Ni el neoliberalismo que pretende exportar las ventajas del
mercado a todo el planeta ni los antiglobalizadores que predican acciones locales
para resolver cuestiones mundiales. La socialdemocracia, que ya demostró en
Europa su capacidad para reducir la injusticia y la pobreza, es la única receta
contra los desequilibrios del nuevo orden global.

La historia de este orden cada vez más global en el que vivimos no es
sencilla. La globalización no es, ni ha sido nunca, un fenómeno
unidimensional. Aunque ha habido una enorme expansión de los mercados
mundiales que ha alterado el terreno político, la historia de la globalización
no es sólo económica, ni mucho menos.

Desde 1945 se ha ido produciendo una vinculación entre el derecho internacional
y la moral, en la medida en que la soberanía ya no se considera meramente
un poder real sino, cada vez más, la autoridad legítima definida
en virtud del respeto a los derechos humanos y los valores democráticos;
una reafirmación importante de los valores universales relativos a la
igualdad de dignidad y valor de todos los seres humanos en las leyes y normas
internacionales; el establecimiento de complejos sistemas de gobierno, tanto
regionales como mundiales, y el reconocimiento creciente de que, para obtener
el bien público a largo plazo –sea la estabilidad económica,
la protección ambiental o el igualitarismo en el mundo–, es precisa
una acción multilateral coordinada. Aunque, en la actualidad, la postura
unilateral del Gobierno de Bush amenaza los progresos logrados, se puede y se
debe avanzar a partir de ellos.

El giro global de las últimas décadas ha ayudado a establecer un
marco de referencia para desarrollar estos avances. En concreto, la transformación
de la soberanía y el gobierno se basa en unos valores y unos principios que
van más allá del estatalismo y el nacionalismo. Son valores y principios cosmopolitas
a los que se recurre para circunscribir y delimitar la parte inaceptable de
la soberanía de Estado.

Los valores y principios en juego –entre otros, los principios de la igualdad
de valor moral, libertades y condición política para todos los
seres humanos, y el legado común de la humanidad– sientan las bases
para una nueva concepción del internacionalismo. Un internacionalismo
definido por el compromiso con los ideales éticos cosmopolitas y el intento
de afianzarlos en las instituciones políticas, sociales y económicas
fundamentales, y que ofrece un contexto para transformar la naturaleza y la
forma de gobierno. El elemento central es la exigencia de que toda autoridad
política legítima, en todas las instancias, respete y se atenga
al compromiso con los valores y principios de la igualdad política, la
política democrática, los derechos humanos, la justicia política
y social y la gestión responsable del medio ambiente.

La fase contemporánea de la globalización está transformando
los cimientos del orden mundial, alejándonos de un mundo exclusivamente
basado en la política de Estado para pasar a una forma nueva y más
compleja de política mundial y múltiples niveles de gobierno.
En este comienzo del siglo xxi, existen buenas razones para pensar que no es
posible restaurar el orden internacional de Estados tradicional y que no es
probable que se detengan los motores esenciales de la globalización.
Por consiguiente, es inevitable que haya un cambio fundamental en la orientación
política. Los cambios de perspectiva están claramente delimitados
en la rivalidad entre las principales variantes que componen la política
de la globalización. Las dos posturas principales –el neoliberalismo
y el movimiento antiglobalización– están llenas de problemas.

Por un lado, el neoliberalismo se limita a perpetuar los sistemas económicos
y políticos existentes, y no propone verdaderas políticas para
hacer frente a los problemas del fracaso de los mercados; por otro, la postura
radical contra la globalización parece creer ingenuamente en la capacidad
de las acciones locales para resolver o combatir las prioridades de gobierno
generadas por las fuerzas globalizadoras. ¿Cómo va a poder abordar
semejante política los retos planteados por unas comunidades de destino
parcialmente coincidentes?

 

Globalización y distribución de la
renta

Para muchos analistas de la globalización, la desigualdad mundial
es el punto crucial de la agenda global actual. Sin embargo, el debate
sobre sus causas y consecuencias es complejo. La principal división
se sitúa entre quienes entienden la desigualdad como producto inevitable
de dos siglos de industrialización en Occidente, que interpretan
la globalización como una fuerza poderosa para expandir la riqueza
y reducir la pobreza, y los que opinan que la globalización está
haciendo lo contrario, es decir, creando un mundo más empobrecido
y desigual.

El abismo entre los más ricos y los más pobres puede representarse
en forma de copa de champán. Este duro retrato de la distribución
de la renta ilustra las enormes desigualdades en cuanto a los recursos
económicos de que dispone la población mundial. Las disparidades
quedan mejor reflejadas con los siguientes datos: los casi 900 millones
de personas con la suerte de residir en Occidente disfrutan del 86% de
los gastos de consumo, el 79% de la renta mundial, 58% del gasto energético
y el 74% de las líneas telefónicas. Mientras tanto, los
1.200 millones más pobres deben compartir el 1,3% del consumo mundial,
el 4% de la energía, el 5% del consumo de pescado y carne y el
1,5% de todas las líneas telefónicas.

 

EL UNILATERALISMO DE EE UU
Por supuesto, se puede decir lo mismo sobre la posición actual del Gobierno
estadounidense. Si Estados Unidos actúa en el mundo en solitario, no
podrá contribuir a suministrar bienes públicos globales tan importantes
como el libre comercio, la estabilidad económica y la sostenibilidad
ambiental, cosas de las que dependen su propio desarrollo y su propia prosperidad.

Además, si actúa de forma unilateral, tampoco podrá alcanzar
objetivos internos esenciales, incluidas las prioridades en materia de seguridad
nacional. La lucha contra el terrorismo global exige un uso coordinado de los
servicios secretos, la información y los recursos; la vigilancia de lo
que queda de un Afganistán seguro (Kabul) requiere medios internacionales
(tanto económicos como humanos); y, en cuanto a Irak, es imposible que
haya una paz y una reconstrucción legítimas sin la cooperación
internacional, inversiones procedentes de todo el mundo y la colaboración
de numerosos países en el suministro de personal cualificado de todo
tipo, desde soldados hasta ingenieros.

