Por qué el egoísmo de Angela Merkel está matando a Europa.

Vivimos tiempos tristes en Europa: los países tienen sed de créditos, los expertos internacionales predicen la lenta desintegración del euro y los políticos de los Estados del continente se echan en cara incidentes bélicos de un pasado no muy lejano. Y la europea más insatisfecha en estos momentos es quizá la persona en la que más se confía para sacar a la Unión de su confusión: Angela Merkel, la canciller de Alemania, que, atrapada entre los intereses contrapuestos de una opinión pública alemana insatisfecha y una UE en pleno caos, ha dado demasiados bandazos y ha acabado quedándose paralizada mientras la crisis avanzaba. El hecho de que ella haya renunciado al liderazgo alemán de Europa en los últimos meses es una catástrofe de primera categoría: hace el máximo daño político a todos los interesados y corre el riesgo de prolongar el caos.

“No puedo recordar una sucesión de acciones tan desastrosa desde 1949 [el año en el que se formó la República Federal de Alemania]”, declaró el ex ministro alemán de Exteriores Joschka Fischer al semanario Der Spiegel cuando le pidieron que situara la política exterior de Merkel en su contexto. “En las últimas semanas, Angela Merkel ha tenido su cita con la historia. Y, a diferencia de Helmut Kohl el 2 de noviembre de 1989 y Gerhard Schroeder tras el 11 de septiembre de 2001, ella la ha desaprovechado”.

Carsten Koall/AFP/Getty Images

La desastrosa cita a ciegas de Merkel con los libros de historia comenzó en marzo, cuando decidió detener los primeros planes con los que Francia pretendía establecer un mecanismo para ayudar a una Grecia acosada por la deuda. Convencida de que los griegos todavía no se habían tomado en serio el compromiso de ahorrar, la canciller subrayó que Atenas sólo podía pedir ayuda en caso de “muy graves dificultades”, y que esa ayuda sólo consistiría en préstamos bilaterales ad hoc de los países europeos, con las aportaciones y la supervisión del Fondo Monetario Internacional. Después de fijar una postura tan inesperadamente dura y nacionalista en nombre de la mayor economía de Europa, la jefa del Gobierno pareció disfrutar de la notoriedad que eso le supuso: los medios la llamaron Frau Germania y hablaron de los legados de Margaret Thatcher (“Maggie Merkel”) y Otto von Bismarck (“la Canciller de Hierro”). Mientras el crédito de Grecia empeoraba, Merkel siguió alimentando la idea de que prefería expulsar a los países endeudados de la unión monetaria que ofrecer el dinero que tanto le había costado ganar a Alemania para ayudar a los derrochadores europeos del sur. Todavía a finales de abril, varios miembros de la CDU (Unión Cristiano Demócrata) dijeron a la prensa que Grecia debía “pensar seriamente en salir de la eurozona”. Además era evidente que Merkel confiaba en que ese eslogan duro y populista ayudase a su partido en las importantes elecciones regionales del 2 de mayo.

Pero la postura de Merkel no resistió. A finales de abril, Dominique Strauss-Kahn, director del Fondo Monetario Internacional, y Jean-Claude Trichet, responsable del Banco Central Europeo, advirtieron al Gobierno alemán de que, sin la garantía inmediata de una provisión de fondos, Grecia podía venirse abajo en manos de los mercados de deuda y arrastraría a toda Europa. Al final, la canciller aprobó un rescate de 150.000 millones de euros, pero fue demasiado poco y demasiado tarde. Los inversores internacionales estaban aún nerviosos para participar y la UE acabó maquinando un plan de ayuda de un billón de dólares durante una reunión de urgencia en un fin de semana: en definitiva, el mismo acuerdo que se podía haber conseguido en marzo, salvo que más caro y más arriesgado. Y esta vez, el presidente francés Nicolas Sarkozy no tuvo reparos en declarar que el plan era "un 95% francés", con lo que Merkel quedó en una situación política incómoda en su país.

El liderazgo alemán en Europa es muy frágil, porque su fundamento es cuestión de fe: la fe de la población alemana en que sus intereses nacionales son en general simétricos con los del conjunto de la UE. Las oscilaciones de Merkel le han ganado el dudoso honor de haber perdido la credibilidad ante otros países europeos –que ahora la acusan de albergar unos impulsos nacionalistas y proteccionistas que han elevado de forma radical el coste de una operación de rescate europea; y también ante la opinión pública alemana, que cree que su Parlamento, engañado, se ha tragado un plan fraguado en otras capitales al servicio fundamental de los intereses de otros Estados. En un asunto de política exterior que normalmente debería haber sido objeto de un amplio consenso, el Bundestag votó el viernes sobre el acuerdo de rescate por valor de 750.000 millones de euros con arreglo a una estricta disciplina de partido, lo cual indica falta de confianza en el liderazgo de Merkel y es mal presagio para la posible aprobación de otras medidas de emergencia.

