Ni el neoliberalismo que pretende exportar las ventajas del
mercado a todo el planeta ni los antiglobalizadores que predican acciones locales
para resolver cuestiones mundiales. La socialdemocracia, que ya demostró en
Europa su capacidad para reducir la injusticia y la pobreza, es la única receta
contra los desequilibrios del nuevo orden global.
La historia de este orden cada vez más global en el que vivimos no es
sencilla. La globalización no es, ni ha sido nunca, un fenómeno
unidimensional. Aunque ha habido una enorme expansión de los mercados
mundiales que ha alterado el terreno político, la historia de la globalización
no es sólo económica, ni mucho menos.
Desde 1945 se ha ido produciendo una vinculación entre el derecho internacional
y la moral, en la medida en que la soberanía ya no se considera meramente
un poder real sino, cada vez más, la autoridad legítima definida
en virtud del respeto a los derechos humanos y los valores democráticos;
una reafirmación importante de los valores universales relativos a la
igualdad de dignidad y valor de todos los seres humanos en las leyes y normas
internacionales; el establecimiento de complejos sistemas de gobierno, tanto
regionales como mundiales, y el reconocimiento creciente de que, para obtener
el bien público a largo plazo –sea la estabilidad económica,
la protección ambiental o el igualitarismo en el mundo–, es precisa
una acción multilateral coordinada. Aunque, en la actualidad, la postura
unilateral del Gobierno de Bush amenaza los progresos logrados, se puede y se
debe avanzar a partir de ellos.
El giro global de las últimas décadas ha ayudado a establecer un
marco de referencia para desarrollar estos avances. En concreto, la transformación
de la soberanía y el gobierno se basa en unos valores y unos principios que
van más allá del estatalismo y el nacionalismo. Son valores y principios cosmopolitas
a los que se recurre para circunscribir y delimitar la parte inaceptable de
la soberanía de Estado.
Los valores y principios en juego –entre otros, los principios de la igualdad
de valor moral, libertades y condición política para todos los
seres humanos, y el legado común de la humanidad– sientan las bases
para una nueva concepción del internacionalismo. Un internacionalismo
definido por el compromiso con los ideales éticos cosmopolitas y el intento
de afianzarlos en las instituciones políticas, sociales y económicas
fundamentales, y que ofrece un contexto para transformar la naturaleza y la
forma de gobierno. El elemento central es la exigencia de que toda autoridad
política legítima, en todas las instancias, respete y se atenga
al compromiso con los valores y principios de la igualdad política, la
política democrática, los derechos humanos, la justicia política
y social y la gestión responsable del medio ambiente.
La fase contemporánea de la globalización está transformando
los cimientos del orden mundial, alejándonos de un mundo exclusivamente
basado en la política de Estado para pasar a una forma nueva y más
compleja de política mundial y múltiples niveles de gobierno.
En este comienzo del siglo xxi, existen buenas razones para pensar que no es
posible restaurar el orden internacional de Estados tradicional y que no es
probable que se detengan los motores esenciales de la globalización.
Por consiguiente, es inevitable que haya un cambio fundamental en la orientación
política. Los cambios de perspectiva están claramente delimitados
en la rivalidad entre las principales variantes que componen la política
de la globalización. Las dos posturas principales –el neoliberalismo
y el movimiento antiglobalización– están llenas de problemas.
Por un lado, el neoliberalismo se limita a perpetuar los sistemas económicos
y políticos existentes, y no propone verdaderas políticas para
hacer frente a los problemas del fracaso de los mercados; por otro, la postura
radical contra la globalización parece creer ingenuamente en la capacidad
de las acciones locales para resolver o combatir las prioridades de gobierno
generadas por las fuerzas globalizadoras. ¿Cómo va a poder abordar
semejante política los retos planteados por unas comunidades de destino
parcialmente coincidentes?
Globalización y distribución de la Para muchos analistas de la globalización, la desigualdad mundial El abismo entre los más ricos y los más pobres puede representarse |
EL UNILATERALISMO DE EE UU
Por supuesto, se puede decir lo mismo sobre la posición actual del Gobierno
estadounidense. Si Estados Unidos actúa en el mundo en solitario, no
podrá contribuir a suministrar bienes públicos globales tan importantes
como el libre comercio, la estabilidad económica y la sostenibilidad
ambiental, cosas de las que dependen su propio desarrollo y su propia prosperidad.