La posición alternativa es la socialdemocracia global, que pretende partir
del proyecto de la socialdemocracia y, al tiempo, hacer suyos los avances del
orden multilateral posterior al Holocausto. Su fin es adoptar parte de los valores
e ideas de la socialdemocracia y aplicarlos a la nueva situación económica
y política en el mundo. Los pactos sociales nacionales son insuficientes
para garantizar un equilibrio real entre los valores de la solidaridad social,
la política de la democracia y la eficacia del mercado. El desafío
actual, como ha señalado el secretario general de Naciones Unidas, Kofi
Annan, es diseñar un pacto o proyecto similar que sirva de base para
la nueva economía mundial.

ANTI Y PROGLOBALIZACIÓN
El proyecto de la socialdemocracia global responde a ese reto. Es una base para
fomentar el imperio de la ley internacional, mayor transparencia, responsabilidad
y democracia en el gobierno del mundo, un compromiso más profundo con
la justicia social, la protección y reinvención de la comunidad
a distintos niveles, y la transformación de la economía global
en un orden económico libre y justo, basado en unas normas. La política
de la socialdemocracia global contiene claras posibilidades de diálogo
entre distintos segmentos del espectro político pro y antiglobalización,
aunque, por supuesto, será blanco de las críticas por parte de
los extremos.

El cuadro (páginas 52 y 53) resume el proyecto de la socialdemocracia
global, la base para una nueva alianza mundial. No trata de presentar una elección
entre todo o nada, sino que ofrece una dirección para el cambio, con
claros puntos de orientación. Aunque cualquier medida adoptada para poner
en marcha el programa de reformas en cada una de estas áreas sería
un paso importantísimo para la política progresista, el programa
de la socialdemocracia global sólo podrá afrontarse, en definitiva,
si se abordan las medidas políticas de todas ellas. Uno de los principales
interrogantes políticos de nuestra época es cuál es la
mejor manera de llevar a la práctica dicho programa y cuál es
la mejor forma de proporcionar los bienes públicos globales.

Podría desarrollarse una coalición de agrupaciones políticas
que impulse aún más el programa de la socialdemocracia global,
en la que entrarían países europeos de fuerte tradición
liberal y socialdemócrata; grupos progresistas estadounidenses que apoyan
el multilateralismo y el imperio de la ley en los asuntos internacionales; países
en vías de desarrollo que luchan por conseguir normas comerciales más
libres y más justas en el sistema económico mundial; organizaciones
no gubernamentales, desde Amnistía Internacional hasta Oxfam, que luchan
por un orden mundial más justo, democrático y equitativo; movimientos
sociales transnacionales que se oponen a la naturaleza y la forma de la globalización
actual, y las fuerzas económicas que desean una economía mundial
más estable y mejor administrada.

El nuevo internacionalismo está
definido por el compromiso con los ideales éticos cosmopolitas y
el intento de afianzarlos en la política, la sociedad y la economía

La coalición para la socialdemocracia global necesitaría contar
con una compleja serie de grupos y compromisos para resultar atractiva. Pero,
a pesar de su complejidad, no es imposible. Éstos podrían ser
algunos de sus ingredientes fundamentales:

Grandes potencias europeas | Deben comprometerse
a crear un orden multilateral, y no un orden multipolar, en el que se limiten
a perseguir sus propios intereses de Estado por encima de todo lo demás.

Unión Europea | La UE debe abordar su debilidad
en asuntos geopolíticos y estratégicos mediante el desarrollo de una fuerza
de reacción rápida y la creación de una fuerza de defensa común europea.

Estados Unidos | Washington tiene que reconocer que
sus intereses estratégicos, económicos y ambientales a largo plazo sólo pueden
alcanzarse mediante la colaboración, y debe aceptar, como cuestión de principios,
las oportunidades y restricciones que ofrecen las instituciones multilaterales
y los regímenes internacionales.

Países en vías de desarrollo | Los países menos favorecidos
que buscan ayudas sustanciales e inversiones extranjeras (tanto públicas como
privadas), necesitan aceptar el establecimiento de formas de gobierno transparentes
y positivas como requisito para atraer dichas inversiones a la infraestructura
de sus economías y sus sociedades.

ONG | Las organizaciones no gubernamentales necesitan
comprender que, si bien su voz en los asuntos internacionales es importante,
representan intereses particulares que deben acomodarse y adaptarse a unos contextos
más generales de responsabilidad y justicia.

OIG | Las organizaciones internacionales gubernamentales
que utilizan y defienden más financiación pública tienen que reconocer que son
parte de un funcionariado internacional que contribuye a proporcionar bienes
públicos esenciales y no representantes de Estados-nación concretos ni intereses
sectoriales. Es preciso racionalizar y aclarar los mandatos y las jurisdicciones
de las OIG, confusos y contradictorios.

Gobiernos regionales | Sin dejar de incrementar y
ampliar las oportunidades de desarrollo de sus Estados miembros, deben comprometerse
a mantener sus regiones abiertas a la relación económica y diplomática con otras;
es decir, deben fomentar formas abiertas de regionalismo.

Gobiernos nacionales | Deben reconocer que son partes
interesadas en los problemas mundiales y que ese interés es un primer paso fundamental
hacia su resolución; los parlamentos nacionales y regionales necesitan mejorar
su comunicación con los órganos de gobierno supranacionales, su conocimiento
de ellos y su compromiso.

Las pautas de la socialdemocracia global.
D. H.

Principios éticos rectores

Igualdad de valor moral, igualdad de libertades, igualdad de condición
política, toma colectiva de decisiones sobre los asuntos públicos,
mejora de las necesidades urgentes, desarrollo para todos, sostenibilidad
ambiental.

Objetivos institucionales

Imperio de la ley, igualdad política, política democrática,
justicia social mundial, solidaridad social y espíritu comunitario,
eficiencia económica, equilibrio ecológico mundial.

