Das y Dolui, amigos desde la infancia, dicen que en Ghoramara el clima empeora con cada año que pasa. © DW/D. Deepa Philipps
Das y Dolui, amigos desde la infancia, dicen que en Ghoramara el clima empeora con cada año que pasa. © DW/D. Deepa Philipps

El cambio climático cobra auténtica realidad en la isla de Ghoramara, cuya erosión hace que se hunda poco a poco en las profundidades de la Bahía de Bengala.

“Cuando el hielo de las montañas se derrite, el nivel del mar sube y provoca inundaciones”, explica Firoz a sus 12 años. Para este joven habitante de la isla de Ghoramara, situada en la Bahía de Bengala, el cambio climático no es una mera lección de geografía, sino una realidad cotidiana. “Una noche, mi madre me despertó a toda prisa y me dijo que nuestra casa estaba derrumbándose”, recuerda con una ancha sonrisa y su inocencia claramente inmune a la desgracia.

Ghoramara, que ocupaba en otro tiempo 8,51 kilómetros cuadrados en el estuario del río Hooghly, hoy tiene sólo 4,45 kilómetros cuadrados. “La subida continua del nivel del mar debida al cambio climático seguirá haciendo estragos en el estuario y erosionando la isla”, dice Tuhin Ghosh, profesor de la Facultad de Estudios Oceanográficos de la Universidad de Jadavpur, Bengala Occidental, que estudia las repercusiones del cambio climático en el Delta de Sundarbans desde 1993.

Se considera que el cambio climático y el aumento del nivel del mar son una grave amenaza para las zonas bajas como Ghoramara. La isla, una de las 54 de los Sundarbans -un vasto delta de manglares que se reparte entre India y Bangladesh-, ha perdido el 75% de su masa terrestre en sólo 31 años (1968-1999). Y sigue reduciéndose y obligando a sus habitantes, como Firoz y su familia, a reconstruir sus hogares en zonas más alejadas de la orilla.

Los residentes tienen varias teorías sobre la razón de que el mar les esté arrebatando sus tierras. “La ampliación del puerto de Haldia que hizo el Gobierno [de Bengala Occidental] ha desviado el agua hacia la isla”, dice Vishnu Poda Das, un profesor de secundaria de Ghoramara. Tiene parte de razón. En los años 70, el Gobierno de este estado diseñó el proyecto pese a las advertencias de que los ciclones y las grandes mareas eran cada vez más frecuentes e intensos. Se propuso construir siete muros de contención para evitar los daños ecológicos en las zonas circundantes, pero no se hizo. Como consecuencia, el agua fluye hacia Ghoramara, situada a 12 kilómetros del puerto.

“El agua llega con fuerza a la isla, erosiona el suelo y arrastra la tierra, de manera que la isla va cediendo sitio poco a poco al mar”, dice Vishnu Poda Routh, nacido en Ghoramara, mientras señala la última víctima del cambio climático, la carretera que conduce a su pueblo. La tierra, húmeda y arcillosa, se le adhiere a los pies descalzos, y él recuerda el momento en el que las aguas cubrieron los ladrillos.

De aquella carretera no queda más que un gran agujero en el paisaje con trozos de ladrillo rojo esparcidos alrededor. La isla está encogiendo y sus habitantes no tienen donde ir.

Routh y su familia recuperan lo que queda de su casa ancestral destruida © DW/D. Deepa Philipps
Routh y su familia recuperan lo que queda de su casa ancestral destruida © DW/D. Deepa Philipps

Pierden sus tierras ancestrales, sus casas, su ganado e incluso a sus seres queridos por culpa de las aguas que barren la isla. Ese es el caso de Shaumoresh Das, que poseía 12 hectáreas de tierra de sus antepasados y ahora no tiene ni media. A pocos kilómetros del terreno de Das, Routh, su esposa y su hijo adolescente emprenden una tarea hercúlea: recobrar su casa familiar que, después de soportar inclemencias durante más de 100 años, ha sucumbido a la fuerza de las aguas.

