Nursultán Nazarbáyev anunciaba en marzo por sorpresa que abandonaba la presidencia de Kazajistán. De repente, quien había dirigido aquel país desde 1989 se retiraba de la primera línea. ¿Qué balance puede hacerse de tres décadas de gestión? ¿Qué posibles escenarios hay de cara a las elecciones del 9 de junio?

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Unos hombres caminan en las calles de Astaná. KIRILL KUDRYAVTSEV/AFP/Getty Images

La crisis de 2008 dejó unas huellas aún visibles en la economía del país, excesivamente dependiente de la extracción de sus materias primas (fundamentalmente, petróleo). Desde 2014, la economía kazaja se ha visto afectada por la bajada de los precios del crudo y por las sanciones contra Rusia por la anexión de Crimea, que han minado las remesas de emigrantes. En 2015 la inflación llegó hasta un 18% y en 2018 se redujo considerablemente, pero eso no fue percibido por el ciudadano medio, que experimentó una fuerte pérdida de poder adquisitivo. Además, las diferencias de desarrollo (en todos los sentidos) entre el campo y la ciudad son abismales: tres urbes (Nursultán, Almaty, Shymkent) superan el millón de habitantes y es allí donde se concentra la creación de riqueza, además de las ciudades petrolíferas más occidentales. Una redistribución de la riqueza muy desigual provocó una serie de protestas que se recrudecieron cuando en febrero de 2019 el fuego devoró una casa pequeña en la que dormían, sin ningún adulto presente, cinco niñas de la misma familia con edades comprendidas entre tres meses y 13 años. Parece que esta desgracia familiar se ha convertido en un icono de las protestas, como sucedió con Mohamed Bouazizi en Túnez en 2011.

El día del funeral, Nursultán Nazarbáyev preguntó al Consejo Constitucional qué sucedería si el presidente dimitiera, muriera o quedara incapacitado. La respuesta, inmediata, fue que el Presidente del Senado, Kassym-Jomart Tokayev, asumiría las funciones de Jefe de Estado hasta agotar el mandato vigente (abril de 2020) y se celebrasen las siguientes elecciones (adelantadas ahora al 9 de junio de 2019).

En diciembre de 2018, en un intento por frenar el descontento, Nazarbáyev remodeló su Gobierno y en su discurso de Año Nuevo señaló que durante sus mandatos se habían creado todas las condiciones para que ciudadanos ordinarios pudieran vivir adecuadamente. Al ver que las protestas no cesaban, pidió el 21 de febrero de este año en un discurso televisado que su Gobierno dimitiera en bloque, cosa que por supuesto todos hicieron sin pestañear al día siguiente. Según él, no habían demostrado ser eficaces a la hora de implementar las medidas que él había dictado explícitamente para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos medios de Kazajistán. Desde entonces, el nuevo Primer Ministro, Askar Mamin, y la Viceprimer Ministro Gulshara Abdykalikova explican región por región el plan de medidas sociales “Aleumettik Qamqorlyq” del presidente Nazarbáyev, dotado de 444.300 millones de tengues (unos 1.044 millones de euros). Dos semanas después, el 19 de marzo, Nazarbáyev renunció. En su toma de posesión, Tokayev anunció ante su predecesor que la capital del país, Astaná, pasaría a llamarse como el primer presidente, Nur-Sultán.

Muy pocos analistas esperaban una renuncia inminente. El secretismo (bastante habitual en los tejemanejes del poder en todo el mundo) ha sido la característica principal de todo este proceso, lo que permite al Elbasy (líder de la nación) controlar el traspaso de poderes; y donde hay poca trasparencia, los rumores pululan cual fantasma, y solo el paso del tiempo confirma a unos y desmiente a otros. Rumores sobre el estado de salud, por ejemplo; más que la desgracia acaecida en febrero, parece que la renuncia al cargo estaría motivada por el deterioro físico normal de una persona nacida en 1940 (siendo la esperanza de vida en Kazajstán de unos 72 años), que ha sufrido un cáncer de próstata (que podría haber vuelto) y a lo que podría sumarse un declive de su sistema cardiovascular. No hay que perder de vista que dos de los cinco presidentes centroasiáticos murieron repentinamente de un infarto (Saparmurat Niyazov, de Turkmenistán, en diciembre de 2006; e Islam Karímov, de Uzbekistán, en 2016), lo que habrá pesado en su ánimo para ir preparando su sucesión desde hace ya bastante tiempo.

Desde hace años se vienen ofreciendo en los medios de comunicación distintas listas con los presidenciables. El ungido por Nazarbáyev ha sido Tokayev, quien será elegido presidente de manera holgada (salvo sorpresa mayúscula de ultimísima hora). Sin duda, el Elbasy ha querido asistir a su propia sucesión, controlándola desde atrás; de hecho, podrá marcar la orientación de la política interior y exterior del país pues conserva la presidencia de su partido (Nur Otan) y la presidencia vitalicia del Consejo de Seguridad Nacional (reformado en julio de 2018 para que pasara de órgano meramente consultivo a vinculante). Además, por la Ley de 2010 citada anteriormente, el Elbasy administra un presupuesto específico, tiene plena inmunidad para él y la familia que viva con él, residencia oficial, transporte oficial, personal a su servicio, una pensión del 80% de su actual sueldo… Todo ello extraído del presupuesto público.