Medidas prioritarias

  • Economía
    • Regular los mercados mundiales; salvar la ronda de negociaciones
      comerciales de Doha; eliminar los subsidios de la UE y EE UU a la
      agricultura y el sector textil; reformar los aspectos de los derechos
      de propiedad intelectual ligados al comercio (TRIPS); ampliar los
      términos de referencia del Global Compact (iniciativa de
      Kofi Annan para que los líderes y las corporaciones mundiales
      adopten nueve principios que afectan a los derechos humanos, el
      trabajo y el medio ambiente).
    • Promover el desarrollo: realizar una integración gradual
      de los mercados comerciales y financieros mundiales (especialmente
      los mercados de capitales de cartera); ampliar la capacidad negociadora
      de los países en vías de desarrollo dentro de la Organización
      Mundial del Comercio (OMC); aumentar la participación de
      los países en vías de desarrollo en las instituciones
      financieras internacionales; abolir la deuda para los países
      fuertemente endeudados; vincular la cancelación de la deuda
      a la financiación de la educación infantil y la atención
      sanitaria básica; cumplir el objetivo de la ONU de dedicar
      el 0,7% del PIB a la ayuda exterior; establecer un nuevo instrumento
      financiero internacional para facilitar las inversiones en los países
      más pobres.
  • Gobernanza
    • Reformar el sistema de gobierno mundial; establecer un Consejo
      de Seguridad representativo; crear un Consejo Económico y
      de Seguridad Social que coordine las políticas de reducción
      de la pobreza y desarrollo mundial; crear organizaciones internacionales
      gubernamentales (OIG) dedicadas al medio ambiente; establecer redes
      mundiales centradas en los problemas económicos y sociales
      más acuciantes; reforzar la capacidad negociadora de los
      países en vías de desarrollo; elaborar criterios para
      que haya negociaciones justas entre los agentes estatales y no estatales;
      mejorar la cooperación entre las OIG; mejorar la supervisión
      parlamentaria de los organismos regionales e internacionales.
  • Derecho
    • Convocar una convención internacional que inicie el proceso
      de recuperar los vínculos entre las políticas de seguridad
      y las prioridades en materia de derechos humanos mediante la consolidación
      de las leyes humanitarias internacionales.
  • Seguridad
    • Elaborar unos principios y procedimientos del Consejo de Seguridad
      de la ONU en relación con las amenazas contra la paz y el
      uso de la fuerza armada para intervenir en los asuntos de otro Estado;
      incrementar la capacidad de vigilancia de los riesgos de crisis
      humanas y los acontecimientos en ese sentido; poner en práctica
      los compromisos y políticas existentes sobre reducción
      de la pobreza y desarrollo humano; reforzar el control de armamento
      y la regulación del tráfico de armas.

Medidas a largo plazo

  • Economía
  • Control de los mercados mundiales; autoridad mundial antimonopolios;
    autoridad financiera mundial; códigos obligatorios de conducta
    para las multinacionales.
  • Corrección de mercados: normas laborales y ambientales obligatorias
    a escala mundial; normas y criterios sobre inversiones extranjeras.
  • Promoción de mercados: acceso privilegiado al mercado para
    los países en vías de desarrollo con industrias nuevas
    necesitadas de protección; acuerdo sobre la movilidad mundial
    de la mano de obra y las migraciones económicas.
  • Gobernanza
    • Democratización de los gobiernos nacionales y supraestatales
      (múltiples niveles de ciudadanía); acuerdo constitucional
      mundial para el estudio de las normas y los mandatos de los nuevos
      organismos democráticos mundiales; establecimiento de un
      nuevo mecanismo fiscal internacional; creación de terrenos
      de negociación para los nuevos problemas prioritarios (por
      ejemplo, un tribunal mundial de las aguas); incremento de la provisión
      de bienes públicos globales.
  • Derecho
    • Creación de un tribunal internacional de derechos humanos,
      con una red de tribunales regionales fuertes; expansión de
      las jurisdicciones de la Corte Penal Internacional y el Tribunal
      Internacional de Justicia; inclusión de los criterios laborales,
      ambientales y de bienestar en el modus operandi de las empresas.
  • Seguridad
    • Creación de unas fuerzas permanentes de pacificación
      y mantenimiento de la paz; elaboración de criterios mínimos
      en materia de seguridad y derechos humanos para la pertenencia a
      determinadas OIG; examen del impacto de todas las medidas de desarrollo
      global en los aspectos de la seguridad, la exclusión social
      y la igualdad.

Europa podría desempeñar un papel especial en la defensa de la
causa de la socialdemocracia global. Como cuna de la socialdemocracia y de un
experimento histórico de gobierno por encima de los Estados, Europa ha
acumulado enorme experiencia en el estudio de diseños institucionales
para un gobierno supraestatal. Ofrece nuevas formas de pensamiento sobre el
gobierno más allá del Estado, que promueven una actitud más
responsable y reglamentada –y no neoliberal ni unilateral– respecto
al gobierno mundial. Eso no quiere decir que la UE tenga que dirigir una coalición
de fuerzas transnacionales e internacionales opuestas a Estados Unidos. Al contrario,
es crucial ser conscientes de la complejidad de la política nacional
estadounidense y la existencia de fuerzas sociales, políticas y económicas
progresistas, que propugnan un orden mundial muy distinto al que defienden los
neoconservadores actuales.

Aunque algunos de los posibles participantes en un movimiento hacia la socialdemocracia
global tendrían, inevitablemente, intereses divergentes en una gran variedad
de materias, existe la posibilidad de que exista una gran coincidencia a la
hora de reforzar el multilateralismo, construir nuevas instituciones para la
provisión de bienes públicos globales, regular los mercados mundiales,
aumentar la responsabilidad, proteger el medio ambiente y remediar con urgencia
las injusticias sociales que matan a diario a miles de hombres, mujeres y niños.
Y existen pruebas de que el empuje de una coalición semejante estaría
en sintonía con la actitud de la gente hacia la globalización
en muchas partes del mundo. Una encuesta reciente destaca que, aunque muchas
personas tienen una opinión positiva sobre las ventajas de la globalización,
en general, desean un tipo de globalización distinto al que se les ofrece
en la actualidad: la integración de las economías y las sociedades
tiene que compensarse con la protección de las tradiciones locales, un
ritmo de vida sostenible y una red mundial de protección social que ayude
a garantizar la igualdad de oportunidades.


RAZONES PARA EL PESIMISMO

A lo largo de los últimos cien años, el poder político se ha transformado y
reconfigurado. Se ha repartido por debajo, por encima y al lado del Estado-nación.
La globalización ha acercado a grandes sectores de la población mundial
en comunidades de destino superpuestas. Sin embargo, es evidente que existen
numerosas razones para el pesimismo. Se avecinan nubes de tormenta. La globalización
no sólo ha unido a pueblos y naciones, sino que también ha creado nuevas formas
de antagonismo. La globalización de las comunicaciones no sólo facilita el entendimiento
mutuo, sino que, muchas veces, destaca lo que no tiene en común la gente y en
qué medida y por qué importan las diferencias.