Además, si actúa de forma unilateral, tampoco podrá alcanzar
objetivos internos esenciales, incluidas las prioridades en materia de seguridad
nacional. La lucha contra el terrorismo global exige un uso coordinado de los
servicios secretos, la información y los recursos; la vigilancia de lo
que queda de un Afganistán seguro (Kabul) requiere medios internacionales
(tanto económicos como humanos); y, en cuanto a Irak, es imposible que
haya una paz y una reconstrucción legítimas sin la cooperación
internacional, inversiones procedentes de todo el mundo y la colaboración
de numerosos países en el suministro de personal cualificado de todo
tipo, desde soldados hasta ingenieros.
La posición alternativa es la socialdemocracia global, que pretende partir
del proyecto de la socialdemocracia y, al tiempo, hacer suyos los avances del
orden multilateral posterior al Holocausto. Su fin es adoptar parte de los valores
e ideas de la socialdemocracia y aplicarlos a la nueva situación económica
y política en el mundo. Los pactos sociales nacionales son insuficientes
para garantizar un equilibrio real entre los valores de la solidaridad social,
la política de la democracia y la eficacia del mercado. El desafío
actual, como ha señalado el secretario general de Naciones Unidas, Kofi
Annan, es diseñar un pacto o proyecto similar que sirva de base para
la nueva economía mundial.
ANTI Y PROGLOBALIZACIÓN
El proyecto de la socialdemocracia global responde a ese reto. Es una base para
fomentar el imperio de la ley internacional, mayor transparencia, responsabilidad
y democracia en el gobierno del mundo, un compromiso más profundo con
la justicia social, la protección y reinvención de la comunidad
a distintos niveles, y la transformación de la economía global
en un orden económico libre y justo, basado en unas normas. La política
de la socialdemocracia global contiene claras posibilidades de diálogo
entre distintos segmentos del espectro político pro y antiglobalización,
aunque, por supuesto, será blanco de las críticas por parte de
los extremos.
El cuadro (páginas 52 y 53) resume el proyecto de la socialdemocracia
global, la base para una nueva alianza mundial. No trata de presentar una elección
entre todo o nada, sino que ofrece una dirección para el cambio, con
claros puntos de orientación. Aunque cualquier medida adoptada para poner
en marcha el programa de reformas en cada una de estas áreas sería
un paso importantísimo para la política progresista, el programa
de la socialdemocracia global sólo podrá afrontarse, en definitiva,
si se abordan las medidas políticas de todas ellas. Uno de los principales
interrogantes políticos de nuestra época es cuál es la
mejor manera de llevar a la práctica dicho programa y cuál es
la mejor forma de proporcionar los bienes públicos globales.
Podría desarrollarse una coalición de agrupaciones políticas
que impulse aún más el programa de la socialdemocracia global,
en la que entrarían países europeos de fuerte tradición
liberal y socialdemócrata; grupos progresistas estadounidenses que apoyan
el multilateralismo y el imperio de la ley en los asuntos internacionales; países
en vías de desarrollo que luchan por conseguir normas comerciales más
libres y más justas en el sistema económico mundial; organizaciones
no gubernamentales, desde Amnistía Internacional hasta Oxfam, que luchan
por un orden mundial más justo, democrático y equitativo; movimientos
sociales transnacionales que se oponen a la naturaleza y la forma de la globalización
actual, y las fuerzas económicas que desean una economía mundial
más estable y mejor administrada.
El nuevo internacionalismo está definido por el compromiso con los ideales éticos cosmopolitas y el intento de afianzarlos en la política, la sociedad y la economía |
||||||
La coalición para la socialdemocracia global necesitaría contar
con una compleja serie de grupos y compromisos para resultar atractiva. Pero,
a pesar de su complejidad, no es imposible. Éstos podrían ser
algunos de sus ingredientes fundamentales:
Grandes potencias europeas | Deben comprometerse
a crear un orden multilateral, y no un orden multipolar, en el que se limiten
a perseguir sus propios intereses de Estado por encima de todo lo demás.
