Palestinos en una manifestación que pide la reconciliación nacional, Gaza. Mahmud Hams/AFP/Getty Images

¿Es posible que esta vez la división entre las dos facciones palestinas, Hamás y Fatá, termine?¿Hay un cambio de estrategia por parte de los islamistas?

La arena política palestina recibió con una mezcla de alivio y desconfianza el anuncio que Hamás hizo público el pasado 17 de septiembre. De acuerdo con el anuncio, el movimiento se mostraba dispuesto a desmantelar el comité administrativo que creó en marzo de 2017 para gestionar los asuntos de la Franja de Gaza que el Gobierno de Consenso Nacional de la Autoridad Nacional Palestina (AP), liderado por Rami Hamdalá, había dejado desatendidos. La AP, ultrajada, sostenía que el órgano no era más que un gobierno en la sombra para dirigir Gaza independientemente de las directrices provenientes de Cisjordania. El comunicado también mencionaba la disposición de Hamás a celebrar elecciones generales por primera vez desde 2006, así como permitir que el gobierno de unidad de Hamdalá volviera a operar en Gaza. Todo ello de acuerdo con y en pos de la reconciliación palestina, cuyas negociaciones deberían ser retomadas lo antes posible.

 

Aislado y asediado

Aceptando las precondiciones impuestas durante meses por la AP, Hamás busca así un acercamiento con el líder palestino que hasta ahora se ha posicionado como su adversario más acérrimo. El movimiento islamista se enfrenta en la actualidad a desafíos sin precedentes en numerosos frentes, el más acuciante de entre ellos en el ámbito doméstico. En los últimos meses, Abbas ha sido acusado de poner deliberadamente a la Franja de Gaza al borde de una auténtica catástrofe humanitaria, reduciendo de manera drástica los fondos destinados al combustible, las medicinas y los salarios para funcionarios y ex prisioneros. Todo ello con el objetivo de que Hámas se plegara a sus condiciones. Naciones Unidas ha advertido que Gaza podría ser un territorio inhabitable en 2020, una admonición que reiteran con frecuencia ante la indiferencia internacional, con mayor énfasis desde la Guerra que en 2014 asoló el territorio sobrepoblado. Aunque gran parte de los gazatíes son conscientes de que la responsabilidad recae sobre numerosos actores, principalmente Israel, Egipto y la AP, ha aumentado en estos meses el descontento público con Hamás, y los líderes del grupo sienten esta presión con cada vez mayor intensidad.

 

¿Un nuevo Hamás?

Ismail Haniyeh (izqiuerda) y Yahya Sinwar (derecha), líderes de Hamás en la Franja de Gaza. Mahmud Hams/AFP/Getty Images

Tras tres ofensivas israelíes, enfrentado a una crisis humanitaria sin precedentes y a cargo de una situación financiera crecientemente delicada, Hamas intenta navegar por su futuro sorteando la deriva. La decisión de acercar posiciones con Fatá llega cuatro meses después de que Hamás hiciera público un flamante documento político, reflejo de un nuevo conjunto de principios del movimiento consensuados durante meses por sus miembros. El manuscrito representó un punto de inflexión para su identidad política, que intentan virar hacia el pragmatismo en grandes dosis. Comentaristas de lado y otro de la Línea Verde debaten aún si el objetivo de Hamás es simplemente conservar su poder político cuestionado con regularidad, o apartarse de manera progresiva de la resistencia armada. La respuesta a esta contienda, e incluso la propia naturaleza del movimiento, dependerá de cómo evolucionen sus actuaciones y posicionamientos a la luz de realidades geopolíticas muy diferentes de las que definieron su creación a finales de los 80.

