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La desinformación es una de las múltiples facetas que esconden las amenazas híbridas pero los ciudadanos pueden protegerse de sus nocivos efectos

La guerra híbrida tiene muchas caras: acciones militares encubiertas, ciberataques, fake news, presiones económicas… Los Estados solían encargarse de contrarrestar las amenazas convencionales y ahora tienen que hacer lo mismo con estos nuevos retos que plantean los conflictos en la zona gris. No hace falta vivir una situación de hostilidad declarada entre naciones. Esta nueva conflictividad puede suceder en cualquier momento, así que a la ciudadanía le conviene saber cómo estar preparados y qué fenómenos pueden contrarrestar por sí mismos. 

La guerra híbrida busca alterar el habitual funcionamiento de una sociedad con un amplio espectro de acciones que afectan puntos sensibles en un país. Las ofensivas en este terreno son muy variadas, si se comparan con las agresiones militares de corte tradicional. 

En los últimos tiempos, se han visto muchos casos de amenazas híbridas. Desde ciberataques para dejar fuera de funcionamiento servicios básicos e infraestructuras claves, generar una ola migratoria masiva difícil de gestionar para el país receptor o hasta lanzar una campaña de noticias falsas para afectar la convivencia entre la ciudadanía. 

El reciente ataque de ransomware al hospital Clínic de Barcelona es una muestra del riesgo que suponen este tipo de acciones en el ciberespacio: se han tenido que aplazar consultas así como algunas intervenciones quirúrgicas —con los consiguientes problemas para los pacientes— y se han comprometido datos sensibles de los ciudadanos.  

La guerra de Ucrania ha vuelto a poner sobre la mesa la cuestión de estas acciones irregulares, pero no necesariamente tienen que darse en una situación de enfrentamiento abierto. La guerra híbrida entra en el reino de lo que se ha llamado la zona gris de los conflictos.

Sin salir del entorno del conflicto ucraniano, otra acción propia de la zona gris que ha ganado resonancia han sido los sabotajes. El ejemplo paradigmático ha sido el caso del ataque al gaseoducto Nord Stream, con periódicas teorías sobre su posible autoría. Además de los posibles efectos sobre el abastecimiento si se atacan infraestructuras de este tipo, también pueden generarse importantes efectos financieros, como incremento de seguros que acaben repercutiendo en el precio que pagan los ciudadanos por la energía.

Así lo señala el historiador Timothy Snyder en su libro El camino hacia la no libertad. Este experto explica que un conflicto híbrido puede percibirse con una escala menor a uno convencional, pero tienen un carácter permanente. No hay que olvidar que estas acciones pueden producirse constantemente, ya que son mucho menos costosas que las tradicionales, pero con unos efectos que erosionan a la sociedad. 

En la última década, los organismos multinacionales han intentado dotarse de mecanismos para contrarrestar estos riesgos. La Unión Europea comenzó a tomar medidas contra estas amenazas en las conclusiones del Consejo Europeo de 2015 y a partir de ahí se ha desarrollado un marco conjunto para hacer frente a los peligros en este ámbito. 

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