El juego político dominante en la ciudad transnacional sigue siendo
la geopolítica. El egocentrismo étnico, el nacionalismo de ultraderecha y la
política unilateralista están otra vez en aumento, y no sólo en Occidente. Ahora
bien, las circunstancias y el carácter de la política han cambiado. Igual que
la cultura nacional y las tradiciones de los Estados, el internacionalismo vibrante
y la socialdemocracia global son un proyecto cultural y político, pero con una
diferencia: son más adecuados para nuestra era regional y global. Por desgracia,
en muchas partes del mundo todavía no se han desarrollado del todo los argumentos
en su favor, y esa falta de desarrollo puede tener consecuencias.

Es importante regresar al 11 de septiembre y la guerra de Irak, y decir qué
significan en este contexto. No se puede aceptar el peso de restaurar la responsabilidad
y la justicia en una esfera de la vida –la seguridad física y la
cooperación política entre los aparatos de defensa– sin
intentar hacerlo, al mismo tiempo, en todas las demás. Si la dimensión
política y de seguridad de la responsabilidad y la justicia se mantiene
separada a largo plazo de la dimensión social y económica –como
tiende a hacer el orden mundial actual–, las perspectivas de vivir en
una sociedad civil y pacífica serán muy escasas. Para contar con
el apoyo popular contra el terrorismo, la violencia política y las políticas
excluyentes de todo tipo, es preciso convencer a la gente de que existe una
forma legal, sensible y específica de resolver sus quejas. Ése
es el motivo de que la globalización, sin una socialdemocracia global,
pueda fracasar.

El juego político dominante en
la ‘ciudad transnacional’ sigue siendo la geopolítica.
El egocentrismo étnico
y el nacionalismo de ultraderecha aumentan

Con el telón de fondo del 11 de septiembre, la postura unilateralista
actual de Estados Unidos y el desesperado ciclo de violencia en Oriente Medio
y otros lugares, propugnar la socialdemocracia global puede parecer un intento
de desafiar la gravedad o caminar sobre las aguas. Y sería verdad si
la alternativa fuera adoptar la socialdemocracia global totalmente y desde el
principio o no adoptarla en absoluto.

Pero se trata de algo muy similar a lo que ocurría con la construcción
del Estado moderno en la época en la que vivieron sus fundadores. A lo
largo de las últimas décadas, el crecimiento del multilateralismo
y el desarrollo del derecho internacional han creado unos cimientos socialdemócratas
en el mundo que son la base para consolidar aún más los principios
e instituciones socialdemócratas.

Además, podría surgir una coalición de agrupaciones políticas
que continúe esa labor. Desde luego, está por ver hasta qué
punto son capaces de unirse –y de superar la feroz oposición que
ejercen unos intereses geopolíticos y geoeconómicos muy arraigados–
tales fuerzas en torno a esos objetivos.

Hay mucho en juego, pero también son muchos los beneficios posibles para
la seguridad y el de-sarrollo de la humanidad si logramos hacer realidad la
aspiración de socialdemocracia global. Una cosa está clara: las
políticas actuales de seguridad y desarrollo no son suficientes, y los
argumentos para recurrir a nuevas políticas y nuevos métodos son
abrumadores.

¿Algo más?
Desde la época de la Ilustración, la idea de un
gobierno mundial ha sido un sueño de la humanidad. Kant, Rousseau
y otros filósofos del siglo de las luces escribieron sobre ello.
En la actualidad son, sobre todo, teóricos de la socialdemocracia
europea quienes más reflexionan sobre la conveniencia y la necesidad
de una cierta gobernanza mundial y una regulación del fenómeno de
la globalización, como David Held en Global Covenant. The Social
Democratic Alternative to the Washington Consensus
(Cambridge,
Polity Press, 2004). Anteriormente, había publicado Modelos de democracia
(Alianza Editorial, Madrid, 2002), La democracia y el orden
global: del estado moderno al gobierno cosmopolita
(Ed. Paidós
Ibérica, Barcelona, 1997) o Globalización/Antiglobalización:
sobre la reconstrucción del orden mundial
(Ed. Paidos Ibérica,
Barcelona, 2003), en colaboración con Anthony Mc Grew. Anthony Giddens,
teórico de la tercera vía, también lo ha hecho en obras como Consecuencias
de la modernidad
(Alianza Editorial, Madrid, 2004) o The
Progressive Manifesto
(Cambridge, Polity, 2003). Frente a estas
posiciones, un neoconservador estadounidense como Robert Kagan asegura
en Poder y debilidad: Europa y Estados Unidos frente al nuevo
orden mundial
(Ed. Taurus, Madrid, 2003) que la brecha entre
ambos continentes es insalvable y que Washington debe ejercer su
poder en solitario. En La paradoja del poder norteamericano
(Ed. Taurus, Madrid, 2003), el politólogo Joseph S. Nye asegura
que, para mantener su supremacía, Estados Unidos debe ejercer varios
tipos de poder, no sólo el militar.Los organismos internacionales también están presentes en este
debate e intentan influir en la agenda y la orientación de la política
mundial a través de un vasto entramado de organizaciones. El secretario
de Naciones Unidas, Kofi Annan, aboga en su propuesta A compact
for a new century
porque los líderes y las corporaciones mundiales
adopten una regulación común en aspectos como derechos humanos,
trabajo y medio ambiente. El texto se puede encontrar en inglés
en: www.un.org

Para estudiar las últimas estadísticas en tendencias globales resultan
muy útiles documentos del Banco Mundial como World Development
Indicators
(World Bank, Washington, 2004) o Poverty in
the Age of Globalization
(World Bank, Washington, 2002). También
se puede consultar el Informe sobre desarrollo humano 2003
del PNUD, que está disponible en la Red en http://hdr.undp.org/reports/global/2003/espanol/index.htm,
y el infome en castellano sobre el Comercio y el Desarrollo 2003
del Programa sobre Comercio y Desarrollo de la ONU (UNCTAD) en:
www.unctad.org/Templates/Page.asp?
intlemID=1397&lang=1
). Asimismo, resulta revelador el anuario
Global Civil Society 2003, un resumen sobre las transformaciones
y el análisis de la sociedad global, realizado por Global Civil
Society Project, que se puede descargar en inglés en: www.lse.ac.uk/Depts/global/Yearbook/outline2003.htm

 

Ni el neoliberalismo que pretende exportar las ventajas del
mercado a todo el planeta ni los antiglobalizadores que predican acciones locales
para resolver cuestiones mundiales. La socialdemocracia, que ya demostró en
Europa su capacidad para reducir la injusticia y la pobreza, es la única receta
contra los desequilibrios del nuevo orden global.
David
Held

La historia de este orden cada vez más global en el que vivimos no es
sencilla. La globalización no es, ni ha sido nunca, un fenómeno
unidimensional. Aunque ha habido una enorme expansión de los mercados
mundiales que ha alterado el terreno político, la historia de la globalización
no es sólo económica, ni mucho menos.

