios”, cita una pancarta durante una manifestación real contra el Frente Nacional en Aubervilliers, al norte de París.

“El odio se instala poco a poco en el tejido nacional (…) Los terroristas han ganado. Han destruido Francia. Y nosotros hemos asistido, como espectadores pasivos, a este derrumbe de todo aquello que a través de los siglos ha engrandecido a nuestro país”, cuenta uno de los personajes.

En Francia, aunque también en otros lugares de Europa, uno de los factores de recelo y división de la opinión pública es el terrorismo islamista. Los atentados de París y Niza han provocado la implantación de un estado de excepción que, por el momento, dura hasta el próximo julio. Uno de los pasajes del libro de Amellal demuestra cómo en un clima de desconfianza, ser de ascendencia magrebí o subsahariana, te convierte de la noche a la mañana en un “peligro para la seguridad nacional y el orden público”, entre otras cosas por tu “susceptibilidad a ser radicalizado”. El último informe de la organización Amnistía Internacional explica cómo el estado de excepción ha reintroducido la facultad de realizar registros domiciliarios sin autorización judicial previa y se han otorgado nuevas atribuciones para prohibir actos públicos por motivos de seguridad. Desde noviembre de 2015 se han llevado a cabo 4.292 registros domiciliarios y se han dictado órdenes de asignación de residencia contra 612 personas. La violencia policial cometida durante estos meses provoca un gran descontento entre la población y ha sido el detonante de fuertes protestas como las que se organizaron el pasado febrero en defensa de Théo, un joven de origen congolés víctima de un abuso policial en el departamento de Seine-Saint-Denis.

Otro de los elementos a tener en cuenta en el ascenso de la extrema derecha entre la clase obrera francesa es la impopularidad de los partidos de izquierda. En un reportaje del New York Times sobre la región industrial de Pas de Calais, el periodista James Angelos recogía el enfado de los trabajadores hacia el Partido Socialista, en el poder desde mayo de 2012. La impopular Ley de Trabajo impuesta por el Gobierno de Hollande, que pretende facilitar el despido para así poder favorecer la contratación “cuando vengan tiempos mejores” ha caído como una losa sobre quienes le depositaron su confianza. El Frente Nacional planea ocupar ese hueco.

En estas 404 páginas, en las que se mezclan personajes y diálogos coloquiales, junto a hipótesis apoyadas en hechos reales, Karim Amellal quiere despertar al lector (como lo hiciera Saramago en su Ensayo sobre la ceguera) para que reaccione antes de que sea demasiado tarde. “Esta historia puede que no sea la nuestra, pero sí podría llegar a serlo”. Por ejemplo, en 2017.