Las percepciones de los estadounidenses sobre el socialismo y el capitalismo están cambiando en las generaciones más jóvenes.

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En 2009 escribí en mi blog que el presidente Barack Obama no era un socialista. La prensa española de derechas ofreció con regocijo el vínculo a este post y también fue objeto de sus comentarios, ya que lo interpretó como un reproche al PSOE, que había utilizado imágenes tanto de Obama como del ex presidente George W. Bush en su campaña al Parlamento de la Unión Europea. A algunos de mis amigos en el PSOE no les hizo ninguna gracia este post, pero quizá ahora, tras haber cumplido cinco años como presidente, está aún más claro por qué resulta problemático caracterizar a Obama como socialista.

Obamacare, su logro legislativo más significativo, desmiente a cualquiera que pretenda llamarle socialista. Esta solución basada en el mercado puede contribuir a hacer el seguro de salud accesible a más ciudadanos estadounidenses, pero no tiene en cuenta la evidencia presentada por el resto de países desarrollados del mundo de que la sanidad de "pagador único", también conocida en Estados Unidos como "medicina socializada", funciona.

El pasado noviembre, el propio Obama ofreció el mejor resumen de sus credenciales capitalistas cuando se dirigió a cien líderes empresariales en la Cumbre de Directores Ejecutivos del Wall Street Journal: "La gente a veces me llama socialista, pero no, tienes que conocer a socialistas de verdad. Así tendrás una idea de lo que es un socialista. Estoy hablando de la reducción del impuesto de sociedades, mi reforma de sanidad se basa en el mercado privado, el mercado de valores tenía bastante buena pinta la última vez que me fijé, y ¿saben? es cierto que me preocupa la creciente desigualdad en nuestro sistema, pero nadie pone en duda la eficacia de las economías de mercado en términos de producción de riqueza e innovación y de mantenernos competitivos".

Desde el primer momento, los republicanos le colocaron a Obama la etiqueta de socialista, una palabra que ha sido vilipendiada en Estados Unidos hasta el punto de que es una etiqueta que los conservadores pegan sobre cualquier progresista al que deseen insultar. Muchos activistas del Tea Party han mostrado su profunda falta de comprensión de estos términos al llamar a Obama no sólo socialista, sino también fascista y Hitler, todo en la misma frase. Pero vamos a centrarnos en la etiqueta socialista, que no sólo es mal entendida por los activistas del Tea Party, sino, en general, en Estados Unidos.

La aversión estadounidense al socialismo tiene dos vertientes, es en parte semántica y en parte cultural. El capitalismo está mitificado en la cultura americana: nos educan para creer que el capitalismo es lo que hace posible el sueño americano, y nos suministran un flujo constante de anécdotas sobre gente que asciende a la riqueza desde la más absoluta miseria. El capitalismo es un valor tan dominante que ni siquiera nos molestamos en contrastarlo con el socialismo, a pesar de que el gobierno de Estados Unidos, como el de todos los países capitalistas, incluye muchos elementos socialistas, como las escuelas públicas, las prestaciones sociales, las obras públicas, etcétera. Estos programas sólo son calificados como socialismo cuando los conservadores quieren insultarlos. Los demócratas han eliminado el término de su vocabulario, prefiriendo llamar a estos programas "red de seguridad social".

Pero está pasando una cosa curiosa mientras los políticos republicanos menosprecian el socialismo y los políticos demócratas huyen de él: las actitudes estadounidenses hacia el socialismo parecen estar cambiando. Una encuesta de Gallup realizada en noviembre de 2012 mostró que el 39 % de los estadounidenses tiene una opinión positiva del socialismo, una subida desde el 36 % de 2010. El capitalismo aún es percibido mucho más favorablemente, con un 61%, una cifra que se ha mantenido sin cambios en este sondeo de opinión desde 2010.

Quizá es más reveladora una encuesta de 2011 del Pew Research Center que muestra un salto generacional cuando se trata de puntos de vista positivos y negativos hacia el socialismo y el capitalismo. Entre la población de 19 a 29 años, el 46% considera el capitalismo positivamente, mientras que el 49% ve al socialismo positivamente. Por el contrario, los puntos de vista positivos sobre el socialismo caen drásticamente con la edad. Entre las personas de 30 a 49 años cae al 34%, entre 50 a 64 años al 25% y para los mayores de 65 al 13%, mientras que el capitalismo se mantiene en 50%, 53% y 52%, respectivamente.

Los costes por las nubes de las matrículas universitarias combinados con el persistente paro y el subempleo que han obligado a muchos jóvenes a seguir viviendo con sus padres ofrecen una explicación para este cambio de actitud. El movimiento Occupy dio voz a aquellos alarmados por la creciente desigualdad de ingresos, muchos de los cuales eran de una generación más joven. Los otros dos grupos que preferían el socialismo al capitalismo en esta encuesta eran los afroamericanos (55% frente a 36%) y los demócratas liberales (59% frente a 39%).

La verdadera medida de si las actitudes hacia el socialismo realmente están cambiando en Estados Unidos puede ser la prueba de la elegibilidad. Y para ello la victoria de Kshama Sawant en el ayuntamiento de Seattle en noviembre ofrece evidencias que fueron noticia en todo el país. Esta profesora de Economía en un centro público de educación terciaria no tuvo miedo de presentarse a las elecciones como socialista –bajo la bandera del partido Alternativa Socialista– y la gente de Seattle no tuvo miedo a votar por ella. El diario Seattle Times la llamó "la primer miembro socialista del ayuntamiento en la historia moderna". Sawant hizo campaña con la promesa de luchar por un salario mínimo de 15 dólares por hora como el que se aprobó en la vecina ciudad de Sea-Tac el mismo día en que fue elegida.

El socialismo municipal no es algo nuevo en Estados Unidos y, de hecho, durante el máximo auge del Partido Socialista en los inicios del siglo XX "cerca de 1.200 miembros del partido tuvieron cargos públicos en 340 ciudades, incluyendo 79 alcaldes de ciudades como Milwaukee, Buffalo, Minneapolis, Reading y Schenectady", según un artículo en Dissent,, un diario socialista fundado en 1953.

Y tampoco fue la de Sawant la única victoria progresista de noviembre. Puede que Bill de Blasio no se presentara como socialista, pero sobrevivió a un artículo del New York Times sobre el activismo izquierdista de su juventud y a los consiguientes ataques de su oponente republicano. Luego pasó a ganar por goleada con el 73% de los votos. Su campaña se centró en torno a la desigualdad económica. A nivel nacional, el senador Bernie Sanders de Vermont se distingue por ser el socialista declarado y simbólico del Congreso de EE UU.

Nada de esto indica un cambio radical de la política estadounidense. Aunque Obama no es socialista, el verdadero cambio se produce a pequeños pasos, y con mayor frecuencia desde abajo hacia arriba. Y en política las palabras importan. A medida que los estadounidenses se desilusionan cada vez más por la desigualdad económica unida a una política dominada por los intereses corporativos, pueden empezar a cuestionarse el capitalismo, acercarse más al socialismo y perder el miedo a llamarlo así. Los recientes comentarios del papa Francisco sobre el capitalismo como la "nueva tiranía" no sólo ayudan a mantener abierto el debate público que comenzó el movimiento Occupy, sino que también da credibilidad y cobertura cultural a otras personas dispuestas a criticar el capitalismo en voz alta. Las palabras importan en la política y,con el paso del tiempo, la palabra "socialismo" podría empezar a sonar menos siniestra en EE UU.

 

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