"La tormenta de anoche fue la última gota, porque las aguas hicieron que se derrumbara la fachada principal”, dice su mujer. “Menos mal que mi suegra no estaba dentro”. La choza de barro que contenía las posesiones familiares heredadas yace destrozada y las hojas de cocotero que enmarcaban su tejado, descoloridas por el sol, se han venido abajo como un castillo de naipes. Los viejos recuerdos agonizan mientras Routh y su familia rebuscan entre la madera medio podrida, en busca de cualquier objeto que aún valga.

“Hemos visto a vecinos que se ahogaban mientras el agua arrastraba su casa y su ganado”, dice Feroza Bibi, la madre de Firoz. El agua llega poco a poco, sin avisar y los sume en la desgracia. ¿Y qué hacen cuando la inundación es inevitable? “Cogemos la comida y corremos hacia zonas más elevadas”, dice.

Para quienes huyen de las tierras inundadas, las casas de familiares y la escuela local se convierten en refugios provisionales. “Nos quedamos en casa de nuestro abuelo o nuestro tío hasta que construimos la nueva casa”, dice Firoz. Su nueva vivienda, la quinta sucesiva, también está precariamente situada tras un muro de barro que al mismo tiempo sirve de camino.

Varios estudios califican a los habitantes de Ghoramara de refugiados medioambientales, pero ni el Gobierno del estado ni el central han cedido un milímetro. En 2006, Pradip Saha, director de Damage Control, una organización con sede en Nueva Delhi, produjo un documental titulado Mean Sea Level [Nivel medio del mar] sobre Ghoramara. “Hice el estreno mundial en la propia Ghoramara, para llamar la atención sobre la situación de la isla”, dice. Durante su preparación de la película le asombró la apatía de la Administración. “Los isleños están perdiendo tierras que se lleva el mar, tienen que arreglárselas por su cuenta, y no existe ningún mecanismo sarkari [gubernamental] en marcha. ¡Es verdaderamente anómalo!”, declara a Tehelka. “El Gobierno tiene que emitir la declaración oficial de zona catastrófica para poder hacer algo”.

Pasado histórico, futuro indeterminado

Dice la leyenda que la isla se les asignó a dos hermanos británicos como zamindaari (terreno de rentas). Poco después, el hermano menor llegó a caballo a inspeccionar las tierras. Tras dar varias vueltas, dejó el caballo atado a un árbol. Al volver, el caballo había desaparecido, y luego se enteró de que se lo había comido un tigre. Por eso la isla recibió el triste nombre de ghora (caballo) mara (muerto).

En aquel entonces, la isla albergaba una oficina de correos que servía de tapadera para una torre de vigilancia. Protegida por muros altos y gruesos, parecía un fuerte, y los británicos transmitían desde allí informaciones sobre los barcos de paso. La oficina de correos fue uno de los primeros edificios históricos que desaparecieron bajo las aguas, junto con las aldeas de Baishnabpara, Khasimara, Khasimara Char, Raipara y Baghpara. La erosión provocó la separación de tierra firme y, por tanto, el aislamiento forzoso. Antes, Ghoramara estaba a tiro de piedra de Kakdwip, un pueblo al que ahora se tarda media hora en llegar en ferry. “Si uno hablaba desde Ghoramara, en Kakdwip se le podía oír fácilmente”, asegura Ram Bari Maity a Tehelka. “Ahora hay una separación enorme, con tantas hectáreas de tierra sumergidas”.

Los perjuicios son significativos. Debido a la separación causada por la subida del nivel del mar, el acceso a la atención médica es limitado. “Se tarda más de una hora en llevar a un paciente al hospital más cercano”, dice Shahana Bibi, con su hija casi desnuda aferrada a su hombro. En la isla hay un centro de atención primaria que asiste a una población de 4.284 personas (según el Censo de 2011). Abre hasta mediodía, porque el personal médico viaja de vuelta a sus hogares después de esa hora.