Aunque en el pasado los momentos en los que Hamás se encontraba más acorralado desembocaron en conflicto bélico con Israel, el movimiento se ha mostrado esta vez –o al menos por el momento– fiel a su nuevo mantra y ha optado por la moderación. Una de las razones de mayor peso que explican la transformación en Hamás es el cambio en su liderazgo: a principios de este año y como consecuencia de elecciones internas secretas, Ismail Haniyeh, antiguo primer ministro del gobierno de unidad de 2007, y Yahya Sinwar, antiguo líder, calificado de “radical”, del ala militar de Hamás, se convirtieron en número uno y dos, respectivamente, del movimiento. Sinwar ha demostrado ser un líder más pragmático de lo esperado, y llegó a afirmar que la ruptura con la Autoridad Palestina representó un suicidio para la liberación palestina. Haniyeh, por su parte, ha sabido moverse entre las arenas movedizas de la geopolítica regional con mayor habilidad de la que algunos le atribuían.

La decisión llegó como respuesta a los esfuerzos diplomáticos que Egipto invierte con regularidad para conciliar a las facciones rivales y evitar una debacle en la Franja de Gaza y una mayor desestabilización de la Península de Sinaí. Egipto ha sido objeto estos meses de numerosos gestos de apaciguamiento provenientes del movimiento de resistencia islámica, entre los que destaca la renuncia a declararse formalmente como franquicia de la Hermandad Musulmana. Los nuevos principios políticos de Hamás han ido de la mano de una política de cero problemas con sus vecinos (salvo Israel, por motivos obvios), simbolizada por una mano tendida a cualquier potencia regional dispuesta a restablecer vínculos de amistad. Hamás ha mantenido en los últimos tiempos una relación ambigua con regímenes y otras organizaciones a lo largo y ancho de Oriente Medio. El movimiento adopta hoy en día un enfoque pragmático cuando se trata de seleccionar a sus amigos y enemigos: busca por un lado apoyo político y financiero, mientras que por el otro se escuda tras una posición neutral en lo que a la agenda de éstos se refiere. Es gracias a esta estrategia que puede al mismo tiempo posicionarse como protegido sempiterno de Irán, abrir los bolsillos a cuantiosa ayuda egipcia y emiratí, y celebrar reuniones colmadas de cordialidad con el Emir de Qatar o el Presidente turco, Recep Tayyip Erdogan.

El objetivo de Hamás consiste en evitar por todos los medios quedar atrapado por la trampa de enredos políticos nacionales y regionales que puedan amenazar su legitimidad popular, tanto dentro como fuera de sus fronteras. Sus dirigentes abrigan en paralelo la esperanza de que su flexibilidad sea correspondida con ciertas dosis de apertura en la región y, sobre todo, en Occidente. Estos últimos tendrían cada vez menos excusas para no reconocer de hecho, si no de iure, a Hamás ya que, a pesar de su boicot oficial al gobierno islamista y declaraciones incendiarias contra el grupo, gran parte de sus representantes ya tratan directa o indirectamente con el movimiento, tanto sobre el terreno como en otros foros informales.

 

Un proceso de reconciliación sin fin

Un hombre palestino camina al lado de un grafiti que dice "División" en árabe en referencia a la relación entre Fatá y Hamás, Gaza, septiembre de 2017. Mahmud Hams/AFP/Getty Images

La causa palestina lleva años huérfana de una visión nacional. La división entre facciones palestinas se ha erigido durante años como principal obstáculo para la reconstrucción del movimiento nacional. Por ello, el punto del anuncio que levantó mayores dosis de esperanza fue que Hamás se mostrara dispuesto a entablar de nuevo conversaciones con Fatá en un proceso de reconciliación en el seno de la Autoridad Palestina que ha intentado durante más de una década poner fin al conflicto que estalló cuando Hamás se llevó la victoria en las elecciones legislativas palestinas y Abbas –y sus aliados internacionales– acusaron a Hamás de golpe de Estado. A pesar de los esfuerzos invertidos, las iniciativas puestas en marcha, las reuniones celebradas y los acuerdos firmados (La Meca en 2007, Sana en 2008, El Cairo en 2011, Doha en 2012, El Cairo de nuevo, también en 2012, y, por último, el acuerdo de referencia firmado en El Cairo en 2014), la división sigue vigente y se hace más profunda con el tiempo, tanto desde el punto de vista institucional, como geográfico, como social. Los dirigentes palestinos han incumplido sus promesas de reconciliación culpándose a cada ocasión mutuamente de sus fracasos políticos.