Unión Europea | La UE debe abordar su debilidad
en asuntos geopolíticos y estratégicos mediante el desarrollo de una fuerza
de reacción rápida y la creación de una fuerza de defensa común europea.
Estados Unidos | Washington tiene que reconocer que
sus intereses estratégicos, económicos y ambientales a largo plazo sólo pueden
alcanzarse mediante la colaboración, y debe aceptar, como cuestión de principios,
las oportunidades y restricciones que ofrecen las instituciones multilaterales
y los regímenes internacionales.
Países en vías de desarrollo | Los países menos favorecidos
que buscan ayudas sustanciales e inversiones extranjeras (tanto públicas como
privadas), necesitan aceptar el establecimiento de formas de gobierno transparentes
y positivas como requisito para atraer dichas inversiones a la infraestructura
de sus economías y sus sociedades.
ONG | Las organizaciones no gubernamentales necesitan
comprender que, si bien su voz en los asuntos internacionales es importante,
representan intereses particulares que deben acomodarse y adaptarse a unos contextos
más generales de responsabilidad y justicia.
OIG | Las organizaciones internacionales gubernamentales
que utilizan y defienden más financiación pública tienen que reconocer que son
parte de un funcionariado internacional que contribuye a proporcionar bienes
públicos esenciales y no representantes de Estados-nación concretos ni intereses
sectoriales. Es preciso racionalizar y aclarar los mandatos y las jurisdicciones
de las OIG, confusos y contradictorios.
Gobiernos regionales | Sin dejar de incrementar y
ampliar las oportunidades de desarrollo de sus Estados miembros, deben comprometerse
a mantener sus regiones abiertas a la relación económica y diplomática con otras;
es decir, deben fomentar formas abiertas de regionalismo.
Gobiernos nacionales | Deben reconocer que son partes
interesadas en los problemas mundiales y que ese interés es un primer paso fundamental
hacia su resolución; los parlamentos nacionales y regionales necesitan mejorar
su comunicación con los órganos de gobierno supranacionales, su conocimiento
de ellos y su compromiso.
Las pautas de la socialdemocracia global. Principios éticos rectores Igualdad de valor moral, igualdad de libertades, igualdad de condición Objetivos institucionales Imperio de la ley, igualdad política, política democrática, Medidas prioritarias
Medidas a largo plazo
|
Europa podría desempeñar un papel especial en la defensa de la
causa de la socialdemocracia global. Como cuna de la socialdemocracia y de un
experimento histórico de gobierno por encima de los Estados, Europa ha
acumulado enorme experiencia en el estudio de diseños institucionales
para un gobierno supraestatal. Ofrece nuevas formas de pensamiento sobre el
gobierno más allá del Estado, que promueven una actitud más
responsable y reglamentada –y no neoliberal ni unilateral– respecto
al gobierno mundial. Eso no quiere decir que la UE tenga que dirigir una coalición
de fuerzas transnacionales e internacionales opuestas a Estados Unidos. Al contrario,
es crucial ser conscientes de la complejidad de la política nacional
estadounidense y la existencia de fuerzas sociales, políticas y económicas
progresistas, que propugnan un orden mundial muy distinto al que defienden los
neoconservadores actuales.
Aunque algunos de los posibles participantes en un movimiento hacia la socialdemocracia
global tendrían, inevitablemente, intereses divergentes en una gran variedad
de materias, existe la posibilidad de que exista una gran coincidencia a la
hora de reforzar el multilateralismo, construir nuevas instituciones para la
provisión de bienes públicos globales, regular los mercados mundiales,
aumentar la responsabilidad, proteger el medio ambiente y remediar con urgencia
las injusticias sociales que matan a diario a miles de hombres, mujeres y niños.
Y existen pruebas de que el empuje de una coalición semejante estaría
en sintonía con la actitud de la gente hacia la globalización
en muchas partes del mundo. Una encuesta reciente destaca que, aunque muchas
personas tienen una opinión positiva sobre las ventajas de la globalización,
en general, desean un tipo de globalización distinto al que se les ofrece
en la actualidad: la integración de las economías y las sociedades
tiene que compensarse con la protección de las tradiciones locales, un
ritmo de vida sostenible y una red mundial de protección social que ayude
a garantizar la igualdad de oportunidades.