Las mujeres como Jaitun Devi están inquietas por el futuro de sus hijos © DW/D. Deepa Philipps
Las mujeres como Jaitun Devi están inquietas por el futuro de sus hijos © DW/D. Deepa Philipps

La situación es especialmente preocupante para las mujeres. “En caso de embarazo, en la isla no hay sitio donde dar a luz con seguridad”, dice Bibi. “Ha habido muchas mujeres que han dado a luz en el propio ferry”. Las madres que quieren ir a tierra firme para recibir atención pre y postnatal están a merced de los que manejan el barco. “Muchas veces, se niegan a hacer la travesía, sin más. No les importa si [las mujeres] viven o mueren”, dice indignada Jaitun Devi. Con tres hijos, dedica su tiempo a protegerlos de las inundaciones constantes. “Cuando entra el agua, arrastra todo y no deja ni tan siquiera una habitación para los niños”, explica.

La erosión de las tierras afecta también al sustento de los habitantes de la isla, que viven sobre todo del cultivo de betel, la pesca y la recogida de huevos de gamba. Unos invernaderos hechos con redes atadas en postes protegen las hojas de betel, que trepan por la malla. Pero las cosechas acaban muchas veces inundadas y la erosión del suelo empeora aún más la situación. “Si esto continúa así, la tierra se volverá tan estéril que, para cuando yo sea adulto, tendré que irme a vivir a casa de mis parientes”, dice Firoz.

Una isla que desaparece y unos sueños que se marchitan

En el montículo arcilloso, dos amigos sentados observan las aguas. Rabindra Nath Das y Ronojit Dolui llevan toda su vida pescando juntos. Hace sólo 26 años vieron cómo desaparecía la isla vecina de Lohachara. “Solíamos ir a Lohachara a pescar y recoger madera”, explica Das a Tehelka. “Vimos cómo la erosión destruía la tierra poco a poco, hasta que un día quedó completamente sumergida”. El agua desplazó a más de 374 personas. Y hoy ven que está en peligro su propia isla.

“El clima cambia cada año y está empeorando”, dice Dolui. Su rostro curtido delata miedo. “Na more beche acchi [apenas subsistimos]”, murmura. Su amigo asiente y suspira, mientras vuelve a mirar la orilla que retrocede.

Los habitantes piensan cada vez más en que necesitan la ayuda gubernamental. “Nos quedaremos todo el tiempo posible y, si interviene el Gobierno, todo saldrá bien; si no, no tenemos ni idea de qué haremos”, concluye Devi.

El Gobierno, por su parte, contrató a gente para colocar rocas en la punta occidental de la isla, donde la erosión era más intensa. La colocación de las inmensas piedras envueltas en alambre negro en toda la orilla occidental estuvo a cargo del organismo portuario de Calcuta, el Kolkata Port Trust, pero todavía no está claro lo que va a pagar a los obreros. Por eso a los habitantes de la isla les cuesta sumarse a iniciativas gubernamentales de ese tipo. “Las rocas han conseguido detener la erosión, pero todavía no nos han pagado por nuestro trabajo”, dice Khaidat Das, un trabajador que participó en la campaña. De todas formas, las rocas sólo se han colocado en la orilla oeste, por lo que el resto de la isla está sin proteger. “[Ghoramara] no es una propiedad privada, así que, a menos que el Gobierno decida actuar, no se puede hacer nada”, dice Vishnu.

Motivos para la esperanza

“Han sido 34 años en Ghoramara”, dice Satyabrata Tripathi con brillo en los ojos. Es profesor en la única escuela secundaria pública de la isla. Originario del distrito de Midnapore en Bengala Occidental, Ghoramara fue su primer destino. Cuando le faltan tres años para jubilarse, todavía no se ha ido. ¿Cómo se explica ese apego a una isla que desaparece? “Todos mis familiares, mis hijos, me insisten para que me vaya de la isla, pero nunca acabo de decidirme, estoy enamorado…”, explica entre risas.

La escuela secundaria se creó en 1951 para ofrecer educación hasta los 14 años. En 1981 se amplió hasta los 16. Tiene 500 alumnos inscritos y, con los años, han salido de ella muchos médicos, ingenieros y profesores. Los índices de alfabetización en la isla son sorprendentemente elevados. Según el Censo de 2011, en Ghoramara había un 91,02% de habitantes alfabetizados, frente al 76,26% en toda Bengala Occidental. “Sin embargo, por desgracia, la tasa de abandono es muy alta, porque los alumnos tienen que mantener a sus familias o ayudar a sus padres en la pesca o la agricultura”, destaca.

