Las promesas anticorrupción del presidente Otto Pérez Molina se marchitan.

 

El presidente Otto Pérez Molina y la vicepresidenta Roxana Baldetti. AFP/Getty Images

El gran anfiteatro Domo estaba a reventar y retumbaba con los aplausos de los 7.500 invitados: la élite del país, destacados líderes del nuevo partido gobernante –Patriota–,  y extranjeros invitados ese 14 de enero de 2012. Vestido con un impecable traje azul de la firma Salvatore Ferragamo, el general Otto Pérez Molina juró junto a su flamante vicepresidenta, Roxana Baldetti, también vestida de firma, atuendos que sumaron más de 10.000 dólares (unos 7.600 euros).

Un militar regresaba al poder tras casi tres décadas, y querían celebrarlo a lo grande. La fiesta costó 180.000 dólares, en un país donde la mitad de ciudadanos malvive con dos dólares diarios.  En este derroche, Otto Pérez habló de rescatar a las instituciones del desorden y la corrupción, y lograr un país más equitativo.

En el extranjero, la elección de Otto Pérez pareció un retroceso. Regresaban al poder los militares, retirados sí, pero algunos de línea dura, encabezados por un jefe de inteligencia e instructor de la temible Escuela Kaibil, de las fuerzas especiales.

Para muchos guatemaltecos, sin embargo, Pérez fue un militar moderado, de los constitucionalistas, que apoyó el golpe para derrocar al general Efraín Ríos Montt en 1983; que se enfrentó al autogolpe del presidente Jorge Serrano cuando en 1993 intentó anular el Congreso, como el peruano Fujimori; además de negociar la paz con la guerrilla en 1996.

Fue una respuesta a los escándalos del anterior gobierno de Álvaro Colom, el primero de centro-izquierda en 30 años que terminó en un divorcio acordado por la aspiración presidencial de su esposa y dos ministros procesados por corrupción.

El fornido Pérez Molina, con pelo cano y una personalidad calmada, inspiró confianza. Además, le complementaba una mujer, Roxana Baldetti, la primera en llegar a tan alto cargo en un país donde el femenicidio se cobra cientos de vidas.

Una pareja complementaria pero también de contrastes: templado él, expeditiva ella; con una sólida carrera el mandatario, ella conocida como finalista Miss Guatemala y dueña de centros de spa. Ambos crearon el Partido Patriota en 2000 y no habrían llegado al poder en una década el uno sin el otro. Se complementan y fueron elegidos como la pareja perfecta. Un cuento de hadas que ya se frustró, no solo por las trifulcas cuando Baldetti se enfada, sino porque varios cargos del Gobierno ya sucumbieron a la implacable vicepresidenta.

Cuando acabó el conflicto, el cambio no alcanzó a la política de donaciones lícitas e ilícitas en campaña, a pagar después con favores. Así le ocurrió con Colom, y también al anterior mandatario, Alfonso Portillo, pendiente de extradición desde EE UU, acusado de robar y evadir a ese país 70 millones de dólares de los fondos públicos guatemaltecos.

El esperado cambio de Pérez Molina se esfumó rápido. A la pareja presidencial le salpica el clientelismo, el tráfico de influencias y la corrupción en las aduanas, obras públicas, contratos de medicinas para el Estado e, incluso, en programas antipobreza. Sin embargo, la vicepresidenta estrenó una Secretaría anticorrupción solo usada para intimidar e ignorar los casos que afectan a su círculo, una oficina clausurada por el Tribunal Supremo.

Los críticos hablan de la “voracidad” de la vicepresidenta, aunque nada en el Gobierno ocurre sin el consentimiento de Pérez Molina. Contribuye también la imagen labrada por Baldetti, a lo Evita Perón y de expeditiva ejecutiva que ignora a quién atropella. Pérez Molina es quien apacigua los egos ofendidos y suaviza los desmanes de la vicepresidenta, la Rasputín del gabinete.

 

¿Evita o Rasputín? De momento, millonaria

El entorno de la vicepresidenta es del Partido Patriota y amigos de su infancia, beneficiarios de contratos y nombramientos, en lo más parecido al tráfico de influencias. A sumar alguna sospechosa conexión con implicados en blanqueo de dinero por el Departamento del Tesoro de EE UU.