RAZONES PARA EL PESIMISMO
A lo largo de los últimos cien años, el poder político se ha transformado y
reconfigurado. Se ha repartido por debajo, por encima y al lado del Estado-nación.
La globalización ha acercado a grandes sectores de la población mundial
en comunidades de destino superpuestas. Sin embargo, es evidente que existen
numerosas razones para el pesimismo. Se avecinan nubes de tormenta. La globalización
no sólo ha unido a pueblos y naciones, sino que también ha creado nuevas formas
de antagonismo. La globalización de las comunicaciones no sólo facilita el entendimiento
mutuo, sino que, muchas veces, destaca lo que no tiene en común la gente y en
qué medida y por qué importan las diferencias.
El juego político dominante en la ciudad transnacional sigue siendo
la geopolítica. El egocentrismo étnico, el nacionalismo de ultraderecha y la
política unilateralista están otra vez en aumento, y no sólo en Occidente. Ahora
bien, las circunstancias y el carácter de la política han cambiado. Igual que
la cultura nacional y las tradiciones de los Estados, el internacionalismo vibrante
y la socialdemocracia global son un proyecto cultural y político, pero con una
diferencia: son más adecuados para nuestra era regional y global. Por desgracia,
en muchas partes del mundo todavía no se han desarrollado del todo los argumentos
en su favor, y esa falta de desarrollo puede tener consecuencias.
Es importante regresar al 11 de septiembre y la guerra de Irak, y decir qué
significan en este contexto. No se puede aceptar el peso de restaurar la responsabilidad
y la justicia en una esfera de la vida –la seguridad física y la
cooperación política entre los aparatos de defensa– sin
intentar hacerlo, al mismo tiempo, en todas las demás. Si la dimensión
política y de seguridad de la responsabilidad y la justicia se mantiene
separada a largo plazo de la dimensión social y económica –como
tiende a hacer el orden mundial actual–, las perspectivas de vivir en
una sociedad civil y pacífica serán muy escasas. Para contar con
el apoyo popular contra el terrorismo, la violencia política y las políticas
excluyentes de todo tipo, es preciso convencer a la gente de que existe una
forma legal, sensible y específica de resolver sus quejas. Ése
es el motivo de que la globalización, sin una socialdemocracia global,
pueda fracasar.
El juego político dominante en la ‘ciudad transnacional’ sigue siendo la geopolítica. El egocentrismo étnico y el nacionalismo de ultraderecha aumentan |
||||||
Con el telón de fondo del 11 de septiembre, la postura unilateralista
actual de Estados Unidos y el desesperado ciclo de violencia en Oriente Medio
y otros lugares, propugnar la socialdemocracia global puede parecer un intento
de desafiar la gravedad o caminar sobre las aguas. Y sería verdad si
la alternativa fuera adoptar la socialdemocracia global totalmente y desde el
principio o no adoptarla en absoluto.
Pero se trata de algo muy similar a lo que ocurría con la construcción
del Estado moderno en la época en la que vivieron sus fundadores. A lo
largo de las últimas décadas, el crecimiento del multilateralismo
y el desarrollo del derecho internacional han creado unos cimientos socialdemócratas
en el mundo que son la base para consolidar aún más los principios
e instituciones socialdemócratas.
Además, podría surgir una coalición de agrupaciones políticas
que continúe esa labor. Desde luego, está por ver hasta qué
punto son capaces de unirse –y de superar la feroz oposición que
ejercen unos intereses geopolíticos y geoeconómicos muy arraigados–
tales fuerzas en torno a esos objetivos.