Ahora Angela Merkel ha intentado recuperar su posición de líder en los asuntos del continente y su popularidad interior proponiendo la prohibición de las ventas al descubierto a corto plazo en los mercados financieros europeos, con la esperanza de convencer a la opinión pública de que todavía puede obligar a los europeos a seguir las iniciativas alemanas. Pero la medida propuesta no ha servido más que para reforzar la convicción de que a Alemania le preocupan más sus sondeos nacionales que la salud fundamental de la UE. La ministra francesa de Economía, Christine Lagarde, ha sugerido que Alemania “por lo menos pida primero consejo a otros Estados miembros”.

Con Merkel fuera de combate por la combinación letal de la desconfianza europea y la alemana, hay pocos países, o ninguno, capaces de sustituir a la República Federal en la mediación de las disputas dentro de la Unión, y Europa corre verdadero peligro de fracasar como órgano colectivo. A Sarkozy, sin duda, le encantaría asumir el papel de líder de facto de Europa, pero varios países, como Gran Bretaña, Holanda y Finlandia, no van a estar dispuestos a aceptar la visión francesa tradicional de una UE gastadora y manirrota. Quizá se sientan obligados a oponerse públicamente a la designación de un monetarista de la línea dura al frente del Banco Central Europeo, y eso provocaría una situación de conflicto y un callejón sin salida que tardaría años en resolverse.

¿Y cómo se ha equivocado Merkel tanto? Un factor puede ser el temperamento. La canciller, física de formación, asume con naturalidad el papel de observadora desinteresada durante los debates políticos y prefiere retrasar las cosas a actuar cuando las circunstancias no están claras. La paciencia, en general, le ha venido bien en su carrera política, porque se le han atribuido éxitos que habían puesto en marcha otros y ha evitado las repercusiones de tomar decisiones controvertidas. Pero en los mercados financieros, en los que la psicología es un factor tan importante como los datos, esperar entraña un riesgo. Lo que Merkel consideró observación, cuando pasó meses dudando antes de elaborar un plan para rescatar a Grecia, los inversores internacionales lo vieron como una apuesta a caballo perdedor.

Merkel tomó asimismo varias decisiones asombrosamente equivocadas que pusieron en evidencia que no era consciente de los límites de la influencia alemana. Es verdad que su país es el más poderoso de Europa, pero necesita a la UE tanto como ésta necesita a Alemania: el poder alemán no sirve de mucho si el país mantiene un tira y afloja constante en el que se juega a todo o nada con sus numerosos vecinos.Por esa razón, otros cancilleres anteriores habían tratado de convencer a los alemanes de que sus intereses estaban entrelazados con el interés común de Europa. Desde Konrad Adenauer hasta Gerhard Schroeder, los distintos jefes de Gobierno se esforzaron por construir y destacar las estrechas relaciones con Francia, aunque tuvieran que reprimir las diferencias personales. Merkel, en cambio, que creció en la República Democrática Alemana, comunista y aislada, prefiere defender los intereses particulares de Alemania e insiste con tono defensivo en que “Alemania es un país normal”. Pero aunque es posible que los alemanes se sientan liberados a corto plazo despreciando a sus vecinos, el aislacionismo de Merkel acabará generando un vecindario más incómodo y una Alemania más débil.Además, la canciller no ha prestado ninguna atención al hecho de que la Unión Monetaria Europea se diseñó para que evolucionase en una dirección, hacia una “unión cada vez más estrecha”, según reza en el Tratado de Maastricht de 1991. Como señala el historiador del euro David Marsh en su libro The Euro: The Politics of the New Global Currency, los fundadores de la moneda única sabían que al final los países europeos tendrían que integrar sus economías nacionales. Dado que los bancos alemanes estaban muy apalancados en deuda griega, Merkel debería haber reconocido enseguida que la bancarrota de Grecia iba a ser un grave problema para Alemania. Y no debería haber desechado ni ignorado las repetidas críticas de Francia, que dijo que los superávits comerciales alemanes estaban causando problemas a sus vecinos. Estos problemas eran previsibles y corregibles, pero no si se consideraban, como pareció hacer Merkel, embarazosos e insultantes.Lo que tiene que hacer Merkel ahora es utilizar un lenguaje que emocione sobre el destino de la UE, convencer a los ciudadanos, tanto en su país como fuera, de la sinceridad de su compromiso con la suerte colectiva del continente. Esperemos que tomara notas en la reciente celebración del 80º cumpleaños del ex canciller Helmut Kohl, que declaró sin reparos que la crisis financiera actual de la UE es una cuestión de “guerra y paz”. Refiriéndose a su labor en la creación del euro y su “garantía de paz” para el continente, Kohl, anciano y enfermo, dijo: “puedo afirmar con sinceridad que mi vida ha tenido sentido”. Por desgracia, Merkel ha cultivado una imagen política desapasionada, seca y analítica. Le ha ayudado a mantenerse en el cargo, pero, en momentos como éste, no le deja ser una auténtica líder. Y a la hora de la verdad, será Europa la que sufra las peores consecuencias.
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