Desde 1945 se ha ido produciendo una vinculación entre el derecho internacional
y la moral, en la medida en que la soberanía ya no se considera meramente
un poder real sino, cada vez más, la autoridad legítima definida
en virtud del respeto a los derechos humanos y los valores democráticos;
una reafirmación importante de los valores universales relativos a la
igualdad de dignidad y valor de todos los seres humanos en las leyes y normas
internacionales; el establecimiento de complejos sistemas de gobierno, tanto
regionales como mundiales, y el reconocimiento creciente de que, para obtener
el bien público a largo plazo –sea la estabilidad económica,
la protección ambiental o el igualitarismo en el mundo–, es precisa
una acción multilateral coordinada. Aunque, en la actualidad, la postura
unilateral del Gobierno de Bush amenaza los progresos logrados, se puede y se
debe avanzar a partir de ellos.

El giro global de las últimas décadas ha ayudado a establecer un
marco de referencia para desarrollar estos avances. En concreto, la transformación
de la soberanía y el gobierno se basa en unos valores y unos principios que
van más allá del estatalismo y el nacionalismo. Son valores y principios cosmopolitas
a los que se recurre para circunscribir y delimitar la parte inaceptable de
la soberanía de Estado.

Los valores y principios en juego –entre otros, los principios de la igualdad
de valor moral, libertades y condición política para todos los
seres humanos, y el legado común de la humanidad– sientan las bases
para una nueva concepción del internacionalismo. Un internacionalismo
definido por el compromiso con los ideales éticos cosmopolitas y el intento
de afianzarlos en las instituciones políticas, sociales y económicas
fundamentales, y que ofrece un contexto para transformar la naturaleza y la
forma de gobierno. El elemento central es la exigencia de que toda autoridad
política legítima, en todas las instancias, respete y se atenga
al compromiso con los valores y principios de la igualdad política, la
política democrática, los derechos humanos, la justicia política
y social y la gestión responsable del medio ambiente.

La fase contemporánea de la globalización está transformando
los cimientos del orden mundial, alejándonos de un mundo exclusivamente
basado en la política de Estado para pasar a una forma nueva y más
compleja de política mundial y múltiples niveles de gobierno.
En este comienzo del siglo xxi, existen buenas razones para pensar que no es
posible restaurar el orden internacional de Estados tradicional y que no es
probable que se detengan los motores esenciales de la globalización.
Por consiguiente, es inevitable que haya un cambio fundamental en la orientación
política. Los cambios de perspectiva están claramente delimitados
en la rivalidad entre las principales variantes que componen la política
de la globalización. Las dos posturas principales –el neoliberalismo
y el movimiento antiglobalización– están llenas de problemas.

Por un lado, el neoliberalismo se limita a perpetuar los sistemas económicos
y políticos existentes, y no propone verdaderas políticas para
hacer frente a los problemas del fracaso de los mercados; por otro, la postura
radical contra la globalización parece creer ingenuamente en la capacidad
de las acciones locales para resolver o combatir las prioridades de gobierno
generadas por las fuerzas globalizadoras. ¿Cómo va a poder abordar
semejante política los retos planteados por unas comunidades de destino
parcialmente coincidentes?

 

Globalización y distribución de la
renta

Para muchos analistas de la globalización, la desigualdad mundial
es el punto crucial de la agenda global actual. Sin embargo, el debate
sobre sus causas y consecuencias es complejo. La principal división
se sitúa entre quienes entienden la desigualdad como producto inevitable
de dos siglos de industrialización en Occidente, que interpretan
la globalización como una fuerza poderosa para expandir la riqueza
y reducir la pobreza, y los que opinan que la globalización está
haciendo lo contrario, es decir, creando un mundo más empobrecido
y desigual.

El abismo entre los más ricos y los más pobres puede representarse
en forma de copa de champán. Este duro retrato de la distribución
de la renta ilustra las enormes desigualdades en cuanto a los recursos
económicos de que dispone la población mundial. Las disparidades
quedan mejor reflejadas con los siguientes datos: los casi 900 millones
de personas con la suerte de residir en Occidente disfrutan del 86% de
los gastos de consumo, el 79% de la renta mundial, 58% del gasto energético
y el 74% de las líneas telefónicas. Mientras tanto, los
1.200 millones más pobres deben compartir el 1,3% del consumo mundial,
el 4% de la energía, el 5% del consumo de pescado y carne y el
1,5% de todas las líneas telefónicas.

 

EL UNILATERALISMO DE EE UU
Por supuesto, se puede decir lo mismo sobre la posición actual del Gobierno
estadounidense. Si Estados Unidos actúa en el mundo en solitario, no
podrá contribuir a suministrar bienes públicos globales tan importantes
como el libre comercio, la estabilidad económica y la sostenibilidad
ambiental, cosas de las que dependen su propio desarrollo y su propia prosperidad.

Además, si actúa de forma unilateral, tampoco podrá alcanzar
objetivos internos esenciales, incluidas las prioridades en materia de seguridad
nacional. La lucha contra el terrorismo global exige un uso coordinado de los
servicios secretos, la información y los recursos; la vigilancia de lo
que queda de un Afganistán seguro (Kabul) requiere medios internacionales
(tanto económicos como humanos); y, en cuanto a Irak, es imposible que
haya una paz y una reconstrucción legítimas sin la cooperación
internacional, inversiones procedentes de todo el mundo y la colaboración
de numerosos países en el suministro de personal cualificado de todo
tipo, desde soldados hasta ingenieros.

La posición alternativa es la socialdemocracia global, que pretende partir
del proyecto de la socialdemocracia y, al tiempo, hacer suyos los avances del
orden multilateral posterior al Holocausto. Su fin es adoptar parte de los valores
e ideas de la socialdemocracia y aplicarlos a la nueva situación económica
y política en el mundo. Los pactos sociales nacionales son insuficientes
para garantizar un equilibrio real entre los valores de la solidaridad social,
la política de la democracia y la eficacia del mercado. El desafío
actual, como ha señalado el secretario general de Naciones Unidas, Kofi
Annan, es diseñar un pacto o proyecto similar que sirva de base para
la nueva economía mundial.