Hay mucho en juego, pero también son muchos los beneficios posibles para
la seguridad y el de-sarrollo de la humanidad si logramos hacer realidad la
aspiración de socialdemocracia global. Una cosa está clara: las
políticas actuales de seguridad y desarrollo no son suficientes, y los
argumentos para recurrir a nuevas políticas y nuevos métodos son
abrumadores.
|
|||
Ni el neoliberalismo que pretende exportar las ventajas del
mercado a todo el planeta ni los antiglobalizadores que predican acciones locales
para resolver cuestiones mundiales. La socialdemocracia, que ya demostró en
Europa su capacidad para reducir la injusticia y la pobreza, es la única receta
contra los desequilibrios del nuevo orden global. David
Held
La historia de este orden cada vez más global en el que vivimos no es
sencilla. La globalización no es, ni ha sido nunca, un fenómeno
unidimensional. Aunque ha habido una enorme expansión de los mercados
mundiales que ha alterado el terreno político, la historia de la globalización
no es sólo económica, ni mucho menos.
Desde 1945 se ha ido produciendo una vinculación entre el derecho internacional
y la moral, en la medida en que la soberanía ya no se considera meramente
un poder real sino, cada vez más, la autoridad legítima definida
en virtud del respeto a los derechos humanos y los valores democráticos;
una reafirmación importante de los valores universales relativos a la
igualdad de dignidad y valor de todos los seres humanos en las leyes y normas
internacionales; el establecimiento de complejos sistemas de gobierno, tanto
regionales como mundiales, y el reconocimiento creciente de que, para obtener
el bien público a largo plazo –sea la estabilidad económica,
la protección ambiental o el igualitarismo en el mundo–, es precisa
una acción multilateral coordinada. Aunque, en la actualidad, la postura
unilateral del Gobierno de Bush amenaza los progresos logrados, se puede y se
debe avanzar a partir de ellos.
El giro global de las últimas décadas ha ayudado a establecer un
marco de referencia para desarrollar estos avances. En concreto, la transformación
de la soberanía y el gobierno se basa en unos valores y unos principios que
van más allá del estatalismo y el nacionalismo. Son valores y principios cosmopolitas
a los que se recurre para circunscribir y delimitar la parte inaceptable de
la soberanía de Estado.
Los valores y principios en juego –entre otros, los principios de la igualdad
de valor moral, libertades y condición política para todos los
seres humanos, y el legado común de la humanidad– sientan las bases
para una nueva concepción del internacionalismo. Un internacionalismo
definido por el compromiso con los ideales éticos cosmopolitas y el intento
de afianzarlos en las instituciones políticas, sociales y económicas
fundamentales, y que ofrece un contexto para transformar la naturaleza y la
forma de gobierno. El elemento central es la exigencia de que toda autoridad
política legítima, en todas las instancias, respete y se atenga
al compromiso con los valores y principios de la igualdad política, la
política democrática, los derechos humanos, la justicia política
y social y la gestión responsable del medio ambiente.
La fase contemporánea de la globalización está transformando
los cimientos del orden mundial, alejándonos de un mundo exclusivamente
basado en la política de Estado para pasar a una forma nueva y más
compleja de política mundial y múltiples niveles de gobierno.
En este comienzo del siglo xxi, existen buenas razones para pensar que no es
posible restaurar el orden internacional de Estados tradicional y que no es
probable que se detengan los motores esenciales de la globalización.
Por consiguiente, es inevitable que haya un cambio fundamental en la orientación
política. Los cambios de perspectiva están claramente delimitados
en la rivalidad entre las principales variantes que componen la política
de la globalización. Las dos posturas principales –el neoliberalismo
y el movimiento antiglobalización– están llenas de problemas.
Por un lado, el neoliberalismo se limita a perpetuar los sistemas económicos
y políticos existentes, y no propone verdaderas políticas para
hacer frente a los problemas del fracaso de los mercados; por otro, la postura
radical contra la globalización parece creer ingenuamente en la capacidad
de las acciones locales para resolver o combatir las prioridades de gobierno
generadas por las fuerzas globalizadoras. ¿Cómo va a poder abordar
semejante política los retos planteados por unas comunidades de destino
parcialmente coincidentes?
Globalización y distribución de la Para muchos analistas de la globalización, la desigualdad mundial El abismo entre los más ricos y los más pobres puede representarse |
EL UNILATERALISMO DE EE UU
Por supuesto, se puede decir lo mismo sobre la posición actual del Gobierno
estadounidense. Si Estados Unidos actúa en el mundo en solitario, no
podrá contribuir a suministrar bienes públicos globales tan importantes
como el libre comercio, la estabilidad económica y la sostenibilidad
ambiental, cosas de las que dependen su propio desarrollo y su propia prosperidad.
