¿Es inevitable el conflicto? Existen serios riesgos, pero también oportunidades para la cooperación regional. Aunque, tic-tac, el tiempo corre en contra.

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Los pronósticos no pintan halagüeños. Los astros demográficos, económicos y medioambientales  parecen mostrarse a favor de futuros conflictos derivados de la escasez de agua en el Sur de Asia. Los datos advierten que la población de la región superará los 2.200 millones de personas en 2025, que unido a una rápida urbanización, una fuerte dependencia del sector agrícola y los efectos del cambio climático –que ya han hecho acto de presencia con glaciares que se derriten y modificaciones en los patrones de lluvia–, auguran un fuerte desequilibrio de la oferta y la demanda de agua en esta zona del mundo.

La región no se caracteriza tampoco por gozar de una plácida vecindad. India y Pakistán mantienen unas relaciones complejas y poco cordiales, así como disputas territoriales no resueltas, por no decir crónicas, léase Cachemira. Sin embargo, entre uno de los éxitos diplomáticos en las relaciones indio-paquistaníes –más bien escasos– se encuentra el Tratado del río Indus. A pesar de las tensiones políticas, relacionadas con proyectos concretos y por la angustia pakistaní a que Nueva Delhi utilice el agua del Indus  –que nace en territorio indio– como arma política, el acuerdo ha sobrevivido durante más de 50 años, con guerras por Cachemira y una enfermiza desconfianza entre ambos países de por medio. ¿Podrían cambiar las cosas en el futuro, cuando la falta de agua ahogue a unas poblaciones tan dependientes de la agricultura? Las tensiones parecen casi aseguradas, la incógnita está en si podrán ser resueltas en el marco legal actual y de manera pacífica. Los riesgos son innegables, sobre todo en la inestable Cachemira, que alberga el nacimiento de los afluentes occidentales del Indus. Aunque no parece probable que el agua sea la única causa que desencadene por sí sola una guerra, podría unirse a otros factores –que no faltan–, añadiendo estrés al volátil territorio.

Otros pequeños países de la región también tienen lo suyo. Bangladesh es un habitual en los rankings de los Estados más vulnerables al cambio climático. La escasez de agua, la alternancia de periodos de inundaciones y sequía y otros problemas medioambientales se presentan como sus principales caballos de batalla. Naciones como Sri Lanka o Nepal no se encuentran frente a una escasez de agua inminente, pero su gran reto está en desarrollar la capacidad necesaria para almacenarla, mejorar sus sistemas de riego y asegurar un acceso igualitario. El principal riesgo se esconde en que las comunidades más vulnerables, al verse perjudicadas por un posible abastecimiento de agua discriminatorio, pudieran expresar su descontento de forma violenta: desde disturbios y protestas sociales hasta insurgencias que abanderen la cuestión de la escasez para conseguir adeptos y justificar el uso de la violencia. Estos escenarios no deben ser subestimados en unos países con instituciones débiles, grandes niveles de desigualdad y un significativo historial de movimientos insurgentes.

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