La política exterior de Trump después de los primeros cien días

La elección de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos ha sido una sorpresa para la mayoría de los observadores y políticos. Uno de los aspectos de la campaña electoral que más atención ha despertado ha sido sin duda su política exterior, en particular por el gran número de promesas de cambio. El magnate estadounidense ha prometido varias veces una reestructuración de las relaciones con aliados tradicionales como la OTAN y la Unión Europea. Ha abrazado una visión supuestamente menos intervencionista a nivel de uso de la fuerza, pero también más unilateral y menos basada en la cooperación con aliados. Ha mostrado, además, una clara preferencia por las relaciones bilaterales con “lideres fuertes” (sobre todo Vladimir Putin) para resolver algunas de las cuestiones más relevantes en Europa Oriental y en Medio Oriente. El objetivo declarado es el de una política exterior más enfocada en el interés nacional, capaz en definitiva de hacer “America great again.” Después de los primeros cien días de su Presidencia, la impresión general es que por un lado la improvisación ha sustituido los propósitos de campaña y por otro lado, algunas de las decisiones tomadas por el magnate, no parecen muy prometedoras desde el punto de vista de la mejora de la posición internacional de Estados Unidos.

Hay un gran debate tanto a nivel académico como de políticas públicas sobre el declive de Estados Unidos. No es objetivo de este articulo analizar una discusión que, como recordaba Samuel Huntington en 1989, ha generado un amplio número de posiciones y ha caracterizado a la sociedad estadounidense, por lo menos a partir del lanzamiento al espacio del primer Sputnik soviético en el 1957, circunstancia que convenció a muchos políticos de la época de que la URSS estuviese ganando la guerra fría.

Lo cierto es que las conclusiones del debate dependen en buena medida de cómo se conciba el concepto de poder a nivel internacional. Donald Trump parece haberse afianzado, hasta el momento, en una visión muscular de la política exterior, no tanto en términos de uso de la fuerza sino más bien desde el punto de vista de la capacidad de imaginar la posición de Estados Unidos en el mundo. Según Trump, los Estados Unidos son una potencia en declive y la razón principal reside en que, en las últimas décadas, el país ha tenido que soportar costos excesivos en términos de mantenimiento del orden internacional liberal. Las alianzas militares y comerciales, el compromiso hacia la seguridad, el papel de guía del mundo liberal-democrático: todos estos aspectos, según Trump, han salido demasiado caros para el país. Sobre todo, Trump no se siente cómodo con los Estados Unidos perteneciendo a una densa red de alianzas y reglas internacionales que limiten su capacidad de perseguir sus intereses nacionales proyectando una imagen de país débil, indeciso, al cual se le puede chantajear. La solución, según Trump, se encuentra en un país más unilateral, menos atento a convencer y más interesado en imponer, digan lo que digan los demás. Una visión que interpreta las relaciones internacionales como un juego de suma cero en el cual lo más importante es mostrarse más resolutivo.

Una visión del poder “hard”, basada en ambiciosos programas de inversión en armamentos, probablemente para volver a aquella sensación que los Estados Unidos sintieron en los primeros años de los noventa: ese país unchallengeable, que nadie puede desafiar y que puede perseguir la hegemonía mundial. Según la lógica de Trump, las alianzas obstaculizarían la capacidad del país de imponer su voluntad internacional; de la misma manera, los Estados Unidos no deberían ocuparse de resolver los conflictos internacionales, ni como interventor ni necesariamente como mediador. Finalmente, Trump no cree que el liderazgo del mundo “liberal” represente un buen plan y en ningún momento parece haber mostrado más confianza en las democracias que en los regímenes autoritarios.

Estas novedades ponen en riesgo, argumentado por muchos observadores internacionales, el orden liberal creado por Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. Además, no parecen coherentes con el objetivo de mejorar la posición internacional del país. En un mundo cada vez más interdependiente y basado en la difusión a gran escala de la información y de la comunicación, el unilateralismo y el poder duro pueden resultar insuficientes. Los conceptos de guerra, diplomacia o política exterior van cambiando rápidamente y requieren la imaginación de una estrategia más compleja y capaz de integrar todos los recursos de poder. Un poder “smart” en las palabras del politólogo Joseph Nye, en el cual los recursos, incluida la capacidad militar, no se utilicen sólo para imponer voluntad sino también para convencer, atraer y proyectar valores.

En este sentido, la decisión de bombardear Siria de manera unilateral, sin consultar a ningún aliado y, sobre todo, sin ningún atisbo de estrategia de medio plazo, difícilmente podría verse como un éxito para la presidencia Trump. No sólo podría tener consecuencias negativas en las ya difíciles relaciones entre Estados Unidos y Rusia sino que también proyecta una imagen tosca de un país que improvisa y que no considera sus aliados a su nivel. Además, es la demostración plástica de que en un mundo en que las guerras tienen lugar más dentro de los estados que entre ellos, más entre grupos irregulares que entre ejércitos, un bombardeo extemporáneo, descontextualizado y motivado por razones de política doméstica no tiene ningún impacto en la resolución política de un conflicto civil.

De igual manera, las desagradables declaraciones sobre la Unión Europea y el apoyo al Brexit británico, empeoran la posición de Estados Unidos frente al bloque político-comercial que les ha mantenido en posición de primacía tanto tiempo. Sí es cierto que Europa muestra señales de declive que pueden justificar una redirección de la política estadounidense hacia otros escenarios (como Asia), pero también lo es que Europa sigue representando el mayor mercado económico para Estados Unidos, además de incluir a algunos de sus aliados más históricos. En un mundo de opiniones públicas que interactúan y en parte se influencian recíprocamente, muchas veces de manera independiente de la voluntad de los estados, debilitar la imagen de Estados Unidos en países como Alemania, Francia, Italia y España difícilmente llevará a una mejora de su posición internacional.

En conclusión, la actitud desafiante de Trump hacia instituciones internacionales como la OTAN, la Organización Mundial del Comercio o la Unión Europea, lejos de favorecer un aumento del poder de Estados Unidos en el mundo, podría más bien representar su mayor error en el medio plazo, porque son instituciones, en gran medida, creadas bajo los auspicios de los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial. Al comienzo cumplían sobre todo un papel de seguridad y alianza frente al enemigo soviético, pero progresivamente han sabido crear un sistema de reglas, normas y procedimientos que, aunque en relativa crisis, siguen orientando la manera de concebir el mundo de los principales aliados de Estados Unidos además que de la mayoría de sus ciudadanos. El liderazgo de Estados Unidos en el mundo liberal-occidental no ha sido motivado por generosidad o altruismo: ha sido la manera más efectiva para proyectar su poder a escala global, tanto a través de su superioridad económica-militar, como a través de su capacidad de atraer a otros estados en una red de valores y reglas que han garantizado una relativa paz y prosperidad en Occidente.

La decisión de retirarse parcialmente de sus compromisos y alianzas, y de mantener una actitud más unilateral y conflictiva hacia el resto del mundo occidental, difícilmente hará “America great Again”. Recuerda más bien la actitud de dispararse en un pie. Si los Estados Unidos no intentaran volver a un ejercicio de poder complejo, capaz de integrar la habilidad para hacerse valer con la necesidad de convencer y actuar de una manera que pueda parecer legitima a la mayoría de sus aliados, no sólo verán su imagen internacional disminuida, sino que se encontrarán más solos y, en definitiva, menos seguros.

Andrea Betti. Profesor Relaciones Internacionales, Universidad Pontificia Comillas ICAI-ICADE

Con el apoyo de la Universidad Pontificia Comillas ICAI-ICADE