Además, si actúa de forma unilateral, tampoco podrá alcanzar
objetivos internos esenciales, incluidas las prioridades en materia de seguridad
nacional. La lucha contra el terrorismo global exige un uso coordinado de los
servicios secretos, la información y los recursos; la vigilancia de lo
que queda de un Afganistán seguro (Kabul) requiere medios internacionales
(tanto económicos como humanos); y, en cuanto a Irak, es imposible que
haya una paz y una reconstrucción legítimas sin la cooperación
internacional, inversiones procedentes de todo el mundo y la colaboración
de numerosos países en el suministro de personal cualificado de todo
tipo, desde soldados hasta ingenieros.
La posición alternativa es la socialdemocracia global, que pretende partir
del proyecto de la socialdemocracia y, al tiempo, hacer suyos los avances del
orden multilateral posterior al Holocausto. Su fin es adoptar parte de los valores
e ideas de la socialdemocracia y aplicarlos a la nueva situación económica
y política en el mundo. Los pactos sociales nacionales son insuficientes
para garantizar un equilibrio real entre los valores de la solidaridad social,
la política de la democracia y la eficacia del mercado. El desafío
actual, como ha señalado el secretario general de Naciones Unidas, Kofi
Annan, es diseñar un pacto o proyecto similar que sirva de base para
la nueva economía mundial.
ANTI Y PROGLOBALIZACIÓN
El proyecto de la socialdemocracia global responde a ese reto. Es una base para
fomentar el imperio de la ley internacional, mayor transparencia, responsabilidad
y democracia en el gobierno del mundo, un compromiso más profundo con
la justicia social, la protección y reinvención de la comunidad
a distintos niveles, y la transformación de la economía global
en un orden económico libre y justo, basado en unas normas. La política
de la socialdemocracia global contiene claras posibilidades de diálogo
entre distintos segmentos del espectro político pro y antiglobalización,
aunque, por supuesto, será blanco de las críticas por parte de
los extremos.
El cuadro (páginas 52 y 53) resume el proyecto de la socialdemocracia
global, la base para una nueva alianza mundial. No trata de presentar una elección
entre todo o nada, sino que ofrece una dirección para el cambio, con
claros puntos de orientación. Aunque cualquier medida adoptada para poner
en marcha el programa de reformas en cada una de estas áreas sería
un paso importantísimo para la política progresista, el programa
de la socialdemocracia global sólo podrá afrontarse, en definitiva,
si se abordan las medidas políticas de todas ellas. Uno de los principales
interrogantes políticos de nuestra época es cuál es la
mejor manera de llevar a la práctica dicho programa y cuál es
la mejor forma de proporcionar los bienes públicos globales.
Podría desarrollarse una coalición de agrupaciones políticas
que impulse aún más el programa de la socialdemocracia global,
en la que entrarían países europeos de fuerte tradición
liberal y socialdemócrata; grupos progresistas estadounidenses que apoyan
el multilateralismo y el imperio de la ley en los asuntos internacionales; países
en vías de desarrollo que luchan por conseguir normas comerciales más
libres y más justas en el sistema económico mundial; organizaciones
no gubernamentales, desde Amnistía Internacional hasta Oxfam, que luchan
por un orden mundial más justo, democrático y equitativo; movimientos
sociales transnacionales que se oponen a la naturaleza y la forma de la globalización
actual, y las fuerzas económicas que desean una economía mundial
más estable y mejor administrada.
El nuevo internacionalismo está definido por el compromiso con los ideales éticos cosmopolitas y el intento de afianzarlos en la política, la sociedad y la economía |
||||||
La coalición para la socialdemocracia global necesitaría contar
con una compleja serie de grupos y compromisos para resultar atractiva. Pero,
a pesar de su complejidad, no es imposible. Éstos podrían ser
algunos de sus ingredientes fundamentales:
Grandes potencias europeas | Deben comprometerse
a crear un orden multilateral, y no un orden multipolar, en el que se limiten
a perseguir sus propios intereses de Estado por encima de todo lo demás.
