
El Estado Islámico ha inaugurado un nuevo tipo de terrorismo que trasciende la actividad de los miembros de la propia organización y los llamados “lobos solitarios”. Se trataría de un franquiciado terrorista que multiplica las acciones criminales en nombre de la matriz.
La irrupción del Daesh en el escenario político mundial ha supuesto la forzosa revisión de conceptos referentes en seguridad y lucha antiterrorista. Independientemente del porvenir del Estado Islámico como califato en Siria e Irak, es decir, como agente que gestiona y ocupa de facto un territorio, su naturaleza como organización terrorista plantea un panorama extraordinariamente complejo, ya que abarca un amplio abanico de formatos en lo que a sus ataques se refiere.
En este sentido, los dos atentados de París (Charlie Hebdo y la sala Bataclan), los perpetrados en los aeropuertos de Bruselas y Estambul, así como la masacre de Bagdad tras el fin del Ramadán, obedecen a una estructura que podemos interpretar como más tradicional, al uso de bandas consideradas de una suerte paramilitar (Al Qaeda, ETA, IRA) con una estructura interna y jerarquía bien definidas y una profesionalización de sus miembros competente; sin embargo, las recientes agresiones de Niza y Orlando se diferencian del patrón anterior y presentan a individuos que cumplen los cánones del terror de Daesh (espectacularidad, simbolismo, respuesta tras una derrota) pero sin mostrar un claro vínculo con la organización. La propia reivindicación del EI sobre Niza apenas fue anunciada por la agencia Amaq (gestionada por el propio aparato propagandístico de la organización) dos días después de los hechos lejos de la contundente y exhaustiva batería de atribuciones que Daesh difundió tras París y Bruselas
Más aún, los propios autores de las masacres del club Pulse y del Paseo de los Ingleses, Omar Mateen y Mohamed Lahouaiej Bouhlel, respectivamente, presentan notables divergencias con el prototipo de terrorista clásico de Daesh, los mismos llamados por la organización “soldados” o “muyahidines”. Según sus allegados, el primero manifestaba afinidades contradictorias en materia terrorista al alinearse a veces con Hezbolá y otras con Al Nusra, organizaciones casi en las antípodas del EI, aunque fuera éste sobre quien dijo identificarse en el último momento según los testigos del tiroteo en el que segó la vida de 49 personas. Mateen, además, parecía frecuentar lugares de ambiente gay y su estilo de vida no se correspondían con el de un potencial criminal. Por otro lado, Bouhlel no era una persona religiosa ni manifestaba ningún tipo de extremismo racista o xenófobo. Ni siquiera estaba registrado por las fuerzas de seguridad. Por su parte, los autores del atentado de Bangladesh tampoco se correspondían con el modelo de muyahidín al provenir de una posición socioeconómica alta y ser poseedores de estudios superiores. Estos perfiles difieren enormemente de los de, por ejemplo, Salah Abdeslam o los hermanos El Bakraoui, suicidas en el aeropuerto de Bruselas, lo que confirma la notable heterogeneidad entre los autores ...
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