ANTI Y PROGLOBALIZACIÓN
El proyecto de la socialdemocracia global responde a ese reto. Es una base para
fomentar el imperio de la ley internacional, mayor transparencia, responsabilidad
y democracia en el gobierno del mundo, un compromiso más profundo con
la justicia social, la protección y reinvención de la comunidad
a distintos niveles, y la transformación de la economía global
en un orden económico libre y justo, basado en unas normas. La política
de la socialdemocracia global contiene claras posibilidades de diálogo
entre distintos segmentos del espectro político pro y antiglobalización,
aunque, por supuesto, será blanco de las críticas por parte de
los extremos.

El cuadro (páginas 52 y 53) resume el proyecto de la socialdemocracia
global, la base para una nueva alianza mundial. No trata de presentar una elección
entre todo o nada, sino que ofrece una dirección para el cambio, con
claros puntos de orientación. Aunque cualquier medida adoptada para poner
en marcha el programa de reformas en cada una de estas áreas sería
un paso importantísimo para la política progresista, el programa
de la socialdemocracia global sólo podrá afrontarse, en definitiva,
si se abordan las medidas políticas de todas ellas. Uno de los principales
interrogantes políticos de nuestra época es cuál es la
mejor manera de llevar a la práctica dicho programa y cuál es
la mejor forma de proporcionar los bienes públicos globales.

Podría desarrollarse una coalición de agrupaciones políticas
que impulse aún más el programa de la socialdemocracia global,
en la que entrarían países europeos de fuerte tradición
liberal y socialdemócrata; grupos progresistas estadounidenses que apoyan
el multilateralismo y el imperio de la ley en los asuntos internacionales; países
en vías de desarrollo que luchan por conseguir normas comerciales más
libres y más justas en el sistema económico mundial; organizaciones
no gubernamentales, desde Amnistía Internacional hasta Oxfam, que luchan
por un orden mundial más justo, democrático y equitativo; movimientos
sociales transnacionales que se oponen a la naturaleza y la forma de la globalización
actual, y las fuerzas económicas que desean una economía mundial
más estable y mejor administrada.

El nuevo internacionalismo está
definido por el compromiso con los ideales éticos cosmopolitas y
el intento de afianzarlos en la política, la sociedad y la economía

La coalición para la socialdemocracia global necesitaría contar
con una compleja serie de grupos y compromisos para resultar atractiva. Pero,
a pesar de su complejidad, no es imposible. Éstos podrían ser
algunos de sus ingredientes fundamentales:

Grandes potencias europeas | Deben comprometerse
a crear un orden multilateral, y no un orden multipolar, en el que se limiten
a perseguir sus propios intereses de Estado por encima de todo lo demás.

Unión Europea | La UE debe abordar su debilidad
en asuntos geopolíticos y estratégicos mediante el desarrollo de una fuerza
de reacción rápida y la creación de una fuerza de defensa común europea.

Estados Unidos | Washington tiene que reconocer que
sus intereses estratégicos, económicos y ambientales a largo plazo sólo pueden
alcanzarse mediante la colaboración, y debe aceptar, como cuestión de principios,
las oportunidades y restricciones que ofrecen las instituciones multilaterales
y los regímenes internacionales.

Países en vías de desarrollo | Los países menos favorecidos
que buscan ayudas sustanciales e inversiones extranjeras (tanto públicas como
privadas), necesitan aceptar el establecimiento de formas de gobierno transparentes
y positivas como requisito para atraer dichas inversiones a la infraestructura
de sus economías y sus sociedades.

ONG | Las organizaciones no gubernamentales necesitan
comprender que, si bien su voz en los asuntos internacionales es importante,
representan intereses particulares que deben acomodarse y adaptarse a unos contextos
más generales de responsabilidad y justicia.

OIG | Las organizaciones internacionales gubernamentales
que utilizan y defienden más financiación pública tienen que reconocer que son
parte de un funcionariado internacional que contribuye a proporcionar bienes
públicos esenciales y no representantes de Estados-nación concretos ni intereses
sectoriales. Es preciso racionalizar y aclarar los mandatos y las jurisdicciones
de las OIG, confusos y contradictorios.

Gobiernos regionales | Sin dejar de incrementar y
ampliar las oportunidades de desarrollo de sus Estados miembros, deben comprometerse
a mantener sus regiones abiertas a la relación económica y diplomática con otras;
es decir, deben fomentar formas abiertas de regionalismo.

Gobiernos nacionales | Deben reconocer que son partes
interesadas en los problemas mundiales y que ese interés es un primer paso fundamental
hacia su resolución; los parlamentos nacionales y regionales necesitan mejorar
su comunicación con los órganos de gobierno supranacionales, su conocimiento
de ellos y su compromiso.

Las pautas de la socialdemocracia global.
D. H.

Principios éticos rectores

Igualdad de valor moral, igualdad de libertades, igualdad de condición
política, toma colectiva de decisiones sobre los asuntos públicos,
mejora de las necesidades urgentes, desarrollo para todos, sostenibilidad
ambiental.

Objetivos institucionales

Imperio de la ley, igualdad política, política democrática,
justicia social mundial, solidaridad social y espíritu comunitario,
eficiencia económica, equilibrio ecológico mundial.