Unión Europea | La UE debe abordar su debilidad
en asuntos geopolíticos y estratégicos mediante el desarrollo de una fuerza
de reacción rápida y la creación de una fuerza de defensa común europea.
Estados Unidos | Washington tiene que reconocer que
sus intereses estratégicos, económicos y ambientales a largo plazo sólo pueden
alcanzarse mediante la colaboración, y debe aceptar, como cuestión de principios,
las oportunidades y restricciones que ofrecen las instituciones multilaterales
y los regímenes internacionales.
Países en vías de desarrollo | Los países menos favorecidos
que buscan ayudas sustanciales e inversiones extranjeras (tanto públicas como
privadas), necesitan aceptar el establecimiento de formas de gobierno transparentes
y positivas como requisito para atraer dichas inversiones a la infraestructura
de sus economías y sus sociedades.
ONG | Las organizaciones no gubernamentales necesitan
comprender que, si bien su voz en los asuntos internacionales es importante,
representan intereses particulares que deben acomodarse y adaptarse a unos contextos
más generales de responsabilidad y justicia.
OIG | Las organizaciones internacionales gubernamentales
que utilizan y defienden más financiación pública tienen que reconocer que son
parte de un funcionariado internacional que contribuye a proporcionar bienes
públicos esenciales y no representantes de Estados-nación concretos ni intereses
sectoriales. Es preciso racionalizar y aclarar los mandatos y las jurisdicciones
de las OIG, confusos y contradictorios.
Gobiernos regionales | Sin dejar de incrementar y
ampliar las oportunidades de desarrollo de sus Estados miembros, deben comprometerse
a mantener sus regiones abiertas a la relación económica y diplomática con otras;
es decir, deben fomentar formas abiertas de regionalismo.
Gobiernos nacionales | Deben reconocer que son partes
interesadas en los problemas mundiales y que ese interés es un primer paso fundamental
hacia su resolución; los parlamentos nacionales y regionales necesitan mejorar
su comunicación con los órganos de gobierno supranacionales, su conocimiento
de ellos y su compromiso.
Las pautas de la socialdemocracia global. Principios éticos rectores Igualdad de valor moral, igualdad de libertades, igualdad de condición Objetivos institucionales Imperio de la ley, igualdad política, política democrática, Medidas prioritarias
Medidas a largo plazo
|
Europa podría desempeñar un papel especial en la defensa de la
causa de la socialdemocracia global. Como cuna de la socialdemocracia y de un
experimento histórico de gobierno por encima de los Estados, Europa ha
acumulado enorme experiencia en el estudio de diseños institucionales
para un gobierno supraestatal. Ofrece nuevas formas de pensamiento sobre el
gobierno más allá del Estado, que promueven una actitud más
responsable y reglamentada –y no neoliberal ni unilateral– respecto
al gobierno mundial. Eso no quiere decir que la UE tenga que dirigir una coalición
de fuerzas transnacionales e internacionales opuestas a Estados Unidos. Al contrario,
es crucial ser conscientes de la complejidad de la política nacional
estadounidense y la existencia de fuerzas sociales, políticas y económicas
progresistas, que propugnan un orden mundial muy distinto al que defienden los
neoconservadores actuales.
Aunque algunos de los posibles participantes en un movimiento hacia la socialdemocracia
global tendrían, inevitablemente, intereses divergentes en una gran variedad
de materias, existe la posibilidad de que exista una gran coincidencia a la
hora de reforzar el multilateralismo, construir nuevas instituciones para la
provisión de bienes públicos globales, regular los mercados mundiales,
aumentar la responsabilidad, proteger el medio ambiente y remediar con urgencia
las injusticias sociales que matan a diario a miles de hombres, mujeres y niños.
Y existen pruebas de que el empuje de una coalición semejante estaría
en sintonía con la actitud de la gente hacia la globalización
en muchas partes del mundo. Una encuesta reciente destaca que, aunque muchas
personas tienen una opinión positiva sobre las ventajas de la globalización,
en general, desean un tipo de globalización distinto al que se les ofrece
en la actualidad: la integración de las economías y las sociedades
tiene que compensarse con la protección de las tradiciones locales, un
ritmo de vida sostenible y una red mundial de protección social que ayude
a garantizar la igualdad de oportunidades.
