Las guerras y las luchas por los recursos naturales no son una novedad. Las hay por el petróleo, las habrá cada vez más por el agua y por materias primas limitadas y estratégicas, críticas o simplemente importantes. El fin de la guerra fría, la globalización y la incorporación paulatina de 3.000 millones de personas más, junto con la constante y permanente revolución tecnológica, han despertado la demanda y el hambre de recursos. Los ascensos de China y de India son quizás los dos factores más perturbadores en este sentido, sobre todo cuando Pekín, más que seguir las reglas del mercado, tiene una política mercantilista para asegurarse los suministros.

Más allá de los "avances asombrosos" que ha prometido Bush –el más petrolero de los presidentes americanos, aunque ahora critique que su país es "adicto al petróleo"– en el campo de la energía para los próximos años, el crudo y el gas natural seguirán siendo el centro de atención y deseo. Petróleo, religión y nuevos sistemas de comunicación han creado una amalgama, un sistema que ha dado un nuevo alcance global a la Umma (comunidad de creyentes musulmanes), por fin global, que podría radicalizarse.

Países africanos como Nigeria, Sudán o Guinea Ecuatorial han encontrado su oro negro, pero sus dirigentes se han guardado mucho de redistribuirlo entre sus poblaciones tan necesitadas, lo que acabarán pagando. Pobre África…, probablemente el continente más plagado de guerras por los recursos, bien estudiadas por Michael T. Clarke, Paul Collier, Philippe Le Billon y otros. Son conflictos que se autoalimentan de las propias materias primas locales. Algunos son conocidos, como la guerra civil en Sudán (donde los intereses de China han dificultado una decisiva acción de la comunidad internacional en Darfur) o la de Sierra Leona, con los diamantes, pero también, como en otras partes de África, la buena madera.

Si hay un país que tenía mucho en su subsuelo para triunfar y ha fracasado, en parte debido a esta riqueza natural, es Congo (República Democrática). Tiene de casi todo y, desde luego, un mineral, el coltan (columbita-tantalita), esencial para la electrónica, especialmente para los teléfonos móviles, a los que se destina más de la mitad de su producción, y de ahí su demanda. Muy presente en Brasil y Australia, empezó a escasear, tanto que Sony tuvo que retrasar, hace un tiempo, el lanzamiento de uno de sus juguetes estrella, la PlayStation. Pero lo hay en Congo y en África central, y los mercados paralelos de coltan son una de las causas detrás de, al menos, un millón de muertos en las guerras civiles locales. Michael Ross, de la Universidad de California, ha concluido que la riqueza en recursos no sólo está en el origen de muchos conflictos, sino que tiende a alargarlos, aunque tenga una influencia menos marcada en su intensidad.

Por vez primera, en septiembre pasado, el Consejo de Seguridad de la ONU reconoció en una resolución sobre prevención de conflictos, "especialmente en África", la relación entre los recursos naturales y los conflictos armados, y se comprometió a tomar medidas contra la explotación y el tráfico ilegales de estas materias. Pero la realidad es que poco se ha hecho. No hay mecanismos internacionales para regular este comercio, que cae en manos de señores de la guerra y facciones armadas al margen de toda ley, Estado o derechos humanos.

Más allá de las del petróleo, las guerras por los recursos siguen siendo una triste realidad de nuestro mundo. Siempre lo fueron. Pero hay muchos más tipos de recursos críticos y necesarios, además de militares y estratégicos. Estados Unidos mantiene almacenadas, desde hace años y por ley, unas reservas de alrededor de setenta de estas materias, de las que importa un centenar. En este sentido, es un país dependiente y vulnerable. De los llamados cuatro grandes –cobalto, utilizado en la fabricación de aviones de combate; manganeso, necesario para la producción de acero; cromo, para la química metalúrgica, y platino, para la electrónica, comunicaciones e industria aeroespacial–, EE UU depende en un 90% de las importaciones. Explica, en parte, el relativamente nuevo interés (ya empezó con Clinton, el presidente de la globalización frente al imperial Bush) de Estados Unidos y de otras potencias por Asia central y algunos países africanos. El mapa del mundo estratégico cambia con las necesidades en materias primas. A Castro le ha salvado el níquel (también esencial para el aluminio), vendido a una China que, en este terreno, está en una situación aún más débil que Estados Unidos.

Las guerras por los recursos son una triste realidad. Poco se ha hecho contra el comercio ilegal de materias primas, que caen en manos de ‘señores de la guerra’ y facciones armadas al margen de toda ley

En este nuevo reparto de cartas que han supuesto las necesidades de las nuevas tecnologías, ganan Rusia y el espacio ex soviético en general, Suráfrica y, en buena medida, Brasil. No hemos incluido el opio, recuperado en Afganistán, ni otras drogas. Pero no cabe excluir los materiales para una energía nuclear que crece. De ahí el renovado interés por el plutonio ruso y por un uranio que ahora también se encuentra en Sudán, Malí, Nigeria y Níger, además de Brasil y otros países. El riesgo es la proliferación de armas nucleares, contra la cual sería necesario reforzar el Tratado de No Proliferación, el Organismo Internacional de la Energía Atómica y todos los sistemas de control. Es preciso estructurar los regímenes internacionales para muchos materiales estratégicos y críticos. Dejarlo todo al libre mercado incitará más guerras de recursos. Salvo que la comunidad internacional actúe con decisión –y hay demasiada competencia en su seno para ello–, habrá más de estas guerras, no menos.

Como siempre, estamos abiertos a sus comentarios.