Medidas prioritarias

  • Economía
    • Regular los mercados mundiales; salvar la ronda de negociaciones
      comerciales de Doha; eliminar los subsidios de la UE y EE UU a la
      agricultura y el sector textil; reformar los aspectos de los derechos
      de propiedad intelectual ligados al comercio (TRIPS); ampliar los
      términos de referencia del Global Compact (iniciativa de
      Kofi Annan para que los líderes y las corporaciones mundiales
      adopten nueve principios que afectan a los derechos humanos, el
      trabajo y el medio ambiente).
    • Promover el desarrollo: realizar una integración gradual
      de los mercados comerciales y financieros mundiales (especialmente
      los mercados de capitales de cartera); ampliar la capacidad negociadora
      de los países en vías de desarrollo dentro de la Organización
      Mundial del Comercio (OMC); aumentar la participación de
      los países en vías de desarrollo en las instituciones
      financieras internacionales; abolir la deuda para los países
      fuertemente endeudados; vincular la cancelación de la deuda
      a la financiación de la educación infantil y la atención
      sanitaria básica; cumplir el objetivo de la ONU de dedicar
      el 0,7% del PIB a la ayuda exterior; establecer un nuevo instrumento
      financiero internacional para facilitar las inversiones en los países
      más pobres.
  • Gobernanza
    • Reformar el sistema de gobierno mundial; establecer un Consejo
      de Seguridad representativo; crear un Consejo Económico y
      de Seguridad Social que coordine las políticas de reducción
      de la pobreza y desarrollo mundial; crear organizaciones internacionales
      gubernamentales (OIG) dedicadas al medio ambiente; establecer redes
      mundiales centradas en los problemas económicos y sociales
      más acuciantes; reforzar la capacidad negociadora de los
      países en vías de desarrollo; elaborar criterios para
      que haya negociaciones justas entre los agentes estatales y no estatales;
      mejorar la cooperación entre las OIG; mejorar la supervisión
      parlamentaria de los organismos regionales e internacionales.
  • Derecho
    • Convocar una convención internacional que inicie el proceso
      de recuperar los vínculos entre las políticas de seguridad
      y las prioridades en materia de derechos humanos mediante la consolidación
      de las leyes humanitarias internacionales.
  • Seguridad
    • Elaborar unos principios y procedimientos del Consejo de Seguridad
      de la ONU en relación con las amenazas contra la paz y el
      uso de la fuerza armada para intervenir en los asuntos de otro Estado;
      incrementar la capacidad de vigilancia de los riesgos de crisis
      humanas y los acontecimientos en ese sentido; poner en práctica
      los compromisos y políticas existentes sobre reducción
      de la pobreza y desarrollo humano; reforzar el control de armamento
      y la regulación del tráfico de armas.

Medidas a largo plazo

  • Economía
  • Control de los mercados mundiales; autoridad mundial antimonopolios;
    autoridad financiera mundial; códigos obligatorios de conducta
    para las multinacionales.
  • Corrección de mercados: normas laborales y ambientales obligatorias
    a escala mundial; normas y criterios sobre inversiones extranjeras.
  • Promoción de mercados: acceso privilegiado al mercado para
    los países en vías de desarrollo con industrias nuevas
    necesitadas de protección; acuerdo sobre la movilidad mundial
    de la mano de obra y las migraciones económicas.
  • Gobernanza
    • Democratización de los gobiernos nacionales y supraestatales
      (múltiples niveles de ciudadanía); acuerdo constitucional
      mundial para el estudio de las normas y los mandatos de los nuevos
      organismos democráticos mundiales; establecimiento de un
      nuevo mecanismo fiscal internacional; creación de terrenos
      de negociación para los nuevos problemas prioritarios (por
      ejemplo, un tribunal mundial de las aguas); incremento de la provisión
      de bienes públicos globales.
  • Derecho
    • Creación de un tribunal internacional de derechos humanos,
      con una red de tribunales regionales fuertes; expansión de
      las jurisdicciones de la Corte Penal Internacional y el Tribunal
      Internacional de Justicia; inclusión de los criterios laborales,
      ambientales y de bienestar en el modus operandi de las empresas.
  • Seguridad
    • Creación de unas fuerzas permanentes de pacificación
      y mantenimiento de la paz; elaboración de criterios mínimos
      en materia de seguridad y derechos humanos para la pertenencia a
      determinadas OIG; examen del impacto de todas las medidas de desarrollo
      global en los aspectos de la seguridad, la exclusión social
      y la igualdad.

Europa podría desempeñar un papel especial en la defensa de la
causa de la socialdemocracia global. Como cuna de la socialdemocracia y de un
experimento histórico de gobierno por encima de los Estados, Europa ha
acumulado enorme experiencia en el estudio de diseños institucionales
para un gobierno supraestatal. Ofrece nuevas formas de pensamiento sobre el
gobierno más allá del Estado, que promueven una actitud más
responsable y reglamentada –y no neoliberal ni unilateral– respecto
al gobierno mundial. Eso no quiere decir que la UE tenga que dirigir una coalición
de fuerzas transnacionales e internacionales opuestas a Estados Unidos. Al contrario,
es crucial ser conscientes de la complejidad de la política nacional
estadounidense y la existencia de fuerzas sociales, políticas y económicas
progresistas, que propugnan un orden mundial muy distinto al que defienden los
neoconservadores actuales.

Aunque algunos de los posibles participantes en un movimiento hacia la socialdemocracia
global tendrían, inevitablemente, intereses divergentes en una gran variedad
de materias, existe la posibilidad de que exista una gran coincidencia a la
hora de reforzar el multilateralismo, construir nuevas instituciones para la
provisión de bienes públicos globales, regular los mercados mundiales,
aumentar la responsabilidad, proteger el medio ambiente y remediar con urgencia
las injusticias sociales que matan a diario a miles de hombres, mujeres y niños.
Y existen pruebas de que el empuje de una coalición semejante estaría
en sintonía con la actitud de la gente hacia la globalización
en muchas partes del mundo. Una encuesta reciente destaca que, aunque muchas
personas tienen una opinión positiva sobre las ventajas de la globalización,
en general, desean un tipo de globalización distinto al que se les ofrece
en la actualidad: la integración de las economías y las sociedades
tiene que compensarse con la protección de las tradiciones locales, un
ritmo de vida sostenible y una red mundial de protección social que ayude
a garantizar la igualdad de oportunidades.


RAZONES PARA EL PESIMISMO

A lo largo de los últimos cien años, el poder político se ha transformado y
reconfigurado. Se ha repartido por debajo, por encima y al lado del Estado-nación.
La globalización ha acercado a grandes sectores de la población mundial
en comunidades de destino superpuestas. Sin embargo, es evidente que existen
numerosas razones para el pesimismo. Se avecinan nubes de tormenta. La globalización
no sólo ha unido a pueblos y naciones, sino que también ha creado nuevas formas
de antagonismo. La globalización de las comunicaciones no sólo facilita el entendimiento
mutuo, sino que, muchas veces, destaca lo que no tiene en común la gente y en
qué medida y por qué importan las diferencias.

