Sarkozy prometió combatir a los dictadores estuvieran donde estuvieran. ¿Ha abandonado la lucha por los derechos humanos por completo?

 

Corren malos tiempos para los idealistas, incluso en Francia, la cuna del humanitarismo moderno. Hace sólo dos años, el presidente Nicolas Sarkozy prometió convertir los derechos humanos en una pieza central de su política exterior, dando su palabra, en el discurso que siguió a su victoria, de “ayudar a todos aquellos en todo el mundo (…) que son perseguidos por los tiranos y los dictadores”. Y durante una temporada, su agenda parecía ir por buen camino. Sarkozy eligió como ministro de Asuntos Exteriores a Bernard Kouchner, uno de los fundadores de Médicos sin Fronteras y uno de los adalides más elocuentes de la acción humanitaria en Europa. Crearon una nueva Secretaría de Estado de Derechos Humanos Internacionales  –la primera del mundo– y pusieron al frente a una mujer musulmana  de 30 años de origen senegalés, Rama Yade.

Cuando Sarkozy fichó a Kouchner (arriba a la izquierda), los dos tenían grandes planes. Ahora el confundador de Médicos sin Fronteras dice que “hay una reacción”.

Por eso, fue tan impactante el momento en el que Kouchner declaró de repente, en diciembre, que el intento había fracasado. “Hay una  contradicción permanente entre los derechos humanos y la política exterior de un Estado, incluso en Francia”, afirmó en una entrevista. “Obviamente, gobernar un país te aleja de cierto angélisme [visión angelical] del mundo”. Y esto venía de alguien que había pasado los últimos cuarenta años intentando salvar a los civiles atrapados en guerras repugnantes desde Biafra a Darfur, un hombre cuya herencia incluía un Nobel de la Paz. Para la organización que fundó por actuar basándose justo en esos principios a los que ahora renunciaba, incluso el tan aplaudido gabinete para los derechos humanos era “un error”, dijo Kouchner. En junio, Sarkozy eliminó el puesto de Yade y la nombró secretaria de Estado para los Deportes.

¿Qué había sucedido? ¿Estaba Francia admitiendo que el único modelo realizable para la política exterior era el pragmatismo puro? ¿Y si París no puede realizar una diplomacia basada en los derechos humanos, puede hacerlo otro [Estado]? Es interesante destacar que el comentario de Kouchner se ganó muy pocos reproches por parte del mundo político francés y de la comunidad de defensores de los derechos humanos. Como si cierto fatalismo hubiera echado raíces. Como si sólo hubiera dicho algo evidente.

En realidad, las declaraciones de Kouchner parecían esconder cierto resentimiento personal hacia Yade, más joven y popular. Pero también desprendían desánimo porque su agenda de derechos humanos hubiera sido tumbada por la realidad. En los meses precedentes, Kouchner había sufrido varias derrotas. No había podido convencer a Sarkozy de la necesidad de una fuerte intervención europea en la guerra civil de la República Democrática del Congo, a pesar de la amenaza que suponía la creciente cifra de muertes de civiles. Había perdido una batalla diplomática en Naciones Unidas después de que el régimen de Birmania [actual Myanmar] rechazara la ayuda occidental tras el huracán Nargis. Kouchner presionó para que la ONU citara específicamente el incumplimiento birmano de su “responsabilidad de proteger”, viendo la medida como un paso previo para una potencial intervención. Pero era una causa perdida. Rusia y China estaban preparadas para vetarlo. De hecho, ya el año pasado, Kouchner se había convencido de que Moscú y Pekín protegían firmemente a los regímenes represivos, usando sus asientos en el Consejo de Seguridad para asegurarse de que los regímenes afines a Birmania, Sudán y Zimbabue no fueran sancionados por abusos contra los derechos humanos. “Ha habido un contragolpe”, me dijo.

Se han acabado los 90, cuando Rusia y China eran figuras de adorno y Occidente podía llevar a cabo espectaculares operaciones en áreas kurdas iraquíes, Timor Oriental y Kosovo para frenar catástrofes humanas. Ahora Sarkozy, el que iba a perseguir a los “tiranos y dictadores” en todas partes, habla de una era de “potencias relativas”, en la cual la influencia humanitaria de Occidente es compensada por otras fuerzas. ¿Pero Sarkozy por lo menos lo intenta? Antes de su primer viaje a Moscú, a finales de 2007, su retórica de campaña sobre la “matanza intolerable de periodistas” había desaparecido por completo. Incluso, tras la invasión rusa de Georgia, el año pasado, Sarkozy hizo grandes esfuerzos para mantener las relaciones [con Moscú] en buenos términos. De forma similar, en 2008, Sarkozy amenazó con boicotear los Juegos Olímpicos de Pekín si China no iniciaba negociaciones serias con el Dalai Lama. Las semanas posteriores, después de que los importantes contratos alcanzados por los franceses con China se vieran en peligro, reculó.

¿Quién  defenderá ahora los derechos humanos? Incluso para Rusia y China, pueden ser muy útiles. Por ejemplo, cuando la prioridad es presionar a un país como Irán por su programa nuclear. Pero dar poder de veto a Rusia y a China sobre la intervención humanitaria no es, en absoluto, de lo que hablaba Kouchner cuando invocaba, en los viejos tiempos, “el deber de ingerencia internacional”. El mundo sobre el cual Kouchner dijo esas palabras ya no existe, y por una vez parece no tener respuestas sobre el mundo en el que se encuentra.