Tripathi ha trabajado activamente en defensa de la isla. Ha hablado en varias ocasiones para pedir a los habitantes que planten más árboles y así impidan que Ghoramara siga hundiéndose. Es partidario y promotor de la metodología que los científicos llaman bioingeniería, consistente en plantar especies capaces de desarrollarse y repoblarse con gran densidad, para contener el avance de la erosión. La bioingeniería es un método tradicional y barato de sujetar el suelo y protegerlo frente a la erosión”, explica Ghosh.

Pero está solo en sus batallas. “La mayoría de mis llamamientos caen en saco roto, [los isleños] me piden que deje de sermonearles”, explica Tripathi a Tehelka. Entonces, ¿es inútil su lucha para salvar la isla? “No me atrevo a decir que mis esfuerzos sean en vano, hay algunos que me hacen caso y vienen a plantar árboles conmigo”, afirma.

Ahora bien, es necesario apuntalar los esfuerzos individuales con grandes campañas nacionales e internacionales. En las negociaciones de preparación para la Conferencia Marco de la ONU sobre el Cambio Climático de diciembre de 2015, es crucial llamar la atención sobre la situación de islas como Ghoramara. “El problema de la población desplazada de las áreas costeras por el cambio climático y la subida del nivel del mar afecta a todo el mundo”, dice Sugata Hazra, director de la Facultad de Estudios Oceanográficos de la Universidad de Jadavpur. “El mundo necesita tener una política clara sobre cómo deben adaptarse a la situación, si se les indemnizará, cuáles serán las políticas migratorias, cómo pueden ocuparse India y otros países de estos refugiados mundiales”.

Con las Contribuciones Previstas y Determinadas en el Ámbito Nacional (INDC en sus siglas en inglés), de corte pragmático, India tal vez ha dado un buen paso para abordar las preocupaciones relacionadas con el cambio climático, pero no reconoce que islas como Ghoramara, en su propio territorio, son víctimas del mismo fenómeno global. “Es necesario que el Gobierno declare que es una situación catastrófica”, dice Saha a Tehelka. “No puede ser que, como Ghoramara genera pocos o ningunos ingresos, se ignore el desastre al que se enfrenta y el valor ecológico de los Sundarbans”.

El llamamiento de India a la justicia climática en las INDC tiene mucho que ver con Ghoramara y las islas vecinas. “Cuando hablamos de justicia climática, demostramos nuestra sensibilidad y nuestro empeño de garantizar el futuro de los pobres frente a los riesgos de catástrofe natural”, dijo recientemente el primer ministro Narendra Modi en su discurso ante la Asamblea General de la ONU. Sin embargo, está aún por ver qué hace el país para reconocer y obtener justicia para sus refugiados medioambientales.

En enero de 2014, el Banco Mundial hizo público un informe estratégico, Building Resilience for Sustainable Development of the Sundarbans [Formar capacidad de adaptación para el desarrollo sostenible de los Sundarbans], en el que la organización establece que las consecuencias del cambio climático en los Sundarbans suponen para India unas pérdidas de 12.900 millones de rupias anuales [183 millones de euros]. Es evidente que, al no prestar atención a los daños, India sólo se perjudica a sí misma. Y en la isla muchos están de acuerdo.

“He visto cómo las aguas íban devorando mi isla desde que era niño”, dice Maity, hoy con 48 años. Vuelve a su casa descalzo después de comprar varios productos básicos en Kakdwip, con el dhoti blanco lleno de barro, pero tiene cosas más importantes por las que preocuparse. Somos como pétalos de rosa, que pueden marchitarse en cualquier momento”, dice, y cada palabra flota en el aire húmedo como una amenaza.

Las fuentes de esta historia provienen del concurso de relatos del PNUD sobre el cambio climático Voices2Paris y han sido desarrolladas a John Upton, @ClimateCentral

 

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia