georgia
El presidente de Georgia, Giorgi Margvelashvili, a su llegada al Consejo Europeo en Bruselas. (Emmanuel Dunand/AFP/Getty Images)

A través del impulso de la cooperación en innovación tecnológica, la Unión Europea mostraría su apuesta por el potencial emprendedor de Georgia y su compromiso político con el destino europeo de la República caucásica.

A lo largo de su historia, el territorio que conocemos como Georgia ha sido invadido por árabes, persas, mongoles, otomanos, rusos, etc. Hoy, esta República quiere ser vista como parte de Europa. Para ello, lleva años mostrando su compromiso con los cambios políticos y económicos a través de reformas que promueven la economía de mercado y el emprendimiento. Aunque ya cuenta con una relevante experiencia democrática y una clara orientación occidental, no son pocos los retos a los que se enfrenta: la educación, la demografía, el impulso de la economía y la tecnología para conseguir mayor actividad económica y productividad, así como el fortalecimiento del poder judicial y agilizar el sistema de cumplimiento de la Ley. Tampoco son pocos los actores en juego: ¿Hasta dónde llegará la influencia de Rusia? ¿Cuáles serán los límites de la cooperación económica con Turquía o con China? Pero, ante todo, lo que debemos preguntarnos es cómo la Unión Europea y Georgia pueden impulsar el deseo mutuo de profundizar en la asociación política y en la integración económica.

Europa: el objetivo

Un paso clave en la relación de Georgia con la Unión Europea tuvo lugar en febrero de 2017 cuando Bruselas concedió la exención de visados a georgianos para estancias de hasta 90 días. Los efectos fueron claros. Según el Banco Nacional de Georgia, los titulares de tarjetas bancarias georgianas gastaron entre abril y junio de ese mismo año la cantidad récord de 106 millones de euros en la Unión.

Desde el comienzo de las relaciones bilaterales con la UE en 1992, reforzadas tras la Revolución de las Rosas en 2003, han sido numerosos los gestos que muestran el interés y la apuesta de ambas partes por la senda europea de Georgia. La participación del país en la política europea de vecindad y en la asociación oriental, la misión de observación civil europea (EUMM) tras la guerra ruso-georgiana de 2008, la salida de Georgia de la Comunidad de Estados Independientes o el acuerdo de asociación con la Unión, plenamente en vigor desde 2016, y que incluye un acuerdo de libre comercio profundo y completo (DCFTA).

A pesar de ello, algunos países occidentales han perdido en la última década cierto interés por Georgia al percibir un panorama político imprevisible y, por tanto, con escasas garantías de seguridad. Además, el declive demográfico que sufre el país es un factor relevante. Según datos de Naciones Unidas, desde 1990, año en el que Georgia contaba con más de 5,4 millones de habitantes, la población no ha dejado de disminuir y, actualmente, tan sólo cuenta con 3,9 millones de habitantes, cifras que no se veían desde mediados del siglo XX. De ahí que muchas empresas se hayan mostrado reticentes a invertir en el territorio.

En este contexto, tras el acuerdo de asociación y para hacer frente a la falta de inversión, el Gobierno georgiano propuso un ambicioso plan consistente en una reforma económica, educativa, de gobernanza y de desarrollo regional. Pero lo más relevante es que, desde 2017, ha seguido el modelo de Estonia, es decir, 0% de impuesto de sociedades si se reinvierten los beneficios en la propia empresa, convirtiéndose en el segundo país en el mundo en adoptar dicho modelo.

La influencia de Rusia

Tras la etapa de Mijeíl Saakashvili y desde la llegada al poder en 2012 de Georgian Dream, formación política fundada por Bidzina Ivanishvili, las prioridades del país en política exterior se han basado, por un lado, en restaurar las relaciones con el Kremlin tras el conflicto ruso-georgiano de 2008, al mismo tiempo que continuaba la senda de integración en las estructuras occidentales (UE y OTAN). El acuerdo de asociación con la Unión se materializó en 2014 sin mayores interferencias de Rusia, al contrario de lo que sucedió con Ucrania y Armenia. Por el contrario, Georgia no consiguió obtener el Plan de Acción para la Adhesión (MAP) por parte de la Alianza Atlántica en la Cumbre de 2014, aunque la OTAN se comprometió a incrementar la cooperación con el país.

Con el fin de no encallarse en dicho conflicto y mejorar las relaciones con Moscú, el Gobierno georgiano ha apostado por una diferenciación entre los acuerdos socioeconómicos y los políticos y de seguridad, lo cual fue muy criticado por ciertos sectores que acusaban a Ivasnishvili de prorruso y de mantener todavía importantes vínculos con el país en el que hizo su fortuna. El objetivo de Tbilisi estaba claro: normalizar las relaciones con Rusia, el principal país al que se destinan las exportaciones georgianas, o el segundo si consideramos a la Unión Europea como un solo bloque comercial. Según datos de la Comisión Europea, el 14,5% de las exportaciones de Georgia se destinan a Rusia, mientras que un 27,3% a la UE.

En cierta manera, Georgia considera que Rusia frena su camino hacia la UE y la OTAN, ya que Moscú pretende su adhesión a la Unión Económica Euroasiática (EEU), establecida en 2015 y formada por Rusia, Kazajistán, Bielorrusia, Armenia y Kirguistán. A pesar de que Georgia, Ucrania y Moldavia fueron invitados a adherirse a esta organización, los tres Estados se inclinaron por firmar acuerdos de asociación con Bruselas.

Otros actores clave: riesgos y oportunidades

Turquía es, tras la UE, el segundo socio comercial de Georgia por volumen de negocio (1.407 millones de euros), así como una de las principales fuentes de inversión extranjera directa en el país. Ambos Estados colaboran en proyectos de transporte (ferrocarril Baku-Tbilisi-Kars) y de energía (gasoducto Bakú-Tbilisi-Erzurumy y oleoducto Bakú-Tbilisi-Ceyhan). En este contexto, y al igual que Moscú, Ankara también necesita cooperación con el país caucásico en el mar Negro para transportar recursos energéticos a la UE.

Asimismo, aunque la cordialidad impera en las relaciones de Georgia con Armenia y Azerbaiyán (estos dos últimos Estados mantienen un conflicto territorial por Nagorno Karabaj), las aspiraciones políticas armenias y azeríes son muy diferentes. Armenia cuenta con una base militar rusa y se adhirió a la Unión Económica Euroasiática como alternativa al proceso de integración europea. Además, es socio estratégico de Rusia y miembro de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva. En cambio, Azerbaiyán es reticente a unirse a cualquier alianza formal. Este país es el tercer destino de las exportaciones georgianas (10%), mientras que Armenia es el quinto (7,7%). En la actualidad, Azerbaiyán es el mayor inversor en Georgia gracias a la construcción del gasoducto del sur del Cáucaso.

Como complemento al DCFTA, han surgido nuevas esperanzas para la economía georgiana debido al incremento de las inversiones chinas en el marco de la Nueva Ruta de la Seda. Georgia, con el puerto de Anaklia en el Mar Negro, representa la última puerta de la Ruta que conecta China con Europa. Esto servirá para implementar proyectos económicos a través de la apertura de empresas georgianas en China e instalaciones de transporte y portuarias con financiación china en Georgia. En este sentido, Pekín planea invertir entre 7,5 y 10 mil millones de dólares en infraestructuras en el país caucásico.

¿Cómo impulsar la influencia de la Unión Europea?

La Unión Europea, como principal socio comercial de Georgia (26,6% del comercio total tiene lugar con la UE, por valor de 2.518 millones de euros) debe demostrar sin ambigüedades su compromiso político con el fin de mantener al país en su entorno. Un compromiso que debe ser mutuo, requiriendo acciones claras desde Tbilisi.

Para que el DCFTA pueda dar sus frutos de manera óptima, conviene que Georgia incremente su producción y las exportaciones a la UE, lo cual no es sencillo sin antes intensificar la inversión extranjera directa en desarrollo industrial, y sin incrementar el ritmo de las importaciones de tecnologías y de know-how. Más recursos son necesarios para la implementación del acuerdo de asociación. Para ello, en la reunión del Consejo de Asociación UE-Georgia en febrero de 2018, se acordó conceder a Georgia hasta el año 2020 asistencia financiera por la cantidad de entre 370 y 450 millones de euros para el desarrollo económico y oportunidades comerciales, fortalecer las instituciones y el buen gobierno, así como para favorecer la conectividad, la eficiencia energética, el medioambiente y la movilidad.

Además de revitalizar la economía georgiana a través de recursos financieros, y ante el desafío que supone la revolución digital, se debería impulsar la cooperación en el ámbito de la innovación y abrir vías de colaboración con la Unión para crear espacios destinados a la cooperación en innovación tecnológica y know-how que acompañen a las inversiones europeas. Es una excelente noticia el acuerdo en junio de 2018 de la UE con Georgia y el resto de países de la Asociación Oriental para reforzar su cooperación en el marco de la economía digital. Este acuerdo incluye una hoja de ruta para reducir las tarifas de itinerancia, abordar las ciberamenazas de manera coordinada y expandir los servicios electrónicos para crear más empleos en la industria digital. En este contexto, Bruselas va a financiar proyectos en estos países sobre digitalización. En Georgia, por ejemplo, estos proyectos tendrán como fin compartir conocimientos sobre democracia digital y seguridad de la información de forma que se favorezca la administración electrónica, así como el desarrollo de servicios electrónicos para los ciudadanos. Esta cooperación a través de proyectos innovadores es clave, y sería óptimo si dicha colaboración se potenciara también entre las instituciones académicas georgianas, la industria y el Gobierno del país. Así, se instaría a los jóvenes formados a desarrollar su carrera laboral en Georgia y a retornar a muchos que están en el extranjero, contribuyendo a revertir, a largo plazo, los problemas demográficos actuales.

No es realista pensar hoy en día en la plena integración de Georgia en la Unión Europea. Por ello, el Gobierno georgiano debería rebajar sus expectativas con respecto a una adhesión completa y, en su lugar, centrarse en fines más factibles que contribuyan al desarrollo del país a través de los proyectos en los campos mencionados. Cabe destacar el área de la tecnología, fundamental para aprovechar las ventajas que nos ofrece la transformación digital (mejor conectividad, servicios electrónicos, etc.) pero también para hacer frente a los desafíos que nos plantea (ciberamenazas, privacidad…). En un país como Georgia, cuya política fiscal favorece el emprendimiento, deberían tener buena acogida los proyectos a favor de la digitalización, lo que conllevará el crecimiento económico del país. Trasladando a la sociedad una visión más realista de las relaciones con la Unión Europea y de los beneficios para la población, resultará más fácil a las autoridades georgianas gestionar las expectativas de los ciudadanos de cara al futuro, y prevenir el aumento del euroescepticismo como consecuencia de provocar falsas expectativas, que no harían sino revertir los esfuerzos del país en su senda europea.