 

Un balance de 30 años

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Nursultan Nazarbayev en Bruselas, 2018. ARIS OIKONOMOU/AFP/Getty Images

Quizás pueda sonar algo exagerado llamar a alguien “padre de la patria” o “líder de la nación”, pero lo cierto es que Kazajistán no existió como Estado hasta que Iósif Stalin le confirió cierta personalidad jurídica en los años 20, y se podría decir sin rubor que los primeros 30 años del Kazajistán independiente son obra a imagen y semejanza de su hacedor, Nursultán Nazarbáyev.

Su lema “la economía primero, la política después”, muestra que su mayor preocupación ha sido el desarrollo económico antes que adoctrinarles con nuevas o viejas ideologías. Así, el PIB pasó en 1990 de 26.930 millones de dólares a 159.400 millones en 2017, habiendo pasado por un pico aún más alto en 2013 con 236.600 millones.

Siguiendo recomendaciones de la OSCE, hizo reformas democráticas para fomentar la existencia de otros partidos políticos distintos al suyo, aunque ha seguido con la práctica de nombrar alcaldes y gobernadores regionales. Líder fuerte, gozó de amplio apoyo popular, aunque fuera solo por la legitimación por la eficacia de su gestión.

En política exterior, Nazarbáyev impulsó que Kazajistán participase en muchas iniciativas internacionales relacionadas con la paz y seguridad: la Partnership for Peace de la OTAN, la OTSC rusa, la OCS china, la Conferencia de Interacción y Medidas de Confianza en Asia (CICA), la declaración de Asia Central como Zona Libre de Armas Nucleares (CANWFZ), la cooperación con Afganistán y el “proceso de Astaná” para resolver la cuestión siria.

Kazajistán tendió puentes con las principales potencias interesadas en la zona, evitando ser excesivamente dependiente de un solo país. Su política multivectorial ha funcionado bastante bien, aunque ahora se ve comprometida por la Unión Económica Eurasiática (dirigida por Moscú, esta unión aduanera puede derivar en una unión política, como pasó con la UE) y por la Nueva ruta de la seda china (que construye infraestructuras, principalmente carreteras y ferrocarriles, que rompan su aislamiento, pero que quizás derive en una trampa en la que deba ir cediendo parte de su soberanía).

 

Posibles escenarios futuros

Se abren algunos escenarios posibles para el futuro próximo. En primer lugar, estaría el escenario más conservador, donde Tokayev, político de gran prestigio nacional e internacional, será elegido presidente el 9 de junio y continuará la labor del primer presidente. Esto no tiene por qué ser algo necesariamente negativo pues la gestión de Nazarbáyev es, en términos generales, positiva. Cuenta con la bendición de su predecesor, pero Tokayev tendrá que esforzarse por forjarse un liderazgo propio, no sólo el heredado (como ha sucedido en Uzbekistán desde 2016). Este parece ser el escenario más probable y más realista.

En segundo lugar, un escenario rompedor implicaría la victoria inesperada de otro candidato. Este escenario es poco probable y sería realmente una sorpresa que ganara las elecciones un candidato distinto al que respaldó Nazarbáyev el 23 de abril. Aunque se respete escrupulosamente la Ley Electoral y compitan en pie de igualdad, sería muy extraño que la población kazaja se fijara en un líder nuevo, emergente, antes que en uno ya conocido y arropado por el Elbasy. Aquí la oposición es débil, casi sin apoyos, y en ocasiones son movimientos teledirigidos desde fuera del país por personas que disfrutan un exilio dorado en Francia o Bélgica, como el caso de Mukhtar Ablyazov, un antiguo oligarca que mientras era director del banco BTA desvió unos 7.500 millones dólares a sus cuentas en Suiza y ahora se hace pasar por líder de la oposición.

El último escenario, el menos probable de todos, sería el de una revolución de colores. Kazajistán posee una sociedad bastante tranquila, moderada, que huye de las alteraciones. Aspira a una vida sosegada, con un trabajo que le permita mejorar su tren de vida. De momento no han surgido bloques o divisiones en la sociedad que hagan que se organicen masivamente para luchar por unos objetivos políticos que sean sentidos como inapelables o vitalmente imposibles de soslayar. Aunque ha habido algunas protestas, más bien leves y deslavazadas, la situación aquí no es tan desesperada como lo era en Tayikistán antes de su guerra civil (1992-1997) o en Kirguistán cuando derribaron los gobiernos en 2005 y 2010.  Así pues, si no hay elementos objetivos que llamen a una lucha en las calles y, además, no se fomenta la participación activa en política, el escenario de una revolución de colores parece que es una posibilidad más bien lejana.