RAZONES PARA EL PESIMISMO
A lo largo de los últimos cien años, el poder político se ha transformado y
reconfigurado. Se ha repartido por debajo, por encima y al lado del Estado-nación.
La globalización ha acercado a grandes sectores de la población mundial
en comunidades de destino superpuestas. Sin embargo, es evidente que existen
numerosas razones para el pesimismo. Se avecinan nubes de tormenta. La globalización
no sólo ha unido a pueblos y naciones, sino que también ha creado nuevas formas
de antagonismo. La globalización de las comunicaciones no sólo facilita el entendimiento
mutuo, sino que, muchas veces, destaca lo que no tiene en común la gente y en
qué medida y por qué importan las diferencias.
El juego político dominante en la ciudad transnacional sigue siendo
la geopolítica. El egocentrismo étnico, el nacionalismo de ultraderecha y la
política unilateralista están otra vez en aumento, y no sólo en Occidente. Ahora
bien, las circunstancias y el carácter de la política han cambiado. Igual que
la cultura nacional y las tradiciones de los Estados, el internacionalismo vibrante
y la socialdemocracia global son un proyecto cultural y político, pero con una
diferencia: son más adecuados para nuestra era regional y global. Por desgracia,
en muchas partes del mundo todavía no se han desarrollado del todo los argumentos
en su favor, y esa falta de desarrollo puede tener consecuencias.
Es importante regresar al 11 de septiembre y la guerra de Irak, y decir qué
significan en este contexto. No se puede aceptar el peso de restaurar la responsabilidad
y la justicia en una esfera de la vida –la seguridad física y la
cooperación política entre los aparatos de defensa– sin
intentar hacerlo, al mismo tiempo, en todas las demás. Si la dimensión
política y de seguridad de la responsabilidad y la justicia se mantiene
separada a largo plazo de la dimensión social y económica –como
tiende a hacer el orden mundial actual–, las perspectivas de vivir en
una sociedad civil y pacífica serán muy escasas. Para contar con
el apoyo popular contra el terrorismo, la violencia política y las políticas
excluyentes de todo tipo, es preciso convencer a la gente de que existe una
forma legal, sensible y específica de resolver sus quejas. Ése
es el motivo de que la globalización, sin una socialdemocracia global,
pueda fracasar.
El juego político dominante en la ‘ciudad transnacional’ sigue siendo la geopolítica. El egocentrismo étnico y el nacionalismo de ultraderecha aumentan |
||||||
Con el telón de fondo del 11 de septiembre, la postura unilateralista
actual de Estados Unidos y el desesperado ciclo de violencia en Oriente Medio
y otros lugares, propugnar la socialdemocracia global puede parecer un intento
de desafiar la gravedad o caminar sobre las aguas. Y sería verdad si
la alternativa fuera adoptar la socialdemocracia global totalmente y desde el
principio o no adoptarla en absoluto.
Pero se trata de algo muy similar a lo que ocurría con la construcción
del Estado moderno en la época en la que vivieron sus fundadores. A lo
largo de las últimas décadas, el crecimiento del multilateralismo
y el desarrollo del derecho internacional han creado unos cimientos socialdemócratas
en el mundo que son la base para consolidar aún más los principios
e instituciones socialdemócratas.
Además, podría surgir una coalición de agrupaciones políticas
que continúe esa labor. Desde luego, está por ver hasta qué
punto son capaces de unirse –y de superar la feroz oposición que
ejercen unos intereses geopolíticos y geoeconómicos muy arraigados–
tales fuerzas en torno a esos objetivos.
Hay mucho en juego, pero también son muchos los beneficios posibles para
la seguridad y el de-sarrollo de la humanidad si logramos hacer realidad la
aspiración de socialdemocracia global. Una cosa está clara: las
políticas actuales de seguridad y desarrollo no son suficientes, y los
argumentos para recurrir a nuevas políticas y nuevos métodos son
abrumadores.
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|||
David Held es catedrático
de Ciencia Política en la London School of Economics (LSE) y miembro
del consejo editorial de FP edición española. Este texto es la
conclusión de su nuevo libro Global Covenant (Cambridge, Polity Press,
2004).