De su humilde colonia capitalina natal, pasó con la política a un barrio de clase media, y al convertirse en vicepresidenta compró una gran mansión –valorada en 2 millones de dólares–, además de otras tres residencias, y una casa de descanso en el Puerto San José, estimada en 439.000 dólares –seis veces su salario anual del momento–.

A la playa va en un helicóptero privado, un L´Ecuriel que vale 3 millones de dólares, señala la demanda judicial de la diputada opositora, Delia Back. Según círculos cercanos al poder, sería un regalo de la familia Guerra, financistas del partido gubernamental y reconocidos constructores, con 330 millones de quetzales asignados en obras públicas en 2012.

Baldetti también posee dos fincas rústicas en Tecpán, Chimaltenango. Un conjunto de propiedades que asciende a 10 millones de dólares acumulados en nueve años, mientras su salario sumó 540.000 dólares. Según la Vicepresidenta, son ganancias de sus negocios, de producción de champú y un salón de belleza, aunque los locales están abandonados. Pero ella presume: “Tengo bonita casa, mi casa de playa, que no me la ha pagado la política, un lote de joyas y caballos”, resumió Baldetti al periódico Siglo Veintiuno.

Las fincas también fueron un obsequio de Fernando Jarquín, que financió al Partido gubernamental, y es también importante proveedor de medicina para el Estado. Jarquín lo desmintió en la Prensa Libre el pasado junio, al igual que la vicepresidenta. “Conozco a su hermano porque me presentó al que ahora es mi esposo, hace 25 años”, señaló Baldetti.

Además de los regalos, amigos y enemigos de Baldetti describen cómo se lucra: porcentaje en los jugosos contratos de carreteras, compras estatales de medicinas o fertilizantes, pero también del control entre bambalinas del trasiego en las aduanas, y posterior blanqueo del dinero en Panamá.

 

Los amigos incómodos

En un año, Pérez Molina ha construido una reputación regional al promover la despenalización y regulación del mercado de narcóticos, como defendió el pasado enero en Davos. Su discurso desarmó a Washington, que duda de la firmeza antidroga en Guatemala por donde transita el 80% de la cocaína que llega a Estados Unidos. Y es que cuando Pérez Molina habló ante la élite mundial, las incautaciones de cocaína habían bajado un 70%, y las de anfetaminas un 91% en su año en el poder.

Guatemala es un enclave del tráfico de drogas desde siempre. Durante la guerra civil, altos oficiales del Ejército controlaron las rutas de cárteles internacionales. En apariencia, Pérez Molina se mantuvo limpio, pero algunos uniformados hicieron fortuna, pues entonces era difícil no codearse con los corruptos, aseguran los retirados.

También en este campo, Baldetti ensombrece a su Presidente. Al cumplir 50 años en una fiesta con amigos y miembros del partido Patriota –incluido el mandatario–, la vicepresidenta recibió la inesperada visita de Marllory Dadiana Chacón Rossell, que la saludó en el jardín, confirman los asistentes.

Chacón Rossell es la reina del narco centroamericano, que pasó desapercibida por años, codeándose con la élite. Estados Unidos señaló que blanqueaba millones de dólares procedentes de la droga, y ahora Baldetti niega conocerla. “La detección (por EE UU) de una persona cercana a ellos mandó una señal al gobierno de Pérez Molina,” dijo un ex militar influyente. Guatemala abrió una investigación, pero un año después aún no está enjuiciada.

 

Enemistades crecientes

Además de las amistades peligrosas, están los enemigos cosechados por la vicepresidenta al forzar dimisiones y nombrar a fieles en dos carteras ministeriales (Agricultura y Sanidad) y dos instituciones públicas, con métodos como bloquear el acceso a Palacio o cambiar la cerradura de una institución. Lo más grave ocurrió en el Fondo Nacional para la Paz tras el terremoto en San Marcos, donde la reconstrucción de 10.000 viviendas fue tal escándalo que se cerró la institución.

La guinda es el aislamiento percibido por los 10 militares que acompañaron a Pérez Molina para reformar la seguridad nacional, y que “son boicoteados, muchos no tienen acceso al Presidente”, describe un analista cercano al mandatario.

Todo aderezado por el persistente rumor de que al dúo presidencial le une algo más que la política, lo que solivianta a las mujeres de los uniformados cercanos, encabezadas por la esposa del Presidente, Rosa Pérez Leal, hija de militares y con fuertes conexiones castrenses. Aunque la batalla principal para Guatemala será, sin lugar a dudas, la de la corrupción.

 

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