Las guerras y las luchas por los recursos naturales no son una novedad. Las hay por el petróleo, las habrá cada vez más por el agua y por materias primas limitadas y estratégicas, críticas o simplemente importantes. El fin de la guerra fría, la globalización y la incorporación paulatina de 3.000 millones de personas más, junto con la constante y permanente revolución tecnológica, han despertado la demanda y el hambre de recursos. Los ascensos de China y de India son quizás los dos factores más perturbadores en este sentido, sobre todo cuando Pekín, más que seguir las reglas del mercado, tiene una política mercantilista para asegurarse los suministros.

Más allá de los "avances asombrosos" que ha prometido Bush –el más petrolero de los presidentes americanos, aunque ahora critique que su país es "adicto al petróleo"– en el campo de la energía para los próximos años, el crudo y el gas natural seguirán siendo el centro de atención y deseo. Petróleo, religión y nuevos sistemas de comunicación han creado una amalgama, un sistema que ha dado un nuevo alcance global a la Umma (comunidad de creyentes musulmanes), por fin global, que podría radicalizarse.

Países africanos como Nigeria, Sudán o Guinea Ecuatorial han encontrado su oro negro, pero sus dirigentes se han guardado mucho de redistribuirlo entre sus poblaciones tan necesitadas, lo que acabarán pagando. Pobre África…, probablemente el continente más plagado de guerras por los recursos, bien estudiadas por Michael T. Clarke, Paul Collier, Philippe Le Billon y otros. Son conflictos que se autoalimentan de las propias materias primas locales. Algunos son conocidos, como la guerra civil en Sudán (donde los intereses de China han dificultado una decisiva acción de la comunidad internacional en Darfur) o la de Sierra Leona, con los diamantes, pero también, como en otras partes de África, la buena madera.

Si hay un país que tenía mucho en su subsuelo para triunfar y ha fracasado, en parte debido a esta riqueza natural, es Congo (República Democrática). Tiene de casi todo y, desde luego, un mineral, el coltan (columbita-tantalita), esencial para la electrónica, especialmente para los teléfonos móviles, a los que se destina más de la mitad de su producción, y de ahí su demanda. Muy presente en Brasil y Australia, empezó a escasear, tanto que Sony tuvo que retrasar, hace un tiempo, el lanzamiento de uno de sus juguetes estrella, la PlayStation. Pero lo hay en Congo y en África central, y los mercados paralelos de coltan son una de las causas detrás de, al menos, un millón de muertos en las guerras civiles locales. Michael Ross, de la Universidad de California, ha concluido que la riqueza en recursos no sólo está en el origen de muchos conflictos, sino que tiende a alargarlos, aunque tenga una influencia menos marcada en su intensidad.

Por vez primera, en septiembre pasado, el Consejo de Seguridad de la ONU reconoció en una resolución sobre prevención de conflictos, "especialmente en África", la relación entre los recursos naturales y los conflictos armados, y se comprometió a tomar medidas contra la explotación y el tráfico ilegales de estas materias. Pero la realidad es que poco se ha hecho. No hay mecanismos internacionales para regular este comercio, que cae en manos de señores de la guerra y facciones armadas al margen de toda ley, Estado o derechos humanos.

Más allá de las del petróleo, las guerras por los recursos siguen siendo una triste realidad de nuestro mundo. Siempre lo fueron. Pero hay muchos más tipos de recursos críticos y necesarios, además de militares y estratégicos. Estados Unidos mantiene almacenadas, desde hace años y por ley, unas reservas de alrededor de setenta de estas materias, de las que importa un centenar. En este sentido, es un país dependiente y vulnerable. De los llamados cuatro grandes –cobalto, utilizado en la fabricación de aviones de combate; manganeso, necesario para la producción de acero; cromo, para la química metalúrgica, y platino, para la electrónica, comunicaciones e industria aeroespacial–, EE UU depende en un 90% de las importaciones. Explica, en parte, el relativamente nuevo interés (ya empezó con Clinton, el presidente de la globalización frente al imperial Bush) de Estados Unidos y de otras potencias por Asia central y algunos países africanos. El mapa del mundo estratégico cambia con las necesidades en materias primas. A Castro le ha salvado el níquel (también esencial para el aluminio), vendido a una China que, en este terreno, está en una situación aún más débil que Estados Unidos.

Las guerras por los recursos son una triste realidad. Poco se ha hecho contra el comercio ilegal de materias primas, que caen en manos de ‘señores de la guerra’ y facciones armadas al margen de toda ley

En este nuevo reparto de cartas que han supuesto las necesidades de las nuevas tecnologías, ganan Rusia y el espacio ex soviético en general, Suráfrica y, en buena medida, Brasil. No hemos incluido el opio, recuperado en Afganistán, ni otras drogas. Pero no cabe excluir los materiales para una energía nuclear que crece. De ahí el renovado interés por el plutonio ruso y por un uranio que ahora también se encuentra en Sudán, Malí, Nigeria y Níger, además de Brasil y otros países. El riesgo es la proliferación de armas nucleares, contra la cual sería necesario reforzar el Tratado de No Proliferación, el Organismo Internacional de la Energía Atómica y todos los sistemas de control. Es preciso estructurar los regímenes internacionales para muchos materiales estratégicos y críticos. Dejarlo todo al libre mercado incitará más guerras de recursos. Salvo que la comunidad internacional actúe con decisión –y hay demasiada competencia en su seno para ello–, habrá más de estas guerras, no menos.

Como siempre, estamos abiertos a sus comentarios. Andrés
Ortega