Un primer requisito sería que el terreno de juego sea el mismo que a principios de este año, antes de que Hamás convirtiera en permanente su gobierno en la sombra. Para ello, Fatá, que ha recibido el anuncio con recelo, debería anular sus medidas punitivas y acceder a participar en un marco ampliado de negociaciones sin esperar a que el gobierno de unidad tome pleno control de la Franja. Esto último llevará su tiempo en vista de las complejidades y condiciones que se han ido acumulando a lo largo de más de diez años. El paso trascendental consistirá sin duda en resolver responsablemente y con carácter prioritario las cuestiones que hasta ahora han dado al traste con cualquier atisbo de avance: ambas facciones deben llegar a un acuerdo sobre el programa político de la Organización para la Liberación Palestina (OLP), la seguridad de ambos territorios y la unificación y organización de las instituciones gubernamentales .Todo ello a través del prisma del interés general palestino y la unidad nacional, que ha sido el que hasta ahora Hamás y Fatá han dado de lado en pos de ostentar la mano ganadora en sus respectivos territorios y la escena internacional. Una palabra clave a este respecto sería inclusividad, posibilidad de que todas las facciones palestinas, más allá de Fatá y Hamás, participen en la toma de decisiones.

No son pocos los obstáculos a los que se enfrenta la reconciliación, entre las que destacan el reparto de poder y competencias del Consejo Legislativo de la OLP, el rol futuro de Mohamed Dahlan como némesis de Abbas, la contradicción entre la coordinación de seguridad como pilar de la relación Autoridad Palestina-Israel y la negativa de Hamás a desarmarse. Por lo que a la celebración de elecciones respecta, y a pesar de las declaraciones oficiales, es poco probable que Fatá tenga prevista una convocatoria a corto plazo, sabedores de que podrían resultar en una victoria de Hamás, al igual que ocurrió en 2006. Abbas tiene 82 años, una salud delicada y ningún sucesor designado. Lleva 12 años en un cargo de una duración inicial de cuatro. Es un líder impopular entre su pueblo –una encuesta reciente realizada por el Centro Palestino para la Investigación de Políticas y Encuestas (PSR) reveló que un 67% de los encuestados en Gaza y Cisjordania quieren que Abbas abandone su cargo– pero no entre los dirigentes y donantes internacionales, poco dispuestos a que se repitan los acontecimientos de 2006-2007, así como a verse expuestos a la disyuntiva entre voluntad del pueblo y condena de un movimiento en sus listas negras de terrorismo internacional. Si poco aliados en Occidente y la región parecen preparados para aceptar un gobierno de Hamás, ambas facciones parecen aún menos preparadas para conceder una derrota y actuar en consecuencia.

 

¿Dos caras de una misma moneda?

Estos últimos acontecimientos han ido de la mano de una evolución particular desde el punto de vista dialéctico: el acercamiento de narrativas en ambos bandos. Por una parte, los representantes de la Autoridad Palestina, e incluso el propio presidente Abu Abbas, conscientes de la creciente desafección e incluso animadversión entre sus votantes y súbditos, han intensificado sus críticas vis à vis Israel, y han llegado incluso a retomar, aunque con la boca pequeña, los términos referidos a la resistencia del pueblo palestino.

Por la otra, Hamás hace gala de un pragmatismo y moderación que durante años se han atribuido a los dirigentes de Fatá, con un programa no sólo compatible con, sino cada vez más cercano al de la propia OLP, deshaciéndose así de muchos de los obstáculos que hasta ahora habían impedido el acuerdo político necesario para lograr la unidad nacional. Mientras que existen muchos de los ingredientes para lograr un acuerdo beneficioso para la causa palestina, esta situación bien puede ser una espada de doble filo, una muestra más de que ninguno de estos actores está verdaderamente dispuestos a ceder el poder y apartarse del juego de suma cero al que han sumido a sus respectivas poblaciones. Ambos han demostrado dominar a la perfección el juego del gato y el ratón de la reconciliación palestina.