El juego político dominante en la ciudad transnacional sigue siendo
la geopolítica. El egocentrismo étnico, el nacionalismo de ultraderecha y la
política unilateralista están otra vez en aumento, y no sólo en Occidente. Ahora
bien, las circunstancias y el carácter de la política han cambiado. Igual que
la cultura nacional y las tradiciones de los Estados, el internacionalismo vibrante
y la socialdemocracia global son un proyecto cultural y político, pero con una
diferencia: son más adecuados para nuestra era regional y global. Por desgracia,
en muchas partes del mundo todavía no se han desarrollado del todo los argumentos
en su favor, y esa falta de desarrollo puede tener consecuencias.

Es importante regresar al 11 de septiembre y la guerra de Irak, y decir qué
significan en este contexto. No se puede aceptar el peso de restaurar la responsabilidad
y la justicia en una esfera de la vida –la seguridad física y la
cooperación política entre los aparatos de defensa– sin
intentar hacerlo, al mismo tiempo, en todas las demás. Si la dimensión
política y de seguridad de la responsabilidad y la justicia se mantiene
separada a largo plazo de la dimensión social y económica –como
tiende a hacer el orden mundial actual–, las perspectivas de vivir en
una sociedad civil y pacífica serán muy escasas. Para contar con
el apoyo popular contra el terrorismo, la violencia política y las políticas
excluyentes de todo tipo, es preciso convencer a la gente de que existe una
forma legal, sensible y específica de resolver sus quejas. Ése
es el motivo de que la globalización, sin una socialdemocracia global,
pueda fracasar.

El juego político dominante en
la ‘ciudad transnacional’ sigue siendo la geopolítica.
El egocentrismo étnico
y el nacionalismo de ultraderecha aumentan

Con el telón de fondo del 11 de septiembre, la postura unilateralista
actual de Estados Unidos y el desesperado ciclo de violencia en Oriente Medio
y otros lugares, propugnar la socialdemocracia global puede parecer un intento
de desafiar la gravedad o caminar sobre las aguas. Y sería verdad si
la alternativa fuera adoptar la socialdemocracia global totalmente y desde el
principio o no adoptarla en absoluto.

Pero se trata de algo muy similar a lo que ocurría con la construcción
del Estado moderno en la época en la que vivieron sus fundadores. A lo
largo de las últimas décadas, el crecimiento del multilateralismo
y el desarrollo del derecho internacional han creado unos cimientos socialdemócratas
en el mundo que son la base para consolidar aún más los principios
e instituciones socialdemócratas.

Además, podría surgir una coalición de agrupaciones políticas
que continúe esa labor. Desde luego, está por ver hasta qué
punto son capaces de unirse –y de superar la feroz oposición que
ejercen unos intereses geopolíticos y geoeconómicos muy arraigados–
tales fuerzas en torno a esos objetivos.

Hay mucho en juego, pero también son muchos los beneficios posibles para
la seguridad y el de-sarrollo de la humanidad si logramos hacer realidad la
aspiración de socialdemocracia global. Una cosa está clara: las
políticas actuales de seguridad y desarrollo no son suficientes, y los
argumentos para recurrir a nuevas políticas y nuevos métodos son
abrumadores.

¿Algo más?
Desde la época de la Ilustración, la idea de un
gobierno mundial ha sido un sueño de la humanidad. Kant, Rousseau
y otros filósofos del siglo de las luces escribieron sobre ello.
En la actualidad son, sobre todo, teóricos de la socialdemocracia
europea quienes más reflexionan sobre la conveniencia y la necesidad
de una cierta gobernanza mundial y una regulación del fenómeno de
la globalización, como David Held en Global Covenant. The Social
Democratic Alternative to the Washington Consensus
(Cambridge,
Polity Press, 2004). Anteriormente, había publicado Modelos de democracia
(Alianza Editorial, Madrid, 2002), La democracia y el orden
global: del estado moderno al gobierno cosmopolita
(Ed. Paidós
Ibérica, Barcelona, 1997) o Globalización/Antiglobalización:
sobre la reconstrucción del orden mundial
(Ed. Paidos Ibérica,
Barcelona, 2003), en colaboración con Anthony Mc Grew. Anthony Giddens,
teórico de la tercera vía, también lo ha hecho en obras como Consecuencias
de la modernidad
(Alianza Editorial, Madrid, 2004) o The
Progressive Manifesto
(Cambridge, Polity, 2003). Frente a estas
posiciones, un neoconservador estadounidense como Robert Kagan asegura
en Poder y debilidad: Europa y Estados Unidos frente al nuevo
orden mundial
(Ed. Taurus, Madrid, 2003) que la brecha entre
ambos continentes es insalvable y que Washington debe ejercer su
poder en solitario. En La paradoja del poder norteamericano
(Ed. Taurus, Madrid, 2003), el politólogo Joseph S. Nye asegura
que, para mantener su supremacía, Estados Unidos debe ejercer varios
tipos de poder, no sólo el militar.Los organismos internacionales también están presentes en este
debate e intentan influir en la agenda y la orientación de la política
mundial a través de un vasto entramado de organizaciones. El secretario
de Naciones Unidas, Kofi Annan, aboga en su propuesta A compact
for a new century
porque los líderes y las corporaciones mundiales
adopten una regulación común en aspectos como derechos humanos,
trabajo y medio ambiente. El texto se puede encontrar en inglés
en: www.un.org

Para estudiar las últimas estadísticas en tendencias globales resultan
muy útiles documentos del Banco Mundial como World Development
Indicators
(World Bank, Washington, 2004) o Poverty in
the Age of Globalization
(World Bank, Washington, 2002). También
se puede consultar el Informe sobre desarrollo humano 2003
del PNUD, que está disponible en la Red en http://hdr.undp.org/reports/global/2003/espanol/index.htm,
y el infome en castellano sobre el Comercio y el Desarrollo 2003
del Programa sobre Comercio y Desarrollo de la ONU (UNCTAD) en:
www.unctad.org/Templates/Page.asp?
intlemID=1397&lang=1
). Asimismo, resulta revelador el anuario
Global Civil Society 2003, un resumen sobre las transformaciones
y el análisis de la sociedad global, realizado por Global Civil
Society Project, que se puede descargar en inglés en: www.lse.ac.uk/Depts/global/Yearbook/outline2003.htm

 

David Held es catedrático
de Ciencia Política en la London School of Economics (LSE) y miembro
del consejo editorial de FP edición española. Este texto es la
conclusión de su nuevo libro Global Covenant (Cambridge, Polity Press,
2004).